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REFLEXIÓN DE FIN DE AÑO Y NUESTROS DESEOS PARA EL PRÓXIMO

Hermanos, a falta de breves horas para finalizar el año queremos hacerles llegar nuestros mejores deseos para el 2019. Somos conscientes de que el 2018 no ha sido un año fácil en muchos sentidos. No obstante, el Señor y su Santísima Madre han estado al lado de cada uno de nosotros en todo momento, acompañando nuestras luchas de cada día en pos de la santidad.  Hemos vivido muchas dificultades en el plano espiritual, sin duda, puesto que, más que nunca, el Demonio, cual león rugiente, anda buscando a quién devorar. El camino se ha ido estrechando y haciendo más empinado, causando heridas que, en ocasiones, nos han tentado a rendirnos ante tantas dificultades. Solamente hemos encontrado ayuda, apoyo y consuelo en Cristo Eucaristía y en la amorosa compañía de nuestra Madre Celestial. Junto a Ellos hemos levantado el ánimo y recuperado las fuerzas para perseverar y seguir anunciando la verdad de la cual somos testigos y que por nada del mundo podemos callar. Como dijo Cristo: «No se enciende una luz para esconderla bajo el celemín, sino que se pone en alto para que alumbre a los de la casa. Tampoco una ciudad que está en lo alto de un monte puede esconderse». Fieles, por tanto, al mandato del Maestro, queremos seguir poniendo esa pequeña luz al servicio de los demás. Queremos que alumbre a todos, porque de Él la hemos recibido gratis y gratis debemos reflejarla, siendo sus testigos. Debemos seguir proclamando el Evangelio, aunque esto nos cause persecuciones, dificultades y todo tipo de improperios, por parte, incluso, de muchos de nuestros hermanos en la fe. Y eso, principalmente, porque amamos a Cristo por encima de todo y a su Santa Madre y no es posible amarles y no seguirles. Por ello dijo San Pablo en su carta a los Romanos: «¿Quién nos arrebatará al amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo venidero, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor.» ¿Quién, por tanto, podrá hacernos callar ante tanta maldad como sufre la Iglesia a la que tanto amamos? Mal que nos llamen imprudentes, mal que nos llamen locos o digan que no tenemos autoridad para alzar nuestra voz. Sentimos en lo profundo del corazón la misión recibida en nuestro bautismo que nos llenó de gracia y nos transformó en sacerdotes, profetas y reyes.

Así pues, apreciados hermanos, nuestro único deseo para ustedes y para nosotros mismos es este: que nada ni nadie nos arrebate el amor de Cristo. Podremos vivir mil años, pero si los vivimos mediocremente, tibiamente o de espaldas a Dios, de nada valen. Mejor es vivir poco y bien, que mucho y mal. ¿Qué es lo importante en esta vida? ¿Qué querremos haber hecho a la hora de la muerte?

Cada año nuevo se nos invita a proponer ser mejores y a tratar de alcanzar, con la ayuda de Dios, nuestra santificación. Es bueno y deseable planificar todo aquello que debemos cambiar y proponer mejorar lo que el año anterior no logramos conseguir realizar plenamente. Este es un buen momento, sin duda, aunque también lo es cada nuevo día. Todos los días del calendario son propicios para recomenzar. Esta noche, al dar las 12 campanadas, estrenaremos 365 días de un nuevo año. Algunos llegarán a vivirlos todos, hasta el final. Otros, probablemente, no lleguen a completar este año por entero. Sea como fuere, que el Señor nos encuentre, a los unos y a los otros, vigilantes y a la espera, como el criado fiel y como las vírgenes prudentes. Que nos encuentre luchando contra el mal, contra la mentira y el engaño de Satanás, denunciando el error y la herejía, proclamando, como voz que grita en el desierto la buena nueva del Evangelio a todos los hombres. ¡No tengamos miedo a hablar! ¡No temamos al qué dirán! Temamos más bien el juicio del Señor que nos pedirá cuentas de lo que callamos, sabiendo que era malo y podía perjudicar a los demás. Si nosotros callamos, hasta las piedras hablarán.

Feliz y bendecido año de gracia de 2019 para todos ustedes y sus seres queridos.

El equipo de Como Vara de Almendro.

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  • MENSAJE DEL DÍA 6 DE ENERO DE 1990, PRIMER SÁBADO DE MES,
    EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

    LA VIRGEN:
    Hija mía, los hombres no cambian, porque su suciedad y su dureza de corazón no les hace ni les deja comprender la Ley de Dios. La Ley de Dios es pisoteada y ultrajada por los hombres; no se dan cuenta, hija mía, de la gran tribulación que va a caer sobre la Tierra.
    Mira mi Corazón, hija mía, míralo bien. Mi Corazón está herido gravemente por la maldad y la perversidad de los hombres. Los hombres confundenlas leyes, hija mía. Mira mi rostro, cómo se ruboriza. Las mujeres, hija mía, han perdido el pudor y la modestia. Satanás les ha hecho perder la vergüenza y perder su dignidad, hija mía. Se ocupan de las modas inmodestas, y el pecado de la carne, de la lujuria, está haciendo estragos en la Humanidad. El demonio, hija mía, también ha seducido a la mayor parte del clero y se vale de la Ley divina de la Escritura para confundir las palabras y arrastrar a grandes masas hacia doctrinas falsas, hija mía; se han dejado seducir por Satanás, se han abandonado en la oración y en el sacrificio, hija mía, y la soberbia les ha hecho caer en la lujuria. Por eso mi Corazón está herido gravemente, hija mía.
    Besa el suelo, por tantos y tantos pecados como cometen a mi Inmaculado Corazón, hija mía.
    Por eso mis ojos, hija mía, derraman sangre y lágrimas de dolor, porque amo a todos mis hijos. Lloro porque rechazan mis avisos; lloro porque los hombres se odian, hija mía; lloro porque mis almas consagradas han perdido la fe verdadera. Por eso sufre mi Corazón de Madre.
    Hago un nuevo llamamiento a todas estas almas que han perdido la dignidad y que pisotean las leyes de Dios: que cambien su vida, que hagan una buena confesión y comunión.
    El Padre Eterno va a rechazar mis súplicas y va a aplicar su justicia sobre los hombres. Por eso está mi Corazón entristecido, hija mía, porque los hombres se olvidan de Dios y se ocupan de sí mismos. Por eso quiero almas capaces de reparar los pecados de la Humanidad, hija mía; porque los hombres se entretienen en las cosas del mundo y no se ocupan de Dios. ¡Qué tristeza siente mi Corazón, hija mía! Quieren esconder mi Nombre, porque Satanás me odia, como odia la Eucaristía. Por eso, hija mía, el enemigo hace que las almas tengan escrúpulos para recibir a Cristo; y también hacen que odien mi nombre, porque somos los dos caminos de salvación: la Eucaristía y María.
    Venid todos los que estéis atribulados a mi Inmaculado Corazón, hijos míos, que yo seré vuestro refugio y vuestra guía. ¡No me defraudéis, hijos míos!
    Y todos aquéllos que os habéis desprendido de vuestros bienes materiales, olvidaos de ellos y pensad en los bienes espirituales. Ya sabéis que mi Hijo os da el ciento por uno, hijos míos. Amad nuestros Corazones, que ellos os preservarán de las asechanzas del enemigo.
    Os quiero desprendidos, hijos míos; quiero que os queráis como hermanos y que os humilléis, pues el hombre que se humilla en la Tierra es grande ante los ojos de Dios. Sed humildes, hijos míos, y no dejéis de rezar el santo Rosario todos los días; es mi plegaria favorita. Acercaos a la Eucaristía, hijos míos, dadle valor al Santo Sacrificio de la Misa; es la renovación de Cristo en el Calvario. Sed mansos y humildes de corazón.
    Y vosotros, almas consagradas, volved a vuestro ministerio y sed pastores limpios. No estéis ciegos, hijos míos; ¿no veis que Satanás quiere apoderarse de vuestras pobres almas? Volved a mí, que yo soy la Madre pródiga del hijo pródigo y mi Corazón Inmaculado os espera para protegeros.
    Vuelve a besar el suelo, hija mía, en reparación de tantos pecados que se cometen en mis almas consagradas…
    Y tú, hija mía, sé humilde, muy humilde; y repara los pecados de la Humanidad. No puedes tener gloria en la Tierra y gloria en el Cielo. Las almas víctimas tienen que ser víctimas en todo, hija mía.
    Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para vuestras pobres almas, hijos míos, para que se pueda trocar el hielo de vuestros corazones en fuego divino… Todos los objetos, todos los que rodean a este lugar, han sido bendecidos, hijos míos, con bendiciones especiales.
    Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
    Adiós, hijos míos. Adiós.

  • Gracias queridos hermanos en Cristo El Señor, gracias por este mensaje lleno de Esperanza, como bien dicen con Jesús y con María saldremos victoriosos, sigamos adelante propagando el Evangelio de Nuestro Amadísimo Señor Jesucristo!

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