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PRÉDICAS EN AUDIO. Solemnidad de la Sagrada Familia

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Como Vara de Almendro

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  • EL NIÑO JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO

    MENSAJE DEL DÍA 6 DE FEBRERO DE 1988, PRIMER SÁBADO DE MES,
    EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
     
         LA VIRGEN:
         Hijos míos, aquí está vuestra Madre para revelaros otro gran misterio de los que Cristo… (palabras en idioma extraño). Quiso dejar para su Iglesia este gran testimonio. Dios quiso hacer todos estos misterios en su creatura para un día dejar testimonio a los hombres: el testimonio de presentar a Dios el sacrificio. Mi Corazón sintió tanto dolor cuando mi Hijo desapareció de mi Corazón en el Templo… Vas a ver todo este misterio, hija mía; explícaselo a los hombres…
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Cuántas gentes! Hay muchos hombres y mujeres y niños. ¡Ay! Todos bajan por ese camino. ¡Cuántos van! ¡Muchos! ¡Huy! ¿A dónde irán todos juntos? Ahora hay uno que dice: “Las mujeres a un lado; los hombres a otro. Y los niños que vayan con las mujeres. Los mayores de trece años que vayan con los hombres y los menores con las mujeres”.
         Todos van por ese camino. Hacen cánticos. ¡Ay! La Virgen va también con todas ellas. Y Jesús va también. ¡Ay! José se va con los hombres. ¡Ay, cuántos ángeles van ahí al lado de la Virgen! ¡Ay, cuántos, muchos ángeles! ¡Ay, qué hermosura! ¡Ay, van por ese camino andando! ¡Ay, más allá hay muchas caravanas!¡Ay, con ca… (ininteligible), ay, huy! ¿Eso son mulas o qué es eso? También hay camellos. ¡Huy, todos van para allá! Todos hacen oración juntos. ¡Ay, cómo pasan, cómo pasan!… Paran en el camino. Las mujeres se juntan con sus maridos y sus hijos. Todos se paran a comer. Todos arrodillados hacen oración. Los ángeles y María y Jesús… Pero muchos no se arrodillan. ¡Ay, bendicen el alimento, se sientan en el suelo! ¡Ay, sacan alimento y comen! Jesús está ahí. José le parte el alimento y se lo da. María le tapa para que no tenga frío y le pone en el suelo un trozo de manta para que se siente. Comen. Vuelven a levantarse a dar gracias a Dios por el alimento que les manda para sustentar su cuerpo, para darle gloria y alabanza. Siguen el camino, ¡qué camino más largo, ayyy! Vuelven otra vez los hombres con los hombres; las mujeres y los niños juntos; siguen el camino. ¡Ay, cuánta gente! ¡Ay, ay! María le dice a Jesús que Él guíe sus pasos y alumbre los entendimientos para ver dónde pueden refugiarse esa noche.
         Todos están en un campo. ¡Ay! Los hombres y las mujeres se vuelven a juntar y a reunirse para pasar la noche. Los ángeles protegen a Jesús, María y José. Forman un corro y dentro de ese corro están los tres protegidos. No es todavía de día; se levantan todos, dan la orden de seguir el camino. Hay un letrero: “Jerusalén”. Todos van juntos, llegan a Jerusalén. ¡Qué Templo! ¡Huyyy! Ése es el mismo. ¿Y a qué vienen otra vez aquí? ¡Ay! Ahí se presentan todos. ¡Cuánta gente! Levantan los brazos en alto y ofrecen sacrificios a Dios Padre todos. San José, la Virgen y Jesús están juntos orando y pidiendo a Dios gracias para poder transmitir a la Humanidad… “El don de la sabiduría”, dice Jesús; la Virgen pide el don de la humildad; san José la humildad, la castidad, la obediencia. ¡Ah, todos juntos están orando con las manos en alto! Jesús se va de ahí. Uno lee un papel y dice: “Que todos los hombres y mujeres se reúnan en la plaza del pueblo para volver otra vez a sus hogares”.
         ¡Ah! Jesús se va, se esconde; con la cabeza la pone en el suelo. ¡Ay! ¿Qué haces? Se mete detrás de las columnas. Mira por entre las columnas. ¿A quién vigila? Se esconde. ¡Ay, se va para allá y se esconde! ¡Ah! La Virgen y san José se marchan. Pero ahí se queda Jesús. ¡Huy, todos se han ido! Están reunidos todos en la plaza. Vuelven a emprender el camino todos. ¡Ay! ¿Dónde se queda Jesús? ¡Ay, ay! Pero se quedan ángeles también ahí con Él. ¡Ay, su Madre se va! ¡Ay, te quedas tú solo! ¡Huy, sale del Templo! Va por las calles Jesús mirando todas las calles y recordando, ¡ay!, que un día tendrá que morir para salvar al mundo. ¡Ay, pobrecito, lo ve todo, pobrecito! ¡Anda…, qué frío! Vas a tener frío tú solo. ¡Ay, pobrecito! ¡Ay, se queda ahí!…; y su Madre, ¿dónde está? ¡Ay! Su Madre, ¿dónde está? ¡Con todos! Pero, ¡qué lejos ya! Se reúnen todos a comer. Viene José; mira por todas las partes. María mira a José buscando. Se pone la mano en el pecho.
     
         LA VIRGEN:
         José, esposo mío, ¿dónde está mi Hijo?
     
         SAN JOSÉ:
         Señora y paloma mía, creí que estaba con Vos.
     
         LUZ AMPARO:
         La Virgen se desmaya; se va a caer.
     
         LA VIRGEN:
         Lumbre de mis ojos, ¿dónde estás? Luz de mi alma, dueño de mi vida.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Qué angustia, qué cara, pobrecita! ¡Ah! Enseguida se reanima y le dice a José…
     
         LA VIRGEN:
         José, esposo mío, tranquilizaos; fui culpable por no tener cuidado de Él.
     
         SAN JOSÉ:
         No, esposa mía, paloma mía, el culpable fui yo, que creí que estaba con Vos y no miré.
     
         LA VIRGEN:
         Mi Corazón se parte de dolor, esposo mío. No puedo proseguir el viaje; volvámonos, que mi Corazón no encontrará sosiego hasta que no encuentre a la lumbre de mis ojos, al Rey de mi vida.
     
         LUZ AMPARO:
         Se vuelven; van preguntando a todos…
     
         LA VIRGEN:
         ¿Habéis visto a mi Hijo? ¿Habéis visto a mi Hijo?
     
         LUZ AMPARO:
         Responden que no, que en todo el camino no lo han visto. ¡Cómo se angustia, pobrecita! ¡Ay! José quiere animar a la Virgen.
     
         SAN JOSÉ:
         Esposa mía, no desfallezcáis de dolor, que mi corazón también desfallece. Me creo culpable.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay, pobrecito! Mira al cielo y dice la Virgen…
     
         LA VIRGEN:
         Dios, mi Creador, ¡qué pronto habéis hecho desaparecer la luz de mis ojos!
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay, pobrecita!
     
         LA VIRGEN:
         Yo sabía que tenía que entregarle, pero pensé que todavía no era el tiempo. Pero, gracias, Dios mío, por haberme dado estos años de riqueza con su niñez y esta doctrina. Luz de mi alma, mi Corazón se traspasa de dolor, casi mi garganta no puede hablar; ¿dónde estáis luz de mi alma? Y vosotros, compañeros y vasallos de vuestro Dios, ¿no me podéis revelar dónde está mi Hijo?
     
         LUZ AMPARO:
         Los ángeles no responden. ¡Ay, pobrecita, decidle dónde está! La consuelan. ¡Ay, pobrecita!
     
         LOS ÁNGELES:
         Señora y Reina del Cielo, consolaos; Dios quiere obrar en Vos estos misterios.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Cómo se angustia la Virgen, pobrecita! ¡Cómo llora, cómo le caen las lágrimas! ¡Ay, pobrecita! San José llora también.
     
         LA VIRGEN:
         Apresuraos, esposo mío.
     
         LUZ AMPARO:
         Mira la Virgen al cielo y dice…
     
         LA VIRGEN:
         Dios, mi Creador, ¿no me queréis revelar dónde está mi Hijo? Pienso que Arquelao… si habrá cogido a mi Hijo y lo habrá metido en prisión y estará recibiendo malos tratos…
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay, ay, pobrecita, cómo llora, cómo pregunta, pobrecita, ay!
     
         LA VIRGEN:
         Lumbre de mi alma, fuego de mi Corazón, ¿os he tratado mal? ¿He sido indigna de ser vuestra Madre? Pero por estos años que habéis permitido que sea vuestra Madre real, concededme ver dónde estáis. Mi pensamiento es: ¿se habrá ido al desierto a hacer compañía a Juan? ¡Hijo de mi vida! ¿Estáis deseoso de sufrir por los hombres aún sin haber llegado vuestro tiempo? José, preparaos; iremos al desierto a ver si lo encontramos con Juan el Bautista.
     
         LUZ AMPARO:
         Se acercan los ángeles y le dicen: “Señora, Reina de Cielos y Tierra, vuestro Hijo está cerca, no está tan lejos”.
         Va por las calles preguntando.
     
         LA VIRGEN:
         Mujeres de Jerusalén, ¿habéis visto a un Niño de unos doce años, rubio, con los cabellos como el oro, su cara blanca, su alma como la leche y sus manos coloradas de sangre?
     
         LUZ AMPARO:
         “¿Cómo es el Niño?”, dice esa mujer que viene.
     
         LA VIRGEN:
         Es rubio, de doce años, con una belleza incomparable y una hermosura en su rostro que ningún ser humano puede tener.
     
         UNA MUJER:
         ¡Ah! Ese Niño estaba ayer por aquí; vino a mi casa a pedir limosna; le di limosna y le metí en mi casa a comer. Era un Niño distinto a los demás niños. Dentro de mí se obró algo que desde ayer mi alma siente una paz que nunca ha tenido.
     
         LUZ AMPARO:
         Vienen otras tres mujeres y dicen lo mismo. ¡Ay, ay, pobrecita! ¿Dónde estará? ¡Ay!
     
         LA VIRGEN:
         ¿Dónde os puedo buscar, lumbre de mi Corazón, Hijo de mis entrañas? ¡Ya sé: iré a los hospitales, a los asilos, adonde los pobres; allí es donde podéis estar! José, esposo mío, vamos a los hospitales, a los asilos, a preguntar si ha pasado algún niño por ese lugar.
     
         LUZ AMPARO:
         La Virgen pone la cabeza en el suelo, José también.
     
         LA VIRGEN:
         Dios, mi Creador, iluminadme, para ver dónde está mi amado Hijo. Se me ha ido el sol que me alumbraba, la lumbre que me calentaba. Mi cuerpo está sediento del amor de mi Hijo. Mi alma no puede vivir sin Él. Dios, Creador y Majestad Divina, aquí está vuestra esclava, para que clavéis sobre su Corazón todas las espadas de dolor que Vos queráis. Pero que me alumbre la luz que se me ha ido.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay, ay, pobrecita! Llega a los hospitales. Hay enfermos ahí.
     
         LA VIRGEN:
         Hijos de Jerusalén, contestad a esta Madre dolorida: ¿habéis visto a un Niño de doce años blanco como una paloma?
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay! Todos se acercan.
     
         ENFERMO:
         El Niño que vino ayer estuvo visitándonos, nos trajo alimentos y doctrina. ¡Cómo hablaba! Curó a muchos paralíticos, hizo ver a muchos ciegos. ¿De dónde es ese Niño?
     
         LA VIRGEN:
         Algún día sabréis de dónde es. Todavía no ha llegado la hora.
     
         ENFERMO:
         También estuvo en los asilos llevando alimento a los pobres. Hizo grandes prodigios en las almas.
     
         LA VIRGEN:
         Ya sabía yo que no podíais estar en otro lugar. Pero todavía no ha llegado el momento, Hijo mío. No pienses, Hijo mío,… (ininteligible). Es que mi Corazón está transido de dolor. José, sólo puede estar en el único lugar que falta; vayamos al Templo.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ahí está Jesús! ¡Huy, con todos ésos de barbas! ¿Y qué son? ¿Qué tienen en la cabeza: esos gorros con esas bolas, vestidos de colorado? ¡Oy!, ¿quién son? ¿Cuántos hay ahí? Están ahí en un corro todos. ¡Huy, Jesús se sienta ahí! ¡Ay! Explican ésos…
     
         DOCTOR DE LA LEY:
         Vamos a ver, aquí hay muchas dudas de muchas habladurías que se van diciendo por ahí. Dicen que el Mesías ya ha venido al mundo. Se han obrado muchos milagros —dice la gente— con el Bautista, y que el Mesías está entre nosotros; que el Mesías ya ha venido.
     
         LUZ AMPARO:
         Empiezan a hablar; se ríen, y unos dicen…
     
         DOCTOR DE LA LEY:
         ¿Cómo va a venir el Mesías, si el Mesías tiene que venir con un gran poder para liberar a su pueblo y dar muerte con guerra a todos los enemigos?
     
         LUZ AMPARO:
         Unos dicen…
     
         DOCTOR DE LA LEY:
         Creo que estáis equivocado, el Mesías creo que está en la Humanidad, que nació en Belén, que se vio una luz con una estrella.
     
         DOCTOR DE LA LEY:
         ¡Nada de palabras ni habladurías!
     
         LUZ AMPARO:
         Dicen los otros: “El Mesías vendrá temporalmente y redimirá al mundo temporalmente y pondrá orden temporalmente”.
         Jesús está oyendo, se levanta, se presenta en medio, y todos se miran.
     
         DOCTOR DE LA LEY:
         ¿Quién es este Niño con esa belleza extraordinaria?
     
         LUZ AMPARO:
         Jesús dice: “Os estoy oyendo cómo disputáis, cómo dudáis. ¿Qué doctrina podéis enseñar? De acuerdo, vendrá el Mesías como vosotros decís, lleno de poder y majestad y dará muerte a sus enemigos; pero os olvidáis de que ésa es la segunda venida. En la primera venida vendrá el Mesías; será hecho oprobio, escarnio; será crucificado; será despreciado; será humillado. Así es cómo redimirá a su pueblo. Y no será, como vos decís, una gloria temporal, será una Gloria eterna, lo que vendrá a enseñar a los hombres; una doctrina con una Iglesia y unos sacramentos, para que los hombres puedan salvarse. ¡Ay, ciegos!”.
         Todos decían… ¡Ay, mirad cómo dicen como decían antes!: “¿Quién es este Niño, esta sabiduría a esta edad?”.
     
         JESÚS:
         No sabréis quién soy hasta que llegue el tiempo; pero pensad que el Mesías vendrá primero a redimir el mundo con la Gloria eterna, y después vendrá a juzgar y vendrá a prender fuego a la Tierra contra sus enemigos. Ésta será la segunda venida; pero la primera os habéis olvidado de ella.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay, cómo llegan ahora! Se sientan san José y la Virgen. La Virgen se coge el corazón de alegría. Está escuchando a su Hijo…
         “Sí —dice a todos esos hombres—, formaré una Iglesia, y en mi Iglesia habrá un solo rebaño”. Pero los hombres no lo oyen.
         Oye una voz: “No ha llegado el tiempo de explicar tan claramente esta doctrina”.
         Pero la Virgen entiende todo, estas palabras, y ve la Iglesia, ve la Eucaristía —¡huy!—. Ve los sacerdotes, míralo. ¡Cómo va a existir la Comunión! ¡Ay, ay, ay…, todo lo siente! ¡Ay, cómo se llena de gozo la Virgen! Ve todo, todo: cómo la Iglesia está ahí; cómo el sacerdote da la Comunión; el Sagrario… Levanta los ojos al cielo y dice: “Dios, mi Creador, Divina Majestad, gracias por haberme llenado de todos estos misterios. No soy digna de todas estas gracias”.
         Jesús mira a su Madre muy serio; y la Virgen, que siente dentro una sabiduría. ¡Ay, ay! ¡Huy, qué grandeza! ¡Ay, lo que…! ¡Ay! ¡Huy, huy, huy, qué grandeza, ay!
     
         JESÚS:
         Ya hemos acabado, doctores. Cumplid con las Leyes, pero no las leyes que vosotros queráis poner a vuestro antojo.
     
         LUZ AMPARO:
         Todos se miran y todos se van cuchicheando: “¡Nos ha dado una sabiduría este muchacho! No podemos alcanzar a ver quién es, pero, ¡tiene una sabiduría!…”.
         Se acercan José y María.
     
         LA VIRGEN:
         ¡¡Hijo mío!!
     
         LUZ AMPARO:
         Se acerca, le besa los pies. ¡Ay, qué grande eres! Le besan los pies a Jesús y le dice la Virgen: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto, Hijo mío? Tu padre y yo te estamos buscando por todas partes”.
         Jesús se pone muy serio. ¡Huy, pobrecita!
     
         JESÚS:
         ¿Por qué me buscáis? ¿No sabéis que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre Celestial? ¿No sabéis que tengo que enseñar las doctrinas, para que los hombres reparen el pecado de Eva?
     
         LA VIRGEN:
         Sí, Hijo, perdonadme.
     
         LUZ AMPARO:
         Dice la Virgen…
     
         LA VIRGEN:
         Me creí no ser digna de ser vuestra Madre. Creí haber faltado a mis cuidados de Madre, y por eso había desaparecido la luz de mis ojos. ¡Perdonadme, Hijo mío!
     
         SAN JOSÉ:
         Y a mí también perdonadme. Yo también estaba preocupado por vuestra ausencia.
     
         LUZ AMPARO:
         Jesús bendice a José y María. Los coge del brazo, los levanta y los tres salen del Templo. ¡Ay, qué alegría! ¡Ay, Dios mío!…
     
         LA VIRGEN:
         Así, hija mía, seguiré haciéndote ver otros misterios.
         Sed firmes, hijos míos, con fortaleza; pensad que la fortaleza no daña a la caridad y ¡ay de los hombres que por causa de ellos no llegue a realizarse mi Obra!…
         Trabajad, hijos míos. Haced apostolado. Sed humildes. Y ¡fuera el ocio y la pereza! Anteponéis las cosas del mundo a vuestro Dios, hijos míos. ¡Qué pena me dan vuestras almas! Humildad os pido y diligencia, hijos míos, para obrar. No pongáis tasa a Dios para vuestras obras. Rezad todos los días el santo Rosario, que muchos de vosotros no lo rezáis, hijos míos. Sabéis que me agrada esa plegaria, y ¡qué poco correspondéis a mi amor!
         Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos…
         Amad a la Iglesia, hijos míos. Si amáis a Cristo, tenéis que amar a la Iglesia.
         Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
         Frecuentad este lugar, que es poco frecuentado por vosotros, hijos míos.
         Humildad te pido, hija mía.
         ¡Adiós!

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