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LA ICONOGRAFÍA BERGOGLIANA Y LO QUE PREPARAN PARA ESTE 2024

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Written by Padre Bonifacio

La historia de la Iglesia es muy rica en producción artística. Desde los cristianos que se reunían en las catacumbas romanas, dejando en ellas muestra de imágenes que representaban pasajes evangélicos, hasta las grandes obras escultóricas y pictóricas que han edificado la fe y la devoción de los fieles, el arte ha sido un instrumento al servicio de Dios, el evangelio de los pobres durante muchos siglos, pues todos podían leer las verdades de la fe en el arte sacro, aun los que no sabían leer para poder acceder por sí mismos a la Sagrada Escritura, libros de espiritualidad o Catecismos, o carecían de esos libros.

Superadas las luchas iconoclastas con el fuerte argumento de la economía de la encarnación y según la definición paulina de Cristo como «imagen de Dios invisible» (Col 1,15; cf. 2 Co 4,4), la Iglesia ha dado a la humanidad una pléyade de obras de arte que nos acercan a la belleza en unidad indisoluble con la verdad y con el bien. La estética artística estaba penetrada al mismo tiempo de bondad para mover a los hombres a vivir rectamente evitando el mal y amando el bien, y preñada de verdad para dar a luz la comprensión de las verdades de la fe que nos alcanzan la salvación. La Revelación se pintaba, el Magisterio se esculpía, Jesucristo se dejaba encontrar por medio de tantas imágenes que servían de puente a los fieles para abrirse a la trascendencia, para conocer la verdad. Y así las verdades de la fe se desgranaban en los rasgos, en los gestos, en los detalles, en los símbolos usados por los artistas para transmitir la fe y acercar al misterio. En Oriente, los monjes pintaban en oración sus iconos. En Occidente, los místicos representaban las realidades del más allá, la gloria, el purgatorio, el infierno, los misterios de la vida de Cristo, o las apariciones de la Santísima Virgen.

Pero progresivamente, desde hace alrededor de un par de siglos más claramente, el arte en general ha ido abdicando en un alto grado de su función, a la vez que la sociedad daba la espalda a Dios y se iba «satanizando». La fealdad tomó en una gran medida los campos de la música, de la pintura, de la escultura, de la arquitectura, de la literatura, etc. La estética de lo antiestético, la lógica del absurdo y la negación de la verdad, la «ética» de la amoralidad o de la maldad, se extendieron como una mancha de aceite, «iluminando» con su oscuridad las mentes y el imaginario de la sociedad, en contraste con la luz que había alcanzado a las generaciones precedentes.

Pero esta realidad ocurrida entre los no cristianos o entre los enemigos de Cristo, o entre los cristianos que se dejaron deslumbrar por los cantos de sirena de ese falso evangelio encarnado por medio de formas transgresoras, alcanzó de lleno finalmente el seno de la Iglesia, o mejor dicho, de la falsa iglesia abducida por la apostasía silente pero sórdida de la pendiente hacia el abismo por la que se ha ido precipitando gran parte de la Jerarquía y de los fieles en las últimas décadas. Como un cáncer con infinidad de metástasis, la muerte ha penetrado grandes áreas de la Iglesia, carcomiendo y robando la vida de diócesis, parroquias, congregaciones religiosas y otras realidades eclesiales. La nueva estética llegaba a la Iglesia necesariamente, en consonancia y al servicio de las herejías más o menos camufladas y del relativismo moral que se iba extendiendo. La rebeldía, el non serviam de Lucifer, el pecado, engendraba sus frutos, y éstos extendían sus semillas de veneno dentro del campo de Dios, lo que nos recuerda las palabras del evangelio: «Algún enemigo ha hecho esto» (Mt 13,28).

A pesar de ya estar sembrada esa semilla y haber penetrado «como el humo de Satanás», en palabras de Pablo VI, por tantos lugares en la Casa de Dios, los Papas posteriores lucharon contra ese mal, especialmente Benedicto XVI, quien fue un amante de la belleza y un defensor de la verdad frente a la dictadura del relativismo. Pero su remoción supuso la entrada de la tiranía de la antiestética, de la inmoralidad y de la apostasía en los recintos vaticanos como nunca antes. El «antipontificado» de Bergoglio tiene sus expresiones «artísticas» correspondientes.

Desde Trento están prohibidas en las iglesias las imágenes y representaciones contrarias al dogma o que lleven a confusión. Dice el Concilio: «Enseñen con esmero los Obispos que por medio de las historias de nuestra redención, expresadas en pinturas y otras copias, se instruye y confirma el pueblo recordándole los artículos de la fe, y recapacitándole continuamente en ellos: además que se saca mucho fruto de todas las sagradas imágenes, no sólo porque recuerdan al pueblo los beneficios y dones que Cristo les ha concedido, sino también porque se exponen a los ojos de los fieles los saludables ejemplos de los santos, y los milagros que Dios ha obrado por ellos, con el fin de que den gracias a Dios por ellos, y arreglen su vida y costumbres a los ejemplos de los mismos santos; así como para que se exciten a adorar, y amar a Dios, y practicar la piedad. Y si alguno enseñare, o sintiere lo contrario a estos decretos, sea excomulgado. Mas si se hubieren introducido algunos abusos en estas santas y saludables prácticas, desea ardientemente el santo Concilio que se exterminen de todo punto; de suerte que no se coloquen imágenes algunas de falsos dogmas, ni que den ocasión a los rudos de peligrosos errores» (Trento, Sesión XXV).

Como por una galería de los horrores, vamos a hacer un sucinto repaso de algunos hitos de este ataque frontal a la Iglesia usando el ariete de la desnaturalización del arte y de la iconografía en particular.

Primeramente, recordemos a quién puso Bergoglio al frente de la Pontificia Academia para la Vida: a Mons. Vincenzo Paglia, quien había contratado a un pintor homosexualista para decorar su catedral con pinturas homoeróticas en las que se representa al propio monseñor y al mismo Jesucristo como homosexuales participantes de una orgía. Monseñor sólo puso una condición al «artista»: que no representase la penetración (anal) en sus «frescos». La teología representada en su catedral es la que pretende llevar a cabo en la Academia para la Vida: Para él, la ley italiana del aborto es «un pilar de nuestra vida social», y ante el proyecto de ley de la eutanasia se mostró favorable a que fuese legalizada, por más que luego la Oficina de Prensa de la Pontificia Academia para la Vida emitiese una «aclaración» tratando de explicar aquellas declaraciones. También apoya la legalización de parejas homosexuales, entre otras cosas. Esto es lo que quiere Bergoglio, al escoger para ese cargo a semejante monseñor, y mantenerlo mientras realiza su labor de destrucción.

Pero el mismo Vaticano ha dado muestras de representaciones artísticas acordes al nuevo anti-magisterio. Si repasamos las más representativas esculturas presentadas en Roma en los últimos años, encontramos una estatua de Lutero, una estatua de San Miguel Arcángel tan extraña que no se sabe si vence al diablo o él es el mismo diablo disfrazado de ángel de luz «derrotando» a San Miguel, o las archifamosas imágenes de las «pachamama», que en realidad no eran pachamamas sino algo peor.

Sin haberse dado ninguna explicación oficial de lo que eran aquellas horrorosas imágenes llevadas al Vaticano con el pretexto del Sínodo de la Amazonía, el canal informativo de la Santa Sede Vatican News explicó que se trataba de «Nuestra Señora de la Amazonía». Pero como eso más parecía un insulto blasfemo que una explicación, para acallar las críticas, casi dos semanas después Paolo Ruffini, Prefecto del dicasterio para la Comunicación del Vaticano salió sin mucha base a intentar explicar: «Creo que fue una estatua que banal o fundamentalmente representaba la vida y basta. Creo que ver símbolos de paganismo o de otro tipo es ver el mal donde no hay. Me parece que es una figura femenina que no tiene ningún valor sagrado o pagano». Explicación confusa donde las haya. Hasta que finalmente se dijo que representaban a la Pachamama, versión que ha quedado como oficial, pero que sin embargo es una nueva explicación fantasiosa.

Si son Pachamamas quiere decir que son demonios. Pero la realidad era bastante peor, pues la Pachamama es una deidad pagana de la zona andina, no amazónica, y no se representa con un feto en el vientre. El «Sínodo amazónico» sirvió de pistoletazo de salida para que la falsa iglesia (la mujer ramera del Apocalipsis) dé paso (como en un parto) ya en breve al que trae en su seno (ese feto rojo); y la falsa iglesia evidentemente no puede traernos a otro que no sea el falso cristo, es decir el anticristo. Así lo han explicado algunos exorcistas. Por eso el acompañamiento de voltear a San Miguel y a Lucifer es muy apropiado. Y también el culto a Lutero, necesario para intentar «reconciliar» a la Iglesia con la herejía, es decir, para abandonar la defensa de la verdad y el depósito de la fe, única forma en que puede llegar la falsa iglesia a tomar Roma, como profetizó la Santísima Virgen en La Salette.

En la normativa de custodias y sagrarios se prohíbe que haya en ellos imágenes porque no se puede dar la impresión de que adoramos la imagen. Eso excluye la posibilidad de custodias que representan a la Virgen (y la Sagrada Hostia estaría en el «vientre» de la imagen), como en la horrorosa custodia que Bergoglio usó en la JMJ de 2019. Cualquier imagen de la Virgen debe estar separada, no sobre el altar dedicado a la adoración del Santísimo Sacramento. Pero es que ya se han llegado a realizar custodias con la figura de la «pachamama». O la custodia que usó en Fátima Bergoglio que se asemejaba a una cabeza de Medusa. El bergoglianismo se extiende profanando lo más sagrado.

Pero quizá tendríamos que haber comenzado este elenco con el famoso crucifijo masónico y ocultista de Bergoglio, puesto de moda entre los Obispos cenizos seguidistas de las modas «artísticas» actuales. Sobre el mismo hay abundantes explicaciones en muchos sitios, así que no insistimos en desentrañar todo el simbolismo satánico que encierra un «crucifijo» que -digamos esto- no representa al Buen Pastor, sino al ladrón y salteador que conduce a la muerte, pues viene no a dar su vida sino a robar, matar y destruir. Sin duda podríamos seguir con las «férulas papales» que representan cruces invertidas (como la «señal de la cruz» y las «bendiciones» que realiza Bergoglio, invertidas), o son simplemente bastones de brujería wicca.

En cuanto a las representaciones pictóricas, recordamos primeramente la proyección de imágenes sobre los edificios del Vaticano, con motivo de la Laudato Si, profanando los muros vaticanos con imágenes de fieras y bestias, como lobos, entre otros. Los lobos con piel de oveja se están quitando la piel y las caretas.

No olvidamos los sellos filatélicos vaticanos con las mascarillas tapando las caras, o las monedas vaticanas en honor de la diosa pagana Gaia o Madre Tierra (acuñada en 2020, representando a una joven embarazada que lleva el mundo en su vientre y con trigo en el pelo) o las monedas ensalzando los experimentos inyectables de modificación genética consagrados a Satanás con sacrificios humanos de abortos. La teología de la iconografía de estos sellos y monedas no puede ser más clara: cualquiera puede leer en ellos el anti-evangelio que pretenden implantar con engaños y con tiranía. Jesucristo no es glorificado sino burlado sacrílegamente. No se lleva a las almas a la salvación sino a la muerte física y a la muerte eterna.

Tampoco olvidamos los símbolos pederastas por todos lados en la casulla y en el paño de hombros que usó Bergoglio en la JMJ de 2019. Era claramente el logotipo utilizado por pedófilos y pederastas para identificarse entre ellos y exponer sus «preferencias», conocido como BLogo, o también como «Boy Lover».

Ni olvidamos la imagen de la «Virgen» desatanudos que en realidad era el demonio, con una cara infernal, y en vez del manto que cubre la cabeza a la Virgen, una escuadra.

Capítulo aparte merecen los «logos» de las jornadas y eventos eclesiales y su sentido pictórico figurativo. Todos están cortados por el mismo patrón, y varios de ellos son obra del jesuita Marko Rupnik, abusador de decenas de religiosas, con dos de las cuales mantenía una relación no sólo sacrílega, sino llegando a altas cotas de engaño demoniaco y grotesca burla a la Santísima Trinidad; aunque expulsado de los jesuitas, todavía sigue muy protegido en Roma mientras tratan de silenciar a sus víctimas. Lo cierto es que las imágenes curvas, los trazos minimalistas, la estética simplona, realmente fea, la simbología oscura, nada clara, los colores chillones y próximos al arco iris homosexualista, todo ello, hace de estos logos un ejercicio de maldad y de nulo sentido católico, muy acorde con la confusión, la ambigüedad, y las agendas ocultas que caracterizan este «antipontificado».

El último que nos muestran es el logo del 53º Congreso Eucarístico Internacional, a ser celebrado en Quito en setiembre de este 2024.

Por más que Quito esté a pocos km de la imaginaria línea del ecuador , ¿qué pinta ese mensaje de 0º en un logo de un Congreso Eucarístico? Las coordenadas geográficas que tiene Quito son latitud -0,2298500, y longitud -78,5249500. ¿Y qué pintan esas líneas curvas e incompletas, como queriendo anular la cruz, el corazón, y el sol o lo que quiera representar esa cuasi-circunferencia amarilla, que no puede referirse a la Sagrada Hostia, por más que lo digan? ¿Y los dos segmentos circulares de abajo, qué quieren representar?, ¿el mundo que gira, platillos,…?

Lo que está claro es que, una vez más, la simbología es confusa, no hace referencia a elementos de la iconografía cristiana, y da pie a pensar que se trata de mensajes ocultistas y masónicos. Los 0º y la imagen en sí, dan pie a pensar en un compás y una escuadra masónicos, y en un giro de compás que marca un «reinicio» señalado por el mensaje críptico de 0º. Como el supuesto objeto del congreso es la Eucaristía, ¿este logo está diciendo que en 2024 se dará el «reinicio de la Eucaristía», es decir, de su abolición mediante la introducción de cualquier elemento que anule la transubstanciación? ¿Está marcando este congreso, que pretenden realizar del 8 al 15 de setiembre de 2024, es decir, en las jornadas previas a la conclusión del «Sínodo de la Sinodalidad», la abolición de la Eucaristía, como fruto de este falso Sínodo?

Lo cierto es que el tema del congreso es «fraternidad para sanar el mundo». Como vemos, la temática es horizontal, humanista, antropocentrista, no centrada en Cristo presente en la Eucaristía. Una forma de negar a Cristo y el misterio de la transubstanciación, porque la verdadera salud, la verdadera sanación, vienen de Cristo que se ofrece en cada Santa Misa por la redención del mundo, y a quien adoramos en la Santísima Eucaristía. La sanación no viene de la fraternidad abstracta de nuestra común humanidad. Sólo por medio de Cristo podemos ser hijos de Dios y hermanos, y sólo por sus heridas recibimos la cura que necesita nuestra enfermedad.

Este congreso, a celebrarse en el 150º aniversario de la consagración de Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús -primer país consagrado al Sagrado Corazón-… ¿viene a revertir esa consagración?, ¿pretende robarle al Señor no sólo Ecuador sino todo el mundo? Hace 150 años la masonería mandó asesinar al presidente de Ecuador Gabriel García Moreno por haber realizado esa consagración. Él sabía que lo iban a matar, pero no cedió y murió mártir. Hoy la masonería infiltrada en la Iglesia quiere profanar no sólo el recuerdo de Gabriel García Moreno y aquella consagración, sino lanzar sus garras sobre Quito para señalar el giro del compás, ese reinicio que pretende borrar la huella del cristianismo en Ecuador y en el mundo, muy posiblemente anulando el Santo Sacrificio.

No abundamos en la descripción de otros logos que fueron usados estos años. En ellos hay elementos bastante evidentes masónicos, satanistas, como de la O.T.O., del uroboros, amplia simbología homosexualista, una verdadera iconografía al servicio del engaño, de la apostasía, enemiga de la cruz, en fin, la iconografía bergogliana, acorde a un «antipontificado» destructor de la Iglesia, enemigo de la salvación, que promueve la confusión y las herejías, y que queda bien representado por esta estética de lo feo, del mal y de la falsedad.

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Padre Bonifacio

Sacerdote español misionero, superviviente de no pocas batallas por la gracia de Dios, con humor para reírse de sí mismo y celo por todas las almas.

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