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LA DIVINA TRAGEDIA

“Es preciso que Jesús ponga de nuevo sus pies sobre la tierra y espero este suceso del que sé que debemos ser los testigos y que llenará de estupefacción y espanto a quienes deberían pronosticarlo y desearlo, aquellos que se apacientan a sí mismos en lugar de apacentar el rebaño del Señor, siendo esos simulacros de las naciones que tienen boca para no hablar y ojos para no ver”

Leon Bloy a Ernest Hello, carta de 18 de agosto de 1880.

 

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Nota del autor: La fotografía que ilustra la portada de este trabajo está tomada en la ciudad de Sevilla, un día de finales de agosto de 2020.

«1. Esta es ya, queridos, la segunda carta que os escribo; en ambas, con lo que os recuerdo, despierto en vosotros el recto criterio.
2. Acordaos de las predicciones de los santos profetas y del mandamiento de vuestros apóstoles que es el mismo del Señor y Salvador. 3. Sabed ante todo que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias pasiones, 4. que dirán en son de burla: «¿Dónde queda la promesa de su Venida? Pues desde que murieron los padres, todo sigue como al principio de la creación». 5. Porque ignoran intencionadamente que hace tiempo existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida entre las aguas por la Palabra de Dios,  6. y que, por esto, el mundo de entonces pereció inundado por las aguas del diluvio, 7. y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los impíos. 8. Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día. 9. No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión. 10. El Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá. 11. Puesto que todas estas cosas han de disolverse así, ¿cómo conviene que seáis en vuestra santa conducta y en la piedad, 12 esperando y acelerando la venida del Día de Dios, en el que los cielos, en llamas, se disolverán, y los elementos, abrasados, se fundirán? 13. Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia.
14. Por lo tanto, queridos, en espera de estos acontecimientos, esforzaos por ser hallados en paz ante él, sin mancilla y sin tacha.»

2 Pedro 3, 1-14

«3. Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, 4. el Adversario que se eleva sobre todo lo que  lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios. 5. ¿No os acordáis que ya os dije esto cuando estuve entre vosotros?
«6. Vosotros sabéis qué es lo que  le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno. 7. Porque el misterio de la impiedad ya está actuando. Tan sólo con que sea quitado de en medio el que  le retiene, 8. entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la Manifestación de su Venida.”

2 Tesalonicenses 2, 3- 8

INTRODUCCIÓN DE NECESARIA LECTURA.-

Los que habitualmente vamos a misa los domingos, de manera asidua desde nuestra niñez y juventud  -actualmente  tengo 54 años-;  y por causa de diversos traslados de domicilio hemos pasado ya por varias parroquias de distintas diócesis españolas, estamos en condiciones de constatar una cosa: la Iglesia Católica en España no predica sobre Esjatología, es decir, no predica sobre esa parte de la Teología que estudia el destino último de la humanidad y del universo. O al menos, para ser objetivo y riguroso en esta apreciación, digamos que no he tenido experiencia de haber oído ningún sermón sobre tema esjatológico en ninguna misa a la que a lo largo de mi vida haya asistido, en ninguna iglesia, de ninguna de las diócesis donde he estado periodos más o menos largos de mi existencia. Ni siquiera en la misa de ayer, día de la Asunción de la Virgen, en mi actual parroquia hubo sermón sobre Esjatología, y ello pese a que el tema estaba sobradamente puesto en suerte,  pues la primera lectura era Apocalipsis, capítulo 12.  Quizás el lector pueda completar esta apreciación empírica con su propia experiencia, corroborando o desmintiendo, aunque sea parcialmente, esta impresión: la Iglesia Católica en España no predica sobre Esjatología.

Puesto que hace desde hace décadas, salvo contadísimas excepciones  -de alguna he sido testigo-,  la Iglesia en España no predica acerca de una de las razones de nuestra esperanza,  he querido poner a modo de jambas de este artículo, dos textos de las Sagradas Escrituras que contienen, muy sintéticamente, los temas nucleares o fundamentales de la Esjatología. El primer texto (2 Pedro 3, 1 -14), por calificarlo con términos modernos, es la segunda “encíclica” que tenemos del primero de los papas, San Pedro; y el segundo texto (2 Tesalonicenses 2, 3-8), es una de las “cartas pastorales”   -llamémosla así, usando igualmente una denominación moderna-  del apóstol San Pablo.

Sí, es cierto que hay referencias a la Esjatología en el Catecismo oficial de la Iglesia, concretamente en los numerales 675-677, como no podría ser de otra manera, pues son verdades de fe,  y sería ya dramático que ni siquiera fueran mencionadas en el Catecismo. Pero, ¿quién lee el Catecismo oficial inquiriendo o buscando aquellos temas sobre los que los curas no predican?  Peor aún:  ¿Qué se nos ha enseñado sobre Esjatología en las catequesis de primera comunión y de confirmación? Convengo en que a lo mejor no es conveniente mencionar el tema esjatológico a los niños de primera comunión, pero a la confirmación van adultos jóvenes,  -y otros no tan jóvenes-, en quienes puede presumirse suficiente madurez intelectual y de fe como para asimilar el tema de las últimas realidades.  Por eso, porque está oculto, es imperativo descorrer el tupido velo de silencio que se cierne sobre la cuestión esjatológica, es necesario hablar de ello en la predicación, es necesario mencionar estos temas en los sermones en misa, porque entre las distracciones, el trabajo, las obligaciones, los problemas de la vida corriente, el covid, y las especulaciones sobre si nos recluirán de nuevo, y si nos dejarán sin sacramentos otra vez  -¡brutal signo de los tiempos!- , el fiel común no tiene tiempo, ni ganas, de acudir a inquirir por su cuenta a las fuentes doctrinalmente dignas de confianza. Somos muy pocos los católicos que vamos a misa regularmente, y si encima a esos pocos no se nos predica sobre este tema, facilitándonos saber sobre estas fundamentales verdades de fe, ya me dirá el lector qué sucede con la inmensa muchedumbre de bautizados que acaso aparece por la iglesia a oír una misa cuando tiene lugar una boda, un entierro o un bautismo o una celebración de la hermandad. Sucede que se cumple aquello que dijo el profeta Oseas:  Mi pueblo perece por falta de conocimiento. Ya que tú has rechazado el conocimiento, yo te rechazaré de mi sacerdocio, ya que tú has olvidado la Ley de Dios, también yo me olvidaré de tus hijos (Oseas 4, 6).

Por eso, alguien tiene que romper el tabú sobre estos temas esjatológicos, alguien tiene que quebrar esta especia de omertá no declarada, pero practicada.  Hasta hace unos seis años tampoco sabía yo nada de este tema, para mí la fe era sustancialmente creer que Cristo murió en la cruz por nuestra Redención, resucitó de entre los muertos, y nos dejó unas directrices morales por las que guiarnos para salvar nuestras almas, teniendo la oportunidad de arrepentirnos de nuestros pecados hasta el último instante de nuestra existencia. Y también que Él volvería… Sí, creía que volvería, tal vez en un futuro archilejanérrimo, en una fecha tan remota y envuelta en las nieblas de lo incógnito que Su vuelta no me concernía.  Pero hace unos seis años, no recuerdo por qué razón, me pregunté si alguna vez la Virgen María se había aparecido en España, alguien  que hoy es un estimado amigo me dijo que sí, en varias ocasiones; y tras descubrir que las apariciones de la Virgen iban más allá de un mero enseñar a rezar el rosario a unos niños, o instruir a alguna monja sobre prácticas más acendradas de piedad y virtud  -tal era la imagen que tenía sobre las apariciones marianas, incluso la de Fátima-, empecé a interesarme en la Esjatología, pues esjatológicos  -y muy duros-  son los mensajes de la Virgen cada vez que se aparece, y ello me condujo a frecuentar la conversación lectora, por así decirlo, con el padre Leonardo Castellani, con el venerable Bartolomé Holzhauser, con San Vicente Ferrer, con Bug de Milhas,  con la beata Isabel Canori Mora, etc.   Hasta Juan Manuel de Prada, a quien leo habitualmente en ABC, ha tocado por encima el tema en algún que otro artículo suyo.

La Esjatología es cuestión fundamental en el contenido de nuestra fe católica, porque da razón de nuestra esperanza, porque explica hacia qué destino se dirige la humanidad en su conjunto y, por último, porque a alguna generación de cristianos todo esto la cogerá por banda y la partirá por el eje de flotación.

Por todo ello, habiendo pasado de ignorante a aprendiz sobre el tema, y habiendo estado tan errado sobre cuestión tan fundamental, empezaré por desmentir algunas falsas creencias comunes entre los fieles católicos, graves errores en materia de fe, fruto de ese desconocimiento.

Primero.- Algunos creen que Cristo no volverá, o en el mejor de los casos,  creen que si ha de volver lo hará dentro de millones y millones y millones de años, tantos como para dar tiempo a que los dinosaurios aparezcan de nuevo en el mundo y se extingan otra vez, con o sin meteorito.

Esta creencia es falsa. La verdad es que Cristo volverá, y no dentro de millones de años, sino dentro de bastante menos tiempo. Digámoslo ya:  Cristo volverá muy probablemente en este siglo XXI.  Se me argüirá   -esto sí lo sabe todo el mundo, y lo esgrimen  como el que da un manotazo pretendiendo espantar un moscardón molesto- que  de ese día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre (Mt. 24, 36). Es verdad, nadie sabe el día ni la hora, pero eso no significa que la Parousía o segunda venida de Cristo en majestad para juzgar,  y el final de los tiempos, sean unos acontecimientos para los que falten una interminable turbamulta de milenios. En realidad es la misma incertidumbre, y a la vez certeza, que tenemos sobre la fecha de nuestra muerte particular, de la que tampoco sabemos ni el día, ni la hora; pero cuya mayor o menor proximidad podemos intuir a partir de unos ciertos signos, siendo el primero de ellos el número de años que llevamos viviendo en este mundo: a más edad, más proximidad de la muerte.  Pues con el final de los tiempos, la Parousía y el Reino de Cristo sucede algo semejante: a más tiempo transcurrido de Historia de la Iglesia, mayor proximidad de estos acontecimientos. Este sería el más grueso o basto de los signos anunciadores de la Parousía, cuyo día y la hora no podemos saber , pero sí colegir la proximidad del tiempo a partir de los signos (Lc. 21, 27); e incluso a partir de la aparición de cierto signo en concreto sí sabremos con certeza absoluta el año y el mes, porque está revelado que Cristo destruirá a Su adversario, el Anticristo, en el momento de su segunda venida o Parousía (2 Tes. 2, 8), y ese siniestro personaje tendrá un tiempo limitado de actuación y poder, concretamente 42 meses (Ap. 13, 5).  Por tanto, desde que el Anticristo se manifieste con todo su poder hasta la Parousía no transcurrirán más que 42 meses. Aclaro que Impío, Hombre de Pecado, Hijo de la Perdición, Anticristo y Bestia del mar son todos nombres del mismo hombre, pues este personaje es un hombre, uno de nosotros.

Así pues, en cuanto se manifieste tan encantador personaje, faltarán no más de 42 meses para el regreso de Cristo. Por eso será, en su momento, de suma importancia identificar concretamente a este sujeto, y por supuesto, impetrar la Gracia para no dejarse seducir por él ni por su precursor, el Falso Profeta.

 

Segundo.-  Algunos creen que si Cristo ha de volver, lo hará a modo de un familiar que se fue a otro país hace mucho tiempo y vuelve a casa por Navidad cargado de regalos, recuerdos, fotos, parabienes y puede que hasta dinero.

Nada más falso que esto. Repase el lector la segunda encíclica  del primero de los papas y hallará que Cristo volverá precedido de grandes castigos, de fuego caído del cielo, de unas calamidades tales y de tal magnitud como no las ha habido antes, ni las volverá a haber (Mt. 24, 21).  No será así porque Dios se complazca en el castigo a la humanidad,  pues siendo cierto que Dios castiga, lo hace con justicia, y además será así porque la situación de los suyos, los últimos cristianos, resultará tan angustiosa, terrible, insoportable, sometidos a la sañuda y cruel persecución del Anticristo, que no habrá otra forma de liberarlos de tamaña opresión que interviniendo Dios de manera directa, desatando un castigo proporcional a la medida de la injusticia,  la iniquidad y el pecado en que habrá caído la humanidad seguidora del Anticristo. Sucederá como describe el libro del Éxodo:  después de múltiples advertencias y requerimientos, Dios no tuvo más remedio que recurrir al castigo de las diez plagas para doblegar la soberbia del faraón Ramsés II y liberar así al oprimido pueblo de Israel. Las cosas de Dios, los sucesos que Dios anuncia por medio de los profetas, se cumplen más de una vez en la Historia, de tal modo que sucesos del pasado son, a la vez, figura o anuncio de sucesos futuros, según el esquema profético de typo (suceso pasado) y antitypo (suceso futuro prefigurado por el suceso pasado).  En este sentido, el Israel oprimido por la esclavitud en Egipto es typo o figura de los últimos cristianos  -la Iglesia,  pusillus grex–  duramente oprimidos por la persecución del Anticristo, el faraón Ramsés II es typo o figura del Anticristo, y las diez plagas de Egipto son typo o figura de los castigos de Dios contra la humanidad seguidora del Anticristo, devenida en el nuevo Egipto opresor del nuevo Israel de Dios.

Para entender esto de forma cabal y en su justa significación hace falta considerar algo que a la gente de nuestro tiempo, igualitarista y no discriminatoria, le resulta bastante chirriante y que seguramente toma como un “discurso de odio”. Lo que voy a explicar a continuación es quizás lo más políticamente incorrecto  -y lo más eclesialmente incorrecto-  que se puede afirmar actualmente.  Pido al lector que abra su mente, aleje de sí los dogmas político-eclesiales igualitaristas y no discriminatorios, esté seguro de que quien esto redacta no odia a nadie, ni el lector corre peligro de verse contaminado por el odio tras la lectura de lo que a continuación sigue:

Parafraseando al Cerdo Napoleón del libro “Rebelión en la granja”, de George Orwell  -en un sentido y contexto diverso del que quiere expresar el Cerdo- debemos decir y reconocer que es verdad que todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros… ante Dios.

Todos somos iguales porque Dios creó a todos los hombres a su imagen y semejanza (Gen. 1, 26-27), y porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad (1 Tim. 2, 1-8), pero algunos somos más iguales que otros ante Dios porque el sacramento del bautismo nos hace hijos adoptivos de Dios (Jn. 3, 5), y el sacramento del bautismo nos confiere las gracias que se derivan de la Redención alcanzada por Cristo en la cruz. Esto, hecha salvedad de la inicial igual dignidad derivada de la creación de todos los hombres a imagen y semejanza de Dios, nos otorga a los bautizados un plus en esa igual dignidad, una preferencia, un escalón más alto.  Ello no significa que este tesoro los bautizados hayamos de guardarlo para nosotros mismos y celarlo ocultamente a los demás hombres no bautizados; al contrario, la voluntad de Dios es que esta gracia llegue hasta el último los hombres, por eso Cristo mandó a sus discípulos que predicaran el evangelio  a todas las naciones y bautizaran a todos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt. 28, 19-20). Ello no significa tampoco que este plus sea un motivo de engreimiento, de desprecio hacia los demás; al contrario, se convierte en una carga, una obligación, pues el bautizado debe prestar a los demás el servicio de darles a conocer esta gracia, en cumplimiento del mandato de Cristo (Mt. 28, 19-20); y además, se convierte en un riesgo, por así decirlo, ya que si el bautizado por sus pecados, su mala vida, se paganiza de nuevo, y no se arrepiente,  le ocurre que«si, después de haberse alejado de la impureza del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, se enredan nuevamente en ella y son vencidos, su postrera situación resulta peor que la primera. Pues más les hubiera valido no haber conocido el camino de la justicia que, una vez conocido, volverse atrás del santo precepto que le fue transmitido. Les ha sucedido lo de aquel proverbio tan cierto: » el perro vuelve a su vómito y la cerda lavada a revolcarse en el cieno” (2 Pedro 2, 20-22).

Esta diferencia  –discriminación–  entre los miembros de la humanidad, tal que todos somos iguales por nuestra creación a imagen y semejanza de Dios, y otros somos más iguales por el añadido de filiación divina adoptiva que el bautismo supone,  tiene su prefiguración en el Antiguo Testamento en el pueblo de Israel, que es la nación santa, es el pueblo de Dios, es el pueblo elegido. Hasta la primera venida de Cristo  -si me apuran, hasta la consumación de la Redención y la institución del sacramento del bautismo-  Israel es el pueblo de elegidos por Dios,  son esos hombres más iguales que otros; y por causa de esta preferencia, cuando Israel lleva demasiado tiempo siendo oprimido, esclavizado, perseguido y machacado por otros pueblos  -sean egipcios, filisteos, o asirios-  Dios interviene de manera poderosa en favor de su Israel, castigando a los enemigos del pueblo elegido con toda suerte de plagas y calamidades, acto que en este caso es muestra de misericordia divina para con su pueblo, al que defiende para librarle del exterminio, y de justicia contra los enemigos de Israel, que obran injustamente persiguiendo a los israelitas. Este es, pues, uno de los sentidos de los castigos divinos:  misericordia y defensa de su pueblo oprimido, y justicia contra los opresores de su pueblo. Y este mismo sentido de misericordia para con unos y justicia para con otros tendrán las calamidades y castigos de enorme magnitud que se desatarán durante la gran tribulación, cual no la hubo desde el comienzo del mundo hasta ahora, ni la habrá (Mt. 24, 21). Pero además de este sentido, las calamidades y desgracias que Dios permite tienen, también, en ocasiones, el sentido de castigo a su pueblo por sus pecados y prevaricaciones. En infinidad de ocasiones Dios permite que Israel caiga en manos de sus enemigos y quede reducido a esclavitud como castigo por sus pecados, de tal manera que sufriendo esas calamidades el Israel pecador se vuelve arrepentido a Dios y es entonces cuando el Señor le libra de sus enemigos.  Las plagas, calamidades y castigos de la gran tribulación tendrán también este mismo sentido de castigo para la innumerable  muchedumbre de bautizados que vivirán como paganos e incluso puede que acaben siendo secuaces del Anticristo (Ap. 3, 19).

 

Tercero.- Algunos creen que mediante la acción política, el activismo social, las campañas de concienciación, las perspectivas de género,  las firmas en las alertas de internet, y las diatribas en las redes sociales se puede y se logrará construir un mundo mejor.

Craso, dramático y garrafal error. No construiremos por nosotros mismos, jamás de los jamases, un mundo mejor.  Toda iniciativa, idea, o proyecto humano que no esté fundado en Cristo está condenado al fracaso, porque Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, el que permanece en Mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada (Jn. 15, 5). Este misterio se explica por los efectos del pecado original en la condición humana, que aun sanada por la Redención y el sacramento del bautismo, se ha tornado irremisiblemente inclinada al mal, al pecado y a la iniquidad, y sólo entregándose dócilmente a la acción de la gracia de Dios puede hacer el bien.  Mientras redacto estas líneas es noticia en los medios de comunicación que en España cierto partido político y sus máximos dirigentes han sido imputados porque se financian con dinero negro, tienen una caja B. Esta misma facción política ahora imputada, no hace mucho tiempo, se puso gallarda y estupendamente puritana,  cual Savonarola de la pureza financiera,  contra otro partido o facción política  -que entonces era gobernante- acusándole de lo mismo:  financiarse con dinero negro y tener una caja B.  Hubo una moción de censura por parte del primero contra el segundo por causa de esa cuestión, y cuando los savonarolas  de la pureza financiera y la justicia social accedieron al gobierno aseguraron que era para que no hubiera más corruptelas, ni más financiaciones penumbrosas, ni más cajas B. Al final,  cayeron en lo mismo, por do más pecado tienen, dando otra prueba más de la verdad del dogma del pecado original y dejando de manifiesto la verdad de esas palabras de Cristo antes citadas: sin Mí no podéis hacer nada.

¿Significa todo esto que hemos de dedicarnos a no hacer nada y simplemente esperar los acontecimientos? No. Por supuesto que hemos de hacer, como siempre ha enseñado la Iglesia: la caridad con el prójimo, que significa próximo, cercano. El orden natural de la caridad  puede retener el mal. Hay en la película “El Hobbit, un viaje inesperado”, un magnífico diálogo entre Gandalf y la dama Galadriel que ilustra esta idea.  Gandalf dice a Galadriel:   “Saruman opina que sólo un gran poder puede contener el mal, pero eso no es lo que yo he aprendido; he aprendido que son los detalles cotidianos, los gestos de la gente corriente los que mantienen el mal a raya, los actos sencillos de amor”.

El actuar en el orden natural de la caridad puede, ciertamente, contener el mal y, como efecto colateral, mejorar un poco el mundo. Y en este final de los tiempos puede servir también al mismo fin cualquier acción en el orden político y social dirigida a sostener, a apuntalar el katéjon, el obstáculo que retiene la manifestación del Anticristo, pero siendo conscientes de que por lo que respecta a nuestro obrar, estamos irremediablemente condenados al fracaso: no habrá nunca un mundo mejor obra de nuestras manos. Todo irá a peor, todo se deteriorará cada vez más, en todos los órdenes, quizá haya algún breve altibajo todavía, pero todo terminará finalmente derrumbándose estrepitosa y calamitosamente, siendo la verdadera restauración fruto de la Parousía, para que quede de manifiesto, por enésima vez, y para castigo de la soberbia humana, aquello de sin Mí no podéis hacer nada.

El tema del katéjon se retomará más adelante, cuando abordemos la figura del Anticristo o Bestia del mar, debido a que previamente a su manifestación nos dice San Pablo en la 2 Tes. 2, que habrá de ser removido cierto obstáculo que impide, de momento, el desbordamiento del misterio de iniquidad. Es una cuestión prolija y compleja que requiere una consideración por separado.  Comenzando, pues, con el plan que nos hemos trazado para el desarrollo de este ensayo, estudiaremos las siete edades de la Historia de la Iglesia  -y del mundo-, y luego en una segunda parte, los cuatro grandes personajes esjatológicos:  el Gran Monarca, el Santo Pontífice, el Falso Profeta y el Anticristo.

PRIMERA PARTE.-

SIETE CARTAS A LAS SIETE EDADES.-

Bartolomé Holzhauser es el exégeta del Apocalipsis que desarrolla en su Comentario al Apocalipsis la idea de que las siete cartas a las siete iglesias de Asia contenidas en los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis están dirigidas por Nuestro Señor a siete edades o épocas de la Historia de la Iglesia. Las siete iglesias de Asia son siete comunidades cristianas asentadas en siete ciudades situadas en Asia Menor, ya en tiempos del apóstol San Juan, durante el siglo I, en territorio que actualmente pertenece al estado moderno de Turquía y que fue perteneciente al Imperio Otomano hasta la caída de éste al término de la primera guerra mundial.

“Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, y en el reino,  y en la firme esperanza en Jesús, estuve en la isla de Patmos por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús. Fui arrebatado en espíritu el día del Señor, y oí detrás de mí una voz como de trompeta, que decía:  “Lo que ves escríbelo en un libro y mándalo a las siete iglesias: a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea.” Y me volví a ver que voz era aquella que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros uno como Hijo de Hombre (…), tenía en la mano derecha siete estrellas, y de su boca salía una espada de dos filos aguda, y su semblante como el sol cuando resplandece con toda su fuerza, (…) Y en cuanto le vi, caí a sus pies como muerto, y puso su diestra sobre mí, diciendo: “No temas; yo soy el primero y el último, y el viviente, y estuve muerto, y he aquí que estoy vivo por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la muerte y del infierno. Escribe, pues, lo que viste, y lo que es, y lo que ha de ser después de esto. El misterio de las siete estrellas que viste sobre mi diestra, y los siete candelabros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candelabros son las siete iglesias”.

Bartolomé Holzhauser, santo sacerdote, alemán, nacido en 1613 y fallecido en opinión de santidad en 1658, cuya vida discurre durante la guerra de los Treinta Años que asoló la Europa de su tiempo, escribió su Comentario al Apocalipsis en continua oración y ayuno.  Abarca hasta el capítulo 15º del Apocalipsis, prácticamente hace exégesis párrafo a párrafo y capítulo a capítulo, en ocasiones incluso versículo a versículo, concluyendo abruptamente al finalizar su comentario al 15º capítulo.

Al desarrollar la explicación  de los capítulos 2º y 3º propone Holzhauser su método exegético: el número siete significa plenitud o universalidad, pues son igualmente siete los días de la Creación, siete los dones del Espíritu Santo, siete los sacramentos, siete las virtudes que se oponen a los siete pecados capitales, y siete los varones apostólicos o diáconos elegidos por los apóstoles para dedicarse al servicio de la Iglesia. Por ello, con arreglo a este criterio, el venerable interpreta que cada una de las siete iglesias a las que se dirigen las siete cartas corresponden a siete edades o siete épocas de la Historia de la Iglesia. Lo cual, por otra parte, tiene sentido, pues Cristo en la visión inicial ordena a S. Juan escribir “lo que viste, y lo que es, y lo que ha de ser después de esto”.  Parece bastante evidente que ya en la visión inicial late una mirada que abarca toda la Historia, así los siete escritos a las siete iglesias puede decirse que componen una gran pintura mural descriptiva de la Providencia Divina tutelando el devenir de la Historia desde la primera venida de Cristo, en humildad y para nuestra redención, hasta su segunda venida en gloria y majestad para juzgar a vivos y muertos, y establecer su reino en este mundo.

Las siete edades son:

1ª.- ÉFESO.  Esta edad abarca desde la fundación de la Iglesia,  hacia el año 30,  hasta Nerón, es decir, unos 30 años (quien ascendió al poder el año 54, y murió a principios del año 68), y es denominada por Holzhauser “edad seminativa”.  Durante la persecución de Nerón, a la cual se refiere el historiador romano Tácito, fueron asesinados los apóstoles San Pedro y San Pablo, el primero crucificado boca abajo y el segundo decapitado, entre los años 60 y 62.  La destrucción de Jerusalén  (que había sido profetizada por el mismo Cristo, vid. Mt. 24, 1-3) ocurrió el 70, dos años después de la muerte de Nerón. En tan condensado periodo de aproximadamente 40 años tuvo lugar un typo del Apocalipsis completo, incluyendo la manifestación de un typo del Anticristo en la persona del César Nerón, primer persecutor de la Iglesia desde el poder político;  una persecución de los representantes de la religión judía contra la Iglesia (vid. Hch. 4), que es typo de la persecución que la prostituida y falsa iglesia del Falso Profeta desatará contra la verdadera Iglesia reducida al tamaño de un pequeño rebaño en los tiempos finales, y la destrucción de la ciudad capital de la religión judía devenida en perseguidora de la Iglesia, que es typo de la futura destrucción de la Roma apóstata en los tiempos finales, según refiere el profeta San Malaquías.

Creo necesario abundar en la consideración de los hechos acaecidos en esos 40 años (cifra que sin duda también tiene su significación simbólica, no es casual). Recapitulemos los acontecimientos principales:

1º.- Fundación de la Iglesia en Jerusalén aproximadamente hacia el año 30, el día de Pentecostés (Hch. caps. 1 y 2).

2º.- Simultáneamente a este hecho, preterición divina en perjuicio del pueblo de Israel (excepto hacia los hebreos que se fueron convirtiendo), fin de la Antigua Alianza y abandono del Templo de Jerusalén por parte de Dios (vid. Ex. 26, 31-33 y Mt. 27, 51 y Mc. 15, 38). La continuación de los sacrificios en el Templo constituye abominación a los ojos de Dios desde el instante en que queda establecida la Nueva  -y Perpetua- Alianza con la muerte de Cristo en la cruz y la institución de la Eucaristía.

3º.- Persecución de la Iglesia por parte de la Sinagoga (Hch. 4;  Hch. 5, 17-42; Hch. 6, 8-15; y Hch. 7, 54-60). El pueblo hebreo en cuanto tal ya ha dejado de ser depositario de la Alianza con Dios; a su vez, Dios ha dejado de morar en el Templo de Jerusalén. Adviértase que la persecución de la Iglesia fue inicialmente obra de la Sinagoga, incluso directamente, sin instigar todavía al poder político en ese afán, aunque tardó muy poco tiempo en azuzarlo (Hch. 12, 1-5).

4º.- Institución de facto del primado romano hacia el año 60  -de iure fue fundado por Cristo mismo, no asignando el primado a una sede, sino a la persona de un apóstol, Pedro- , ateniéndonos a los datos de San Ireneo (Adversus haereses, III).  Siendo San Pedro el primer pontífice, y habiendo tenido su sede primeramente en Jerusalén, el traslado de la sede de este primer pontífice de Jerusalén a Roma es figura o typo del futuro traslado de la última sede pontificia de Roma a otro lugar.  Primera persecución romana por parte del emperador Nerón, muerte de los apóstoles Pedro y Pablo en esa persecución, pontificado de San Lino, iniciado hacia el año 64 ó 67y finalizado con su muerte hacia el 76 ó 79. Según San Ireneo (Adversus haereses, III), el primer obispo romano y papa mártir fue San Telesforo, ya en tiempos de Domiciano (emperador del 81 al 96). Se puede deducir que la nueva capital espiritual es desde estos momentos, la ciudad de Roma, y no Jerusalén, que ha devenido en ciudad apóstata al rechazar a Cristo (Mt. 27, 24-26) y perseguir a la Iglesia.

5º.- Destrucción de Jerusalén transcurridos 40 años desde su apostasía.

Estoy convencido de que esta sucesión de hechos tiene un alto significado. Para quien suscribe constituyen una acabada y perfecta maqueta de los últimos tiempos, contemplándolos podemos discernir cómo sucederá la última tribulación y cómo será la última persecución de la Iglesia. Contemplando la maqueta, me atreveré a esbozar una hipótesis:

1º.- Apostasía de Roma, en acabado antitypo de la apostasía de Jerusalén. Este hecho estimo que se consumará cuando en Roma se instale la abominación de la desolación predicha por Cristo, por el profeta Daniel y descrita en figura en el primer libro de los Macabeos. Será el nuevo rasgarse el velo del templo. Sabemos por el profeta Daniel que la abominación de la desolación es la supresión del sacrificio perpetuo, que sólo es la Eucaristía (Dn. 12, 11), por dos razones: una; los sacrificios de la Antigua Alianza no eran perpetuos, pues eran únicamente figura o anticipo de un sacrificio mayor y, éste sí, permanente; y dos, el mismo Cristo cita al profeta Daniel cuando anuncia que la abominación de la desolación se ha de producir, luego no es hecho acaecido antes de Cristo, sino después. Estimo incluso que el primer obispado de la Iglesia en instalar la abominación de la desolación en el altar santo será el de Roma, y de él se irradiará rápidamente a los demás obispados.

2º.- Los pocos fieles cristianos que no se sometan a la abominación de la desolación serán el pequeño resto al que quedará reducida la Iglesia de Cristo. La iglesia apóstata y falsa, en perfecto antitypo de la Sinagoga, será la primera perseguidora de la Iglesia, probablemente incluso habrá un nuevo San Esteban, por así decirlo. Esta iglesia apóstata, nueva Sinagoga, se aliará enseguida con el poder político, el cual desatará la última persecución, cuyo typo fue la persecución de Nerón. El personaje que esté a la cabeza del poder político en ese momento será el Anticristo.

3º.- Traslado de la capitalidad espiritual y religiosa de Roma a otro lugar, allí donde esté el sucesor del verdadero pontífice contemporáneo de la gran tribulación, pues ubi Petrus, ibi Ecclesia.

4º.- Destrucción de Roma,  antitypo de la destrucción de Jerusalén en el año 70.

Estos hechos se darán en un periodo de tiempo corto, exactamente 42 meses (Ap. 13, 5-8).

Holzhauser expresa igualmente la idea de que en esta primera edad de la Iglesia se contienen en norma y modelo, las demás edades de la Historia: El primer periodo de la Iglesia se considera justamente la norma y modelo de los otros. Todas sus características reflejan el buen orden de la Iglesia en todos los tiempos, como se verá más adelante (Comentario al Apocalipsis,  Las primeras cuatro edades de la Iglesia militante,  I, IV).

Esta edad abarca, como se ha dicho, los primeros 40 años de la Historia de la Iglesia.  San Juan apóstol y apocalepta murió pacíficamente en Éfeso el tercer año del imperio de Trajano, según refiere San Epifanio, a la edad de 94 años. Dado que Trajano accedió al trono imperial el 27 de enero del 98, ello implica que San Juan falleció el primer año del siglo II, el 101, y su muerte pone fin a la Revelación pública. No obstante su muerte fuera pacífica, sufrió el martirio durante la persecución de Domiciano, en el año 95 (el apóstol tendría cerca de 90 años de edad), condenado a morir en una caldera de aceite hirviendo, y milagrosamente sobrevivió al mismo, como es sabido. Terminó desterrado en la isla de Patmos, donde tuvo las visiones descritas en el Apocalipsis.

2ª.- ESMIRNA.- Es la segunda edad de la Iglesia, aquella, por así decirlo, de la irrigación con la sangre de los mártires (Comentario al Apocalipsis, II,  I), que abarca desde las diez persecuciones romanas, hasta el edicto de tolerancia de Constantino (64- 312), unos dos siglos y medio. Esta destaca por la abundancia de mártires, pues la Iglesia, extendida por casi todo el territorio del Imperio Romano, era perseguida por el poder político imperial, situación que se mantuvo así hasta el edicto de Milán, al que precedió dos años antes otro edicto de tolerancia, del emperador Galerio, pero a diferencia del de Constantino, aquél no reintegraba a la Iglesia las propiedades confiscadas durante las persecuciones.

Desde un punto de vista esjatológico puede estimarse que esta segunda edad es complementaria de la anterior, pues la primera finalizó con una persecución, la de Nerón, primer typo del Anticristo en tiempos cristianos, y la segunda comenzó con las diez persecuciones hasta alcanzar la paz reinando Constantino, que es figura del gran monarca, personaje esjatológico al que nos referiremos más adelante.

La extensión y expansión de la Iglesia al final de esta segunda edad se ilustra en el siguiente mapa. Los puntos negros representan las comunidades establecidas al final del siglo I, es decir, a la muerte del último apóstol; las regiones en amarillo corresponden a los lugares donde había llegado la predicación cristiana al final del siglo III, y las regiones en color amarillento otoñal eran las fuertemente cristianizadas al final de dicho siglo III. Prácticamente  los territorios por los que se había extendido la fe cristiana a final del siglo III coinciden con los dominios del Imperio Romano. Adviértase que, aparte de Roma, capital del Imperio romano occidental, sur de Portugal y de España y valle del río Ebro; los territorios de la actual Turquía, Palestina, Mesopotamia, valle del Nilo, Cirenaica y Túnez, se han perdido para la fe cristiana, y desde el siglo VII son territorios del Islam.

 

3ª.- PÉRGAMO.-  Esta tercera edad de la Iglesia abarca desde el edicto de tolerancia del emperador Constantino hasta Carlomagno, es decir, desde el año 313 hasta el año 800, unos cinco siglos.  Holzhauser la denomina “edad de los grandes doctores”. Durante este periodo histórico, dice el autor, “fueron extirpadas las herejías, la religión de Cristo se reafirmó en todos los territorios conocidos; los principales dogmas de la fe cristiana fueron atacados, la Unidad y Trinidad de Dios, la Divinidad y Humanidad de Cristo, el Espíritu Santo. En contraste con los errores propalados por Arrio, Donato, Pelagio, Nestorio, y otros, Dios suscitó grandes sabios y doctores tanto griegos como latinos, San Ambrosio, San Agustín, San Jerónimo, San Beda el venerable, San Juan Crisóstomo, San León I, etc.”. De hecho, el contenido de la carta a la Iglesia de Pérgamo (Ap. 2, 13-16) hace referencia precisamente al contraste entre ciertas herejías, con mención expresa a la doctrina de los nicolaítas,  y la verdad, espada de dos filos.  Cierto es que esta edad también conoció y sufrió su tribulación, manifestada en los cismas y ataques doctrinales, hasta el extremo de que una de las herejías referidas por Holzhauser, el arrianismo (que niega la divinidad de Cristo y el dogma de la Stma. Trinidad), formulada por Arrio, un sacerdote de Alejandría, Egipto, que fue combatida por San Atanasio, y condenada en el concilio de Nicea, pervive de una manera o de otra;  por ejemplo, en algunas sectas cristianas, pero principalmente en el Islam, que niega la divinidad de Cristo y le reduce a mero profeta. Esta es la edad histórica que conoció y sufrió el surgimiento y expansión del Islam, por todo Oriente Próximo, Mesopotamia, Turquía, norte de África e Hispania (de donde ocho siglos después fue expulsado tras una larga reconquista), regiones que, salvo Hispania, se perdieron entonces para la fe cristiana hasta nuestros tiempos.

Puede decirse que esta tercera edad culmina igualmente con su particular tribulación, manifestada en la crisis doctrinal causada por las graves herejías, guerra, invasión y pérdida de territorios que habían sido ganados para la fe, debido a la acción de ese typo del Anticristo que es Mahoma: al principio del siglo VIII el Islam, que ya se había adueñado de Oriente Próximo y del norte de África, entrará en la Europa cristiana, no siendo detenido hasta la batalla de Poitiers, el año 732, por el ejército franco mandado por Carlos Martel, ya en territorio de este reino, allende los Pirineos.  El historiador Edward Gibbon, así como la mayoría de los estudiosos de su generación, convienen en el carácter decisivo que tuvo esta batalla para la Historia del Europa y, por ende, del mundo. Particularmente, considero a Carlos Martel, fundador de las dinastías carolingia y merovingia, padre de Pipino el Breve , padre a su vez de Carlomagno, figura del Gran Monarca que ha de manifestarse, pues como refiere una de las muchas profecías católicas que tratan acerca de este personaje, habrá de ser descendiente de los antiguos reyes de Francia.  Al menos es figura del Gran Monarca en uno de sus aspectos parciales, en cuanto a su defensa in limine de la Cristiandad.  Su nieto Carlomagno completa esta prefiguración de manera más acabada. Volveremos sobre este tema en su momento.

TIATIRA.- La cuarta edad abarca desde el reinado de Carlomagno (800) hasta el reinado del emperador Carlos V. Concretamente, Holzhauser sitúa el comienzo de la quinta edad en el año 1517, señoreado por las tesis de Lutero y el cisma protestante. Esta cuarta edad es la de más prolongada duración;  como ha podido observarse, las edades de la Iglesia trazan una parábola, siendo la primera (Éfeso) de muy corta duración  -apenas unos 30 ó 40 años-, la segunda (Esmirna) dura unos dos siglos y medio, la tercera (Pérgamo) abarca unos cinco siglos, y esta cuarta señorea más de siete siglos. Nos hallamos en el punto más alto del arco de la parábola, desde ahora, el trayecto será descendente. Dice Holzhauser al comentarla (IV, pág. 28):

“Durante este periodo florecieron muchos monarcas santos, emperadores y prelados queridísimos por su doctrina y santidad. Por otros doscientos años no hubo ninguna herejía. Merecidamente esta época se llama pacífica e iluminativa, de la cual es figura la Iglesia de Tiatira, que significa “iluminada” o “víctima viviente”. Se corresponde con el cuarto día de la Creación, cuando Dios hizo iluminarse las estrellas del cielo  (Ge. 1, 14-19) . Así, en esta época Dios puso prudentísimos y santísimos reyes, emperadores, príncipes y hombres de Iglesia excelentes por la santidad de su vida”.

Y añade:

“Mientras la Iglesia descansa en la paz y las riquezas, honrada y defendida por piadosos emperadores y reyes, poco a poco va relajándose la disciplina eclesiástica y se insinúa entre los cristianos  una cierta molicie femenina…”

Esta edad conocerá el comienzo de la gran expansión del Evangelio por todas las tierras descubiertas por los navegantes españoles y portugueses a partir de 1492.  Los continentes americano, africano y asiático serán explorados durante los siglos XVI al XVIII principalmente, y es de justicia reconocer que esta obra evangelizadora se debe particularmente a España, y en segundo lugar, a Portugal.

Holzhauser refiere que al final de esta edad se darían, igual que las anteriores, las tribulaciones, manifestadas históricamente en la pérdida de Bizancio (1453) ante el Imperio Otomano y el comienzo del cisma protestante (1517).

Si la Historia de las Edades de la Iglesia es semejante a la parábola que trazaría una flecha disparada por un arco, esta cuarta es el trazo más elevado de su curvo vuelo, siendo las tres anteriores ascendentes,  mientras que la quinta y sexta supondrán el recorrido descendente hasta que la flecha alcance el blanco de la Parousía.

Es muy interesante el texto de Ap. 2, 24-29:

“Pero a vosotros, los demás de Tiatira, que no compartís esa doctrina, que no conocéis las profundidades de Satanás, como ellos dicen, os digo: no os impongo ninguna otra carga, sólo que mantengáis firmemente hasta mi vuelta lo que ya tenéis. Al vencedor, al que se mantenga fiel a mis obras hasta el fin, le daré poder sobre las naciones, las regirá con cetro de hierro, como se quebrantan las piezas de arcilla. Yo también lo he recibido de mi Padre. Y le daré el lucero del alba. El que tenga oídos que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”

Holzhauser, al comentar estos versículos, pone en relación la cuarta y la sexta edades de la Iglesia.  Los versículos anteriores a este pasaje reprochan a la Iglesia de Tiatira que tolera a Jezabel, que está engañando a mis siervos para que forniquen y coman carne inmolada a los ídolos; y añade que le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación. Jezabel fue la esposa fenicia del rey Acab (esta historia se encuentra en I Reyes), del Reino del Norte, en la época en que el pueblo hebrero estaba dividido entre el Reino del Norte (Israel) y del Sur (Judá). Acab fue apartado del culto a Dios por Jezabel, que introdujo en el reino la adoración a los dioses fenicios Baal y Asharah, y fue conocida por sus libertinas costumbres.  De la carta a la Iglesia de Tiatira se deduce que Dios alaba su caridad, su fe, su espíritu de servicio, su paciencia (Ap. 2, 19), pero al mismo tiempo reprocha que tolera a Jezabel y su fornicación (Ap. 2, 20); pues es una constante en las Escrituras la relación estrecha entre fornicación e idolatría, y anuncia que entregará a las tribulaciones a los que adulteran con ella, con Jezabel (es decir, se a los que se apartan de Dios para seguir a los ídolos de la fornicación), si no se arrepienten (Ap. 2,  22).

A continuación, a partir del versículo 24,  a los demás de Tiatira, que no compartís esa doctrina, que no conocéis las profundidades de Satanás, les pide que se mantengan fieles y les augura el poder sobre las naciones, el regirlas con cetro de hierro. En estas palabras Holzhauser ve “una gran consolación espiritual, el inicio de la conversión de las gentes y los herejes a la verdadera fe, que tendrá su culminación en la sexta edad de la Iglesia, habiendo sido la quinta edad  aflictiva y purgativa. Por eso dice “le daré potestad sobre las gentes”, pues será espiritual en la unidad de la fe y temporal en la monarquía y la unidad del pueblo. Igualmente, se disolverán las repúblicas y el poder de los rebeldes se verá disminuido hasta ser destruido por un invencible Ungido”.

Este comentario de Holzhauser es interesantísimo, pues del mismo se puede deducir con claridad que la figura del Gran Monarca tiene fundamento en las Escrituras y en el Apocalipsis mismo.  Si leemos desde el versículo 18 (comienzo de la carta a Tiatira), y nos atenemos a Quien habla y la concordancia entre personas gramaticales y formas verbales utilizadas, veremos que tras la introducción Esto dice el Hijo de Dios…, las siguientes frases figuran todas con el verbo en primera persona (conozco, tengo contra ti, le he dado tiempo, voy a arrojarla, etc.), es decir, habla Cristo;  y la expresión regir las naciones con cetro de hierro está referida en tercera persona, dirigida a un tercero, al vencedor, al que se mantenga fiel hasta el fin. Por eso, Holzhauser, al comentarlo se refiere a un “Ungido”, que no es Cristo, pues para identificar a este vencedor que regirá las naciones con cetro de hierro con Cristo mismo hace falta retorcer el sentido natural de la frase violentando las personas gramaticales y verbales con que está redactada.

La expresión regir a las naciones con cetro de hierro aparece otra vez en Ap. 12, 5:

La mujer dio a luz a un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro, y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono

Está redactada de tal manera (el que ha de regir…) que sugiere hacer referencia a un personaje ya mencionado antes, es decir, está remitiéndose a Ap. 2, 24-28; del mismo modo que sucede, desde el punto de vista gramatical y textual, entre Ap. 19, 20 y Ap. 13, 11-18.    El mismo Holzhauser, comentando Ap. 12, 5 señala que la expresión cetro de hierro simboliza la máxima potencia que, semejante al hierro, Dios concede a Heraclio. Es decir, ve igualmente en esta expresión un simbolismo del poder temporal ejercido con sujeción a la voluntad de Dios y siendo fiel a El. Heraclio, dado que es contemporáneo de Mahoma, typo del Anticristo político, y defendió el Imperio Romano oriental de la expansión musulmana, puede considerarse typo del Gran Monarca.

 

 

SARDES.- La quinta edad, aquélla aflictiva, según expresión de Holzhauser, se extiende desde el reinado del emperador Carlos V hasta el santo pontífice y la manifestación del famoso gran monarca

Esta época  -prosigue Holzhauser-  es de aflicción, desolación, humillación y empobrecimiento de la Iglesia, y es con propiedad llamada época purgativa, durante la cual Cristo el Señor ha cribado, y aún cribará, su grano, con guerras, sediciones, carestías, y epidemias.

Esta edad corresponde a, aproximadamente, los últimos quinientos años, los siglos XVI al presente; y efectivamente, se caracteriza por la larga y lenta decadencia que sucede a un tiempo de esplendor. Conoce el cisma protestante, la reforma católica en el concilio de Trento (1545-1563), el apogeo y decadencia de la gran potencia de entonces, España y su inmenso imperio. Conoce las embestidas del Imperio Otomano contra la Europa cristiana, frenadas en la batalla de Lepanto (1571) por un hijo natural del emperador Carlos V, D. Juan de Austria. Conoce la pérdida de importantes territorios europeos para la fe católica, como nefasta consecuencia del cisma protestante: los principados alemanes, Inglaterra, Suiza, etc. Conoce las grandes epidemias de la peste en Sevilla (1649), con 60.000 muertos según Ortiz de Zúñiga, la mitad de la población, calamidad que se extendió al resto de Andalucía, Murcia, y Aragón; las grandes pestes de Londres (1665-1666), con más de 100.000 muertos, la cuarta parte de la población; la de Viena (1679), con 76.000 muertos; y la conocida como gran plaga italiana (1629-1631), que afectó a Florencia, Venecia,y particularmente Milán, que llegó a perder la mitad de su población.

Sardes conoce la decadencia, más acusada a partir del siglo XVIII, de la gran potencia defensora de la fe católica, España, y asimismo cumplidora de la misión de evangelización por los nuevos mundos descubiertos.

Sardes conoce la fundación de la moderna masonería especulativa en 1717. Está demostrada por estudiosos de este tema (por ejemplo, citemos a Helmut Reinalter, de la Univ. de Insbruck) la influencia de la masonería especulativa en la génesis y desarrollo de la Revolución francesa (1789), acontecimiento histórico subversivo del orden cristiano antiguo que tuvo lugar no por casualidad precisamente en Francia, la primogénita de la Iglesia. Así como es innegable la extensión de los perniciosos efectos filosóficos e ideológicos de la Revolución francesa hasta nuestros mismos días. La Revolución no ha concluido todavía, aunque ha mutado más de una vez durante la edad de Sardes, adoptando diversas apariencias., sobre las cuales abundaremos en su momento, si no se olvida de ello quien esto escribe.

Si ahora dejamos el comentario de Holzhauser para prestar atención al texto apocalíptico (Ap. 3, 1-5), hallaremos este pasaje:

Al ángel de la iglesia de Sardes escribe: Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas. Conozco tu conducta, tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir. Pues no he encontrado tus obras llenas a los ojos de mi Dios. Acuérdate, por tanto, de cómo oíste y recibiste mi Palabra: guárdala y arrepiéntete. Porque si no estás en vela, vendré como ladrón y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. Tienes no obstante, unos pocos en Sardes que no han manchado sus vestidos. Ellos andarán conmigo vestidos de blanco, porque lo merecen. El vencedor será así revestido de blancas vestiduras y no borraré su nombre del libro de la vida, sino que me declararé por él delante de mi Padre y de sus ángeles.

Este pasaje comienza con un reproche, mientras que las anteriores cartas a las iglesias de Efeso, Esmirna, Pérgamo y Tiatira empiezan con una alabanza. En la de Sardes se invierte el orden: primero se hace el reproche y luego la alabanza, pero la alabanza no es ya a toda la Iglesia, sino a “unos pocos”. Es un rasgo, este disminuir el alcance de la alabanza, que empieza a aparecer referido en la carta a la cuarta edad, pues en su correspondiente texto la alabanza se dirige a “los demás de Tiatira”, es decir, a aquellos que no siguieron la corrupción de Jezabel. La expresión “unos pocos” aparecida la siguiente carta a Sardes parece aludir a un número aún más reducido. Fíjese el lector que las cartas a Tiatira (cuarta edad) y a Sardes (quinta edad) anticipan acontecimientos esjatológicos que habrán de suceder al final de los tiempos: a Tiatira se le anuncia la manifestación del Gran Monarca (Ap. 2, 26-27) y a Sardes se le anuncia la Parusía (Ap. 3, 3), con las mismas palabras de Mateo 24, 42-43

Como sabemos por la experiencia y por la Historia, desde S. Pio X se ha ido señoreando de la Iglesia una insidiosísima herejía: el modernismo, que por sintetizarla hasta dejarla químicamente pura, podemos reducir a un solo principio o afirmación: la Iglesia tiene que adaptarse a los tiempos y entablar amistad con el mundo. Y pese a la condena doctrinal que dicha herejía recibió por medio de la encíclica de S. Pio X Pascendi Dominici gregis (8 sept. 1907), cuyo autor la hubo calificado como síntesis de todas las herejías, ella sobrevivió. Plinio Correa de Oliveira, en una entrevista concedida a una radio de Brasil en 1990, dijo al respecto (https://www.accionfamilia.org/formacion-catolica/san-pio-x-el-gran-luchador-contra-la-hereja-modernista/):

“San Pío X tuvo que luchar durante su Pontificado contra una herejía que nació bajo el nombre de “modernismo”.

“Esta tenía la finalidad de infiltrar la Iglesia; hacer que sus adeptos llegasen a los puestos de la Jerarquía de la Iglesia; y así modificarla en el sentido herético: no de fuera hacia adentro, sino desde dentro de ella misma, es decir, en nombre de la Iglesia, ocupando puestos de dirección, para así trasformarla en el sentido heretizante

”Las ideas de los adeptos de ese herejía modernista llevarían a la Iglesia, en el campo social, a una posición francamente socialista, con tendencia comunista.

”Esos males fueron vistos por el Santo Pontífice con una mirada angélicamente límpida, que lo llevó a fulminar la herejía modernista en viarios documentos, de los cuales, sin duda alguna, el más famoso fue la encíclica Pascendi”.

Un siglo después de la Pascendi, la herejía modernista no sólo ha logrado sobrevivir, sino incluso transformarse en la nueva ortodoxia de la Iglesia, como una suerte de “alien” que hubiera crecido dentro del cuerpo, al modo y manera de lo que presenta la conocida película de terror y ciencia ficción “Alien, el octavo pasajero” (1979).

Esta es la situación y punto actual en que nos hallamos: final de la edad de Sardes, señoreada por el casi absoluto triunfo de la herejía modernista, devenida en sustituto de la ortodoxia de la Iglesia. Que esta situación haya de desembocar en la apostasía predicha por el apóstol San Pablo en 2 Tes. 2 es cosa harto probable.

Conviene citar ahora el numeral 675 del Catecismo: http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s2c2a7_sp.html

La última prueba de la Iglesia

675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).

Este texto presenta en síntesis diversos hechos y la intervención en la Historia de un cierto hombre, el Anticristo, que encarnará la máxima idolatría, la adoración del hombre en lugar de Dios, la adoración de sí mismo, todo ello precedido de una apostasía como precio a pagar por la adopción de un mesianismo secularizado para resolver los problemas humanos e instaurar un paraíso en el mundo, prescindiendo de Dios.

La edad de Sardes concluye, según el ven. Holzhauser,  con la manifestación del gran monarca y el pontífice santo. Estos personajes son ya esjatológicos, desde este momento abandonamos el terreno de la Historia y nos adentramos en la niebla de los sucesos por venir.

FILADELFIA.-

La sexta edad de la Iglesia comprende desde el advenimiento del gran monarca y del santo pontífice hasta la manifestación del Anticristo. Comentándola, refiere Holzhauser lo siguiente:

Esta edad será de consolación, porque en este tiempo Dios consolará a su Iglesia de las aflicciones y extremas  tribulaciones padecidas en la quinta época. Todos los pueblos serán conducidos a la unidad en la ortodoxa fe católica, florecerá al máximo grado el celo sacerdotal y los hombres buscarán con toda solicitud el Reino de Dios y su justicia (…) La sexta edad del mundo, que abarca desde la liberación del pueblo de Israel hasta la primera venida de Cristo prefigura ejemplarmente esta sexta edad de la Iglesia (…) En la quinta edad veíamos producirse las más grandes desgracias, y mientras todo era devastado por las guerras, los católicos eran oprimidos por los herejes y los malos cristianos. La Iglesia y sus ministros perdieron la libertad, las monarquías fueron suprimidas, los reyes asesinados, los súbditos se rebelaron, todos maquinaban para erigir repúblicas; pero pese a ello, por mano de Dios omnipotente, todavía habrá de tener lugar un maravilloso cambio, que no puede humanamente imaginarse. El gran monarca, que será un enviado de Dios, destruirá las repúblicas desde sus fundamentos, y será celoso protector de la Iglesia de Cristo, todas las herejías serán arrojadas al infierno, el Imperio de los musulmanes será desmantelado (…) Se hará la paz en toda la Tierra y Satanás será atado por muchos años, hasta que no venga el que ha de venir, el Hijo de la Perdición, cuando Satanás será de nuevo soltado.

Este comentario menciona con toda claridad una suerte de restauración del antiguo orden cristiano y monárquico por intervención divina usando como instrumentos al gran monarca y al santo pontífice; lo que supondrá hacer la paz en toda la Tierra, la supresión del Islam, la derrota y destrucción de las repúblicas, y la conversión de muchas naciones a la ortodoxa fe católica. De hecho, más adelante, comentando Ap. 3, 9 (He aquí que entrego parte de la Sinagoga de Satanás, de los que dicen ser judíos, pero no lo son, sino que mienten; he aquí que haré que ellos vengan y se postren delante de tus pies y conozcan que yo te amé) Holzhauser refiere que este versículo en concreto anuncia la restauración de la unidad de la Iglesia Ortodoxa y la Católica mediante la conversión de aquélla. Estas son sus palabras:

La Sinagoga de Satanás son los judíos y todos los que yerran en la fe, que se adhieren a Satanás, padre de la mentira, a causa de sus falsos dogmas. De manera semejante, aquí se entiende con el término judíos, alegórica y figuradamente, a los herejes y cismáticos, que se vanaglorian de ser cristianos, pero no lo son, sino que mienten; aquí se promete la conversión de los herejes, cismáticos y todos los que yerran en la fe, suceso que tendrá lugar en esta sexta edad, cuando la Iglesia ortodoxa se unirá a la romana.

Me preguntó si esta conversión de la Iglesia Ortodoxa, aquí anunciada según Holzhauser, será fruto de la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María tal cual fue pedida por la Stma. Virgen en las apariciones de Fátima; pues Rusia es la nación más importante de la Iglesia Ortodoxa. Retomaremos este tema, tan estrechamente relacionado con el tercer secreto de Fátima, al tratar del gran monarca y del santo pontífice.  Fijémonos en un particular detalle de la carta a la sexta edad (Ap. 3, 8):  la estructura del texto no sólo vuelve al esquema anterior a la carta para Sardes, es decir, comienza con las alabanzas (Sé tus obras: he aquí que he puesto delante de ti una puerta abierta, que nadie puede cerrar; que tienes escasas fuerzas y guardaste mi palabra, y no negaste mi nombre), sino incluso llega más allá:  no contiene reproches. Insisto porque me parece importante: si se lee completa la carta a Filadelfia (Ap. 3, 7- 11) se observará que no refiere ninguna queja, ninguna palabra amarga o dolida como ha hecho en las edades o cartas anteriores. El venerable Holzhauser dice que la Iglesia en la sexta edad será realmente santa y verdadera, entendiendo por tales palabras no las cualidades sobrenaturales que la Iglesia tiene por su Fundador y su naturaleza (es santa y verdadera siempre), sino por la ejemplar conducta de sus miembros.

El esquema de alabanzas y reproches volverá a quebrarse, para invertirse, en la carta a la Iglesia de Laodicea: para la séptima edad, no hay alabanzas, todo son reproches, y de una especial dureza. Añade Holzhauser, comentando Ap. 3, 10 (Por cuanto guardaste la palabra de mi paciencia, también yo te guardaré de la hora de la tentación que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los habitantes de la Tierra), ya en referencia a la tribulación que sufrirá la Iglesia de Filadelfia, lo siguiente:

La hora de la tentación que aquí se predice debe venir es el tiempo de la persecución del Anticristo, que Cristo el Señor describe en Mateo 24 poniéndolo en relación con los capítulos 11 y 12 de Daniel.

En definitiva, finaliza la carta a la sexta edad anunciando la persecución del Anticristo (la hora de la tentación) y la Parousía, advertida mediante las sencillas palabras de Ap. 3, 11: Vengo pronto

Advierta el lector que Mateo 24 refiere la respuesta de Cristo a dos preguntas de sus discípulos acerca de cuándo será la destrucción del Templo y la señal de Su advenimiento y del fin del mundo (Mt. 24, 3). Interesa particularmente prestar atención en la respuesta al anuncio por parte de Cristo de dos hechos previos a su Parousía: uno, la abominación de la desolación en el lugar santo, es decir, en el Templo, con mención expresa al profeta Daniel –el que lee, entienda, dice concretamente el Señor- ; dos, la gran tribulación cual no la hubo desde el comienzo del mundo hasta ahora, ni la habrá (Mt. 24, 21); y por otra parte, anuncia el tiempo en que habrán de tener lugar esos hechos, con la conocida parábola de la higuera (Mt. 24, 32-35).

Vayamos por partes en estas peliagudas cuestiones, pues se plantean complejos y diversos problemas, siendo uno de ellos el encaje de la restauración transitoria del antiguo orden cristiano anunciado por Holzhauser y que habría de tener lugar en la sexta edad de la Iglesia, y el posterior desenlace final con el advenimiento del Anticristo en la séptima edad. Por ello, trataremos de dar respuesta a estos problemas en el siguiente punto. Anticipo que me hallo últimamente más convencido de que las edades sexta y séptima no son periodos históricos sucesivos, sino el retrato del cisma práctico  -veremos con el tiempo si además será formal-  en la Iglesia durante los tiempos del Falso Profeta y del Anticristo. Explicaremos esto luego.

LAODICEA.- La séptima edad, que abarca todo el tiempo del dominio del Anticristo hasta la Parousía, según Holzhauser, dura exactamente 42 meses o, lo que es lo mismo, 1.260 días (Ap. 11). El contenido de la carta a la séptima edad es impresionante por la dureza de sus reproches, está dirigido con toda claridad a una Iglesia en apostasía, o cuya inmensa mayoría de fieles ha apostado (2 Tes. 2):

“Sé tus obras, que no eres ni frío, ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y ni caliente, ni frío, estoy para vomitarte de mi boca (…) Tú eres el desventurado y el miserable, y pobre, y ciego, y desnudo (…) Yo a cuantos amo reprendo y corrijo; despliega, pues, tu celo y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y doy aldabonazos, y si uno oyere mi voz y abriere la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo” (Ap. 3, 15- 20)

Estremece advertir que desde la edad de Tiatira en adelante, las alabanzas a cada edad han sido expresadas como dirigidas a un número cada vez más reducido. Ya lo hemos dicho, pero conviene repetirlo, y citar los textos:  “A los demás de Tiatira… los que no conocen las profundidades de Satanás” (Ap. 2, 24);  “Tienes unos pocos nombres en Sardes que no mancillaron sus vestiduras… y son dignos” (Ap. 3, 4). Se exceptúa a la sexta edad, Filadelfia, para la cual no hay reproche alguno, al contrario, todo el texto que se le dedica es de alabanza y de promesas. Luego se precipita el amargo torrente de quejas contra Laodicea, en cuyo tiempo no hay apenas alabanza más que para aquél que oyere mi voz y abriere la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo, palabras que recuerdan la pregunta retórica del Señor en Lucas 18: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará tal fe sobre la tierra?”.

Está claro que del reducirse el número de los dignos de alabanza se infiere una lenta disminución del resto de fieles del Señor a lo largo de las edades decadentes, desde Tiatira hasta la gran apostasía. Pero es un misterio por qué la sexta edad, Filadelfia, no cosecha amargos reproches, sino sólo alabanzas y promesas, característica en la que coincide con Esmirna.

Esta noche del día del Santo Angel Custodio de España, he de detener el desarrollo de estas ideas, para más adelante relacionarlas con los grandes acontecimientos esjatológicos por venir durante la séptima edad. Mientras redacto esta parte comienza el mes de Octubre, bello en la otoñal decadencia de los montes y pardos paisajes de mi sierra, melancólico en sus tardes decrecientes, pleno de días dedicados a María Santísima.

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El problema que ha ocupado mi mente desde el comienzo de este trabajo, e incluso antes, es como encajar entre sí las piezas de Filadelfia y de Laodicea. Del Comentario del venerable Holzhauser se desprende con nitidez que una y otra edades son sucesivas, correspondiendo Filadelfia a una época de restauración del antiguo orden cristiano en prácticamente todo el mundo, fruto ello de una especial gracia divina tras las extremas tribulaciones sufridas al final de la edad de Sardes, y fruto del obrar del gran monarca y del santo pontífice, dándose también la conversión de todos o gran parte de los herejes y cismáticos, y particularmente, la reunificación de la Iglesias ortodoxas con la Iglesia Católica por medio de la conversión de aquéllas a la fe católica.  En concreto, además, dice Holzhauser que en la edad de Filadelfia se cumplirán aquellas palabras del capítulo 10 del Evangelio de San Juan:  vendrá a ser un solo rebaño, y un solo pastor (Jn. 10, 16). Estas palabras de Cristo en Jn. 10, 16 aluden a una futura conversión de los judíos, y se hallan en el contexto de una respuesta del Señor a preguntas de los fariseos después del milagro de la curación del ciego de nacimiento (Jn. 9). Después que los fariseos rechazaron al ciego curado, Cristo les propone la parábola del buen pastor que entra por la puerta en el redil de las ovejas, comparando al buen pastor con el salteador y ladrón, que entra en el redil por otra parte, no por la puerta. Como los fariseos no entendían la parábola, el mismo Cristo se la explicó, aclarándoles que El es el buen pastor (Jn. 10, 11) y añade: Y otras ovejas tengo que no son de este redil, ésas también tengo yo que recoger, y oirán mi voz, y vendrá a ser un solo rebaño y un solo pastor. En tal contexto de respuesta a los fariseos, esas otras ovejas que no son de este redil, es decir, que no son del pueblo hebreo, son los gentiles que se convertirán a Cristo (“oirán mi voz”) y el venir a ser un solo rebaño con un solo pastor, teniendo claro que ese único pastor es Cristo mismo, alude sin duda a la conversión de los hebreos a Cristo,  que ha de tener lugar después de haberse convertido antes todas las naciones: “Porque no quiero que ignoréis, hermanos, este misterio  -para que no seáis prudentes a vuestros ojos-  que el endurecimiento ha sobrevenido parcialmente a Israel, hasta que la totalidad de las naciones haya entrado, y así todo Israel será salvo, según está escrito: de Sión vendrá la Salvación, removerá de Jacob las impiedades” (Rom. 11, 25), y este hecho salvífico, esta conversión de la totalidad del pueblo hebreo  -no sólo del resto que se convirtió ante la predicación de los apóstoles-  es contemporánea de la Parousía, va unida a la misma, una y otra coinciden, o mejor dicho, una es conditio sine qua non de otra, pues así lo dijo el mismo Cristo ante los escribas y fariseos: Os digo, no volveréis a verme hasta que digáis “bendito el que viene en nombre del Señor” (Mt. 23, 37-39 y Lc. 13, 33-35).

Establecido, pues, que la conversión del pueblo hebrero (vendrá a ser un solo rebaño y un solo pastor) es hecho contemporáneo de la Parousía, incluso condición de la misma; y dado que según Holzhauser este hecho se producirá en la sexta edad de la Iglesia; y dado también que según Holzhauser el tiempo del Anticristo y de la Parousía es posterior a la sexta edad, es decir, es hecho propio de la séptima edad, no puede ser que un hecho contemporáneo de la Parousía  -la conversión del pueblo hebreo-  se realice no sólo antes de ésta, sino incluso precediéndola en un tiempo más o menos largo. No puede ser porque si admitimos que así fuera, ello equivale a afirmar que hay error en las Sagradas Escrituras, y eso es imposible. Sólo caben dos posibles soluciones a este rompecabezas: O bien Holzhauser está equivocado respecto de algunos hechos que anuncia para la sexta edad, o bien Holzhauser no está equivocado en sus profecías, pero la sexta y la séptima edades de la Iglesia no ocurren sucesivamente, sino simultáneamente;  de manera que Filadelfia es figura de la Iglesia resto fiel a Cristo, de la Iglesia que no apostata de Cristo antes y durante la gran tribulación, y Laodicea es figura de la falsa iglesia que toma partido por el Anticristo por obra de las seducciones del Falso Profeta.

A esta conclusión he llegado no tanto por mis propias reflexiones, sino sobre todo tras una conversación sobre este tema con mi amigo Juan Suárez Falcó, que escribe en la página Comovaradealmendro.

Mañana, si Dios quiere, desarrollaré el contenido de estas reflexiones y de esta conversación, para explicar nuestra propuesta de solución a dicho enigma.

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            La conversación que sostuvimos Juan Suárez y yo sobre este tema versaba sobre la dificultad que plantea admitir o no una época de paz y de restauración previa a la gran tribulación y a la Parousía. Plantea Suárez que a la Parousía precede el gran castigo (fuego del cielo) profetizado en 2 Pedro 3, 1-4, siendo este terrible suceso, que las Sagradas Escrituras denominan día del Señor, dia de la Ira, el castigo señalado para la Babilonia del Anticristo en Ap. 18, 8. Por otra parte, Suárez está también convencido  -quien esto escribe participa de esta convicción-  que Francisco es el Falso Profeta de Ap. 19, 20 en relación con Ap. 13, 11-18 y Zac. 11, 16-27. Por tanto, siendo como han de ser contemporáneos el Falso Profeta y el Anticristo o Bestia del mar, y estando actuando ya el primero de los dos en la Iglesia y en el mundo, no hay tiempo material para una restauración del orden cristiano y una época de paz, pues la gran tribulación estaría a las puertas, si resulta que uno de sus grandes protagonistas ha salido de detrás de las bambalinas y ha pisado ya la escena. Por ello, tras esa conversación ambos concluimos que la sexta y séptima edades no son periodos históricos sucesivos, sino figuraciones respectivamente de la verdadera Iglesia unida, catacumbal, perseguida,  mártir  -Filadelfia-; y de la falsa iglesia apóstata que se une al Anticristo merced a las seducciones del Falso Profeta  -Laodicea-. La etimología de ambos nombres apoya esta hipótesis, pues Filadelfia significa amor de hermanos, y Laodicea, juicio de la muchedumbre o juicio del pueblo, estando el vocablo griego “laos” relacionado a su vez etimológicamente con laico, que significa pueblo en sentido de personas no consagradas; es decir, Laodicea alude etimlógicamente a un juicio del todo el pueblo de Dios. También se puede apoyar esta hipótesis en que Filadelfia comparte una característica con Esmirna:  las cartas que son dirigidas a cada una tienen en común el no expresar más que alabanzas, sin ningún reproche; y puesto que Esmirna es la Iglesia del tiempo de las persecuciones romanas, es posible concluir que Filadelfia es la Iglesia del tiempo de las persecuciones del Anticristo, dado que ambas comparten esa característica. Otra razón para considerar que Filadelfia es una Iglesia martirial, y concretamente martirial ante el Anticristo,  es esta: la expresión guardar la paciencia o guardar la palabra de la paciencia que se aplica a Filadelfia la utiliza, primero, el mismo San Juan en el texto introductorio del Apocalipsis (Ap. 1, 9): “Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación y en el reino y en la paciencia de Jesús…; y segundo, en el capítulo 13, v. 10, y en el capítulo 14, v. 12, en el contexto de la manifestación de las dos Bestias, la de la tierra (Falso Profeta) y la del mar (Anticristo), y en el contexto de la imposición de la marca cuyo número es 666, aparece relacionada la dicha paciencia con los santos que por fe no se doblegan a adorar a la Bestia y con los santos que resisten la imposición de la marca de la Bestia. “Aquí está la paciencia y la fe de los santos (13, 10). Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (14, 12). Creo que son razones suficientemente convincentes para pensar que Filadelfia es esa Iglesia reducida a la insignificancia  -desde el punto de vista socio-político-,  esa Iglesia que tiene escasas fuerzas, caracterizada por sufrir la persecución en la gran tribulación.

Holzhauser, como hemos visto, vincula la expresión he aquí que entrego parte de la Sinagoga de Satanás, de los que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí que haré que ellos venga y se postren delante de tus pies, y conozcan que yo te amé (Ap. 3, 9) con la conversión de herejes y cismáticos, y particularmente, con la unión de la Iglesia Ortodoxa y Católica. Puede ser, no lo negaremos; es más, lo creemos así, el cumplimiento de esta profecía no encuentra obstáculo en el hecho de que Filadelfia sea una Iglesia perseguida y martirial; incluso podemos afirmar que será así probablemente, fruto una vez más de lo que es una constante en la Historia de la Iglesia: los mártires son semilla de nuevas conversiones, y si el lector acude al texto de Ap. 3, 9 verá que inmediatamente después de referir esa conversión de parte de la Sinagoga de Satanás se alude como razón de la misma a guardar la palabra de la paciencia.  Incluso podríamos esperar que una parte de la Sinagoga de Satanás  en sentido estricto, es decir, una parte importante de los judíos talmúdicos y sus secuaces masones, se convierta a la fe católica durante la etapa de Filadelfia precisamente porque los cristianos de ese tiempo guardan la paciencia y no niegan en nombre de Jesús aun a costa del martirio. Al fin y al cabo, eso mismo le sucedió a San Pablo, que fue un fariseo antes que apóstol, primero perseguidor de la Iglesia de Cristo (Hch. 7, 54-60; Hch. 8, 1 y Hch. 9) y luego convertido.

Concluyendo, pues, planteamos como hipótesis que Filadelfia y Laodicea no son en sentido propio dos épocas sucesivas de la Historia de la Iglesia, sino sendas alegorías respectivamente de la verdadera Iglesia fiel a Cristo  -reunidos en ella una parte de los herejes, los cismáticos y tal vez judíos convertidos-, perseguida ; y de la falsa iglesia apóstata secuaz del Anticristo, contemporáneas una de la otra y contemporáneas de los tiempos del Falso Profeta y del Anticristo.

Por otra parte, no queremos dejar de añadir una intelección singular que realiza nuestro amigo Juan Suárez Falcó, que escribe habitualmente en la página Comovaradealmendro, y que se muestra partidario de concluir que Filadelfia y Laodicea no son etapas sucesivas en la Historia de la Iglesia, sino simultáneas; y añade a su vez que, para él, Sardes corresponde a la Iglesia en su etapa histórica posterior al concilio Vaticano II. Se basa en el texto apocalíptico para afirmar tal interpretación.  Le citamos:

Por eso Dios le dice (a Sardes) que aunque parece viva está muerta, pero dentro de ella hay un resto fiel (“Con todo, tienes en Sardes algunos pocos nombres que no han manchado sus vestidos”) que está destinado a formar parte de la Iglesia de Filadelfia, esto es, de los que mueran en la gran tribulación por no haber renegado de Cristo y de los que reciban vivos al Señor (reinando, vestidos de blanco, con Cristo, cuando vuelva).

Luego, en el fin de los tiempos, tenemos dos Iglesias: una verdadera y otra falsa, la verdadera es la Iglesia feliz de Filadelfia, el resto fiel que estaba dentro de la de Sardes, pero que ahora ya se ha separado formalmente de la falsa Iglesia (seguramente porque es echada de las iglesias y “excomulgada”, Jn. 16, 2 y ss, aunque esta excomunión no tendrá valor ninguno). De ella dice el Apocalipsis que ha guardado su nombre porque no ha apostatado en medio de la persecución del Anticristo, y dice de ella que la protegerá en la gran tribulación, y que tras ella pasará a vivir en la Jerusalén celestial, que baja de cielo a la nueva tierra.

En paralelo a esta Iglesia verdadera existe una falsa Iglesia, la de Laodicea, que apostatará y se prostituirá con el mundo (por eso dice que se ha hecho rica). De ella dice el Apocalipsis que es tibia y que será vomitada por Dios de su boca, salvo los que dentro de ella se conviertan.

SEGUNDA PARTE.- LOS CUATRO HOMBRES ANTAGONISTAS EN LA DIVINA TRAGEDIA: EL FALSO PROFETA, EL ANTICRISTO, EL SANTO PONTÍFICE Y EL GRAN MONARCA.

Como prólogo de esta segunda parte, transcribo íntegro un artículo escrito por  J. C. García de Polavieja en julio de 2012, antes de la renuncia de Benedicto XVI, titulado PROFECÍAS CONVERGENTES, publicado en Religión en Libertad:

https://www.religionenlibertad.com/opinion/23746/profecias-convergentes.html

“Tuve la fortuna de hacer unos ejercicios espirituales, de estilo ignaciano, con el P. Juan Manuel Igartua S.J. a comienzos de los años setenta, en Portugalete. Se conserva alguna foto de aquellos días, compartidos con amigos de Schola C. I. que la revista Cristiandad reproduce de vez en cuando, donde un Canals maduro y un servidor, entonces muy joven y sin barba, encuadramos al benemérito jesuita.

En aquella ocasión no se habló de la profecía de San Malaquías, que el P. Igartua conocía muy a fondo: los ejercicios son ejercicios, no tertulias. Sin embargo, su interés escatológico se debió colar por alguna rendija, no recuerdo cual, dejándome una impresión que ha permanecido.

Dos o tres años más tarde vio la luz su estudio sobre el célebre texto, atribuido por su redactor del s. XVI, Arnaldo de Wion, al obispo de Armagh (Irlanda), titulado “El enigma de la profecía de S. Malaquías sobre los Papas” del que conozco dos ediciones (de 1976 y 1978). Con su habitual rigor, el P. Igartua analizó desde todos los ángulos la lista de lemas de los pontífices romanos – desde Celestino II hasta el último – llegando a varias conclusiones, entre las que interesan ahora especialmente dos: La validez e importancia que el sabio jesuita otorgaba a ésta profecía, en primer lugar; y la restauración que hizo del sentido de los últimos lemas, 111, 112 y 113, en segundo lugar.

El P. Igartua tomó en cuenta las críticas que convierten a Wion -supuestamente inspirado en Panvinio (en 1595) – en verdadero autor de la profecía, aunque no las rubricara. Ello no le restaría carácter profético, ya que todos los lemas de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX la acreditan, y se trata de pontífices que tampoco Wion podía conocer. Sin embargo, me inclino – mera opinión personal – por la autoría de S. Malaquías, por varias razones: Me parece muy probable que Wion haya tenido acceso a un original medieval y se limitase a recopilarlo como él mismo declara. Nunca compartiré la incredulidad hacia la veracidad de lo antiguo que impera en la vida académica por imposición modernista. Además, uno de los mejores historiadores religiosos contemporáneos de Wion, el dominico Alfonso Chacón, creía en la autoría del obispo de Armagh. En cualquier caso, para el P. Igartua quedaba clara “la sólida probabilidad de su valor profético”, lo que es más que suficiente.

Mis razones en favor de la autoría de S. Malaquías quizá sean demasiado personales, porque derivan de un convencimiento absoluto del sentido providencial de la historia; así como de la trabazón íntima entre el nombre bautismal de las personas y su vocación: no creo en las casualidades. Los dos últimos libros proféticos del Antiguo Testamento, Zacarías y Malaquías, fueron escritos en previsión de los tiempos previos a la Parusía, y “me casa” que un santo del s. XII llamado Malaquías fuese inspirado para completar los datos de su homónimo.

El gran acierto del P. Igartua fue restablecer la secuencia original de los últimos lemas de la profecía, que habían quedado oscurecidos en ediciones poco cuidadosas: Sirviéndose del llamado numerus aureus – no voy a detenerme en ello – el sabio jesuita comprendió que los lemas de la lista son 113 y no 111.

 

 

Es decir, que la lista no acaba con Gloria olivae, el lema correspondiente a Benedicto XVI; sino que después vienen dos lemas más: El 112, In persecutione, lema que Igartua atribuye al ¿anticristo? – así, entre interrogaciones (página 512); cosa que comparto sin interrogaciones – y el 113, Petrus Romanus, que corresponde al pontífice reinante en el momento de la Parusía. Este Petrus Romanus requeriría un estudio independiente, por la complejidad de su momento y por las especulaciones que sobre él circulan.
Lo trascendente de la lista de Malaquías es que nos sitúa ante la inminencia del gran parteaguas de la historia: Si para el P. Igartua, hace cuarenta años, se trataba de esperar dos lemas más, para nosotros, de ser cierta la profecía, el tiempo ha llegado… Esto es lo que verdaderamente asusta. Cierta corrección eclesiástica no puede aceptar –porque rompe todos los esquemas – que sea inminente un falso profeta, un antipapa, o un “pastor necio” para decirlo en términos de Zacarías (Za 11, 15). Pero San Jerónimo, con toda su autoridad hermenéutica, veía en este Necio al impío por excelencia, que sería el anticristo y el antípoda del Mesías (San. Jerónimo, Comentario a Zacarías III, 859, en: Obras Completas B.A.C. 593, pp. 654-657).

La atribución por Igartua del lema 112, In persecutione, a este anticristo eclesiástico, es plenamente coincidente con la previsión de Zacarías, que sitúa al pastor Necio inmediatamente después de los pastores Gracia y Vínculo y como sucesor inmediato de éste último. La convergencia entre la profecía de los Papas de Malaquías y el decisivo capítulo 11 de Zacarías es total. Y negar que el capítulo 11 de Zacarías se refiere a nuestro tiempo, exigiría ahora prolongar la duda acerca de la identidad del pastor-cayado Gracia, cosa difícil después de un Papa monfortiano que se declaraba “Totus tuus” respecto a la Llena de Gracia…

A los datos de Zacarías sobre la Pasión de la Iglesia puede dárseles una interpretación esclarecedora, aunque convenga exponerla con prudencia. En algunas ocasiones, la concreción excesiva puede no compensar los daños colaterales…Quienes leéis estas líneas sabréis discernir nuestra preocupación ante la situación que se precipita, cuyos detalles deben permanecer, por ahora, en estudio. Lo que sí cabe es avisar a los estudiosos del tema que estas profecías no prevén “cónclaves divididos” ni cismas post-electivos sino, en todo caso, traiciones que provocarían cismas prácticos.

En este sentido parece ir también la exégesis que Jesús le hizo a María Valtorta del mismo capítulo 11 (Cuadernos, 9 de diciembre de 1943, pp. 539-541). La atención debería centrarse en la advertencia del Señor, recogida por San Juan, acerca del salteador “que no entra por la puerta del redil sino que escala por otro lado” (Jn 10, 1); advertencia explicada a su vez en la célebre profecía de san Francisco de Asís, en su lecho de muerte: “En el momento de esta tribulación, un hombre, elegido no canónicamente, se elevará al Pontificado, y con su actuación se esforzará en llevar a muchos al error y a la muerte” (Obras del Seráfico Padre S. Francisco de Asís, Washbourne, 1882, pp. 248-250).
La convergencia entre la profecía del capítulo 11 de Zacarías y la de los Papas de Malaquías es – lo repito – total: Zacarías avisa que al romperse el cayado Vínculo Dios va a “suscitar en esta tierra un pastor que no hará caso de la oveja perdida, etc. etc.” (Za 11, 1516) y Malaquías de Armagh coloca, inmediatamente después de Gloria olivae, el lema In Persecutione, cuyo comentario inmediato (extrema S. R. E. sedebit – la extrema (persecución) tendrá su sede en la Santa Iglesia Romana) parece un anticipo de la célebre advertencia de Nuestra Señora en la Salette: Roma perderá la Fe y se convertirá en la sede del anticristo.

Frente a esta convergencia profética se levanta una muralla de prevención – hasta cierto punto lógica – y convencionalismo. Esta resistencia es preocupante porque se plantea desde una eclesiología bien intencionada, es decir, invocando la guía indefectible del Espíritu Santo sobre la Iglesia: Pero esta guía se invoca precisamente para negar los avisos del propio Espíritu Santo; aduciendo “poca fiabilidad” de las profecías de todo tipo. En este tema, hay sectores abocados a un círculo vicioso donde incluso las mariofanías oficialmente reconocidas son vistas con suspicacia en lo relativo a sus previsiones proféticas. La cerrazón de estas corrientes a la realidad del momento parece crónica, porque su visión está encerrada en burbujas, sin contacto con la deriva cultural y social. No hablamos de los sectores que ponderan esta deriva con intención de incorporarse a ella. Existe un racionalismo piadoso, incluso tradicional, ignorante de la naturaleza satánica de la cultura dominante; y cuya reticencia escatológica obedece, en realidad, al recelo hacia la mística.

En ello subyace una confusión del amor, disimulada frecuentemente tras espiritualidades voluntaristas y suficiencias eruditas: Incredulidad hacia el protagonismo del Cielo, que no se sirve de maestros acreditados ni de sabios, sino de lo más sencillo y sorprendente. Tal actitud arriesga, sin sospecharlo, quedar incluida entre los engañados por “no haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado” (2 Ts 2, 10). Porque el Amor de Jesucristo no es referencia metafísica, ni patente espiritual, ni agotó sus revelaciones con Bernardo de Hoyos y Faustina Kowalska: Es una experiencia de comunión que persiste, y en la que Jesucristo dirige, se manifiesta y habla… Es muy peligroso permanecer ajenos a las manifestaciones más actuales, contundentes y clarísimas, del Sagrado Corazón.

San Luis Mª Grignon se quejaba amargamente de aquellos “que teniendo la profesión de enseñar la verdad a los demás, no te conocen a Ti ni a tu Santa Madre, sino de una manera especulativa, árida, estéril e indiferente” (V. Devoción, 64).

La suma de las mariofanías, revelaciones y confidencias de todo tipo con las que el Cielo está previniendo el drama actual, es de tal magnitud que su estudio deja poco espacio para la duda. Esa duda equivaldría a pensar que Dios permite que su palabra y la de su Madre sean suplantadas con una frecuencia que pondría en entredicho su divinidad. Despreciar este desbordamiento profético implica, además, un desaire a la Mujer que prepara la Venida de su Hijo y da a luz, con lágrimas y sudores de sangre, físicos, visibles y repetidos, al Hombre nuevo.

La reticencia, el escepticismo respecto a las revelaciones privadas, la prevención contra el Apocalipsis, la suspicacia ante toda comunicación mística, forman parte del misterioso desenlace de esta etapa histórica y escatológica. Si la cuestión se dirimiese entre revelaciones privadas y la autoridad legítima de la Iglesia – y por legítima habrá que entender pronto absolutamente diáfana respecto a los dos pilares de la Eucaristía y de Nª. Señora con todas sus exigencias dogmáticas y prácticas – los críticos podrían tener alguna razón. Pero el problema parece bastante más complejo. Las advertencias sobrenaturales, cuyo número desafía hoy toda capacidad de clasificación, están clamando en perfecta sintonía con la profética general de las Sagradas Escrituras y con la esperanza del cristianismo de todos los tiempos: Y este coro universal nos está previniendo sobre un poder de seducción insospechado, revestido de “caridad” horizontalista, sincretista e irenista, a cuyo influjo escaparán exclusivamente los más pequeños, enamorados de Jesucristo.”

Puesto en suerte el tema con la lectura de este artículo, que relaciona estrechamente el capítulo 11 del profeta Zacarías con la profecía de San Malaquías, abordemos sin más preámbulos el estudio de los cuatro antagonistas humanos en el gran y divino drama del desenlace de la Historia.

1.- EL FALSO PROFETA.-

 

“Un nuevo poder resurge, su victoria está próxima…Unidos, mi señor Sauron, seremos reyes de la Tierra Media.”

 

Estoy convencido de que J. R. R. Tolkien describe, por medio de su personaje Saruman,   -magistralmente interpretado por Christopher Lee-  los rasgos del Falso Profeta de Apocalipsis 13 y 19, y Zacarías 11. Saruman es el decano de la Orden de los Istari, el más poderoso e importante de los maiar o magos  -una casta de sacerdotes-  enviados a la Tierra Media para ayudar, mediante el consejo y la guía moral, a los hombres en su lucha para oponerse al poder de Sauron  -que representaría al Anticristo-. En un cierto momento, Saruman,  -que por ser el más notable de los maiar viste una túnica blanca-,  traiciona la misión que tiene encomendada, y seducido por el afán de poder, se alía en secreto con Sauron. La narración de Tolkien y las películas recogen que esta traición supone para Saruman la pérdida de su legitimidad como miembro de la casta sacerdotal de los Istari, siendo sustituido por otro maiar, de nombre Gandalf, a quien se le otorgan la vestidura blanca y el caudillaje moral de los hombres que se oponen a Sauron.  En la traición de Saruman, su alianza con el “Anticristo” Sauron, y la oposición entre éste y Gandalf, se narra poética y épicamente todo el drama del personaje escatológico conocido como Falso Profeta.

El Falso Profeta aparece mencionado por este mismo nombre en Apocalipsis 19, 20, cuyo texto remite directamente al capítulo 13, diciendo que es quien había realizado al servicio de la Bestia las señales con que seducía a los que habían aceptado la marca de la Bestia y adoraban su imagen. Así pues, el Falso Profeta es sin duda, la Bestia surgida de la tierra, pues Ap. 13, 12 dice que ejerce todo el poder de la primera Bestia en servicio de ésta, haciendo que la tierra y sus habitantes adoren a la primera Bestia. De las obras del Falso Profeta el Apocalipsis destaca dos:  ostentar engañosa apariencia de cordero, pero hablar como serpiente (Ap. 13, 11); y hacer que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se hagan una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar nada ni vender sino el que lleva la marca con el nombre de la Bestia o con la cifra de su nombre (Ap. 13, 16-17).  Las Bestias del mar y de la tierra, respectivamente son el Anticristo y el Falso Profeta, pues el mar en el lenguaje apocalíptico representa el poder de la política y la tierra el poder religioso; así pues, el hacer que todos… se hagan una marca en la mano derecha o en la frente, significa influir o seducir los ánimos para que se acepte la imposición de una cierta marca o signo o distintivo sin cuya aceptación  no se podrá comprar ni vender, es decir, no se podrá actuar en el orden socio-económico. Dicho en pocas palabras: el Anticristo impone la marca desde el punto de vista legal o político, y el Falso Profeta induce a aceptar la imposición de la marca. De este obrar de consuno se deduce sin género de dudas que el Falso Profeta y el Anticristo son personajes escatológicos contemporáneos el uno del otro, pues cooperan estrechamente en alianza, como Saruman y Sauron.

Del capítulo 11 de Zacarías se infieren otras características del Falso Profeta. Zacarías no utiliza esta denominación, sino le llama pastor necio, es decir, confirma que es un personaje surgido del poder o estamento religioso, pues el pastor en todos los textos bíblicos es equivalente o significativo de ostentar una función sacerdotal y guía moral del pueblo de Dios

Nos remitimos a un párrafo del artículo de García de Polavieja que hemos citado íntegramente como final de la primera parte de este ensayo y frontispicio de la segunda:

“Cierta corrección eclesiástica no puede aceptar –porque rompe todos los esquemas – que sea inminente un falso profeta, un antipapa, o un “pastor necio” para decirlo en términos de Zacarías (Za 11, 15). Pero San Jerónimo, con toda su autoridad hermenéutica, veía en este Necio al impío por excelencia, que sería el anticristo y el antípoda del Mesías (San. Jerónimo, Comentario a Zacarías III, 859, en: Obras Completas B.A.C. 593, pp. 654-657).

La atribución por Igartua del lema 112, In persecutione, a este anticristo eclesiástico, es plenamente coincidente con la previsión de Zacarías, que sitúa al pastor Necio inmediatamente después de los pastores Gracia y Vínculo y como sucesor inmediato de éste último. La convergencia entre la profecía de los Papas de Malaquías y el decisivo capítulo 11 de Zacarías es total. Y negar que el capítulo 11 de Zacarías se refiere a nuestro tiempo, exigiría ahora prolongar la duda acerca de la identidad del pastor-cayado Gracia, cosa difícil después de un Papa monfortiano que se declaraba “Totus tuus” respecto a la Llena de Gracia…”

Zacarías atribuye estas características al pastor necio o Falso Profeta (Zac. 11, 15-17):

«15. Yahveh me dijo entonces: «Toma todavía el hato de un pastor necio. 16. Pues he aquí que yo voy a suscitar en esta tierra un pastor que no hará caso de la oveja perdida, ni buscará a la extraviada, ni curará a la herida, ni se ocupará de la sana, sino que comerá la carne de la cebada, y hasta las uñas les arrancará. 17. ¡Ay del pastor inútil que abandona las ovejas! ¡Espada sobre su brazo y sobre su ojo derecho; que su brazo se seque del todo, y del todo se oscurezca su ojo!»

Detengámonos particularmente en las palabras no hará caso de la oveja perdida, ni buscará a la extraviada, pues esas expresiones guardan estrecha relación de oposición con la parábola de la oveja perdida, en el capítulo 15 del Evangelio de San Lucas. En la parábola, Cristo elogia al pastor que sale en busca de la oveja perdida  -figura del pecador-  y refiere que hay más alegría en el Cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos no necesitados de conversión. En contraposición, el Falso Profeta se caracteriza, según Zacarías  -es decir, según Dios, pues Dios es el autor de toda la Biblia-  por ignorar la oveja perdida y por no buscar a la extraviada. El Falso Profeta es un pastor que abandona a las ovejas, es decir, traiciona su misión de ser guía moral y religioso del pueblo cristiano, al cual debiera conducir hacia la salvación del alma, ley máxima de la Iglesia y razón de su existencia en este mundo. En lugar de esto, el Falso Profeta se caracteriza por predicar una doctrina nueva que, bajo el ropaje religioso, induce a pensar que la salvación del alma es cosa hecha fácilmente, casi universal, y que no es necesario ni siquiera hacer el esfuerzo de ser dócil a la Gracia para hallar la puerta estrecha que conduce a la salvación (Mt. 7, 13 y Lc. 13, 23). Muchos malos pastores han realizado esta conducta desviada, siendo el más destacado de todos, a mi parecer, el fraile agustino Martin Lutero, perfectísimo y acabado typo del Falso Profeta, que con su herética doctrina de la salvación por la sola fides  -la sola fe- condujo a tantos a la perdición. Lutero llegó a afirmar en carta dirigida a su amigo Melanchton la conocida frase pecca fortiter, sed crede fortius  -peca fuertemente, pero cree más fuertemente aún- , lo cual es una temeridad, pero aun siendo una temeridad, está en el sentir profundo de muchos católicos.

A continuación transcribo una revelación particular que he tenido oportunidad de conocer. Esta revelación ha sido por medio de unas locuciones interiores en las que dicha persona dialoga con el Señor, y se han publicado en vísperas de la Navidad de 2020 en un libro en pdf titulado “Así en la Tierra como en el Cielo”,  que aparece en la página de internet https://makabeosstg.wixsite.com/website. Está revisada por dos sacerdotes de probada ortodoxia. Dice así en la página 242 del libro:

6 de mayo de 2014.

Señor, ¿te puedo preguntar por este papa?, ¿por qué me dijiste que tu vicario no tenía… (se refiere a otra locución anterior, de 9 de abril, en que se le dijo… “mi vicario no tiene un rebaño, mi vicario no tiene una generación, tiene dispersión. La Iglesia, el pueblo de Dios, está dispersado, ha dejado de ser la generación del Señor”)

-¿Te interesa, hija? Es el Señor el que te contesta. Mi vicario está en la Tierra y se ha quedado sin pueblo. Mi vicario está triste y ha permitido esto para que se cumpla lo que está escrito: apartarán al pastor y serán dispersadas las ovejas.

Y entonces, ¿el otro no es un pastor?

-Es un impostor que es consciente de lo que es. Todo lo tiene estudiado, medido. Su lugar se preparó políticamente.

¿Y entonces, Señor?

-Entonces debéis prepararos para lo que va a venir y ya es. La abominación de la desolación en mi Iglesia. En mi Iglesia. Porque es mía y de nadie más, y se quieren apropiar de Ella. La Iglesia es santa y va a ser profanada. Sí, hubo pecado en Ella, pero nunca jamás en la historia fue tomada por EL IMPOSTOR. Ya llegó el culmen de la abominación. Ya llegó LA BESTIA…

Desde luego, en esta revelación privada  -que debe tomarse con las debidas cautelas, pero no desecharse a priori (1 Tes., 5, 19-22)-  la cuestión no puede quedar más clara: el Señor indica que la Bestia ya se encuentra presente en el mundo y lo identifica: sería J.M. Bergoglio, Francisco. Adviértase que el calificativo impostor  aparecido en esta revelación privada es utilizado también por Tertuliano y S. Ireneo de Lyon para designar a la Bestia de la tierra, como señala Straubinger en su comentario a Ap. 13, 11.

El Falso Profeta será finalmente identificado por sus obras. Por sus frutos los conoceréis, dice el Señor. Muchas de las obras y palabras de J.M. Bergoglio le señalan como falso profeta, pues ha dedicado su pontificado a propalar toda suerte de herejías e incluso blasfemias, hablando como dragón pese a tener apariencia de cordero.  La página de internet https://denzingerbergoglio.com/ contiene una detallada exposición de las referidas herejías con su correspondiente refutación. A la misma nos remitimos. El denominador común de las predicaciones y escritos de J. M. Bergoglio ha sido, más o menos subliminalmente,  la reducción de la fe católica a una suerte de horizontalismo, de preocupación exclusiva por los problema de orden político y social,  propagando el ecologismo, el inmigracionismo,  y el economicismo marxista, con preterición más o menos disimulada del tema central de la salvación de las almas y por supuesto, de la piedad cristiana.

De todas las herejías de J.M. Bergoglio la que nos parece más destacable, por insidiosa y anticrística,  es la de su indiferentismo religioso. Está bien resumida por él mismo en un vídeo de 2016, en el que se le oye claramente decir:

“La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes. Esto debería provocar un diálogo entre las religiones. No debemos dejar de orar por él, y colaborar con quienes piensan distinto”

A continuación, otros personajes en el vídeo dicen: “Confío en Buda”, (una budista), “creo en dios” (un judío), “creo en Jesucristo” (un sacerdote),  “creo en dios, Allah” (un musulmán). Y luego finaliza Bergoglio:

“Muchos piensan distinto, sienten distinto. Buscan a Dios o encuentran a Dios de diversa  manera. En esta multitud, en este abanico de religiones, hay una sola certeza que tenemos para todos: todos somos hijos de Dios…”

Finaliza el vídeo con la inquietante imagen de cuatro símbolos religiosos, un buda, un candelabro hebreo, un cuenta islámica, y un Niño Jesús, puestos todos juntos y al mismo nivel. El sitio del vídeo en internet es este:

 

La herejía, además de blasfemia, está en lo siguiente:

Si se cree como cierto que Dios se ha encarnado en Jesucristo, y Éste nos ha revelado la única religión y culto agradable a Dios;  equipararlo al mismo nivel que las demás religiones producto de la mente humana, equivale a negar muy sutilmente la divinidad de Jesucristo.  No puede ser verdad al mismo tiempo que tanto vale una religión como otra para buscar a Dios   -como dice Bergoglio- y que todos los dioses de los paganos son demonios (Sal. 95, 5), o que los sacrificios de los paganos van ofrecidos a los demonios y no a Dios (1 Cor. 10, 20). Una de esas afirmaciones ha de ser necesariamente falsa, pues son contradictorias.  O es falso lo que dice Bergoglio, o es falso lo que dice la Biblia. Quien profesa y predica este indiferentismo religioso no merece más calificativo que el de anticristo, pues niega la divinidad de Cristo.

Pero esto, aun siendo importante, no es definitivo para identificar al Falso Profeta. Hay dos obras que serán definitivas para señalarle como el Falso Profeta, y a fecha actual ninguna de las dos las ha llevado a cabo:  una es seducir a todos para que acepten la marca de la Bestia (Ap. 13, 16) y otra, llevar a cabo la supresión del sacrificio perpetuo o, lo que es lo mismo, instalar en la Iglesia la abominación de la desolación, es decir, sustituir la santa misa por un culto idolátrico (Mt. 24, 15 y Dn. 12,11). Respecto de la marca de la Bestia, Straubinger, en su comentario al pasaje de Ap. 13, 16, señala que alude al boicot económico por medio del cual serán sometidos los cristianos al sistema del terror, cosa que ya no nos toma de sorpresa en esta época. Según observan los expositores, se trataría de marcas indelebles, es decir, tatuadas en la piel.  En Ap. 13, 16 y Ap. 19, 20 aparece bastante diáfano que inducir o seducir a aceptar la marca de la Bestia es obra del Falso Profeta. Precisamente el segundo de los pasajes citados define al Falso Profeta como aquél que había realizado al servicio de la Bestia (Anticristo político)  las señales con las que seducía a los que habían aceptado la marca de la Bestia y a los que adoraban su imagen. Por tanto, si efectivamente los hechos terminan confirmando que J.M. Bergoglio es tal personaje escatológico,  como muchos sospechamos, estos eventos están muy próximos a materializarse.

Por último, la abominación de la desolación es la supresión del sacrificio perpetuo predicha por el profeta Daniel, cumplida en figura o en typo en el acontecimiento histórico de la profanación del Templo de Jerusalén por Antioco Epífanes al introducir en el Sancta Sanctorum una estatua de Zeus. Es decir, se trata de reemplazar al verdadero culto de latría a Dios por un culto idolátrico. Tal cosa, después de Cristo, sólo puede materializarse mediante la abolición del sacrificio eucarístico de la santa misa y su sustitución por otra cosa que lo reemplace, con el beneplácito de los cristianos, que en su inmensa mayoría adorarán esa otra cosa, por lo cual es necesario para que tamaño engaño triunfe que esta obra perversa se lleve a cabo por las autoridades sacerdotales.

Personalmente, me parece que en la entronización de la diosa Razón en la catedral de Notre Dame de París durante la Revolución francesa, una vez suprimido el culto católico, y la división del clero entre unos que aceptaron ese culto idolátrico, y otros, que conservaron el verdadero culto a Dios,  tenemos el más acabado typo de a qué puede referirse la expresión abominación de la desolación.

Ha habido un hecho peligrosamente próximo a esto al final del sexto año de “pontificado” de J. M. Bergoglio:  en los jardines del Vaticano se realizaron delante de unos obispos y cardenales, y del mismo Bergoglio unos ritos o especie de cultos a una deidad pagana, la pachamama, una diosa totémica de los incas representativa de la madre Tierra, todo ello en el contexto de un Sínodo sobre la Amazonia.  Algunos artículos ilustrados con fotografías informan incluso de haberse realizado parte de esos ritos idolátricos dentro de la iglesia de la Transpontina.  Todo se encuentra documentado en un reportaje publicado en internet, en la siguiente dirección.

https://www.infocatolica.com/blog/praeclara.php/1910260553-title

“Esto”, esta idolatría flagrante, clamorosa, evidente y abominable no es todavía la abominación de la desolación porque no ha reemplazado la santa misa, o transmutado la santa misa en un acto de idolatría, pero desde luego sí se le parece mucho, pues  lo que Antioco Epífanes hizo fue introducir un ídolo pagano en el Sancta Sanctorum.  Por tanto, ocurrido esto en el centro de la Cristiandad, estamos autorizados a temer que la abominación de la desolación está próxima.  Sabemos que tal abominación consistirá en la supresión de la Eucaristia, ¿de qué manera?, posiblemente mediante un cambio en la formula consecratoria tal que produzca la invalidez eucarística de las “misas” celebradas de esa manera.

La abominación de la desolación es el hito o signo definitivo. Es el mismo Cristo quien lo dice respondiendo a preguntas de sus discípulos sobre las señales indicativas de su segunda venida y la consumación del siglo:  Esta buena nueva del Reino será proclamada en el mundo entero, en testimonio a todos los pueblos. Entonces, cuando veais, pues, la abominación de la desolación predicha por el profeta Daniel  -el que lee, entiendalo-, entonces los que estén en Judea, huyan a las montañas; quien se encuentre en la terraza no baje a recoger las cosas de la casa; quien se encuentre en el campo no vuelva atrás para recoger su manto (Mt. 24, 14- 19). Los comentarios en nota al pie de la Biblia de Straubinger coinciden en que de este pasaje se deduce claramente que la profecía de Daniel (Dn. 9) no se ha cumplido en toda su trágica magnitud con los typos de la desolación idolátrica por Antioco Epifanes, ni siquiera por la desolación del Templo en el año 70, sino que se cumplira.  El Señor dijo que hay una señal antecedente a la abominación de la desolación:  la predicación del Evangelio en todo el mundo (Mt. 24, 14), hecho sin duda cumplido, pues no hay región, país, continente o tierra por remota que sea donde la predicación de la fe cristiana no haya llegado. Hace algunos años me llamó la atención un mapamundi colgado en los interiores de la librería San Pablo, sita en la calle Sierpes de Sevilla. Es un mapa indicativo de los lugares donde se halla presente la Familia  Paulina, que fue fundada a finales del siglo XIX.  Como puede comprobarse, si la Familia Paulina se encuentra presente literalmente en todo el mundo, es evidente que la fe católica ha sido predicada en todo el mundo; por tanto, ¿cabe dudar de que se ha cumplido Mt. 24, 14?

 

 

Hasta un lugar tan remoto como la Antártida ha llegado la predicación del Evangelio: la primera misa en ese continente fue celebrada por el sacerdote español p. Felipe Lerida, SJ., el 20 de febrero de 1946,  en el observatorio Orcadas del Sur, quien comunicó telegráficamente el hecho al papa Pio XII (https://es.wikipedia.org/wiki/Religi%C3%B3n_en_la_Ant%C3%A1rtida). Y en el extremo opuesto, en el polo norte, concretamente en Groenlandia, podemos citar la iglesia de Cristo Rey, en Nuuk, perteneciente a la diócesis de Copenhague, como testimonio de presencia cristiana.

Refiero estos datos simplemente por mostrar la convicción personal que tengo acerca del cumplimiento del signo de los tiempos que,  según refiere el evangelista San Mateo, antecede a la abominación de la desolación.  Por tanto, mi conclusión es que la fruta está madura, pronto veremos este luctuoso acontecimiento, probablemente obra de J. M. Bergoglio, quizás aprovechando la ocasión pintiparada que le ofrece la toma de precauciones ante el coronavirus para cambiar aquello que sea necesario para abolir la Eucaristía.

EL ANTICRISTO.-

“Un anillo para gobernarlos a todos. Un anillo para encontrarlos, un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas”

 

Al igual que sucede con Saruman y el Falso Profeta, sin perjuicio de admitir que la intención de J. R. R. Tolkien pudo ser otra, en el personaje imaginario de Sauron se manifiestan rasgos del personaje escatológico real y humano del Anticristo. Antes de analizar cuáles son esos rasgos y por qué razones Sauron puede ser una creación novelesca representativa del fatal Anticristo, veamos cómo es denominado en los textos sagrados y cuál es su papel en el final de los últimos tiempos.

Anticristo es una palabra de etimología griega, por el prefijo anti-, el cual significa tanto el que se opone al Cristo, al Mesías, como el que se sitúa en lugar del Cristo o Mesías (recuérdese que Cristo en griego significa Mesías o Ungido). Ambos significados no se excluyen mutuamente, por el contrario, se complementan, pudiendo decir que es aquél que se presenta en lugar de Cristo para oponerse a Cristo.

La denominación Anticristo aparece utilizada por San Juan apóstol y evangelista en su primera carta, capítulo dos, v. 18 y siguientes:

Hijitos, es la hora final, y según habéis oído que viene el Anticristo, así ahora muchos se han hecho anticristos, por donde conocemos que es la última hora. De entre nosotros han salido, pero no eran de los nuestros, pues si de los nuestros fueran, habrían permanecido con nosotros…

Como puede leerse, aparece utilizada tanto en singular como en plural. Straubinger comenta este pasaje concreto diciendo: El Anticristo (cf. 4, 3;  2 Jn. 7;  St. 5, 3;  Judas 18). Como S. Pablo (2 Tes., 2, 3), así también Juan habla del anunciado fenómeno diabólico en que el odio a Cristo y la falsificación del Mismo por su imitación aparente (2 Tes. 2, 9 y ss), tomará su forma corpórea quizás en un hombre, aunque sea el exponente de todo un movimiento (Bonsirven, Pirot, etc.). Sus precursores son los falsos doctores y falsos cristianos porque “de entre nosotros” “han salido al mundo”. Es decir, se afirma que tendrá lugar la aparición o manifestación singular de un Anticristo final o definitivo, que es precedido de otros muchos en calidad de precursores suyos.  La misma doctrina desarrolla el beato cardenal Newman en sus Sermones sobre el Anticristo.

Este personaje, que es un hombre, no es un demonio, recibe muchos nombres en la Biblia (al igual sucede con Sauron, por cierto). Es llamado por San Pablo el hombre de iniquidad, y el ánomos (el sin ley) en la 2 Tes. Es llamado por el mismo Cristo el Otro (Jn. 5, 43). Es de nuevo llamado por San Juan apóstol la Bestia del mar en el capítulo 13 y 19 del Apocalipsis, yuxtaponiéndolo a la Bestia de la tierra.

Son estos dos capítulos del Apocalipsis los que más nos ilustran sobre los rasgos,  actuaciones de este personaje y su terrible destino final. Como hemos comentado en otro momento, en lenguaje profético la tierra simboliza la religión (de ahí Bestia de la tierra) y el mar simboliza el poder político ( de ahí la Bestia del mar), según nos explica L. Castellani en su Comentario al Apocalipsis de San Juan. Así pues, hay un Anticristo religioso, el llamado Falso Profeta, que prepara el camino al Anticristo político y a cuyo servicio actúa.

Cierto comentario en una de las obras del padre Leonardo Castellani, Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, sumamente agudo, que no he leído a ningún otro salvo a mons. Straubinger, como veremos más adelante, relaciona las tentaciones de Cristo en el desierto con la figura del Anticristo, y en particular con la última y mayor de las tres. Refiere el sacerdote argentino que, después que Cristo rechazó las tentaciones, éstas quedaron como suspensas en el aire o en el mundo, a la espera de que Otro las aceptara, y muy particularmente la tercera y última. Recuérdese el contenido de las tentaciones de Satanás a Cristo: convertir las piedras en pan, arrojarse de la cornisa del Templo  evitando caerse con espectacular ayuda milagrosa de los ángeles y concederle el poder sobre todos los reinos del mundo y su gloria a cambio de adorarle. Refiere Castellani que el espíritu maligno no sabía con seguridad si Jesús era o no el Mesías, ni tampoco si era Dios, pero que le tentó como suele con los hombres religiosos: le tentó mediante la soberbia, no con sensualidades, y añade al glosar particularmente la tercera tentación que Cristo no arguyó a Satanás llamándole mentiroso, replicándole que no tenía la capacidad de darle el poder sobre todos los reinos de la Tierra, sino respondió adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás, de lo cual deduce Castellani con suprema agudeza que el diablo sí tiene la capacidad  (permitida misteriosamente por Dios, desde luego)  de conceder el poder sobre todos los reinos del mundo a cambio de ser adorado, y un hombre algún día aceptará este trato, no sé qué día.

Este rasgo del Anticristo, la ambición de tener el poder sobre todos los reinos del mundo se corresponde con el lema del anillo de Sauron, que  alude precisamente a eso, a detentar poder sobre todos, gobernarlos a todos, y atarlos en las tinieblas. En el Silmarillion de Tolkien Sauron es humano, pero siervo y discípulo de Melkhor o Morgoth, personaje que es un “ainur”, es decir, uno de los espíritus puros creados por Ilúvatar (Dios) antes de la creación de la Tierra o Arda. Cierto número de los “ainur”, siguiendo a Melkhor, se rebelaron contra Ilúvatar, pues querían ser como él y luego de ser expulsados, trasladaron su guerra a Arda, nombre de la Tierra en la obra de Tolkien, seduciendo a unas u otras criaturas, siendo Sauron el más poderoso de todos los secuaces de Melkhor. He aquí un rasgo bastante notable del Anticristo en este personaje de Tolkien.  Este rasgo está diáfanamente corroborado por las Escrituras (Ap. 13, 7):

… Le fue dada (a la Bestia del mar) autoridad sobre toda tribu, y pueblo, y lengua y nación

Comenta Straubinger este pasaje indicando:

Como observa un autor, para obtener esta gloria y poder del Anticristo sobre todo el mundo, que le serán dados por el dragón precipitado a tierra en 12, 9, el Anticristo habrá hecho sin duda ese acto de adoración del diablo que Jesús negó a éste en Lc. 4, 4-8 y a cambio del cual Satanás le prometía ese mismo poder y gloria que él tiene como príncipe de este mundo (12, 3).

En definitiva, el Anticristo es un hombre común, como los demás, concebido de manera natural, que sucumbirá a la tentación suprema con la cual  fue probado Cristo en el desierto, realizará el acto de adoración al diablo, y por ello obtendrá poder absoluto  sobre todas las gentes y naciones, y desatará la más cruel persecución contra los cristianos durante los tres años y medio o cuarenta y dos meses que durará su feroz tiranía. Es uno de los dos hombres cuyo destino eterno está anunciado en las Sagradas Escrituras: se condenará irremediablemente, será arrojado vivo al infierno (Ap. 19, 21).  Dice el beato cardenal J. Henry Newman en sus Sermones sobre el Anticristo que el primer personaje histórico typo del Anticristo final fue Antíoco Epífanes.  De hecho, en el texto de 1 Macabeos 2, cuya lectura completa recomiendo, se encuentra narrada en typo o figura la gran tribulación que desatará el Anticristo, pues tal cosa es el flagelo y desgracia con que Antíoco Epífanes oprimió a Israel. Luego menciona como posteriores typos del Anticristo a Juliano el apóstata, y entre líneas, a Napoleón.

Concluimos esta parte citando a un autor contemporáneo, quien en un magistral artículo publicado en el diario ABC el  de julio de 2009 bajo el título Aparicion del Anticristo, y posteriormente incluido en el libro Nadando contra corriente, pag. 288, nos narra la manifestación o “epifania” del Anticristo. Por su interés y belleza literaria, lo reproducimos integro:

Al suroeste de la Umbría, encaramada sobre un abrupto promontorio de toba, se halla Orvieto, la ciudad más hermosa del orbe. A Orvieto el viajero sube en funicular desde la verdeante llanura; y apenas ha pisado sus calles angostas, lo sacude la impresión de hallarse en un mundo que ha dimitido de los relojes. El viajero se extravía entre casas menestrales y palacios desmigajados por la herrumbre de los siglos, entre iglesias florecidas de líquenes y campanarios que se asoman al vértigo de las escarpaduras, susurrando una letanía que exorciza el riesgo de derrumbe. Todo Orvieto está construido con la misma piedra toba del promontorio sobre el que se erige; y a la luz del atardecer el color terroso de la toba se incendia hasta tornarse incandescente, llenando las callejuelas más sombrías de un resplandor ambarino. El viajero prosigue su paseo sin rumbo hasta que, allá al fondo, vislumbra, coronado de vencejos, un alto acantilado de piedra sobre el que se estrella con estrépito el crepúsculo.

Es la fachada de la catedral de Orvieto, cuyos mosaicos enceguecen al mismo sol, cuyas agujas arañan el vientre de las nubes, cuyos bajorrelieves ilustran, en un tumulto de formas serpenteantes, la historia de la Salvación. Las altísimas naves de la catedral están erigidas con hileras alternas de mármol y basalto; en su interior, apenas se cuela una luz exangüe que parece amedrentada por la vastedad del lugar. En una capilla lateral se guarda el tesoro más precioso de Orvieto, el más intimidante también. Son los frescos de Luca Signorelli, realizados en el gozne de los siglos XV y XVI, que representan con apabullante majestad y abigarrado dinamismo escenas del Apocalipsis. Allá en el techo de la capilla, Cristo preside desde su cielo teológico el Juicio Universal, escoltado por una cohorte de vírgenes y mártires, apóstoles y patriarcas. En las paredes de la capilla se suceden los prodigios de los Últimos Tiempos: asistimos, bajo un cielo teñido de sangre y sobrevolado de ángeles que derraman fuego, al pánico de una multitud que no ha desoído las advertencias de los profetas; asistimos, bajo una luz de alborada, a la resurrección perpleja y primaveral de la carne; asistimos al dramático y hormigueante aquelarre de los condenados, sobre los que se abalanzan, como buitres sobre la carroña, demonios verdosos y azulencos de alas membranosas; asistimos, bajo una lluvia de flores, a la coronación de los bienaventurados, a quienes guían en su ascenso a la Jerusalén celeste ángeles que tañen arpas y laúdes. Pero estas escenas palidecen ante la más enigmática y ominosa de todas ellas, en la que contemplamos la predicación de un hombre, elevado sobre un pedestal de adoración, en cuyo derredor se apiña una multitud que le ofrenda cuanto posee y lo escucha entre arrobada y confusa.

¿Quién es ese hombre misterioso? A simple vista parece Jesucristo, con su rostro barbado y su apostura mesiánica; pero entonces el viajero repara en la figura de Satanás, bella y artera, que le susurra insidias al oído y le desliza amorosamente un brazo cómplice bajo su manto. Y a la memoria del viajero acude entonces aquella terrible reflexión del cardenal Newman: nadie se parecerá tanto al Hijo de Dios como el hombre de iniquidad que embaucará al mundo con sus engañosos portentos, trayendo una paz y una prosperidad impías, amasadas con la sangre de los últimos mártires; nadie se parecerá tanto al Mesías como el falso mesías que aparecerá hacia el final de los tiempos. El viajero comprende entonces que ese hombre que Signorelli ha pintado con rasgos que recuerdan a los de Cristo es en realidad el Anticristo; y, mientras el horror se derrama en su sangre, abandona la catedral. Afuera, los vencejos chillan despavoridos, el sol se encoge entre nubarrones y los primeros truenos de la tormenta tiñen con un velo de ceniza el resplandor ambarino de Orvieto, la ciudad más hermosa del orbe.

Juan Manuel de Prada.

 

La contemporaneidad de estos dos personajes, el Falso Profeta o Bestia de la tierra y el Anticristo o Bestia del mar, me parece fuera de toda duda, porque así se desprende de una intelección literal de ciertos versículos del capítulo 13 del Apocalipsis:

Y ví otra Bestia que subía de la tierra. Tenía dos cuernos como un cordero, pero hablaba como dragón. Y la autoridad de la primera Bestia la ejercía toda en presencia de ella(v. 11)

Y embaucó a los habitantes de la Tierra con los prodigios que le fue dado hacer en presencia de la Bestia(v. 14).

Estos pasajes no admiten,   -si estuviera equivocado, ruego se me corrija-, más interpretación que conforme al sentido propio de sus palabras,  es decir, que una y otra Bestias son contemporáneas, pues la actuación de una es en presencia de la otra.

Una confirmación indirecta de esto puede ser la contemporaneidad de los dos personajes antípodas del Falso Profeta y del Anticristo, que son San Juan Bautista, el profeta “más que un profeta” (Lc. 7, 26), y el mismo Cristo. Dado que el demonio suele proceder imitando bastardamente todo lo de Dios, si Cristo y su precursor “más que un profeta” fueron contemporáneos, es lógico pensar que el Falso Profeta y el Anticristo  también lo son. Por tanto, si efectivamente J. M. Bergoglio fuera el Falso Profeta o Bestia de la tierra, el fatal Anticristo final está próximo a manifestarse, y nuestra generación lo padecerá.

Nos queda por desarrollar en este apartado la cuestión del katejón, es decir, el obstáculo o impedimento que retiene la manifestación del Anticristo, al cual se refiere San Pablo en su segunda carta a los cristianos de Tesalónica (2 Tes.). Se ha escrito y teorizado mucho sobre este pasaje, por el misterio que lo rodea, ya que el apóstol de las naciones no especificó a qué o a quién aludía, tan sólo recuerda a la Iglesia de Tesalónica que ya se lo explicó cuando estuvo con ellos (2 Tes. 2, 5).  Straubinger comenta este pasaje del katejón arguyendo así:

“El que ahora le detiene”. En el v. 6 este masculino es un neutro: “lo que le detiene”. Son variadísimas las interpretaciones que se dan a este oscuro lugar. La antigua creencia de que ese obstáculo sería el Imperio Romano quedó desvirtuada por la experiencia histórica, y no parece posible mantenerla, pues todos los padres y autores están de acuerdo en que se trata de un hecho escatológico, es decir, para los últimos tiempos, pues el mismo Jesús anuncia que cuando Él venga no encontrará fe en la Tierra (Lc. 18, 8).  (…)  Hemos de pensar que si Dios ha querido dejar este lugar en la penumbra, ello es sin duda porque hay cosas que sólo se entenderán a su hora (Jr. 30, 24; Dn. 12, 1-10; Ap. 10, 4).

Sin pretender saber cuál es ese misterioso obstáculo o katejón, voy a atreverme a hacer una osada conjetura, basándome en el texto en latín de dicho pasaje (2 Tes. 2, 6-7):

“Et nunc quid detineat scitis, ut ipse reveletur in suo tempore. Nam mysterium iam operator iniquitatis, tantum qui tenet nunc, donec de medio fiat”.

No me parece baladí que el misterioso obstáculo sea a la vez referido como un que (quid) y un quien (qui). El uso respectiva y simultáneamente del género gramatical neutro y masculino aparece corroborado en el original griego del mismo pasaje, donde dice “to katéjon” y  “ó katéjon”, y puede ser la clave hermenéutica del texto. Admito que esta conjetura tal vez se deba simplemente a una deformación o inclinación causada por mis estudios de latín y griego, preteridos, pero no del todo olvidados. Así pues,  me atrevo a elucubrar que en el obstáculo misterioso concurren ambos géneros gramaticales, neutro y masculino. Esta circunstancia se produce en cuanto al Imperio Romano, ciertamente, pues imperio en latín es neutro (imperium), pero emperador es masculino (imperator). Igual circunstancia tiene lugar en pontifex (pontífice), masculino; y pontificium (autoridad pontifical). Por ello, mi particular elucubración al respecto es que el obstáculo es al mismo tiempo el pontificado o papado (neutro en latín), y el pontífice o papa (masculino en latín) que ostenta legítimamente el cargo. El pontificado no se puede apartar, suprimir o quitar de en medio porque es de institución divina, pero sí puede quedar vacante porque no haya un legítimo pontífice; por ello, conjeturo que habiendo sido apartado, desde hace siete años, de su cargo el legítimo pontífice Benedicto XVI, una vez que muera, al quedar vacante el pontificado, se habría producido la completa remoción del obstáculo que retiene temporalmente la manifestación del Anticristo. En definitiva, concluyo pensando  -sería mejor decir intuyendo-  que el Anticristo se manifestará en el periodo de sede vacante entre la muerte de Benedicto XVI (Gloria olivae) y la asunción al pontificado de Petrus romanus.

Advertencia al lector:

No ampliaremos este estudio con una pormenorizada exposición de las razones en que nos basamos para considerar que el legítimo pontífice sigue siendo Benedicto XVI. Al respecto nos remitimos al trabajo de Juan Suárez Falcó, publicado en https://comovaradealmendro.es/2018/12/20/hay-un-solo-papa-en-la-iglesia-catolica-benedicto-xvi/

 

PETRUS ROMANUS.-

 

“En los albores de la tempestad, vuelvo a vosotros…”

 

Nuevamente, ilustramos con un personaje de J. R. R. Tolkien, en concreto Gandalf el blanco, también llamado Mithrandir. En el apartado dedicado al Falso Profeta, al tratar la traición de Saruman, dimos explicación somera, pero suficiente, de por qué lo escogemos para ilustrar al pontífice contemporáneo de la gran tribulación.  Advierta el lector el detalle que durante la guerra del Anillo en el legendarium de J. R. R. Tolkien coexisten, enfrentados, dos maiar blancos: Saruman y Gandalf.

No conozco ningún pasaje del Apocalipsis que mencione a un último papa con sede en Roma contemporáneo del Anticristo y de la Parousía  -exceptuando la interpretación de Holzhauser a Ap. 14, 9, que luego comentaremos-, tampoco sé de ningún texto de los profetas antiguos cuya visión alcanza hasta el fin de los tiempos que mencione a este personaje. De hecho, el nombre Petrus romanus no es bíblico, bien saben los lectores que aparece por primera vez en la profecía privada de San Malaquías y luego es utilizado por notables y muchos exégetas, bien este mismo, bien denominándole santo pontífice o santo papa. No obstante, que no figure mencionado con ese nombre u otro semejante de manera particular y específica, no significa que no exista, pues el papado existirá por lo menos hasta el final de los tiempos, hasta que tenga lugar la Parousía, y hasta el fin del mundo. Ello se deduce de la perennidad de la Iglesia, que está fundada sobre la roca de Pedro:

Respondióle Simon Pedro y dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Entonces Jesús le dijo: bienaventurado eres, Simón bar Joná, porque carne y sangre no te lo han revelado, sino mi Padre celestial. Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt. 16, 16-18)

Como es sabido, la Tradición y los Padres son unánimes en entender que de este texto, en unión con Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt. 28, 20) se deduce la perpetuidad de la Iglesia hasta el fin del mundo (consumación del siglo, traduce Straubinger), el primado del apóstol Pedro, y la promesa de que los poderes infernales no prevalecerán contra ella (adversus eam en latín, pudiendo perfectamente interpretar que eam, ella, hace alusión tanto a la Iglesia como a la piedra sobre la cual está fundada). Por tanto, siendo perennes hasta el fin del mundo tanto la Iglesia como el papado, es lógico deducir que habrá un pontífice contemporáneo de la gran tribulación que guiará a la Iglesia hasta la Parousía. Este papa nos parece que es Petrus romanus.

Poco de cierto sabemos sobre este personaje, aparte de la seguridad sobre su existencia. En cuanto a lo que se refiere a este breve trabajo, casi todo lo hemos dicho ya citando a García de Polavieja al comienzo de esta segunda parte. En particular, me parece relevante y no casual que las últimas palabras de Cristo dirigidas al apóstol Pedro, apacienta mis ovejas (Jn. 21, 15-17), sean las mismas que aparecen caracterizando la misión de Petrus romanus en la profecía de San Malaquías:  qui pascet oves in multis tribulationibus (que apacienta las ovejas en medio de muchas tribulaciones). ¿Significa esto que Petrus romanus será muy parecido al apóstol Pedro?¿O acaso sugiere que sería el mismo apóstol Pedro descendido a la Tierra y resucitado para guiar a la Iglesia durante la gran tribulación, como indican algunas revelaciones privadas? No lo sabemos, el tiempo nos dará respuesta a estas preguntas.

El venerable Bartolomé  Holzhauser refiere, comentando el capítulo 14 del Apocalipsis,  v. 6-13, refiere lo siguiente:

Este ángel (el mencionado en Ap. 1, 9) es el ultimo papa. Es llamado “tercero” después de Cristo y de San Pedro. Será llamado Pedro, como profetizó el arzobispo san Malaquías. Este pontífice gobernara la Iglesia en las grandes y ultimas persecuciones, y mientras surge la disputa y se extienden las herejías acerca de la venida de Cristo el Mesías, a quien la Bestia tratara de reemplazar anunciando al Hijo de perdición o Anticristo, este papa gritara en su contra a grandes voces y advertirá en contra de los judíos, sus secuaces de la Sinagoga, y en contra de los cristianos apostatas. Se pronunciara con encíclicas y definiciones apostólicas, exhortando a observar los mandamientos de Dios y la fe en Cristo crucificado, y no permitirá contemporizar con ese extravío y esa herejía según la cual Cristo no era más que un impostor, y es entonces cuando ha llegado el verdadero mesías. Apenas surja esta herejía, será condenada por la Iglesia, antes de que el Hijo de perdición alcance la plenitud de su poder, y será este papa el que advierta a grandes voces contra la marca de la Bestia, diciendo que si alguno adora a la Bestia o recibe su marca en la frente o la mano derecha, beberá el vino puro de la cólera de Dios

Straubinger en nota al pie de Ap. 14 dice sencillamente que los tres ángeles presentados en este capítulo son tres grandes predicadores, pero no comparte que el tercero de ellos sea el último papa, si bien tampoco lo identifica concretamente con cualquier otro personaje.

No obstante la autoridad de Straubinger, me inclino personalmente más por la apreciación de Holzhauser, que no carece de sentido; pues si un papa santo conducirá a la Iglesia a través del Mordor de la gran tribulación hasta la Parousía,  y siendo el peor pecado posible durante esa terrible tribulación aceptar la marca de la Bestia, me parece lógico admitir que quien tiene como misión confirmar a los cristianos en la fe advierta contra la marca de la Bestia, desenmascarando al Anticristo. Reitero que es una apreciación particular.

EL GRAN MONARCA

 

 

“La potestad de la Tierra está en manos de Dios, y Él a su tiempo suscitará quien la gobierne útilmente”. (Eclo. 10, 4)

“Se sentaron en el trono muchos tiranos, y un hombre en quien nadie pensaba, se ciñó la diadema”. (Eclo. 11, 5)

+ + +

“… el destronado retornará para ser rey” (Arwen profetiza acerca de Aragorn)

“Llegan los días del rey. Bienaventurados sean” (Gandalf en la coronación de Aragorn)

 

Uno de los personajes de J. R. R. Tolkien representa magníficamente al gran monarca de las profecías católicas:  Aragorn, el heredero al trono de Gondor y heredero del aún más extenso reino unificado de Arnor.  Concurren en él varias características que las profecías atribuyen al gran monarca:  es el último de un linaje hace tiempo privado de su señorío,  es depositario de derechos dinásticos que reunifican los reinos de la Tierra Media; pero no tiene ambiciones, pocos saben quien es en verdad, vive humilde y ocultamente como un montaraz, … hasta que reconoce la misión que ha de llevar a cabo.

Sobre este personaje esjatológico, el gran monarca, hay más información en las profecías y revelaciones privadas que en las Escrituras.  Comenzaremos por tratar la cuestión de su aparición en la Revelación pública, y luego haremos referencia a algunas profecías privadas.

¿Es mencionado en las Escrituras? Tengo la convicción de que sí. El padre Corbató en su obra Apologia del gran monarca, ed. Valencia, 1904, pag. 337 y ss., dice que en el capítulo 2º de Daniel, donde figura la interpretación del sueño de Nabucodonosor que hace el profeta, el quinto reino aparecido en dicho sueño es el del gran monarca, que reinará como senescal o vicario civil de Cristo. Recordemos el sueño:  aparece una estatua grande, con la cabeza de oro fino, el torso de plata, el vientre de cobre, las piernas de hierro y los pies hechos de una mezcla de hierro y barro; entonces se desprendió una roca de la montaña y cayendo sobre los pies de la estatua, los destrozó, derribando la estatua; al fin, la roca creció de tamaño hasta cubrir la tierra toda. Daniel interpretó el sueño del rey por inspiración divina, diciendo que la cabeza de oro representaba al mismo Nabucodonosor y el imperio caldeo, al cual seguirían en la Historia otros tres reinos o imperios más con propósito de unificar el mundo conocido: el de plata, identificado con el imperio persa; el de cobre, figura del imperio de Alejandro magno; el de hierro, representación del imperio romano; y el de hierro mezclado con barro, significando las naciones o estados surgidos de la desmembración del imperio romano. Refiere el p. Corbató que la piedra que destroza todos estos reinos y crece hasta llenar el mundo es el imperio del gran monarca… y alegóricamente, el imperio de la piedra que llena el mundo es el de Cristo en su Iglesia. Y añade (pag. 338): Los expositores, en general, entienden por esta figura profética el reinado de Jesucristo en su Iglesia, no extendiendo la significación temporal de las partes de la estatua sino a las monarquías que hubo hasta Jesucristo (…) En nuestra humilde opinión, esto no puede ser asi. El profeta intérprete indica por tres veces los tiempos remotos en que ha de reinar la piedra, y de todo el contexto se deduce claramente que habla de un reinado temporal como los otros, puesto que los destruye todos: el reinado espiritual de Cristo destruye el pecado, pero no los imperios temporales, antes bien, los purifica y da solidez, con dogmas acerca de los oficios y derechos de príncipes y vasallos. Cristo y su Iglesia dan al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios.

Pues si el imperio de la piedra desprendida del monte ha de destruir los otros, tiene que ser temporal como ellos, so pena de que digamos, si no es asi, que la Iglesia es enemiga de todos los poderes temporales o que quiere temporalmente dominarlos a todos. Síguese, pues, claramente que la piedra representa al imperio del gran monarca anunciado por muchos profetas canónicos y la mayor parte de los profetas de la Ley de gracia.

Me inclino por la posición del padre Corbató, cuya tesis además puede apoyarse en la correcta traducción de la conocida respuesta de Cristo a la pregunta de Pilatos sobre si Él es rey (Jn. 18, 36):  nunc autem regnum meum non est hinc, que significa pero mi reino no es ahora de aquí; es decir, no es rey temporal en ese ahora, mientras se encuentra preso y acusado ante Pilatos, por eso le ha explicado antes que si su reino fuera temporal su guardia habría luchado para impedir que fuera capturado por los judíos. La palabra ahora (nunc), que aparece en la Vulgata, y también en el original griego (“nun”), precisa claramente que en ese momento de la Historia (“padeció bajo el poder de Poncio Pilatos”, dice el Credo) no es Cristo un rey temporal, pero sugiere que lo será en otro momento futuro. Este reinado de Cristo también en lo temporal, en lo civil, aparece expresado literalmente así en el capítulo 19 del Apocalipsis, que refiere el establecimiento del reino del Señor (v. 6) y que regirá a todas las gentes con cetro de hierro (v. 15).

Es cierto que esto repugna a la sensibilidad democrática moderna, liberal y progresista, pero ello obedece a  sus prejuicios, no a que lleven razón. Muchos piensan que el reino temporal y civil de Cristo, entendido como lo explica este autor, es decir, con poder directo sobre las leyes, el gobierno, la sociedad, la economía, la justicia, etc., es algo malo en sí mismo, pues infieren que ello supone una mezcla de religión y poder civil, y que se habría de lograr por medios humanos, políticos y sociales, desconociendo lo que dicen las Escrituras: el reino de Cristo será implantado como fruto de la Parousía, no se alcanzará por medios ordinarios humanos ni por un triunfo socio-politico de la Iglesia, pero será efectivo en las leyes, en el gobierno, y en la sociedad. Ahí precisamente es donde encaja la figura del gran monarca: será el senescal de Cristo, o por decirlo con palabras del padre Corbató, será temporalmente su lugarteniente o vicario, como espiritualmente lo es el romano pontífice.

Las notas al pie de este pasaje en la Straubinger señalan que la piedra desprendida del monte sin intervención de mano humana y que aplasta la estatua es Cristo mismo: La piedra desprendida de la montaña sin concurso humano y que se hace ella misma un monte (v. 34) es, según opinión unánime, Jesucristo, el Mesias y Salvador. El fundará su reino sobre las ruinas de los imperios del mundo, Él es la piedra fundamental del reino, de Dios, como vaticinó ya Isaías (Is. 28, 16). Jesucristo se llama a si mismo piedra en Mateo 21, 42 y ss., donde dice a los judíos que el reino de Dios les será quitado, y agrega: quien cayere sobre esta piedra, se hará pedazos, y aquel sobre quien ella cayere, lo hará polvo (Salmo 117, 22).

En verdad no me parece hallar contradicción entre la exégesis de Straubinger y de Corbató, pues siendo ciertamente Cristo la piedra, es igualmente cierto que el mismo Cristo definió y llamó a Simón “piedra” (Mt. 16, 18); es decir, al constituirle su vicario en lo espiritual, lo religioso, le asignó por nuevo nombre el apelativo “piedra” con el cual Él se identifica. Por tanto, el padre Corbató puede estar perfectamente en lo cierto al decir del gran monarca que será temporalmente su (de Cristo) lugarteniente o vicario, como espiritualmente lo es el romano pontífice. A este razonamiento se puede objetar que puede ser fruto de la imaginación, o fruto de una interpretación extensiva de las Escrituras más allá de lo que el sentido estricto de las mismas autoriza. Es decir, cabe oponer a nuestro razonamiento que en Mt. 16, 18 Cristo constituyó un solo vicario, no dos; y de la constitución de un solo vicario no estamos autorizados a interpretar extensivamente que de ello se infiere que Cristo habría de constituir un segundo vicario, con poderes representativos en el orden civil y temporal. Pero a esta objeción se opone que, según el el v. 19, los poderes transferidos por Cristo a Simón Pedro son de orden religioso y espiritual, no abarcan el orden civil. Así entiende Straubinger el v. 19:  Las llaves significan la potestad espiritual. Los santos padres y toda la Tradicion ven en este texto el argumento más fuerte en pro del primado de S. Pedro y de la infalible autoridad de la sede apostólica.  A esta razón podemos añadir otro argumento en favor de que Pedro es constituido vicario de Cristo sólo con potestad espiritual y religiosa, sin abarcar la potestad civil:  lo que se expresa en distintos pasajes del Apocalipsis respecto del cetro de hierro para regir a todas las gentes. Hemos visto anteriormente, citando Ap. 19, 15, que el Señor es rey de reyes y señor de señores, por ello tiene como propio el cetro de hierro para regir a las gentes.  Pues bien, este mismo cetro de hierro es referido en Ap. 2, 25-28, para indicar que será dado al que persevere en fidelidad al Señor hasta que Él venga:  Solamente guardad bien lo que tenéis hasta que Yo venga. Y al que venciere y guardare hasta el fin mis obras, le daré poder sobre las naciones,   -y las regirá con cetro de hierro y serán desmenuzados como vasos de barro-,  como yo lo recibí de mi Padre. Creo necesario llamar la atención sobre este pasaje  -que ya citamos cuando estudiamos la carta a Tiatira-  porque del mismo se deducen varias cuestiones: primera, el cetro de hierro para regir las naciones pertenece por derecho propio a Cristo, pues lo recibió del Padre, idea que también queda plasmada en Ap. 19, 15; segunda,  se anuncia la entrega del poder para regir las naciones,       -simbolizado dicho poder en el cetro de hierro-, a aquél que guardare hasta el fin fidelidad al Señor, a ese se le dará poder sobre las naciones; y tercera, no tendrá lugar esa entrega del poder para regir las naciones hasta el fin, es decir, hasta que Él venga. Creo verdaderamente   -si yerro, ruego se me corrija-  que la estrecha vinculación entre la Parousía, anunciada en el versículo 25, y la entrega del poder sobre las naciones a aquél que sea fiel a Cristo hasta el final, indicada en el versículo siguiente, revelan el momento histórico de constitución del vicario temporal o senescal de Cristo Rey en este mundo. Adviértase, además, la gran semejanza entre la imagen o alegoría empleada en Ap. 2, 27 y la utilizada en Dn. 2: el poder de las naciones desmenuzado como vasos de barro… análogo al poder del penúltimo imperio representado por los pies de barro de la estatua reducido a polvo… Ni siquiera me parece casual que esta estrecha vinculación entre la Parousía y la unción del gran monarca como senescal temporal de Cristo se encuentre anunciada en la carta a la iglesia de Tiatira. Si verdaderamente Holzhauser tiene razón al entender que cada carta a las siete iglesias representan siete edades históricas de la Iglesia, no es en absoluto casual que el anuncio apocalíptico del gran monarca y su vinculación a la Parousía aparezcan precisamente en Tiatira, es decir, la edad que abarca desde Carlomagno al emperador Carlos de Habsburgo, pues estos dos personajes históricos situados en el comienzo y final de esta edad prefiguran a la perfección al gran monarca.

Ahora puede entenderse un poco mejor  -nuevamente, ruego se me corrija si estoy en un error-  la misteriosa visión de la Mujer del capítulo 12 del Apocalipsis. Juan Pablo II explicó en la audiencia general de 19 de mayo de 1996 que dicho texto simboliza tanto a la Virgen María como a la Iglesia, de manera complementaria, no excluyente. No es simbolizada sólo la Virgen María porque, si  entendiéramos que aquí se significa sólo a la Virgen, la referencia a los dolores de parto resulta incompatible con el dogma de la virginidad perpetua de María, antes, durante y después del parto. Y la Straubinger dice en nota al pie que La liturgia y muchos escritores patrísticos emplean este pasaje en relación con la Santísima Virgen, pero solo en sentido acomodaticio, pues “la mención a los dolores de parto se opone a que sea vea aquí una referencia a la Virgen María”, la cual dio a luz sin detrimento de su virginidad.  Entendida, pues, la Mujer del capitulo 12 en sentido simbólico de María, el hijo varón del v. 5 es Cristo el Mesías; y entendida también la Mujer del capítulo 12 en sentido simbólico de la Iglesia,  el hijo varón del v. 5 es el gran monarca, destinado a regir a todas las gentes con cetro de hierro, las mismas exactas palabras de Ap. 2, 27. El sentido simbólico de la Mujer entendida como imagen de la Iglesia se apoya también en el v. 14: Y le fueron dadas a la Mujer las dos alas de la grande águila, para que volase al desierto a su lugar, donde es sustentada un tiempo, dos tiempos y medio tiempo lejos de la presencia de la serpiente, en referencia clara a la duración de la gran tribulación desatada por el Anticristo.  Repitamos que estos sentidos   -María y la Iglesia- no son excluyentes, sino complementarios uno de otro.  Culmina la visión revelando, por tanto, que una parte de la Iglesia estará en el desierto sustentada y protegida de la serpiente (v. 14), y otra parte sufrirá la persecución y el martirio (v. 17).

Hasta aquí nuestro estudio de las referencias de las Escrituras que nos parecen más significativas respecto del gran monarca. Concluiremos nuestra exposición sobre este personaje mencionando algunas revelaciones privadas, de las innumerables que hay, al respecto del mismo.

En las profecías privadas se le llama de diversas maneras: gran monarca, caudillo del Tajo, gran celta, el fuerte monarca, etc.  Toda la historia de la Iglesia está recorrida por estas revelaciones, que han sido dadas a innumerables santos de distintas épocas, siendo las francesas las más numerosas. El autor E. Muraise ha catalogado 76 profecias sobre el gran monarca, de las cuales 44 son francesas, luego 7 alemanas, 4 españolas, 3 portuguesas y 2 inglesas. Ya hemos visto al comienzo de este estudio que el ven. Bartolomé Holzhauser anuncia la manifestación del gran monarca y asocia su persona al santo pontífice y la sexta edad de la Iglesia:

“Y aquel poderoso monarca que debe venir de parte de Dios, reducirá la República a la nada, y subyugará a todos sus enemigos. Lleno de celo por la Iglesia de Cristo, unirá sus esfuerzos a los del futuro pontífice, para la conversión de los infieles y herejes. En el tiempo de este triunfo de la fe católica y ortodoxa, florecerán gran número de santos y de doctores; los pueblos amarán la justicia y la equidad, y la paz reinará en la tierra por espacio de muchos años, hasta la venida del Hijo de Perdición. Es necesario ¡Oh! servidor de Dios, que se cumpla lo que yo os digo, no por que yo lo digo, sino porque Dios así lo ha decretado, lo ha resuelto y ordenado absolutamente”.

La más antigua de las profecías francesas se atribuye a San Remigio. Dos sabios arzobispos historiadores nos lo relatan: Hicmaro (806-882), arzobispo de Reims, en su “Vida de S. Remigio” (PL 125) dice que una gran luz le iluminó y se oyó la voz de Dios “La paz sea con vosotros. Soy Yo, no temáis, permaneced en mi amor”. Y faltando el crisma en el momento de la consagración del rey, apareció una paloma blanca con una ampolla de óleo santo en su pico. Entonces S. Remigio profetizó a Clodoveo: “El reino de Francia será predestinado por Dios para la defensa de la Iglesia. Será victorioso y próspero mientras sea fiel a la fe católica, y cuando no, será duramente castigado. Un día será grande entre todos los reinos, abrazará todo el imperio romano (extinguido el 470), someterá todos los pueblos, durará hasta el fin de los tiempos”. El Bto. Rabán Mauro (780-856), arzobispo de Maguncia, cuenta así la anterior profecía: “Hacia el fin de los tiempos un descendiente de los reyes de Francia reinará sobre todo el antiguo imperio romano, será el más grande y el último de los reyes de Francia”.

Otros muchos santos han profetizado sobre él: Sta. Brígida, San Francisco de Paula, San Isidoro de Sevilla, San Cesáreo, San Francisco de Sales, beata Isabel Canori Mora, etc.

Un ermitaño francés, que alcanzó los cien años, Bug de Milhas profetiza en 1.846  sobre este personaje, al que llama caudillo del Tajo,  asocia su figura a España y Portugal unidas:

“Iberia, Iberia, veo crecer tu poder, nada podrá detener la elevación de tu destino. Setecientos años de guerra formaron de tí el imperio más grande que se ha conocido. Combatida por la tempestad de los partidos y la ambición de los extranjeros, lucharás, te costará sangre, tesoros, edificios… pero llegará el día de la paz, recuperarás tu poder y tus anteriores pérdidas, tu esplendor se extenderá hasta las regiones más remotas.

Una guerra europea anunciada por muchos profetas, acompañada de peste y otras plagas, llevaría sus estragos y terror por todas partes. Los cristianos se refugiarían en Iberia, aumentando su poder. Entonces el Tajo producirá un guerrero, valiente como el Cid, religioso como el tercer Fernando, quien con el estandarte de la fe reunirá un gran ejército y saldrá al encuentro del formidable gigante que vaya a conquistar la Península.”

Sirvan estas citas como ejemplos de revelaciones sobre el gran monarca. En la obra anteriormente mencionada del p. Corbató, Apologia del gran monarca, se hallará en el capítulo primero una relación bastante detallada de todas, tomada a su vez de Adrien Peladán, aunque  Corbató  añade otras no referidas por Adrien Peladán. Esta obra puede encontrarse en internet, editada en facsímil, en pdf, por la Generalidad de Valencia.

Dos cuestiones quedan por dilucidar; una es de qué linaje real procederá el gran monarca; y dos, si será o no contemporáneo del Anticristo.

La profecía de San Angelo, mártir de la orden carmelita, escrita en 1.227,  dice que el santo recibió una revelación de Jesucristo, Quien le indicó que “aparecerá un rey de la antigua raza de los reyes de Francia…”. En esto coinciden muchas otras, cual refiere el p. Corbató, a quien estamos siguiendo para redactar estas líneas. Otros, como San Isidoro de Sevilla, relaciona el linaje del gran monarca con la casa real española, y concretamente refiere que reinará en la España Maior por una mujer cuyo nombre comenzará en Y y acabará en L (Isabel la Católica, sin duda). También, como hemos dicho, Bug de Milhas manifiesta que el gran monarca reinará en Iberia, es decir, en España y Portugal unidas. Pero existen al respecto profecías alemanas e inglesas, aun siendo las menos, de lo cual puede deducirse que el linaje del gran monarca procedería de las casas reales germánica o británica, aunque no creo que proceda de linajes caídos en el protestantismo.

En realidad no hay contradicción en estas profecías, pues puede ser perfectamente compatible que el gran monarca descienda a la vez de la raza antigua de los reyes de Francia, de la casa real española, y de otras casas reales europeas, o bien tenga derechos dinásticos vinculados con la mayoría de ellas. Ahora bien, añadiré que no saldrá de ninguna de las familias reales actualmente regentes en Bélgica, Dinamarca, España, Liechtenstein, Luxemburgo, Mónaco, Noruega, Reino Unido, Países Bajos y Suecia,   – no tengo en cuenta las dinastías árabes ni asiáticas por razones evidentes, ya que no son cristianas-.  Todas las familias reales europeas actualmente regentes, antaño cristianas, se han prestado a consentir leyes inicuas, prevaricadoras, contrarias a la ley de Dios y la ley natural, y han abdicado de su obligación de regir a sus pueblos; muchos de los actuales reyes, además,  están vinculados a la masonería, pertenecen a la Sinagoga de Satanás; por ello, estoy convencido de que la piedra que se desprenderá del monte caerá también sobre sus linajes y los privará de su señorío.  Personalmente, considero que procederá de un linaje europeo destronado en algún momento de la Historia, cuya nación haya devenido república.

En cuanto a la segunda cuestión, si será o no contemporáneo del Anticristo, hemos de admitir que la mayoría, por no decir todas o casi todas las revelaciones privadas que realizan alguna mención al tiempo de manifestación del gran monarca, señalan que durante una situación calamitosa para el continente europeo  -territorio de la antigua Cristiandad medieval-  invadido desde el este por Rusia, los pueblos escitas, y desde el sur por los estados islámicos, surgirá este personaje que, con la ayuda divina, revertirá militarmente la situación, restaurando la Cristiandad en Europa hasta el río Neva, y sometiendo al Islam; quedando luego de esta dramática contienda restaurada la Cristiandad por un tiempo limitado aproximadamente a la vida de una generación. Tras este breve periodo de pax cristiana, sobrevendría el tiempo del Anticristo. Si el lector repasa la parte dedicada a las cartas a las siete iglesias verá que el venerable Holzhauser asi lo explicita, refiriendo que el gran monarca y el santo pontífice serán figuras protagonistas de la sexta edad, restaurando la Cristiandad después de las tribulaciones, guerra, calamidades y castigos padecidos por los antiguas naciones cristianas  -tribulaciones que no serán, según dice, todavía la gran tribulación-  y que tras esa restauración temporal sobrevendría el tiempo del Falso Profeta y el Anticristo.

No pretendemos corregir a la innumerable pléyade de santos que han recibido esas revelaciones particulares, pero nos parece que no será así, por una razón: si como creemos, J. M. Bergoglio es el Falso Profeta, que es sin duda contemporáneo del Anticristo, pues así lo revela Ap. 13, es más probable que los cuatro personajes estudiados en este trabajo sean simultáneamente protagonistas del drama del fin del siglo, dos de ellos actuando como vicarios de Satanás, y los otros dos como vicarios de Cristo. Ello no significa que los dramáticos acontecimientos descritos brevemente, a saber, una contienda en suelo europeo provocada por una invasión simultánea de rusos escitas y musulmanes   -que ya tienen introducida una quinta columna desde las inmigraciones de “refugiados” en 2015 por ruta terrestre, incrementada los años siguientes por ruta marítima- , guerra descrita en Ezequiel 38, acompañada de pestes, plagas, calamidades, desempleo, pobreza, y persecución de los últimos cristianos, no haya de tener lugar. Se nos ha advertido que habrá una tribulación como no ha tenido lugar antes, ni la volverá a haber… Recomiendo la lectura del primer libro de Macabeos, donde creo que se encuentran descritas en typo las últimas tribulaciones, en relación con las plagas desatadas por Yaveh sobre Egipto. He ahí los últimos acontecimientos del drama, descritos en typo.

 

TERCERA PARTE.-

¿CUÁNDO HA DE SER TODO ESTO?

La pregunta que cualquiera se hace, ¿cuándo da comienzo todo este drama?, ha intentado ser respondida en ocasiones, tratando incluso de precisar la fecha del comienzo de la gran tribulación a partir de los signos ofrecidos en las Sagradas Escrituras. Un estudioso, Mauricio Ozaeta, en su libro El quinto reino propone incluso un calendario bastante aproximado, que trataré de resumir. Ozaeta estuvo en Sevilla el 22 de diciembre de 2019, y dio una larga conferencia para explicar su hipótesis. Sus conferencias están publicadas en internet, en youtube. Este estudioso parte de la parábola de la higuera en el discurso esjatológico de Cristo, recogido por los evangelistas sinópticos. Citemos por ejemplo, a S. Mateo, en el cap. 24:

“De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca.  Así también vosotros, cuando veáis todo esto, sabed que El está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda”

 

Sostiene Ozaeta que la higuera simboliza a Israel, e identifica los brotes de la higuera con hechos histórico-políticos reveladores del regreso de Israel a su tierra, Palestina, de la cual fue expulsado y dispersado el año 70 después de la destrucción de Jerusalén y el templo por las legiones romanas al mando de Tito. Este hecho, la destrucción del templo,  es precisamente el que Cristo profetiza en Mt. 24, cuarenta años antes de que sucediera, presentándolo como typo de los acontecimientos precursores de su segunda venida.

No anda descaminado Ozaeta en señalar que la higuera significa o representa a Israel. Straubinger comenta lo siguiente:

El árbol de la higuera (Lc. 21, 29) es figura de Israel según la carne (21,19; Mc. 11, 13), a quien se dio un plazo (Lc. 13, 8) para que antes de la destrucción de Jerusalén creyese en el Cristo resucitado que le predicaron los apóstoles (cf. Hb. 8, 4 y nota). Pero entonces no dio fruto y fue abandonado como pueblo de Dios. Cuando empiece a mostrar signos precursores del fruto sabremos que Él está cerca. Las grandes persecuciones que últimamente han sufrido los judíos (cf. Za. 13, 8; Ez. 5, 1-13), los casos singulares de conversión, la vuelta a Palestina y al idioma hebreo, etc., bien podrían ser señales, aunque no exclusivas, que no hemos de mirar con indiferencia.

 

Los hechos históricos que Ozaeta señala como brotes de la higuera son dos: la refundación moderna del estado de Israel, sucedida el 14 de mayo de 1.948 (que Ozaeta ve profetizada en Is. 66, 8); y la conquista de Jerusalén, incluyendo la explanada del templo, que ocurrió el 7 de junio de 1.967 durante la guerra de los Seis Días.

 

 

El general Moshe Dayan, en el centro, acompañado de oficiales de estado mayor, el 7 de junio de 1.967, entrando por la Puerta de los Leones en la ciudad vieja de Jerusalén

A partir de estos hechos, considerando el versículo Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda, considerando que en términos bíblicos una generación son 70 u 80 años (Sal. 90, 10), y considerando la relación typo-antitypo entre los acontecimientos histórico-bíblicos, es decir, los hechos pasados son figura de los futuros, llega a la conclusión de que la Parousía habría de tener lugar no más tarde de pasados unos 80 años contados desde la refundación  moderna de Israel: es decir, no más tarde de 2.028.  O dicho de otro modo: la generación nacida entre 1.948 y 1.967  sufriría la gran tribulación y vería la Parousía.  Sintetizando muchísimo,  pues su explicación es bastante compleja, esta es la teoría de Ozaeta.

Durante la conferencia sólo se me ocurrió una objeción, porque Ozaeta argüía, con razón, que si bien no puede saberse el dia y la hora de la Parousía, pues esto sólo Dios lo conoce, se puede conjeturar el tiempo (Lc. 12, 56), aunque sea por aproximación. Mi objeción fue: dado que son dos hechos los brotes de la higuera, ocurridos respectivamente en 1.948 y 1.967, ¿por qué computar los 80 años sólo desde el primer brote (1.948) y no desde  el segundo también (1.967)?, Se establecería una horquilla temporal que abarcaría desde 2.028 a 2.067…

Transcurrido tanto tiempo desde aquélla conferencia, se me ocurre otra objeción contable, por así decirlo:  en vez de tomar Sal. 90, 10 para fundamentar que una generación son 70 u 80 años, se puede considerar  Gen. 6, 3:  Entonces dijo Yaveh: no permanecerá para siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne, que sus días sean 120 años consideración que nos conduce a una horquilla temporal entre 2.048 y 2.067.

Lo importante no son tanto los años exactos, como los signos.  Signos de que los tiempos de la gran tribulación  se encuentran muy próximos hay muchos: la apostasía en la Iglesia (2 Tes. 2) es uno de los más significativos.  Apostasía significa rechazo de la fe, el apóstata es aquél que habiendo profesado la fe católica un día decide expresamente abjurar de ella. La apostasía en la Iglesia (decimos en y no de porque la Iglesia, como Cuerpo místico de Cristo, es indefectible, y santa, y le es imposible apostatar; apostatan sus miembros singulares) ha ido siendo inducida de arriba abajo a lo largo de los últimos cinco siglos, se puede argüir que el primer movimiento apostático verdaderamente importante en la edad moderna es el protestantismo, y le sigue en orden de importancia el modernismo, definido por S. Pio X como síntesis de todas las herejías.  La apostasía ha dado un signo fuerte cual sacudida eléctrica este pasado año 2.020… Me refiero al cierre de las iglesias y la suspensión del culto público durante la Cuaresma y Semana Santa de dicho año, tomando como pretexto o excusa la epidemia del covid (cursi nombrecito puesto a una enfermedad que bien podía haberse llamado neumonía china). Nunca la Iglesia ha hecho tal cosa:  suspender la santa misa con pueblo, privar o al menos dificultar al pueblo de los sacramentos, al contrario, con ocasión de las plagas medievales  -y no tan medievales- el pueblo cristiano, inducido a ello por la predicación de sacerdotes y frailes, veía en las plagas un castigo de Dios por los pecados, y se multiplicaban las misas, las procesiones y las penitencias.  En 2.020 se ha realizado justamente lo contrario: suprimir procesiones, penitencias públicas y celebrar la misa sin pueblo, cerrando las iglesias… Signo de apostasía evidente y escalofriante.

El signo definitivo será la abominación de la desolación, a la cual se refieren Cristo y el profeta Daniel,  tema ya tratado en este estudio. Sabemos que una vez sea manifiesto el Anticristo y se inicie la gran tribulación, para la Parousía faltarán sólo 42 meses. Esto lo afirma tajantemente el Apocalipsis (Ap. 13, 5), por eso decía el p. Castellani que la Parousía es imprevisible y previsible a la vez. Es un signo indiscutible de la proximidad del acto final de la divina tragedia que ya estuviera actuando el Falso Profeta, pues es contemporáneo del Anticristo, según hemos explicado anteriormente; por tanto, si J. Mario Bergoglio es el Falso Profeta… el Otro está a las puertas. 

Pero nosotros aguardamos los días del rey… de Cristo Rey y su senescal. Bienaventurados sean.

APENDICE.-

 

“El mundo ha cambiado. Lo siento en el agua, lo siento en la tierra, lo huelo… en el aire”

Topas las historias empiezan por cosas en apariencia insignificantes, como será el hallazgo en el cieno del Ultimo Anillo, forjado en la noche de los tiempos, antes de que hubiera hombres, y destinado al hijo bastardo del ángel que se alzó contra el Rey. Se escribirán narraciones, se cantarán canciones y se compondrán lamentos por la última guerra que el poder del Anillo desatará. O tal vez fuera mejor decir que ya están escritas, porque fueron predichas desde antiguo por los ancianos siervos del Rey.

Cuando las innumerables hordas de la Gehenna y los mercenarios de los Hijos de la Viuda, aliados con los escitas de Gog y los guerreros oscuros de Marmarica y Cirenaica, marchen sobre la Tierra amenazando anegar de muerte, desolación, oscuridad y abominación la fortaleza del Sagrario en Cuernavilla, los últimos hombres libres de la Tierra, guiados por la Madre del Rey, se ocultarán en parajes apartados, en peñas y grutas agrestes, en montañas neblinosas, fuera del alcance de las huestes y mercenarios del bastardo.

Pero muchos perecerán, unos asesinados en los caminos, otros a espada, hacha o lanza en los desiguales combates, y cuando la iniquidad llegue a su culmen, los últimos clamaran por el retorno del Rey.

 

 

Entonces serán arrojados al abismo del lago de azufre, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga, el bastardo inicuo y su heraldo y sus guerreros todos, vencidos no por mano ni poder de los hombres, sino por la santidad del nombre del Rey.

Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no existirá ya más, ni habrá ya más duelo, ni grito, ni trabajo; pues lo primero pasó (Ap.  21, 4).

Rafael de Isaba y Goyeneche.

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Como Vara de Almendro

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2 Comments

  • Muy interesante el texto. Me permito dar las siguientes observaciones:

    Jesucristo se expresa con la tercera persona en no pocos versículos del NT para referirse a sí mismo. Por ejemplo, en Mateo 24,31: «Él enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos hasta el otro». Es claro que este versículo se refiere a su Parusía, momento en que los ángeles se llevarán a los elegidos. Por esta razón, ¿qué impide que el hijo varón nacido de la Mujer y que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro, tal como dice el Apocalipsis 12,5, sea el mismo Jesucristo, quien finalmente vencerá al Anticristo en la Parusía? Por otro lado, el Apocalipsis 19,15 consigna inequívocamente que es el Rey de reyes y Señor de señores quien regirá con cetro de hierro a los paganos. Si admitimos, siguiendo las revelaciones privadas, que habrá un Gran Monarca vicario de Jesucristo, siempre queda la objeción de cómo pudo ser que se haya perdido tan fácilmente la universal cristiandad, fruto de su esfuerzo real, cuando ya reine el Anticristo, a quien «se le concedió poderío sobre toda raza, pueblo, lengua y nación», como describe el Apocalipsis 13,7. Solo Jesucristo, con el cortejo de los ángeles, es quien podrá derrotarlo durante la Parusía. En mi opinión, la idea de un Gran Monarca vicario de Jesucristo no me parece sólida.

    El tratamiento sobre Filadelfia y Laodicea como iglesias relativamente contemporáneas es muy valioso. Con base en esto, mi pregunta es por qué no se tuvo en cuenta las profecías de Fátima y de Garabandal. En aquella se habla de un tiempo de paz (lo que Roberto de Mattei, siguiendo tanto a Plinio Corrêa de Oliveira como a san Luis María de Monfort, denomina el Reino de María, el triunfo de su Inmaculado Corazón); en esta, del Aviso, junto con el Milagro venidero. Quizás ambas profecías se complementen: opino que el tiempo de paz, acaso breve, surgiría luego del Aviso, y la iglesia de Filadelfia, pequeño remanente conducido por la Virgen, quedaría definida desde entonces, mientras la de Laodicea, mayoritaria, le fuera contraria. Sería la lucha entre el trigo y la cizaña hasta la siega, que es el fin del mundo.

    Valga advertir que el Anticristo, particularmente, es un personaje prodigioso: «La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos» (II Tes 2,9). Es por esto que el Falso Profeta, que estará al servicio de él y, en última instancia, del dragón, también pudiera ser prodigioso: «Realiza grandes señales, hasta hace bajar ante la gente fuego del cielo a la tierra» (Ap 13,13). Los falsos milagros se harán para patentar la «autenticidad» de su mentira, con lo que arrastrarán a muchos incautos, así como los verdaderos milagros de los Apóstoles, en nombre de Jesucristo, se hacían para demostrar el poder de Dios, con lo que se acrecentaba la Iglesia. Ustedes bien aclaran, por otra parte, que el Anticristo pretenderá ocupar el lugar de Cristo, para lo que será necesario negar de manera maquiavélica y mediática, entre otros dogmas implicados, el dogma de la divinidad del Mesías.
    Es clamoroso el silencio del texto sobre los dos testigos del Apocalipsis, que serán martirizados por «la Bestia que surja del Abismo» (Ap 11,7). Su tiempo de actuación, con el objetivo de predicar contra el mundo anticristiano y a la vez de recoger a las ovejas dispersas, concuerda con los 42 meses de persecución del Anticristo. ¿No sería Pedro Romano uno de los dos testigos? La pregunta es retórica. Un detalle: ¿es realmente el Anticristo un hombre común, nacido naturalmente de una mujer? Este fragmento citado del Apocalipsis acerca de la Bestia que surge del Abismo puede hacer pensar en otra cosa. Esta Bestia, por inferencia, no sería otra que la del Mar, es decir, el Anticristo mismo.
    Se echa en falta, puesto que se discurre sobre las siete edades de la Iglesia, no haber tocado a fondo el tema sobre la última semana de la profecía de Daniel, en la que al parecer, tal como explican con persuasión Ozaeta y otros autores con base en la profecía de la higuera, estamos actualmente. Es importante considerar que una generación humana, que es de 70 u 80 años conforme al Salmo, no se refiere a la prediluviana sino a los descendientes de Noé: Jesucristo, profetizando sobre la higuera, no estaría, pues, dando a entender una generación que durara tanto como aquellos antiguos patriarcas. En todo caso, dejando aparte la cuestión de si el año máximo posible para la Parusía sea 2028, lo que me parece creíble si se cuenta a partir de 1948, año del brote (1967 no es más que el año de la afirmación de la higuera), una cosa es cierta, tal como ustedes aseguran: aparecido públicamente el Anticristo, restan 42 meses hasta la Parusía.
    Ustedes entienden que la abominación de la desolación es la supresión del Sacrificio perpetuo. Pudiera entenderse, sin embargo, que no es propiamente dicha supresión, aunque llegue a implicarla como consecuencia, sino la idolatría, con la consiguiente profanación e incluso sacrilegio. Aquí ya no se trataría de la idolatría sobre una estatua o algo similar, sino sobre el mismo Anticristo, que pedirá ser adorado (cf. Ap 13,8), hasta con la exhortación del Falso Profeta (cf. Ap 13,12). Recordemos lo que profetizó san Pablo: el Impío es «el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios» (II Tes 2,4), lo que está en consonancia con la profecía de La Salette: «Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo». La abominación de la desolación sería, pues, concretamente, el Anticristo mismo, señal definitiva sobre la que nos advierte Jesús, al reiterar la profecía de Daniel, para huir a tiempo, pues es imaginable que quien no adore al Anticristo será perseguido.

  • Con respecto a la 3ra. parte del secreto de Fátima –de la cual solo se hizo pública una parte en el Año Santo 2000 por presión de la masonería eclesiástica- hay que revelar los siguientes detalles:
    1) Hacia el fin de los tiempos habrán dos Papas; uno verdadero y otro falso.
    2) Se hace mención del Concilio Vaticano II que no fue querido por Dios.
    3) El papa falso tendrá ojos de demonio.
    4) Los Papas tuvieron temor de revelarlo.
    5) Habrá una apostasía general.

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