Lourdes.
Basílica del Santo Rosario, 15 de agosto de 1949.
El relato comienza en Italia, donde una madre llora por la falta de noticias de su hija y la de otros familiares quienes por causa de la guerra habían sido dispersados. Se les busca y a pesar de las muchas tentativas nada logra saberse del paradero de sus seres amados. La madre sufre y espera esperando que todo se resuelva de la mejor forma posible, pidiendo con ardor poder volver a abrazar, especialmente, a su hija.
Ante tanto tiempo de espera decide acudir al santuario de Nuestra Señora de Lourdes a pedir a María Santísima que la ayude a reencontrarla. En cuanto llegó la piadosa mujer a la población se dirigió sin tardanza a la gruta de las apariciones y con fervor y mucha fe rogó a María el Santo Rosario encomendando la petición que la había llevado a viajar con tanta esperanza al lugar. Seguidamente escuchó misa y recibió la santa comunión. Fue en aquel momento cuando se sintió inspirada a acudir a la sacristía de la basílica para dar un donativo para que se celebrase una misa que le concediera la tan anhelada gracia del reencuentro.
Una vez realizada la buena obra la señora se dispone a abandonar la sacristía, cuando en ese instante se acerca hasta allí una joven mujer. También ella viene de la gruta donde ha rezado con fe el Santo Rosario y ha sentido la necesidad de acercarse a la sacristía a depositar la intención para que se diga una misa que le conceda la gracia de poder volver a abrazar a su madre de quien fue separada durante la guerra, justamente diez años atrás.
Madre e hija se miraron, se reconocieron y se abrazaron llorando sin lograr articular una sola palabra por la emoción.
¡Gracias, Virgen María! Tú te apareciste en Massabielle con una Corona del Rosario entre tus manos e incitaste a Bernadette a rezarlo junto a ti y a hacerlo rezar. Este relato nos da a comprender que con tu Rosario haces posible lo que a todas luces parece imposible.
Montse Sanmartí.
