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SANTA Y FELIZ NAVIDAD

Estimados lectores.

Damos gracias a Jesús por permitirnos, un  año más, poder celebrar su santo nacimiento y rememorar la belleza y la sencillez de este momento tan especial para nosotros, los cristianos de todo el mundo. Este Niño, aparentemente pobre y desvalido, Dios y hombre, es el único que puede cambiar todo el mal que vivimos en la tierra. En esta noche, en la Misa del Gallo, y luego, junto al pesebre, pediremos por la paz en todos los rincones del orbe, esa paz que los ángeles anunciaron a los pastores y que hoy vemos como al haberle dado la espalda al Señor, se difumina y se oscurece con tantas injusticias, con tanta iniquidad en las leyes que rigen los diversos países, con tanta amenaza de conflictos y guerras, empezando por la guerra en el seno materno que destruye a los más indefensos.

Tampoco vive momentos de gloria nuestra Iglesia, como venimos advirtiendo desde nuestra página. Pero, ¿qué podemos hacer nosotros?

Esta noche, junto a la cunita del Niño Dios, cuando le observemos pobre y sin valimiento propio, podremos entender que de la debilidad y de la pobreza nos llegó la fuerza y la salvación. Unamos nuestras oraciones por la Iglesia, por el mundo y por el género humano. Y pidamos una vez más, que de igual manera que hoy nace Jesús en esta Navidad, venga pronto en su segunda venida a restaurar todo con su amor.

Que tengan todos unas santas y felices Navidades junto a Jesús, José y María, de parte del equipo de Como Vara de Almendro.

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Como Vara de Almendro

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4 Comments

  • GRACIAS
    A TODO EL EQUIPO FELIZ NAVIDAD.
    DIOS LOS LLENE DE BENDICIONES
    A USTEDES A TODOS NOSOTROS A NUESTRA DOLIDA SANTA IGLESIA
    NUEVAMENTE GRACIAS POR CONTAR CON USTEDES.
    UN ABRAZO

  • EL NACIMIENTO DEL NIÑO DIOS EN BELÉN

    MENSAJE DEL DÍA 23 DE DICIEMBRE DE 1984 EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

         LA VIRGEN:

         Hija mía, estos días tan importantes para mí no podía faltar mi bendición.

         Cuando el Verbo humanado, hija mía, nació de mis entrañas, se lo ofrecí al Eterno, y el Eterno me contestó, hija mía: “María, cuida a tu Hijo, amamántale, aliméntale y cuídamele, porque luego vendré a por Él”. Yo sabía, hijos míos, que… (palabras en idioma desconocido. Luz Amparo comienza a llorar).

         LUZ AMPARO:

         ¡Ay, qué pequeñito! ¡Ay, qué pequeño! ¡Ay! ¡Ay, qué pequeño…! ¡Ay, qué pequeñito! ¡Ay, qué hermosura…! ¡Ay, qué hermosura…! ¡Ay, qué pequeñito…! ¿Quiénes son todos ésos?

         LA VIRGEN:

         Ejércitos celestes, hija mía.

         LUZ AMPARO:

         ¡Cuántos! ¿Ni un momento te dejan sola? ¡Ay, qué grande! ¡Qué hermosura hay ahí! ¡Ay…! ¡Y que ese Niño tan hermoso tenga que morir…! ¡Ay!

         LA VIRGEN:

         Sí, hija mía, y le engendró en mis entrañas para Verbo humanado, para morir para redimir a la Humanidad.

         Dios Padre, hijos míos, quiso que lo cuidase para que muriese en una cruz, para redimiros del pecado y gozar de la vida eterna, hijos míos. Así fue Cristo; así fue, hija mía. Tú sabes cómo le cuidé, con qué esmero, y luego cómo le entregué a la muerte, y muerte de cruz, porque sabía que con su muerte iba a redimir a todo aquél que quisiese salvarse.

         Cuando yo hablaba con Él, hija mía, dentro de mis entrañas —te lo he manifestado otras veces—, se ponía de pie con las manos juntas orando, orando para que no cayerais en tentación, hijos míos. Ya, estando engendrado dentro de mí, quería salvar a la Humanidad; pero la Humanidad es cruel, hija mía. Yo le cuidé, le amamanté como una madre buena que amaba a su hijo; pero el ser humano, ¡qué cruel corresponde, hija mía!, ¡cómo corresponde a mi Corazón! ¡A mi Corazón de Madre, hija mía!, porque fui Madre de Dios y, luego, me dejó mi Hijo como Madre de la Humanidad. Por eso os pido, hijos míos: quiero que os salvéis.

         Os dije que mis mensajes se estaban acabando, hijos míos; pero ¿qué madre ve que su hijo se precipita en el abismo y no le sigue avisando, hijos míos? ¿Cuántas veces, hijos míos, habéis dicho a vuestros hijos: “Hijos míos: no os voy a avisar más; seréis castigados”, y no los habéis castigado? Los habéis avisado una, y otra, y otra, y otra vez. Eso hace vuestra Madre del Cielo: os da avisos para que os salvéis, hijos míos.

         Cumplid con los diez mandamientos. Todo aquél que cumpla con los diez mandamientos se salvará, hijos míos.

         Mira, hija mía, cómo salía mi Hijo de mis entrañas. Como el rayo del Sol entró dentro de mí, y como el rayo del Sol salió de mí. No manché, hija mía, no manché nada que fuese impuro. Te lo manifesté: mis ángeles, mis tres arcángeles, san Miguel, san Gabriel y san Rafael cogieron a Cristo nada más nacer, hijos míos. Ellos me lo entregaron en mis brazos. José estaba extasiado; tuve que decirle: “José, que tu Hijo está ya aquí”. Y José alabó a su Hijo, a su Hijo adoptivo, hijos míos.

         Tiernos coloquios, hijos míos, hicimos con Él. Él nos respondía, ¡tan pequeñito!, pero ya tenía la sabiduría…

         Con esta pobre ropa, hija mía, le envolví, porque no tenía pañales.

         LUZ AMPARO:

         ¡Ay, pobrecito! ¡Ay! No teníamos, ¡ay! ¡Pobrecito! ¡Pobrecito!, no le acuestes ahí. ¡Qué frío pasará ahí! No le acuestes. ¡Ay, pobrecito! ¡Ay…! ¿Tenía que ser eso así? Ni una cama, ni una cuna… ¡Ay, pobrecito! ¡Ay, qué rico es! ¡Ay! ¡Cuántos ángeles! ¡Hasta fuera llegan los ángeles! ¡Madre mía, cuántos hay! ¡Uf!, pero ¿tantos hay aquí abajo? ¡Uf! ¡Y ésos que les sale la luz de ahí! ¡Huy, del pecho! ¿También son los ángeles? ¿Y esos otros? ¡Ah! ¡Huy, ángeles corporales!, y ángeles que no son corporales; pero son iguales. ¡Vaya suerte que tienes! ¡Huy! ¡Ay! No hace falta nadie si están ahí todos llenos de ángeles. ¡Qué maravilla! ¡Ay!

         Pero, ¿no se puede acostar en una cunita? ¡Pobrecito!, ahí tendrá frío. Tápale un poquito. ¡Ay, qué cara! ¡Ay, cómo se ríe! ¡Ay, pobrecito! ¡Ay! ¡Niño bonito! ¿Puedo tocarle otra vez?… (Luz Amparo se inclina hacia delante para realizar esta operación). ¡Ay, qué lindo eres! ¡Ay!, yo podía quedarme aquí para cuidarlo. ¡Siempre! ¡Ay!, pero no me lleves al otro sitio, ¡déjame aquí con Él! ¡Ay! ¡Yo no quiero irme al otro sitio…! ¡Déjame un poquito aquí más con Él! ¡No me quiero ir de aquí! ¡Yo no quiero irme de aquí! ¡Ay! ¿Por qué me tengo que ir al otro sitio, si aquí se está muy bien?

         LA VIRGEN:

         Tú eres el instrumento, hija mía, y tu misión no se ha acabado.

         LUZ AMPARO:

         Pues ¡ya está bien, lo larga que es la misión esta…! Yo quiero quedarme aquí. ¡Yo quiero quedarme aquí! Hacedme lo que sea aquí, pero yo no me quiero ir a la otra parte, ¡ay! ¡Con lo bien que se está aquí! Aunque sea soberbia, pero yo me quiero quedar aquí. ¡Ay, qué alegría estar aquí! ¡Ay!, luego te vas al otro lado y la gente a reírse, y yo no quiero irme al otro sitio. ¡Ay, ay! Aquí voy a ser mejor, te lo prometo que aquí soy mejor.

         LA VIRGEN:

         Tienes que purificarte entre ellos, hija mía, porque eres hija de Adán, y de Adán has heredado.

         LUZ AMPARO:

         ¡Ay!, pues, ¡qué gracia!… Bueno, pero con tu ayuda, ¿verdad? Me tienes que ayudar, porque es que me dejas sola, ¡pero sola! Hay veces que ni te veo, ni te puedo tocar, ni te oigo, ¿eh? No me abandones así, de esa forma.

         ¡Ay, qué grande eres!, y ¡qué feliz eres ahí con tu José, y con tu Jesús, y con tus ángeles! ¡Ay!, y yo ¿qué? ¡Qué felicidad tienes, Madre mía!

         LA VIRGEN:

         Primero la felicidad, hija mía, y luego el dolor.

         LUZ AMPARO:

         Y yo siempre el dolor, ¡siempre, siempre el dolor! ¡Ay! ¡Si me dejaras aquí!, te prometo que haría todo lo que me dijeses Tú, y lo que fuese haría, Madre mía; todo, ¡todo!

         LA VIRGEN:

         No seas soberbia, hija mía.

         LUZ AMPARO:

         ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!, yo quiero que me ayudes. ¡Ay, qué misión tan dura es! ¡Vaya misión que me has encomendado!

         LA VIRGEN:

         Pronto estarás pulida, hija mía.

         LUZ AMPARO:

         ¡Pronto! ¿Desde cuándo estás diciendo que pronto estaré pulida? Pues, ¡anda!, que sí que tenía que pulir, ¿eh?

         ¡Ay! ¡Ay, ayúdame! ¡Ay!, pero en el otro lado también, no sólo aquí. ¡Ay!, yo te prometo, te prometo que ayudaré a muchas almas a que puedan alcanzar esta maravilla, porque lo otro, ¿es igual que esto? ¿Más todavía? ¡Claro! ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, pobrecito san José! ¡Ay, qué mayor está! ¡Ay!, ¿cómo está con la cabeza en el suelo? ¿Qué hace? ¿Adorando a Jesús? ¡Ay!, pues yo también le quiero adorar…

         LA VIRGEN:

         Hijos míos, podéis cantar: “Gloria a Dios en el Cielo y paz a los hombres, en la Tierra, de buena voluntad”.

         LUZ AMPARO:

         ¡Ay, qué Niño!

         LA VIRGEN:

         Voy a bendecir todos los objetos, hijos míos. Esta gracia especial os va a dar vuestra Madre. Levantad todos los objetos… Todos han sido bendecidos, hija mía.

         Os voy a dar mi santa bendición; pero antes os voy a pedir que améis mucho a Cristo; amadle con toda vuestra alma, con todo vuestro corazón y con todas vuestras fuerzas. Amad a mi Hijo, hijos míos, que este amor no quedará sin recompensa.

         Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

         Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

    MENSAJE DEL DÍA 25 DE DICIEMBRE DE 1984, LA NATIVIDAD DEL SEÑOR, EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

         LA VIRGEN:

         Mira, hija mía, el Verbo humanado en unas tristes pajas, en un pesebre pobre. Liado, hija mía, liado con un triste pañal.

         Pero vas a decir, hija mía, la misión de cada ángel.

         LUZ AMPARO:

         ¡Ay! ¡Ay, cuántos hay!; pero ¿esos tres…? Ése es san Miguel, ¿a dónde va ése?

         LA VIRGEN:

         Bajará, hija mía, a la profundidad del Limbo. Va a avisar a Joaquín, a Ana, a los Santos Padres y a todos los profetas.

         Mira, ¡cuántos santos hay en el Limbo!

         LUZ AMPARO:

         ¡Huy! ¡Ay! ¡Ay!, ¿ésa, quién es?… Ésa es la madre de la Virgen, ése es el padre… ¿Qué le dicen al ángel? Le están diciendo… ¡Ay, qué lenguas! Y el ángel les está diciendo que ha nacido el Rey de Cielo y Tierra, que su hija lo ha mandado a avisarles.

         Le dice Ana que lleve el recado a su hija, y llama a todos los que hay en el Limbo, y se ponen a cantar un himno de alabanza para ese Niño.

         Pero, ¡si los muertos no se ven! ¡Ay, cuántos misterios! ¡Ay!, están de rodillas todos. Están cantando un himno, un himno ya: “Gloria al Rey que ha nacido encarnado en una doncella, humanado… —¡huy!— como Rey de Cielo y Tierra”.

         Todos… —¡ay!—, todos están cantando. ¡Qué estrechos están ahí! Parece un infierno eso.

         LA VIRGEN:

         Este Rey que ha nacido morirá en una cruz para redimir al mundo. “Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra paz a los hombres que aman a Dios”.

         LUZ AMPARO:

         Ahora, hay otro ángel, que se va por un camino lleno de piedras. Hay un letrero que pone “Belén”; hay otro letrero que pone “Damasco”; hay otro letrero que pone “Palestina”.

         Va por un camino lleno de luz. ¡Ay!… Llega a una casa, que parece como un palacio. Hay un pozo. ¡Ay!, llama a la puerta. ¿Por qué el ángel puede llamar a la puerta? ¿Sí puede entrar?… ¡Ay! ¡Ay!, un cuerpo celeste…

         Sale una mujer mayor, con un velo en la cabeza dado dos vueltas, unas faldas muy largas.

         Lleva un niño en brazos como de seis meses. Habla con el ángel. Le abre la puerta. Hay como un jardín, y a la izquierda hay un pozo con un cubo. Esta mujer se sienta en un poyete de madera, y al niño le tiene encima. El ángel le dice que ha nacido el Redentor, que viene a avisarle porque María le manda. Cae de rodillas esta mujer. Ese niño también, tan pequeño, cae de rodillas. ¡Ay!, pero ¿cómo puede ser eso?

         Miran al cielo y están diciendo: “Bienaventurado Aquél que mandará en todas las generaciones”. “Yo estoy a tu servicio, mi Señor —le dice al ángel—. Dile a María que no se olvide de nosotros, que la seguiremos siempre hasta la muerte”.

         El ángel le dice: “Este Niño está muy pobre, ha nacido en un pesebre entre pajas”.

         Esta mujer pasa a una casa que parece un palacio. Coge ropa, la lía. Entre esa ropa hay ropa de un niño pequeño. Coge dinero, lo mete dentro del lío de la ropa, y se lo da al ángel. También hay ropa de mayores.

         Esta mujer le dice al ángel: “Dáselo a María para el pequeño y para su esposo y para Ella. Es un lienzo fino que el Rey de Cielos y Tierra se merece; no se merece estar entre pajas”.

         Hay otro ángel. Ese ángel va por un campo. Hay mucho ganado, muchas ovejas. Hay muchos chicos con pieles sobre la espalda. Viene una gran luz. Se caen al suelo asustados y gritan: “¿Quién es? ¿Quién hay ahí?”. El ángel les dice: “No tengáis miedo. Soy el ángel san Gabriel. Os vengo a avisar que ha nacido vuestro Mesías, el que estabais esperando. Id por este camino y en un pesebre habrá un Niño resplandeciente. Aquél que veáis lleno de luz, y entre pajas, es Jesús. Es Jesús, el Rey, el Salvador, el Rey, el Salvador[1], el Dios Omnipotente, Hijo de Dios vivo. Id y adoradle”.

         Van muchos de éstos que llevan la piel a la espalda. Llevan varas. Van por un camino. ¡Ay, cuántos! ¡Ay!, se van por otro camino. Viene una gran luz. Esa luz es como una flecha. Los guía hasta el portal. Se arrodillan y adoran al Niño.

         ¡Ay, qué grande eres! ¡Ay!

         Vuelven a cantar: “Gloria a Dios en el Cielo, y a los hombres, en la Tierra, de buena voluntad”.

         ¡Ah…, cuántos ángeles! ¡Ay, qué cosas! ¡Ay!

         En otra parte, hay hombres horribles. ¡Huy, qué horror! No se pueden arrimar ahí. ¡Ay!

         ¡Ay! Viene un ángel y van huyendo. ¡Ay, si ése es el de la otra vez! ¡Ay…, ay, si es el demonio! ¡Huy! ¡Ay! Se los lleva a todos. Están en una cueva profunda. Habla Satanás, les habla a todos y les dice: “Estad alerta, que no ha nacido el Hijo de Dios vivo todavía. Ha dado a luz una mujer, pero no es la Madre de Dios, porque ha nacido en un pesebre, entre pajas. Y si Dios es Creador y rico, no permitirá que nazca su Hijo en un pesebre. Estad preparados, porque el tiempo ha llegado de que nazca ese Mesías. He hablado con Herodes. ¡Ay, qué risa! Herodes cree que es el Hijo de esa doncella, que es el Mesías; con esa pobreza no puede nacer ese Mesías. Hay que seguir buscando, buscando en ricos palacios, porque el Rey del Cielo nacerá en un palacio. ¡Estad preparados!”.

         ¡Qué horror! ¡Ay! Todos se ponen en fila y salen de esa caverna. ¡Ay!, se esparcen por todos sitios. ¡Ay! ¡Ay, qué horror! ¡Ay…!

         LA VIRGEN:

         Hija mía, adorad a Cristo. Adoradle, porque adorando y meditando, y siendo humildes, hijos míos, Satanás no podrá arrimarse.

         No pensaba Satanás que Dios, Redentor del mundo, podría nacer en una cueva. Fue tan grande la humildad de nuestros Corazones, que quisimos dar ejemplo a la Humanidad.

         Sí, hija mía; por eso te pido que seas humilde, muy humilde, pues con la humildad no podrá Lucifer arrimarse.

         Has visto las maravillas más grandes de Dios Creador, hija mía…

         Lo mismo que los ángeles fueron a evangelizar el Nacimiento, os pido, hijos míos, que vayáis a evangelizar el Evangelio por todos los rincones de la Tierra.

         Hijos míos, humildad pido, humildad; sed humildes, muy humildes.

         Besa el suelo, hija mía, para que seas humilde…

         Satanás no podrá con la humildad. Lucifer puede con los soberbios, pero con los humildes no puede, hija mía.

         No os abandonéis en la oración ni en el sacrificio, hijos míos.

         Y tú, hija mía, refúgiate en nuestros Corazones. Refúgiate en esta Familia; esta Familia, hija mía, es Sagrada…

         Siempre piensa, hija mía, en la pobreza en el Pesebre y en la humildad en la Cruz.

         Te revelaré un secreto, hija mía, de tu infancia. Sólo tú podrás comprenderlo… (Habla en un idioma desconocido). Mira si imitabas a Jesús sin conocerle, hija mía, naciendo… ya sabes; no te avergüences, hija mía.

         ¡Bienaventurados los pobres, hija mía, porque de ellos es el Reino de los Cielos!

         Esta bendición también será especial, hija mía. Os bendeciré a todos con una bendición especial.

         Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

         Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

    [1] Así en la grabación; se repite: “…el Rey, el Salvador”.

    «¡AL FINAL MI CORAZÓN INMACULADO TRIUNFARÁ!»

    «¡VEN, SEÑOR JESÚS!»

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