Aún llora mi ciudad de Barcelona por la muerte y la desolación tras el atentado del día 17 de agosto. No ha pasado ni una semana de los aterradores hechos; aún anteayer llegaban los familiares de algunas de las víctimas, teniendo que pasar por el dolorosísimo trance de identificar a sus seres queridos. Aún, como se dice coloquialmente, «están calientes los cuerpos de los asesinados» aún se les está dando sepultura……..y a pesar de todo esto, no podemos reprimir nuestra indignación por la carta emitida por Francisco, con motivo del «Día del Inmigrante». Aunque la fecha de la carta es de dos días antes del atentado, nos sentimos consternados, porque mucha culpa de lo que está sucediendo en Europa con el tema de la inmigración descontrolada es de Francisco, aunque a muchos les escueza decirlo, pero saben bien que es cierto. Al ver anteayer publicada la carta me pregunto qué dirán los familiares y amigos de las víctimas de estos atentados que se vienen sucediendo este último tiempo en Europa, y del que por desgracia hemos sido también parte el pasado jueves. Yo, personalmente, me siento muy molesta, y eso que, gracias a Dios, no tengo a nadie entre las víctimas del atentado de Barcelona. Puedo imaginar, mínimamente, el impacto de la carta de Francisco en las personas que están viviendo directamente estos sucesos. ¿Les gustará a estas personas que se sigan creando «corredores humanitarios»? Que les pregunten a ellos.
Busco en vatican.va y veo que la costumbre de escribir para esta Jornada Mundial del Inmigrante es algo repetitivo desde la entrada de Francisco en el Vaticano. Daría la sensación de que es el cometido más importante para la Iglesia y para la sociedad. Yo diría que este tema era parte de su agenda, el movimiento migratorio, y estaba preparado para auspiciarlo desde su posición jerárquica. ¿Por qué? Hay quienes piensan que hay sobrados motivos económicos, además de los deseos de instaurar una sola religión mundial, movida únicamente por intereses creados y por parámetros y criterios meramente globalizantes.
Vamos a dar un breve repaso a la carta.
En el inicio de la misma se lee la siguiente frase:
«Durante mis primeros años de pontificado he manifestado en repetidas ocasiones cuánto me preocupa la triste situación de tantos emigrantes y refugiados que huyen de las guerras, de las persecuciones, de los desastres naturales y de la pobreza.»
Pregunto: ¿En Europa se está abriendo la puerta a este tipo de inmigrantes, los que huyen de las guerras, de las persecuciones, de los desastres y de la pobreza? Posiblemente haya un número significativo de personas que reúnan alguna de estas condiciones. Pero sería injusto para dichas personas que realmente sí pertenecen a alguno de estos sectores citados, pensar y decir gratuitamente que todos o la gran mayoría lo son, porque eso es falso a todas luces. No hay más que ver y observar. Básicamente, en Barcelona, ciudad que nos toca de lleno en este caso, la mayoría de inmigrantes son de origen islámico. Así lo dicen las estadísticas y se conoce que Cataluña es la zona de España donde más mezquitas se han construido en estos últimos años.
Seguimos con la carta:
«Cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado en cualquier época de la historia (cf. Mt 25,35.43). A cada ser humano que se ve obligado a dejar su patria en busca de un futuro mejor, el Señor lo confía al amor maternal de la Iglesia.[1] Esta solicitud ha de concretarse en cada etapa de la experiencia migratoria: desde la salida y a lo largo del viaje, desde la llegada hasta el regreso. Es una gran responsabilidad que la Iglesia quiere compartir con todos los creyentes y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que están llamados a responder con generosidad, diligencia, sabiduría y amplitud de miras —cada uno según sus posibilidades— a los numerosos desafíos planteados por las migraciones contemporáneas».
Éstas son hermosas y ciertas palabras y nos traen a la mente la verdad contenida en el Evangelio: «Ven, bendito de mi padre, fui forastero y me acogiste.» Sí, es nuestro deber ayudar y acoger al que viene con verdaderas necesidades, pues como dice el Señor: «¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos? Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis pequeños, a mi me lo hicisteis». Hasta aquí coincidimos con la visión de Bergoglio. El problema estriba en una de las frases: «….llamados a responder con generosidad, diligencia, sabiduría y amplitud de miras —cada uno según sus posibilidades— a los numerosos desafíos planteados por las migraciones contemporáneas». Esto suena maravilloso, pero Francisco no habla en momento alguno del sentido común; parece que » nos obliga moralmente a todos» a acoger sin preguntar, sin saber a quién acogemos. Si nos negamos a acoger a ciertas personas por su incompatibilidad con nuestra fe, con nuestra tradición y cultura ¿somos acasos poco generosos, perezosos e indolentes, tontos o cortos de miras? ¿Podemos negarnos a acoger a los que vienen a destruirnos, a dominarnos? ¿Fueron poco generosos y cortos de miras entonces, personajes como, Don Pelayo, Don Rodrigo Díaz de Vivar, San Fernando rey de Sevilla, , Isabel y Fernando, por citar a los más emblemáticos, y todos aquellos lucharon por expulsar a los musulmanes de España? ¿Acaso no estamos viendo cómo nos sucede aquello de que «el perro muerde la mano de quien le da de comer»? A tenor de los hechos que están acaeciendo en Europa, y más concretamente en el caso de Barcelona, vemos que así es.
Sigue Francisco:
«A este respecto, deseo reafirmar que «nuestra respuesta común se podría articular entorno a cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar».[2]
Me pregunto nuevamente:
Acogemos: ¿Pero sabemos a quién?
Protegemos: ¿Pero ellos responderán de igual modo, protegiéndonos a nosotros y a los nuestros en nuestra propia casa? ¿O más bien protegerán sus intereses y nos desprotegerán como vienen haciendo desde hace años, quedándose con todo lo que nos pertenece, sin dar opciones a los de casa, llevándose las subvenciones que pagamos con nuestros impuestos, asesinando cuando estén todos bien organizados a la voz de «Alá es grande»?
Promovemos: ¿Haciendo apología de la inmigración, como Francisco? ¿Promovemos todavía más que vengan todos, que todos tengan cabida, que todos acabemos malviviendo o tenemos el sentido común de las vírgenes prudentes del Evangelio? ¿Son ellas acaso malas, al negarles un poco de aceite a las necias? ¿O simplemte, tienen el sentido común que les falta a quienes se llenan la boca de «paz y amor»? Dice el sabio refranero que «de fuera vendrán, que de casa te echarán». ¿Estamos dispuestos a ello? ¿Estamos dispuestos a «regalar todo nuestro aceite» y dejar a los nuestros sin nada para que lo reciban quienes no aportan nada al país y se aprovechan de las ayudas, tal como se ha visto que ocurría en el caso de los que atentaron contra los viandantes de la Ramblas, que estaban cobrando unas pensiones que equivalen en muchos de los casos a dos salarios de las personas que trabajan honradamente en nuestro país?
Integramos: ¿Qué significa «integrar» según Francisco? ¿Significa proclamar nuestra fe para que la acojan aquellos que vienen? ¿Significa que los que aceptan el pan y las ayudas, aceptan también nuestra cultura, nuestra tradición, y cuanto menos, respetan nuestras creencias y nos permiten vivir en paz? ¿Integrar es «bajarnos los pantalones» y aceptar que se promueva el Islam en España? ¿Eso es integrar o es desintegrar a los españoles? ¡Por favor! ¡Estamos indignados! ¡Basta de decir tantas cosas «bonitas» y toquemos de pies al suelo! Podría seguir comentado la carta, pero estoy tan disgustada y asqueada que les dejo a ustedes mismos que la lean y vean con sus propios criterios la verdad de todo cuanto decimos.
Ya hablando a nivel de impresiones personales, estos días he tenido ocasión de compartir diferentes opiniones sobre el atentado con muchas personas conocidas de mi confianza. Entre ellas, grandes amigos católicos con los que comparto en mi whatsapp. Uno de ellos me contaba como el día del atentado en las Ramblas, salía él de trabajar en el centro de Barcelona, ya de madrugada. Las calles estaban desiertas de personas de origen europeo. Solo pudo ver un grupo importante de personas de origen musulmán (a decir por sus vestimentas), sin temor alguno, mientras los ciudadanos barceloneses y los turistas permanecían encerrados en sus casas y en sus hoteles respectivos.
Otra persona me contaba como entró en un bar a tomar un refresco, acompañado de otro amigo. Muchos musulmanes hablaban en voz alta sobre que su religión es la religión mejor, etc. Este amigo les dijo que aquí la mayoría de personas no tenemos esa fe, que somos católicos. Entonces le increparon y le dijeron que eso ya se vería dentro de nada……..
El tercer caso es el de otra persona que viajaba en un tren de cercanías. Una persona de rasgos magrevíes, puso su móvil a todo volumen, con cánticos de la religión islámica. Nadie dijo ni media palabra. Todo el mundo callado, aguantando y sin atreverse a decir nada.
Como estos casos que he referido estoy convencida de que hay «a patadas» en toda Europa. Pero nadie ha movido un dedo para evitar esta situación, y cuando digo nadie, me refiero a los dirigentes europeos y mundiales, que no solo no se han parado a poner veto al desastre migratorio, sino que han propiciado esta situación. Que se lo pregunten a los italianos, que han visto como sus costas han sido literalmente invadidas por las oleadas migratorias.
Hemos visto como el rabino de Barcelona, Meir Bar-Hen, ha instado hace dos días a los judíos barceloneses a que abandonen la ciudad y le ha animado a que adquieran propiedades en Israel. Es curioso que esto lo diga un judío. ¿ No es curioso que los líderes católicos de nuestra ciudad y de nuestro país estén callados, sabiendo que a quienes siempre han perseguido masivamente los musulmanes son a los «perros cristianos»? ¿A qué obedece este silencio cómplice? No lo sé, pero yo pienso también como el señor Meir Bar-Hen. Parece que ahora los que vamos tener que marcharnos de nuestras casas somos los que en principio teníamos que «acoger, proteger, promover e integrar» a los refugiados. Ahora los refugiados pasaremos a ser nosotros mismos. ¿Se dan cuenta de la gravedad de todo esto? Pues pongan sus barbas a remojo, porque, si no me equivoco, esto no hace más que comenzar, queridos compatriotas.
Montse Sanmartí.
Es que es un desvarío total, cuando la gente en cantidades importantes emigra de sus países se desestructuran esos países, se abandonan a personas mayores, mujeres y niños, cuánto mejor intentan que esos países prosperen. No contratar barcos y barcos para llenar Europa de gente que le va a ser difícil integrarse. Francisco tiene la idea de una gigantesca ONG católica que con cestos de pan se ponga a repartirlo en las fronteras. Y luego dice cosas tan infantiles como que hay que darles trabajo digno y casas dignas, ¡que chiste! yo que tengo hijos y como yo mis amigos que nos ha costado un riñón su educación y todavía no les vemos asentados ¡eso es lo que querríamos! ¿Cuántas empresas ha montado é? No vale decir hay que repartir, para repartir primero hay que generar riqueza, no se puede repartir pan si no se siembra y se cosecha, el maná llovió una vez de cielo, pero hoy en día no lo va a volver hacer.
Se inicia la espiral infernal Catalunya Poseida, con agenda bilderbergiana sionista (los moretes han ido a Paris por las instrucciones de la cupula europea del Daesh que es manejada por Mossad y Arabia saud). A disfrutarla naziCATs contentos con bula de paco1 JESUITAS.
Bergoglio, cumple muy bien con el plan establecido por el NOM. Vean su video del falso ecumenismo.
Las personas que no tienen sentido común no entienden lo que está ocurriendo en la Iglesia y fuera de ella.
Bergoglio mintió al decir que el islam es una religión de paz. Y en esto no hay lugar a interpretaciones, porque bien claro dice el Corán que a los infieles les han de matar.
Por otro lado no hace mucho que dejó en tierra a inmigrantes cristianos porque segun el, no tenian los papeles en regla. (Pero habría otros que Sí).