“[…] Prepara lo necesario para el viaje… El Dios que está en el cielo los proteja y los haga volver sanos y salvos […]” (Tob. 5, 17)
Un amigo mío, el señor Piergiorgio Biavati, que ya ha pasado a mejor vida, me contó la siguiente historia.
Un día emprendió un viaje para venir a Florencia y visitar San Giovanni Rotondo con la única intención de asistir a la Misa de Padre Pío y confesarse con él. Pero perdió demasiado tiempo en la autopista del Sol debido al intenso tráfico. Había hecho cálculos para poder llegar a San Giovanni Rotondo al atardecer, sin embargo ya estaba anocheciendo y él todavía estaba en los alrededores de Caserta. Con los nervios a flor de piel decidió pasar la noche en Nápoles y continuar el viaje a San Giovanni Rotondo a la mañana siguiente. Así que paró en una estación de servicio de la autopista para tomar una taza de café. Esperó algunos minutos y, de repente, sintió la necesidad de beberse otra y después otra más.
Tras habérselas bebido todas se sentía relajado y despierto y decidió continuar con el viaje aunque ya fuese de noche. Citaré ahora las palabras textuales del Sr. Biavati:
“Recuerdo sólo una cosa; encendí el motor y puse las manos en el volante. ¡No recuerdo nada más! No recuerdo ni un solo momento de las tres horas que estuve conduciendo. Pero esto no es todo. Cuando estaba ya cerca de la plaza que está delante de la iglesia, alguien me cogió por los hombros sacudiéndome fuertemente y me dijo:
‘¡Ánimo, ahora ocupa mi puesto!’”.
Imaginaos su estupor, debe haber conducido casi tres horas y no recordaba ni un instante del viaje. Se encontró por sorpresa en San Giovanni Rotondo. Preso del pánico, aparcó el coche y después pensó que era conveniente reposar un poco antes de subir al convento para asistir a la misa de Padre Pío.
Después de la Misa se acercó al Padre y dijo:
“Padre, he conducido desde Nápoles hasta aquí pero no recuerdo nada de mi viaje”
Y Padre Pío con una sonrisa le respondió:
“¡Ah! ¡Sí, y tienes razón! ¡Has dormido durante todo el viaje pero ha sido mi ángel de la guarda quien ha cargado con todo el cansancio porque ha conducido por ti!”.
¡El “conductor nocturno” tuvo suerte de que la policía no le hubiese parado porque estoy seguro de que no tenía carnet de conducir! Quizá sea esta la razón por la cual es tradición que las personas creyentes se persignen antes de emprender un viaje, recen al Señor para pedirle su protección y reciten una breve oración al ángel de la guarda en la manera antigua conocida por todos, pues forma parte de las primeras nociones del viejo catecismo:
Ángel de Dios, que eres mi custodio, ya que la soberana piedad me ha encomendado a ti, ilumíname, guárdame, rígeme y gobiername en este día, Amén.
Del libro “Envíame a tu Ángel de la Guarda”, del P. Alessio Parente.