Reflexionando la primera lectura de la liturgia de hoy, de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 3,17-4,1, me impactó el hecho de que San Pablo se coloque como ejemplo. En un primer momento, a quien lee, le puede quedar la sensación de una falta de humildad y de querer colocarse al centro de la atención. Pero yendo un poco más en profundidad, tiene razón. Creo que imitar a Pablo no es otra cosa que imitar a Cristo. Recordemos que el mismo apóstol nos invita a ser «El buen perfume de Cristo» (2 Cor 2,15) y en otra parte de la Sagrada Escritura: «Ya no soy yo quien vive, es Cristo que vive en mi».
Con dolor pensaba si los fieles en el momento actual de la Iglesia sí logran ver este ejemplo en los sacerdotes y en los católicos. Una de las causas de la grande crisis de la Iglesia es ver a sus pastores que reflejan todo menos a Cristo.
Qué amor tan grande siente el apóstol que llora por su comunidad, porque algunos se alejan de la Verdad del Evangelio. Ahora lo que vemos es a muchos pastores indiferentes ante todos los ataques que padecen los creyentes de parte de los enemigos de Cristo y de su Iglesia. No sólo son indiferentes sino que atacan a sus mismos hermanos que se esfuerzan por ser fieles a los Mandamientos de Dios, llamándolos fariseos.
Hoy más que nunca muchos sacerdotes, obispos y cardenales son enemigos de la Cruz de Cristo, enseñando falsas doctrinas y confundiendo a los fieles. Pero la sentencia de la Palabra del Señor es clara: su paradero es la perdición.
Sólo aspiran a cosas terrenas. Viendo el encuentro de esta semana de Francisco en Suecia con los Luteranos, aquello parecía más bien un encuentro de miembros de la ONU, hablando de la «Casa Común», y de la paz que deben hacer los pueblos, que no es la verdadera Paz que nos vino a traer el Señor. La Paz de Nuestro Señor Jesucristo es una Paz que nace del arrepentimiento y de una vida de santidad. Era un encuentro de políticos donde hablaron hasta del proceso de paz en Colombia con los comunistas de las Farc.
Estos creen solo en la inmanencia, en la vida solo en este mundo. Han perdido el norte, se han olvidado que el Reino del Señor no es de este mundo, que somos ciudadanos del Cielo.
Mucha gente cuando ve la Iglesia Católica dice: «Miren todo el poder que tiene, las grandes Catedrales y Basílicas, colegios, universidades…». Debemos recordar que el poder que tiene la Iglesia no radica en estas edificaciones, con todo lo hermosas que puedan ser. Es verdad que tienen un valor incalculable para los creyentes por la historia, por tantas obras de arte que contienen y sobre todo porque en ellas se Celebra el Santo Sacrificio de la Misa, porque en el Tabernáculo está Jesús vivo y presente en el Santísimo Sacramento.
El verdadero poder de la Iglesia es un poder espiritual que muchos han olvidado. Hoy muchos pastores se arrodillan literalmente ante los poderes del mundo olvidando que Jesús nos ha dicho que seamos la luz del mundo y la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa quién la salará? Solo servirá para ser tirada fuera y que la pisoteen.
Por las palabras del sacerdote en la Consagración, Cristo se hace presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en lo que antes era Pan y Vino. Y por las palabras del Sacerdote que las pronuncia in persona Christi, los pecados quedan perdonados. Con la Palabra de los Apóstoles en el Nombre de Jesús, los demonios obedecen y son expulsados.
No coloquemos nuestra seguridad en las cosas. Ya con los terremotos en Italia de estos días, vimos como una de las grandes Basílica de Roma: San Pablo extramuros ya presentó una grande fisura en su fachada.
Del templo de Jerusalén que era la gloria para el pueblo judío no queda nada y Jesús le dijo a la Samaritana: «Llegará el tiempo… ya estamos en el, en el que los verdaderos adoradores, adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,23).
Qué nos estará queriendo decir el Señor?
Padre Elias
GRACIAS