I. PREMISAS
- LA PROMESA DE NUESTRO SEÑOR. PRIMACÍA DE PEDRO
De la Sagrada Escritura, primera fuente de Revelación, proceden la figura y el oficio del Papa y también, muy importante, una promesa que hace el Señor. De esto último trataremos especialmente.
En efecto, nuestro Señor elige a Simón entre todos los demás discípulos, le cambia el nombre en razón de la nueva dignidad y misión que le confiere, asegura que sobre él edificará su Iglesia y a él le concederá la prerrogativa de recibir las llaves del reino de los cielos.
Los textos escriturísticos a los que se hace referencia son los siguientes:
“Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,18-19)[1].
(Contexto: Jesús pregunta quién dice la gente que es Él y luego quién dicen sus discípulos que es. Simón confiesa que es el Mesías, el Hijo del Dios vivo y Jesús responde que esa revelación vino del Padre).
Este pasaje es fundamental dado que contiene la trascendental afirmación de que el poder del infierno no prevalecerá sobre esa Iglesia fundada sobre Pedro. Nada menos que sobre la persona de Pedro -fundamento de la Iglesia de Cristo- está asociada la garantía de la victoria contra los ataques infernales.
Parafraseando aquella conocida sentencia o aforismo atribuido a san Ambrosio, “Ubi Petrus ibi Ecclesia” (“Donde está Pedro ahí está la Iglesia”) se podría decir “Ubi Petrus, ibi satanas non vincere” (“Donde está Pedro, ahí Satanás no vence”).
- MINISTERIO PETRINO
Los otros dos textos de los evangelios son mandatos:
“Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22,31-32).
(Contexto: final de la Última Cena. Satanás ya había entrado en Judas. Jesús anuncia su inmediata Pasión y parten para el Monte de los Olivos)
“Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas”. (Jn 21,15-17).
(Contexto: última pesca milagrosa. Jesús ha resucitado).
- RECAPITULANDO
La primacía de Pedro, entre todos los apóstoles, deriva de la elección hecha por nuestro Señor, con las atribuciones conferidas de confirmar a los hermanos en la fe; de ser el pastor de la grey, que a Cristo pertenece, y pastor también de los otros pastores (pastor pastorum).
Junto a las funciones se destaca la afirmación de nuestro Señor: el poder del infierno no derrotará a la Iglesia, no prevalecerá sobre la Iglesia edificada sobre Pedro.
Por tanto, Pedro es la roca sobre la que Cristo edificará su Iglesia; es aquel que, una vez convertido, no fallará en la fe y confirmará a sus hermanos, y, por último, es el Pastor que guiará a toda la comunidad de los discípulos del Señor.
Pedro puede a veces defraudar porque se deja llevar por impulsos de osadía que luego el miedo los frustran (como cuando luego de pedirle al Señor ir hacia Él, camina sobre el mar, pero ante la violencia del viento se amedrenta y clama auxilio cuando se hunde (cf. Mt. 14,28); o cuando insiste con vehemencia que aunque debiera morir con Jesús, no lo negaría (Cf. Mt 26,35). A pesar de todo, su corazón le es fiel al Señor. Ante la negación llora amargamente y luego de Pentecostés sale del encierro para anunciar con arrojo a Cristo Resucitado y Señor (Cf. Hch 2,22s). Ya no lo negará y morirá mártir en Roma.
Como vemos, todo en el buen Pedro está orientado a Cristo, al que ama y sigue con toda su alma y su ser. Sus errores son, pues, disculpables, por su celo en servir a Dios. Pedro es typo de todos los papas sucesivos, fieles custodios de la Revelación, Maestros de fe y de moral.
La Iglesia entendió que aquellas prerrogativas dadas a Pedro, implícitamente el ministerio de la unidad en su primacía sobre todos los otros apóstoles, se extendían en la Iglesia en las personas de sus sucesores. Así nace el Papado con su ministerio petrino y prerrogativas asociadas.
Estas premisas han sido reconfirmadas por medio de Concilios y de diversos documentos emanados de la Iglesia en su larga historia bimilenaria. Entre los recientes encontramos uno publicado el 18 de noviembre de 1998. (Ver Anexo)
El documento recuerda la primacía personal de Pedro y sus sucesores como designio divino y en tal primado está, en la persona de los Papas, el principio y fundamento visible de la unidad de la Iglesia y por ello goza de la gracia del ministerio para servir a la unidad de fe y de comunión necesaria a la misión salvífica de la Iglesia. Recuerda que está subordinado a la Palabra de Dios y a la fe católica. No puede decidir lo que se le antoja, sino que es siervo de la Palabra y custodio fiel de toda la Revelación. Es la roca, dice, contra la arbitrariedad y el conformismo y el garante a la rigurosa fidelidad a la Palabra de Dios.
El ministerio petrino así delineado sería la razón y el fundamento por los cuales se cumpliría la promesa divina de la victoria final de la Iglesia contra las fuerzas del infierno. Sin embargo, Pedro ya no está. Pedro no está, pero sí la Iglesia fiel que sigue sólo a Cristo, a su fundador, y no a una jerarquía perjura y adúltera que se rinde al mundo y acata o no discute las continuas herejías, sacrilegios y blasfemias de Bergoglio.
Fue Joseph Ratzinger quien mejor y más resumidamente recordó los lineamenta de la verdadera acción del Papa, cuando escribió: “el Papa no es en ningún caso un monarca absoluto, cuya voluntad tenga valor de ley. Él es la voz de la Tradición; y sólo a partir de ella se funda su autoridad.” (Presentación de la Carta apostólica del Papa Juan Pablo II Mulieris Dignitatem, 1988).
II. LA IGLESIA ASOLADA Y DEVASTADA
Desde el funesto 13 de marzo de 2013 hemos visto cómo se ha desvirtuado el ministerio petrino hasta el punto de su total negación. Bergoglio ha demostrado con creces carecer del carisma inherente a la función, siendo, por lo contrario, el agente de la rotura de la unidad. ¿Hará falta demostrarlo, o simplemente recordarlo?
Rompe la unidad mediante documentos heréticos pasados como magisterio ordinario, comenzando con la Exhortación Post Sinodal “Amoris Laetitia”, cuando finalmente resuelve la ambigüedad de las notas -a las que no respondió cuando fueron los Cardenales plantearon los dubia- con la confirmación de que la interpretación herética de los obispos de Buenos Aires es la correcta. Entre tanto había dejado la interpretación de la admisión a los sacramentos de quienes viven more uxorio, como marido y mujer, cuando no lo son, y la ejecución, en manos de las conferencias episcopales y, en la práctica, al arbitrio de cada sacerdote. Ya en ese documento, con sus calculadas ambigüedades, se cargaba de un golpe los sacramentos del matrimonio, penitencial, Eucaristía y orden sagrado y rompía la unidad de la Iglesia junto a la catolicidad y apostolicidad. De un plumazo cambiaba la doctrina sobre el matrimonio, sobre la Eucaristía, sobre la confesión, sobre la Iglesia, acerca de la sexualidad humana, y producía un efecto devastador para los fieles, especialmente los jóvenes, porque concluían legítimamente que es cierto que no existe matrimonio indisoluble. Pero, más grave aún, se ponía por encima de la Palabra del Señor. Nuestro Señor dijo: “Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mt 5,27-28). Pues Bergoglio dice: Habéis oído que Jesús os dijo “que el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón”; pero yo os digo que no es así. Si dos se aman, no importa si son incluso del mismo sexo (ver Fiducia Supplicans), está bien. Y deben unos recibir la absolución y comulgar y los otros ser bendecida su unión y pueden ser testigos en bautismos.
Se ha ido sistemáticamente oponiendo en todo a nuestro Señor hasta suplantarlo. Ejemplos sobreabundan: nuestro Señor mandó anunciar el Evangelio a todas las naciones, hasta los confines de la tierra, Bergoglio dijo que hacer proselitismo es una tontería. La Iglesia enseñó, sostuvo y defendió siempre los valores cristianos, Bergoglio dijo no saber qué son los valores no negociables. Nuestro Señor dijo que vino a que se cumpla la Ley en su integridad, Bergoglio dice que hay quienes no pueden cumplir con la Ley por su exigencia y por su situación particular y por ello hay que darle una solución bajando el listón. Desconoce y niega completamente la verdad fundamental de nuestra fe: Jesucristo vino a traer a la gracia que hace posible el cumplimiento de la Ley.
En la última Cena nuestro Señor, el Maestro, lavó los pies de sus discípulos, que serían los primeros sacerdotes de la Nueva y Eterna Alianza. Bergoglio falsea el gesto pedagógico de humillación y mutuo servicio entre los que serían sus apóstoles lavando los pies de mujeres, de personas musulmanas, ateos, travestis. Eso sí, con mucha cámara y, de paso, reduciendo el Jueves Santo a esa farsa, ocultando lo más importante: la institución de la Eucaristía y del sacerdocio. Como en cada gesto y palabra encierra propósitos, lavando a mujeres ya avanza la idea de las órdenes sagradas para ellas (diaconado, sacerdocio) y en los otros casos la “inclusividad” de su “iglesia” y el falso ecumenismo. Por otra parte, es de notar que para lavar los pies tuvo que inclinarse e hincarse o bien arrodillarse doce veces, pero nunca, nunca, se arrodilló ante el Santísimo Sacramento expuesto.
No sólo ignora a Jesucristo como único Salvador, sino que, en la Declaración de Abu Dabi, sobre la Fraternidad humana, llega a afirmar que “El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos.”
Con la constitución apostólica Vultum Dei quaerere de 2016 ataca un bastión de la Iglesia, la vida contemplativa femenina, los conventos de clausura.
Promueve la obediencia de la Iglesia a la ONU, que es el corazón de las tinieblas que exporta el aborto, la eutanasia o la ideología de género y, así, se adhiere al timo del calentamiento climático antropogénico (Laudato Síi), que es la filosofía que justifica la reducción de la población humana, en línea con lo que proclaman las “élites iluminadas” de la tierra.
Finalmente, pretende eliminar la constitución jerárquica de la Iglesia con el malhadado Sínodo de la Sinodalidad, demudándola en un supuesto “vox populi”, remedo del sensus fidelium. Tal vox populi, consulta a las bases, en realidad, ni siquiera es eso, en la medida en que los integrantes del Sínodo han sido cuidadosamente escogidos para que exista una mayoría heterodoxa que permita el derribo de la moral sexual, la ordenación de diaconisas o la intercomunión con los protestantes. Se trata también, como a él le gusta decir, de “iniciar procesos”, que han de transformar aquella ordenación jerárquica establecida por Cristo en una supuesta democracia de laicos que cambie el modo de dirigir las Conferencias Episcopales, diócesis y parroquias e incluso la elección del Papa. Y lo hará usando la locomotora alemana, de la que aparenta por tramos desligarse. Es su estratagema de engaño, como lo viene haciendo desde hace 11 años (notas al pie, dichos al pasar, entrevistas amañadas y no desmentidas) que apunta al vaciamiento de la Iglesia de Cristo sustituyéndola por la Anti Iglesia.
Y sigue la lista…
III. CONCLUSIÓN
En fin, no confirma a los hermanos en la fe ni en la moral sino que los confunde y, peor aún, los desvía de la verdad; distorsiona y manipula la palabra de Dios; no es el custodio del Depositum Fidei sino que destruye la fe católica, pervierte el orden moral; se asocia a las ideologías dominantes, cambia la conversión a Dios por la conversión ecológica a la Madre Tierra; exalta a la Pachamama permitiendo su culto en los jardines vaticanos y su entronización en San Pedro y culto en Santa María in Traspontina; participa de un culto espiritista animista dirigido por un chamán en Canadá; introduce y entroniza a Lutero en el Vaticano; celebra el cisma luterano y se encuentra con obispas suecas pero, eso sí, no viaja a España para recordar el centenario de la gran Santa Teresa de Jesús; el Vaticano emite blasfemos timbres postales con Lutero y Melanchthon reemplazando a la Santísima Virgen y a san Juan junto a la cruz, acuña monedas con la Pachamama…
Ante tanta evidencia, es imperativo superar el debate acerca de si la renuncia del Papa Benedicto fue verdaderamente renuncia o si, en cambio, fue una estratagema dictada por las circunstancias de imposibilidad de gobierno, o bien, polemizar sobre qué grado de herejías ha cometido Bergoglio, puesto que estamos ante una situación no parangonable a ninguna otra en toda la historia de la Iglesia. Queda meridianamente claro que Bergoglio no sólo no es Papa sino ni siquiera Antipapa, porque ningún Antipapa llegó al grado de apostasía de éste en su empeño en negar a Cristo y destruir su Iglesia.
Por tanto, o bien la garantía prometida por nuestro Señor de que las fuerzas del infierno no prevalecerían en la Iglesia comandada por Pedro, no se habría cumplido, lo que haría su Palabra no absoluta; o bien Francisco/Bergoglio no es Papa sino agente de devastación de la fe católica y de todos los demás aspectos inherentes a la naturaleza de la Iglesia.
La palabra del Señor es irrevocable, perfecta, verdadera, no está condicionada. Sólo queda la desnuda realidad de que no tenemos Papa.
En el caso de Francisco/Bergoglio, único en la historia de la Iglesia, no se podrá recurrir a la objeción de que elegir un Papa sería deponerlo y con ello caer en la herejía conciliarista. Tal argumento no se sostiene, porque habiéndose opuesto Bergoglio manifiesta y pertinazmente a la palabra de Dios, a su Ley y sus mandatos es imposible que sea Papa, ni siquiera considerado católico.
Por eso, es improcedente que se busque casos similares o hipotéticos y ver qué dijeron los santos Padres y otros santos como, por ejemplo, san Roberto Belarmino, qué grado de herejías cometió Bergoglio; en vano se arguye que hubo Papas malos y antipapas; o se esgrima la condena que pesa sobre el conciliarismo para poder quitarlo. Todo es fútil porque éste no es un Papa más, éste es el que destruye la Iglesia, que la viene destruyendo desde hace 11 años. Resulta hasta ocioso nombrar todos sus actos, dichos, documentos en los que demuestra que carece del carisma propio del Sumo Pontífice, que no es siquiera católico, que es enemigo de la Tradición, de toda la Revelación, de Cristo. No se puede, ni de lejos, comparar a Bergoglio con Papas como los cuestionados Honorio o Liberio.
En definitiva, Bergoglio no es Papa, no es siquiera no-Papa o Antipapa de la Iglesia. En todo caso, es el Papa de la no-Iglesia, de la Anti-Iglesia[2]. Bergoglio está a las antípodas del Pedro sobre quien nuestro Señor fundó su Iglesia. Aquellos que lo siguen o justifican tampoco son Iglesia.
Todo se reduce a “O con Cristo o contra Cristo”, y esta decisión no es postergable.
ANEXO
Documento de la CDF “El primado del sucesor de Pedro en el misterio de la Iglesia” firmado por el Prefecto Joseph Cardenal Ratzinger :
.4 (…) “En el designio divino sobre el Primado como «oficio confiado personalmente a Pedro, príncipe de los Apóstoles, para que fuera transmitido a sus sucesores» se manifiesta ya la finalidad del carisma petrino, o sea, «la unidad de fe y de comunión» de todos los creyentes. En efecto, el Romano Pontífice, como Sucesor de Pedro, es «el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los Obispos como de la muchedumbre de fieles» y, por eso, tiene una gracia ministerial específica para servir a la unidad de fe y de comunión que es necesaria para el cumplimiento de la misión salvífica de la Iglesia” .
(…)
.7 (…) El Romano Pontífice, como todos los fieles, está subordinado a la palabra de Dios, a la fe católica, y es garante de la obediencia de la Iglesia y, en este sentido, servus servorum. No decide según su arbitrio, sino que es portavoz de la voluntad del Señor, que habla al hombre en la Escritura vivida e interpretada por la Tradición; en otras palabras, la episkopé del Primado tiene los límites que proceden de la ley divina y de la inviolable constitución divina de la Iglesia contenida en la Revelación. El Sucesor de Pedro es la roca que, contra la arbitrariedad y el conformismo, garantiza una rigurosa fidelidad a la Palabra de Dios: de ahí se sigue también el carácter martirológico de su Primado que implica el testimonio personal de la obediencia de la cruz.
[1] Aquí hemos transcripto la versión de la Biblia de la CEE. En otras traducciones del versículo 18 de Mt 16, se lee: “las puertas del abismo (infierno) no prevalecerán contra ella”. En cualquiera de las dos versiones supone que habrá ataques infernales, pero no podrán vencer a la Iglesia. A lo largo de la historia de la Iglesia, la lucha nunca ha cesado. Desde los mismos inicios hubo herejías a las que se añadieron sucesivos cismas. Particularmente desde el siglo XVIII los ataques infernales se han ido incrementando. El modernismo supo infiltrarse sin enfrentamientos que lo llevasen al cisma. El propósito fue y es el de cambiar la naturaleza de la Iglesia desde dentro, o sea de utilizar la Santa Iglesia Católica para vaciarla de todo contenido dogmático y moral y bajo su nombre presentarse al mundo. La máxima impostura religiosa, es la que se está manifestando en nuestros días. La apostasía rampante de la Anti Iglesia, la iglesia del Anticristo, penetró en el seno de la Iglesia. Frente a ésta se erige la certeza, dada por la palabra del Señor, de que la Iglesia saldrá victoriosa.
[2] Hay quienes esperan que, en algún momento, quizás después del Sínodo sobre la sinodalidad, algunos Cardenales fieles a Cristo decidan elegir a un Papa. Hay otros que piensan que podría seguir todo así, como ahora, hasta la muerte de Bergoglio. El futuro de la Iglesia, en el sentido de éstas u otras especulaciones, se vuelve conjetural. Sin embargo, en esta situación tan confusa, enmarañada, no es de descartar una fuerte intervención divina.
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