No pretendo argumentar o exponer consideraciones para ayudar a la comprensión de que no debemos ceder a estas campañas totalitarias y masivas de inoculaciones de experimentos peligrosos. No. Ya se ha dicho todo y más, y cada uno ha podido ya formarse un juicio justo en conciencia sobre este tema. Y si alguien todavía tiene dudas, evidentemente, lo que debe hacer es quedarse como está, según la máxima de discernimiento clásica: «en tiempo de turbación, no hacer mudanzas». Es decir, quien no se haya pinchado, que no se pinche, y quien se haya metido dos chutes, que no se meta más.
Pero no es ése el objeto de este artículo. Se impone la terrible actualidad: Simplemente quiero recordar que ahora van a por los niños.
Escuchábamos este evangelio recientemente en la liturgia: «no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños» (Mt 18,14). No hace falta recordar el amor especial que el Señor tiene por los más pequeños e indefensos, su predilección hacia ellos, y cómo nos advierte que los cuidemos, les dejemos acercarse a Él, y no los escandalicemos. Igualmente, no hace falta ser un lince para entender que Satanás odia al hombre, pero muy especialmente a los más inocentes, a los pequeñitos.
Pero no nos engañemos: Satanás no va a hacer esto solo. Ni siquiera contando únicamente con sus más estrechos colaboradores, esbirros que le han entregado su alma y que sólo «disfrutan» haciendo sufrir a los demás, especialmente robando la inocencia de las almas infantiles y matando sus pequeños cuerpos. No. Nada va a ocurrir sin nuestra colaboración, la tuya y la mía. Pero si dejamos de colaborar, esos planes del diablo fracasarán. Podemos colaborar con el diablo en este plan retorcido de dos formas.
La primera, con nuestro silencio, con nuestra omisión, poniéndonos de perfil y encogiéndonos de hombros, no poniendo coto a toda esta inmoralidad, maldad y perversidad, como «buenos ciudadanos» que confían en gobiernos satánicos;… pero muy malos discípulos de Cristo que no lo obedecen ni hacen lo que les fue mandado. Poco santo temor de Dios parece que hay hoy. Poco amor a la verdad, pero demasiadas componendas y cobardías. Sacudámonos esa modorra, y despertemos de una vez, que por la inacción de los «buenos», los malos avanzan sin oposición.
La segunda forma es con nuestra colaboración activa. Como algunos de nosotros somos directores de colegios, abrimos las puertas a las cuadrillas que vienen a por nuestros niños. Como algunos somos sanitarios, pinchamos a diestro y siniestro, aunque luego veamos cómo algunos terminan en ambulancias o en el cementerio tras nuestros pinchazos. Como algunos somos policías, custodiamos la mercancía a inocular en vez de custodiar la libertad y a los niños indefensos de estos peligros. Como algunos somos pastores de almas, decimos en los sermones o en el confesionario, que pinchen a sus hijos y no tengan problemas de conciencia porque la colaboración con el aborto es «remota», y porque «la tele y el Papa lo han dicho»… En vez de decir que si Bergoglio dice lo mismo que la ONU, el Fondo Monetario, Bill Gates y demás siervos de Satanás, y si los periodistas cipayos repiten esas consignas, ya sería suficiente para que nosotros resistiésemos con toda el alma, y hasta la última de nuestras fuerzas.
Pero claro, no se resiste porque no hay fe. No se confía en Dios, pero sí en hombres malditos, atrayéndonos mayor maldición (cf. Jr 17,5). Y en segundo lugar, porque somos una sociedad egoísta y cobarde, capaz de sacrificar a los niños primero con el aborto (del que se nutren las mal llamadas vacunas) y luego sacrificar a los niños vivos, por temor a que ellos «contagien» a los adultos… Porque nadie en su sano juicio cree que un niño vaya a morir si no se pone la inyección dichosa; saben que no hay riesgo para los niños; lo que temen es que los niños sean «contagiadores»: el miedo les hace creer que los niños serán vectores de contagio, pues ven amenazas por todos lados (pero no ven las verdaderas amenazas, pues cada vez están más ciegos) y a su cobardía la llaman prudencia. ¡Bien contagiada está esta sociedad de las tinieblas de Satanás! Son ellas las que conducirán a muchos a la muerte (cf. Pr 14,12), y muerte eterna.
Pues bien, simplemente digo lo siguiente: ¡¡NO TOQUÉIS A LOS NIÑOS!!
En nombre de Dios os lo digo.
Directores de colegios, personal sanitario, padres de familia, policías, funcionarios, políticos, párrocos, religiosas, cristianos en general y personas de buena voluntad… A vosotros me dirijo: Sé que muchos os habéis inyectado este «tratamiento experimental», algunos contra vuestra conciencia, por presiones. Algunos estáis arrepentidos; otros seguís convencidos y defendéis lo que habéis hecho. Es igual. Sólo os digo una cosa, y lo repito: ¡¡CON LOS NIÑOS, NO!! Por amor de Dios, ellos no se pueden defender, sus vidas están en vuestras manos. Y vais a rendir cuentas de lo que hagáis con ellos. ¿Alguien los defenderá? No les metáis esos «tratamientos experimentales» que no son ni seguros ni eficaces, ni mucho menos necesarios para niños con toda la vitalidad del mundo y con toda la vida por delante, que no enferman de covid, y si dan positivo en un «test», lo pasan que ni se enteran o no se enteran porque ni lo pasan. ¡¡No juguéis con sus vidas!!
No hay amenaza que lo justifique, miedo que sirva de pretexto, razonamiento que lo haga parecer aceptable. No. Sólo hay personas que toman decisiones libres, y cada uno de nosotros hoy debemos actuar en conciencia, delante de Dios y mirando a la cara a estos niños indefensos: ¿qué voy yo a hacer por ellos?, ¿qué voy a hacer con ellos? No importa nada más. Que nadie se convierta en colaborador, ejecutor, cipayo de este sistema inicuo, que nadie abdique de su responsabilidad y de su libertad. Que cada uno hoy diga, con una sola voz y que ese eco resuene en cada rincón, en cada casa, en cada pueblo, en cada ciudad: ¡¡Con los niños, NO!!
Sólo hay personas que toman decisiones libres, y cada uno de nosotros hoy debemos actuar en conciencia, delante de Dios y mirando a la cara a estos niños indefensos: ¿qué voy yo a hacer por ellos?, ¿qué voy a hacer con ellos?
Yo no seré cómplice. No tengamos miedo. Si les entregamos a nuestros niños, ya no quedará nada por lo que luchar. Ese día sería nuestra muerte como sociedad. Quiero creer que no todo está perdido, quiero creer que no nos hemos rendido hasta esa brutalidad de sacrificar a los niños en vez de morir por ellos si fuese necesario. No se nos pide, sin embargo, una gran heroicidad. Sólo decir:
– ¡Basta! A mis hijos no se les inocula con eso y voy a llevar un formulario cada día al colegio recordando que no lo autorizo y amenazando al colegio de todas las formas posibles si no me aseguran que mi hijo ni escuchará ni verá nada que tenga que ver con esos pinchazos, mucho menos se le acercarán.
– ¡Basta! En mi colegio no se administra esa mezcla oscura, que no sabemos ni lo que contiene ni todo lo que hará, pero que sí sabemos que no hará bien, ni protegerá de nada.
Pediatras, sanitarios, profesores, policías,… No colaboréis con esto. Decid todos ¡basta! ¡¡Con los niños, NO!!
[…] CON LOS NIÑOS, ¡NO! […]
Ha dado en el clavo padre. Se quiere inocular a los niños NO para protegerlos, sino por egoísmo de la facción adulta mayoritaria, egoísta y estúpida , telecreyente y aprehendida del mundo y sus fábulas de engaño pergeñadas por el demonio y sus lacayos. ¡Ay de todos los que no hagan nada para proteger a los niños¡ No solamente a los propios – los que somos padres- sino a los hijos de los demás en la máxima medida de nuestras posibilidades. Es un pecado mortal, que clama al cielo. El pecado de opresión al débil e indefenso.
Sus ángeles de la guarda acusarán en el día del juicio final a todos los que dañaron a sus protegidos