Trinidad Santa:
amor, verdad y libertad para el mundo.
(Homilía del padre Christian Viña, en la Solemnidad de la Santísima Trinidad.
Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres, 7 de junio de 2020).
Éx 34, 4b-6. 8-9.
(Sal) Dn 3, 52, 53, 54, 55, 56.
2 Cor 13, 11-13.
Jn 3, 16-18.
Jesús, el Hijo amado del Padre, nos revela por el Espíritu Santo lo más íntimo de la Santísima Trinidad. Nuestro Redentor nos muestra el amor de Dios; que no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn 3, 17). Misterio de un Dios que es familia, en sus tres divinas Personas; y que al crearnos de la nada o, mejor dicho, al crearnos desde su absoluta Bondad, nos hizo a su imagen y semejanza.
Se trata de creer en el Hijo del Padre, y de obrar en consecuencia, para tener vida eterna (Jn 3, 16). Y no caer en la incredulidad que nos lleva a la condenación (Jn 3, 18). Este mundo agoniza por su falta de fe en el Único que le puede dar la verdadera felicidad. Y así termina inventándose, todo el tiempo, falsos dioses; que terminan devorándose al mismo hombre.
Del libro del Éxodo escuchamos cómo Moisés subió a la montaña del Sinaí, como el Señor se lo había ordenado, llevando las dos tablas en sus manos (Éx 34, 4). Eran las tablas en las que el Señor escribiría los Diez Mandamientos; que están impresos por Él mismo, en nuestra naturaleza. De lo que se trata, ayer, hoy y siempre, es de saber reconocerlos, para con la gracia de Dios poder cumplirlos. Debemos implorar como Moisés, entonces, que el Señor se digne ir en medio de nosotros (Éx 34, 9); y, perdonados nuestra culpa y nuestro pecado (Éx 34, 9), nos convierta en su herencia (Éx 34, 9). Somos herederos en el Hijo, por el Espíritu Santo; no somos los dueños, sino hijos del Dueño. No somos más hombres cuando, como niños caprichosos, nos rebelamos contra Dios. Muy por el contrario: como bien lo enseña el genial Chesterton, cuando “quitamos lo sobrenatural solo queda lo antinatural”.
San Pablo exhorta a los corintios a trabajar para alcanzar la perfección (2 Cor 13, 11). Y, de ese modo, el Dios del amor y de la paz permanecerá con vosotros (2 Cor 13, 11). Solo podemos alcanzarlo con la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo. (2 Cor 13, 13).
Debemos empeñarnos, entonces, en vivir cada vez más trinitariamente nuestra propia fe. Y alejarnos, así, del riesgo de mantener una relación exclusivista con alguna de las distintas Personas, sin la comunión con las Tres.
El Amor del Padre se revela en la Verdad del Hijo, con la libertad del Espíritu. Es el Hijo quien nos descubre toda la bondad del Padre; quien, con absoluta libertad, y por desborde de su amor, nos creó desde el amor, para santificarnos en el amor, y salvarnos por el amor. Es la Verdad del Hijo (Jn 14, 6), la que nos hace ver la verdad de nosotros mismos, desde el plan original de nuestro Autor. Y es la libertad del Espíritu la que nos une con el vínculo de la paz (Ef 4, 3).
El misterio de la Santísima Trinidad –nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, en su punto 234- es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe.
En estos tiempos del virus de Wuhan, y de otras iguales o peores pestes funestas, más que nunca los católicos estamos llamados a ser testigos del amor, la verdad y la libertad, que recibimos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Solo en ellos tienen su fundamento; y no, claro está, en los consensos humanos, cada vez más frágiles y arbitrarios. Nuestra dignidad de nacer, vivir y morir en el amor, la verdad y la libertad nos está dada por nuestra condición de hijos de Dios; y no depende de ningún gobierno, de ninguna concesión de los que mandan, ni de organizaciones internacionales, al servicio del globalismo anticristiano, y antihumano.
El Amor que se funda en la Trinidad nos impulsa a vivir en el auténtico amor; que siempre tiene características comunitarias, tanto en la Iglesia, como en la Patria. Ese Amor nacido de un Dios familia, de un Dios comunidad, nos aleja de cualquier tentación individualista; sesgada por el egoísmo y la trampa del sálvese quien pueda…
La Verdad, revelada particularmente en Cristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6), nos lleva a reconocer desde la intimidad trinitaria la verdad de nosotros mismos; de nuestro origen, de nuestro caminar, y de nuestro destino final. Y nos conduce a ser intrépidos apóstoles del Evangelio de la Vida y la Familia. Hoy la ideología de género, y otras corrientes materialistas y anticristianas, con su combate cruel a la naturaleza humana, buscan convertirnos únicamente en un manojo de pulsiones; con carta de impunidad para los pecados más perversos. Frente a ello, la única Verdad de lo que somos en Cristo, el hombre perfecto, puede guiarnos hacia la auténtica felicidad.
Y la Libertad –como magistralmente nos lo enseñara San Juan Pablo II, en Veritatis Splendor– tiene una relación esencial y constitutiva con la Verdad (4b.). Nunca el hombre es más libre que cuando actúa de acuerdo con la Verdad de su ser; que le viene dada, obviamente, por Aquel que le dio la vida. Nunca el hombre es más esclavo que, cuando invocando una libertad irrestricta, sin sujeción a ningún vínculo superior, termina revolcándose en la inmundicia de todas las depravaciones.
La extensión del coronavirus, en distintas latitudes, ha hecho crecer el virus autoritario en diversos países. Con la excusa del confinamiento, del quedarse en cada, y del cuidarse entre todos, los Estados vienen avanzando sistemáticamente contra las libertades individuales; e, incluso, con evidentes intenciones ideológicas, siguen atropellando el derecho a la propiedad privada, para instalar regímenes de cuño totalitario. El ahogo de la producción y el trabajo está llevando a la desaparición de numerosas empresas e industrias; y a índices de desocupación, pobreza e indigencia pavorosos. Se va preparando el terreno para que el Estado sea visto como el único “salvador”; y, así, terminemos todos, como ya ocurre en algunos países, haciendo colas interminables para que nos den un poco de arroz, y porotos…
En Argentina se celebra este 7 de junio el Día del Periodista. Pidamos para ellos que puedan ejercer su profesión con la auténtica libertad en la Verdad. Y que no sean serviles, conscientes o no, a esta nueva normalidad; que nos quiere imponer el mundialismo ateo y materialista.
Y que María Santísima, aurora del mundo nuevo, nos alcance la gracia de la coherencia. Para que nuestra propia vida sea un permanente canto de alabanza y adoración al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
Gracias, padre Viña, como siempre por sus hermosas palabras.