(Homilía del padre Christian Viña, en el cuarto Domingo de Cuaresma.
Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres, 22 de marzo de 2020).
1 Sam 16, 1b. 6-7. 10-13a.
Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6 (R.: 1).
Ef 5, 8-14.
Jn 9, 1-41.
Jesús, luz del mundo (Jn 9, 5), al curar al ciego de nacimiento, manifiesta las obras de Dios (Jn 9, 3). Él, verdadero Dios, y verdadero hombre, trabaja en las obras del Padre, que lo envío, mientras es de día (Jn 9, 4). Él es la luz que brilla en las tinieblas, y las tinieblas (o sea, nuestro pecado y nuestro corazón endurecido) no la perciben (Jn 1, 5).
Hay tinieblas en todo el capítulo 9 de San Juan, que acabamos de proclamar; para que brille, con más fuerza, la Luz de Cristo. ¿Cómo puede entenderse, de lo contrario, la necedad ante la curación del ciego de los vecinos (Jn 9, 8), y de los fariseos (Jn 9, 13-41)? ¿Cómo puede interpretarse la terquedad de quienes, supuestamente, tenían todo claro, y veían bien? ¿Cómo es posible enredarse en la cuestión del sábado; y no reconocer el milagro, y a Jesús como Mesías (Jn 9, 22)?.
Al final de todo el altercado, el ex ciego es contundente: Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada (Jn 9, 31-33). Y termina, ya plenamente curado, y con toda la visión, exclamando y reconociendo a Cristo como el Mesías: ‘Creo, Señor’, y se postró ante él (Jn 9, 38).
La primera lectura, nos narra con sobria sencillez, la unción de David como rey (1 Sm 16, 13); el más pequeño de los ocho hijos de Jesé (1 Sam 16, 11). De ese joven, que estaba apacentando el rebaño (1 Sam 16, 11), el Señor sacó al Rey, de cuya dinastía nació el Rey eterno, Jesucristo. Y porque Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón (1 Sam 16, 7) a ese humilde pastorcito de Belén, lo convirtió en el gran conductor de su pueblo. Y a su descendiente, también nacido en Belén, Dios lo ungió con el Espíritu Santo, llenándolo de poder (Hch 10, 38); y, así, pasó haciendo el bien, y curando a todos los que habían caído en poder del demonio (Hch 10, 38).
En el salmo 22, como nuestra respuesta a la primera lectura, repetíamos la bella antífona: El Señor es mi pastor, nada me puede faltar (Sal 22, 1). ¡Solo Él es nuestro Pastor! No los poderosos que se creen iluminados, pese a vivir en las tinieblas; y que buscan imponernos su propia oscuridad. Solo Cristo nos infunde confianza (Sal 22, 4). Aunque crucemos por oscuras quebradas, no temeremos ningún mal (Sal 22, 4).
San Pablo, en su carta a los Efesios, nos recuerda en efecto, que antes éramos tinieblas, pero ahora somos luz en el Señor, y debemos vivir como hijos de la luz (Ef 5, 8). Y son frutos de la luz, precisamente, la bondad, la justicia y la verdad (Ef 5, 9).
En nuestra Argentina saqueada, la obstinación en el pecado les ha enceguecido la mente y el corazón a los gobernantes, y a los supuestos opositores. Sufrimos ahora, como todo el mundo, esta peste del coronavirus; que, providencialmente, logró que el gobierno aplazara -por ahora, y solo por ahora- el envío al Congreso del proyecto de legalización del aborto. Quienes militamos por la vida y la familia debemos, de cualquier modo, seguir en la primera línea de batalla. Porque sabemos que esta pandemia hizo estallar las ansias del globalismo, por imponer buena parte de sus siniestros planes. Pero ese Nuevo Orden Mundial -hoy colapsado por el microscópico agente infeccioso- volverá a la carga, apenas se le presente la oportunidad… En tanto, ahora, frente a la peste, gobernantes y medios abortistas reconocen que se debe proteger a las embarazadas. Una vez más, Dios derribó a los poderosos de su trono, y elevó a los humildes (Lc 1, 52).
Ningún argumento científico serio; y, muchísimo menos, ningún argumento religioso y ético, podrá considerar jamás como moral el asesinato de niños por nacer. Curiosa contradicción de quienes se presentan como tenaces defensores de los derechos humanos; y, al mismo tiempo, buscan defender con incoherentes argumentos la masacre de 60 millones de bebitos abortados, por año, en el mundo. ¡Es mucho más que una pandemia y un genocidio; es un humanicidio puro y duro; desatado impunemente por el mundialismo de inspiración masónica, que busca que la muerte (Sal 49, 15), y no el Señor sea nuestro Pastor!
El próximo miércoles 25 celebraremos la solemnidad de la Anunciación del Señor. El Verbo Eterno se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 14). Y fue recibido en el seno purísimo de María; una humilde virgen niña de Nazaret. También, entonces, los enemigos de la Luz, se preguntaban si podía salir algo bueno de Nazaret (Jn 1, 46). Y salió nada menos que la Luz del mundo (Jn 8, 12); que nos trajo la vida en abundancia (Jn 10, 10).
Seguiremos siendo la voz de los que todavía no tienen voz, en todos los frentes posibles; en los centros de poder, en las calles, en los medios de comunicación, en las redes sociales, en las escuelas y en las universidades; y, sobre todo, en nuestros templos, de rodillas ante el Santísimo, para defender a nuestros bebitos de los nuevos Herodes. Seguirán insultándonos de todos los modos posibles; seguirán atacándonos a obispos y sacerdotes; seguirán calificándonos con los adjetivos más falsos y crueles. Nada debe detenernos. Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio (Ef 6, 12).
Los católicos, más que nunca, estamos llamados a ser luz, en una Argentina donde gobernantes y opositores, supuestamente “de derecha” y “de izquierda”, sumisos en todo al Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, y las Naciones Unidas, buscan seguir endeudándonos, e imponernos una feroz agenda antivida, antifamilia, y antipobres. ¡La miseria, la indigencia, la desnutrición y malnutrición de niños, y las enfermedades -previas, incluso, al coronavirus– que nos invaden –muchas incluso que se creían definitivamente desterradas- son la verdadera urgencia en salud pública, y no el aborto! ¡No puede presentarse como prioridad de salud pública lo que mata, sistemáticamente, vidas inocentes!
Acudamos al auxilio, una vez más, de la Virgen de Luján. Ella nos cobijó con su manto celeste, hace dos años; y pudimos rechazar el proyecto abortista del gobierno de entonces. Seamos, con el fruto bendito de su vientre (Lc 1, 42) la verdadera luz en medio de nuestra sociedad decadente.