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PRÉDICAS EN AUDIO. Domingo, Solemnidad de la Epifanía

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Como Vara de Almendro

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  • LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS

    MENSAJE DEL DÍA 5 DE ENERO DE 1985, PRIMER SÁBADO DE MES, EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
     
         LA VIRGEN:
         Hija mía, te dije que seguirías viendo el sacramento[1] de los Reyes, hija mía, esos Magos de Oriente. Cuenta cómo lo ves.
     
         LUZ AMPARO:
         Sigo viendo… El Niño está en la cueva; sigue estando en la cueva. Le dice san José a la Virgen que se van a marchar en este momento. La Virgen María le responde mirando todos los sitios. San José va hacia Ella y le dice: “Esposa mía, recoge todo, que en este lugar no hay acomodo para seguir viviendo en él”.
         ¡Pobre Niño! El Niño está ahí. ¡Pobrecito! ¡Ay! ¡Ay, qué pequeño! ¡Ay, pobrecito, ahí tan pobre! ¡Ay! ¿Dónde se van a ir?… José coge al Niño. ¡Ay, qué pequeño! ¡Ay, qué pequeñito, pobrecito! Le coge en brazos y la Virgen se pone de rodillas. Oyen una voz que les dice: “Pura doncella y José, casto José: no os marchéis hasta que no vengan los Magos de Oriente”.
         ¡Ay! La Virgen está de rodillas con las manos juntas. Está mirando al cielo. ¡Ay! ¿Qué dice?: “Dios Eterno, te he pedido, no quería abandonar este lugar. Tengo muchos recuerdos en él. Se han cometido[2] aquí muchos misterios. Es un recuerdo muy grande el que tengo de este lugar. Gracias, Padre Eterno, mi Dios amado, mi Dios Creador. Te doy gracias por haberme hecho madre, a esta indigna madre, de este Niño, Rey de Cielo y Tierra; mi Creador”.
         ¡Ay, qué cosa más hermosa! ¡Ay! San José tiene al Niño. Le sigue teniendo en brazos. ¡Ay! La Virgen empieza a colocar todo y le dice a san José: “José, mientras tú tienes al Niño, yo voy a aliñar un poco este pesebre y esta pobre cueva, para recibir a esos Magos que vienen a traerle obsequios a tu Hijo, a tu Hijo y mío natural, tuyo adoptivo y mío natural”.
         ¡Ay, qué hermosura! ¡Ay, lo que hay ahí! ¡Qué rayos entran! ¡Ay! ¡Ay, qué cosas! ¡Ay! ¿Por dónde vienen? ¡Ay! ¡Qué rayos van para allá! ¡Ay! Hay uno, un Rey que está en la cama. Se levanta porque ve un rayo de luz y oye que dice un ángel: “Levántate, vete a Belén a adorar a Jesús que ha nacido, Rey de los judíos”.
         ¡Ay! ¡Ay, qué cosas! Hay otro Rey con otro ángel que le vuelve a decir: “Levántate. ¡Levántate! Vete a Belén a adorar al Rey de Cielo y Tierra que ha nacido ya”.
         Otro en otra parte. Otro ángel le vuelve a decir a éste: “Levántate. Tienes que cabalgar mucho, y vete a Belén, que ha nacido el Mesías y tienes que adorarle”.
         ¡Ay! Se levantan. ¡Ay! Los tres están en el mismo sitio. ¡Ay! Uno por un camino, otro por otro, y el otro llegan al mismo sitio. Se juntan los tres, se arrodillan y se dicen: “Yo voy a adorar al Mesías que ha nacido en Belén. Un Rey, Rey de los judíos”.
         Todos dicen lo mismo, los tres. Bueno, ¿qué es eso que llevan? ¡Ay, qué animal! ¡Ay, es el camello! ¡Ay!, montan en él. Van por un camino. Viene un rayo de luz. Un rayo formando una letra que es una “V”, y un ocho al revés. ¡Cómo siguen andando! ¡Ay!, andando eso delante. Ellos detrás. ¡Ay, ya llegan! ¡Ay, Madre mía! Hay un letrero que pone: “Jerusalén”. Entran a Jerusalén. Preguntan a tres hombres, vestidos con ropas de romanos, que si ha nacido allí un Rey. Que van a Belén. Que dónde está Belén; por dónde se va. Entonces le dicen que allí no ha nacido ningún rey. Uno se dice a otro: “Pregunta que dónde está Belén”. “Oiga,…” (Palabras en idioma desconocido). No quieren que se entere ese otro. Van corriendo y dicen unos a otros que esos Reyes están preguntando que ha nacido un Rey y que es Rey de los judíos.
         Entonces, llega otro rey[3]. ¡Oy, qué feo ése! ¡Oy, qué cara tiene! Y les pregunta: “¿Dónde vais?”.
         Ellos responden los tres: “Vamos a adorar a un Rey”.
         “¿Dónde está ese Rey?”.
         “Camino de Belén”, responden.
         “Id, buscadle y, cuando le hayáis encontrado, me avisáis a mí. Yo también quiero adorar a ese Rey. Yo he tenido noticias de ese Rey y quiero adorarle”.
         Cuando se van más para allá, les dice a los otros: “Éste es el Rey que yo esperaba. Tenemos que ir a buscarle. Vete y avisa a todos los lugares que ha nacido un Rey; que hay que salir a buscarle, porque aquí no hay más rey que yo. ¡No hay otro rey!, díselo a todos”.
         ¡Ay, ay, qué malo!
         Ahí llegan. ¡Ay, ya entran! ¡Ay, cómo entran! Entra una luz, ¡ay, como si fuese un rayo! Entran ahí dentro. Ahí se arrodillan en la puerta. Sale la Virgen a buscarlos y les dice: “Os estábamos esperando”.
         El Rey —¡ay!–, el Rey ése, se arrodilla y le coge la mano a la Virgen, se la besa y le dice: “Señora, amada Señora, Madre de David, Madre de David”.
         ¡Ay! Pero si Él no es David. ¡Vaya lío que hay ahí! ¡Ay!
         “Estrella de David”.
         ¡Ay!, pero ¿cómo va a ser si es la Madre de ese Niño?, ¿cómo va a ser la Madre de David? ¡Ay, Reina, Madre…, qué lío hay ahí! Explica lo de otro lugar, anda; de otra forma.
         “Estrella y Madre de… de todas las tribus de David”.
         Pero ¡vaya lío! ¡Ay!
         “Madre del Salvador”.
         Eso sí.
         “Y Reina, y Señora”.
         ¡Ay, pasan dentro! ¡Ay! Tiene san José al Niño. Se arrodillan. ¡Ay, con la cabeza en el suelo! ¡Ay, cómo le adoran…! Entonces le dicen a la Virgen: “Señora, cuánta pobreza hay en este lugar. El Niño, el Niño va a coger frío en este lugar”.
         La Virgen le enseña las habitaciones. Le enseña la casa. ¡Ay, menuda casa!, ¡si es una cueva! ¡Ay, qué luz!, hay una luz. ¡Qué luz! ¡Ay!, besan el suelo los Reyes y saludan a san José, y saludan a la Virgen, y les dice…: “Vamos a buscar posada a otro lugar. Vamos, Señora, no salga. Hay un fuerte vendaval”.
         Se van por el camino. Llegan a buenas tiendas, compran ropa, mantas, juguetes. ¡Ay, ay, mandan a ése! ¡Ay!, ése que es que venía con ellos. ¡Ay!, se lo dan a ése y le dicen que vaya y que lleve todos esos regalos a un Niño muy pobre que ha nacido en Belén. ¡Ay, qué contento se va a poner! ¡Madre, las mantas! ¡Ay! Llegan y le dan la ropa. Le dan la ropa a la Virgen y le dan los juguetes.
         ¡Ay, cuántas cosas! ¡Pobrecito! ¡Pobrecito, que… cuántas cosas! No tenía nada. ¡Ay, qué bonito es! ¡Ay! Coge la Virgen al Niño y le besa y le dice: “Mi bien amado, Dios mi Creador, ¿me dais permiso para descansar?”.
         ¡Cómo le responde el Niño! Le dice: “Amada mía, Madre Purísima, Madre mía; gracias por haberme dado carne humana”.
         La Virgen le responde: “Hijo de mis entrañas, no soy digna, soy un vil gusano. No soy digna de haberte dado carne humana, ¡a Dios, mi Creador, Omnipotente, Rey de Cielo y Tierra! Lucero mío, duerme y descansa”.
         ¡Ay, qué hermosura! ¡Ay, qué grande eres! ¡Ay, qué grande! ¡Ay! ¡Ay, pobrecito!
         Ahora vienen otra vez. ¿Otra vez? ¡Ay!, pues ¿dónde irán ahora? Pasan otra vez a la cueva. Los tres, otra vez. Si ya les han llevado regalos. Llevan una caja y la descubren cuando entran. Tiene un collar y unas sortijas de diamantes; y le dice a la Virgen: “Señora, Doncella, Madre del Mesías, quiero obsequiaros a Vos también. Recibid esta…”. ¡Oy, qué cosa! Eso es una joya. ¡Ay!, la Virgen agacha la cabeza y le dice que Ella no recibe joyas, que ha recibido los regalos para su Hijo; pero que Ella no quiere joyas. Que nunca se las ha puesto, nunca. Y ahora, menos todavía. La joya más grande que Dios le ha dado ha sido ser Madre de Dios su Creador. Madre de ese Niño humanado para morir por la Humanidad. ¡Ay, pobrecita! ¡Ay, pobrecita!
         (Continúa la Virgen). “No quiero. Vos podéis hacer algún regalo a los pobres, que en este día hay muchos pobres que no tienen ni para vestirse ni para comer. Os lo agradezco, pero no lo acepto”.
         Lo ha metido otra vez en la caja y se lo lleva. Entonces le piden a la santísima Virgen. ¡Ay!, ¿qué le dicen? Que les dé consejo para gobernar su país, porque quieren gobernar con las leyes que Dios ha dado. ¡Ay! Se acerca la Virgen a la cunita del pesebre y le dice al Niño que responda Él por Ella. ¡Ay!, ¿qué les dice? Que cumplan las leyes, las leyes que están escritas, que sin esas leyes no habrá salvación. ¡Ay, qué contentos se ponen! ¡Ay! Besan la mano de la Virgen, se arrodillan, vuelven a agachar la cabeza en el suelo, besan el suelo, se levantan y se van. ¡Ay, qué contentos! Se frotan las manos y le dice éste al otro: “¡Vaya un regalo que hemos recibido del Cielo! Es el mayor regalo que nos han podido dar”.
         ¡Ay, qué contentos! ¡Ay, pobrecito!, ya se quedan solos otra vez. ¡Ay, qué aire más fuerte! ¡Ay! ¡Cómo llueve! ¡Cómo cae agua! ¡Qué viento más fuerte! Da golpes en las ventanas de la cueva. Hace mucho frío. La Virgen pone una manta sobre el pesebre para que no tenga frío el Niño. ¡Qué viento! Sale la Virgen a la puerta de la cueva. Pone las manos juntas y mira al cielo y les dice a las nubes: “Nubes encapotadas, no descarguéis vuestra ira sobre un inocente, sobre Dios vuestro Creador, no le maltratéis, no le hagáis daño, es inocente. Dadme a mí todo lo malo que pueda venir de vosotros, pero al Niño no me le toquéis, es inocente. ¿Qué os ha hecho Él?, ¡pobrecito!, ¡pobrecito! Vosotros descargáis vuestra ira por el pecado, pero no la descarguéis sobre este inocente que no tiene mancha alguna; sobre vuestra esclava y sobre todo lo que sea, pero no, ¡pobrecito! ¡Pobrecito!, ¡ay, tan pequeño!”. ¡Ay! ¡Ay, qué Sol sale! ¡Ay, qué Sol!, ¡ay, qué Sol y qué calor! ¡Ay!, vuelve a salir la Virgen y dice: “Gracias, Padre mío, por haberme dado todo lo que te he pedido; no te lo he pedido para mí, sino para tu Hijo y mío. ¡Gracias, Padre mío!”.
         ¡Ay, qué buena eres! Dejadme aquí un poquito, ¿eh?, porque yo sí que no quiero irme de aquí, ¿eh? ¡Ay, qué bien se está aquí! No me digáis que me vaya. ¡Ay!, yo no quiero irme de aquí, ¿eh?, ¡ay!, cuéntame más cosas, ¡cuéntamelas! ¡Ay, qué grande eres! ¡Ay!
     
         LA VIRGEN:
         Sí, hija mía, quiero dar ejemplo de humildad y de pobreza. Mi Hijo lo dio, hija mía. Por eso quiero que el mayor presente que podéis ofrecer a mi Hijo es acercándoos al sacramento de la Eucaristía y al sacramento de la Confesión. Ése es el mayor regalo, hijos míos. También te pido, hija mía, que tu mayor presente es el de la humildad. Quiero que seas humilde, muy humilde, para poder alcanzar todo esto.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay!, yo no quiero irme otra vez allí; no, yo quiero estarme aquí. ¿Tú sabes qué dolor cuando me veo otra vez en ese otro sitio? ¡Ay, déjame que me quede!
     
         LA VIRGEN:
         No te has purificado, hija mía. Todavía no estás pulida.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay!
     
         LA VIRGEN:
         Hazte pequeña, pequeña, para que subas pronto alta, muy alta. Ya te seguiré revelando mis secretos y mis misterios, como a otras almas se los he revelado. Hay[4]muchas almas, hija mía, que este mismo secreto se lo he revelado. Por eso quiero que participen de mi alegría y de mis secretos todo el ser humano. Pero, ¿cómo se puede participar? Con la humildad, hijos míos, con el sacrificio y con la caridad. Amad mucho a vuestros semejantes, para que mi Hijo os pueda amar a vosotros.
         Besa el suelo, hija mía, en acto de desagravio… Este acto de humildad sirve, hija mía, para reparar los pecados de esas almas ingratas que no quieren hacer caso a mis avisos y que se ríen de mis avisos, hija mía. ¡Pobres almas! Aquí presentes hay muchas, hija mía. Te podría señalar con el dedo: tú, y tú, y tú. Sois ingratos, hijos míos. ¡Ingratos! No os rebeléis contra mis cosas, hijos míos. ¡Qué pena me dais, almas mías!, no quiero que os condenéis. Aún estáis a tiempo, hijos míos. Habéis llegado a tiempo para participar en mis misterios. ¡Pobres almas! Sufre mi Corazón por ellas, hija mía, porque también son hijos míos. Aunque ellos rechacen a su Madre, su Madre los ama con todo su Corazón y con todas sus fuerzas. Por eso os pido, hijos míos: no rechacéis esta llamada, que aún estáis a tiempo para cambiar vuestras vidas.
         Y tú, hija mía, sigue ofreciéndote como víctima por la salvación de todas las almas y por estas cuatro almas más todavía, hija mía. ¡Pobres almas! ¡Cuánto las ama mi Corazón! Van a tener la dicha, hija mía, de recibir la santa bendición y de recibir también los objetos bendecidos; van a ser bendecidos, hijos míos.
         Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos y con gracias especiales para convertir a las almas, hijos míos…
         Ahora, hijos míos, todos han sido bendecidos. Os voy a dar mi santa bendición: os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
         Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

    [1] “Sacramento”; aquí según la tercera acepción de la palabra en lengua española, que significa “misterio, cosa arcana”.

    [2] Del verbo “cometer”, sinónimo de “realizar”, “producir”… La frase quedaría así: “Se han realizado (producido) aquí muchos misterios”.

    [3] Esta vez parece que se refiere a Herodes.

    [4] En la cinta casete disponible se produce un corte aquí. Falta el fragmento resaltado en cursiva; se ha tomado del o. c., nº 5, pp. 10-11.

    MENSAJE DEL DÍA 6 DE ENERO DE 1985 EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
     
         LA VIRGEN:
         Hija mía, este día no podía faltar mi santa bendición, y también quiero que participes un poco, hija mía, del misterio; todavía no ha acabado ahí. Sigue diciendo lo que vas a ver.
     
         LUZ AMPARO:
         Veo, veo que está la santísima Virgen en la Cueva, está san José, está el Niño. San José le dice a la Virgen: “María, tienes que recoger las cosas que más falta te hagan para marcharnos de este lugar”. Hay muchas cosas; la santísima Virgen las está recogiendo. ¡Ay, cuántas cosas!
         Entre todas esas cosas hay tres frascos de cristal metidos en una madera. ¿Eso es lo que trajeron los Reyes? ¡Ay!, pues, ¿qué hay en eso? ¡Ah! En uno dice que hay incienso, en el otro hay mirra y en el otro hay oro. Eso se lo han ofrecido. Le dice María a José: “Coge esos tres frascos. El de oro lo vamos a repartir con los pobres”. ¡Ay, cuánto oro molido! ¡Cómo brilla! ¡Oy, Madre! ¡Ay!, ¿no es oro molido eso? ¡Ay!
         La Virgen coge muchos juguetes, coge las mantas, mira todo el lugar, toca el pesebre donde está el Niño, se pone de rodillas, lo besa y le dice a san José: “José, yo te obedeceré en todo. Yo seré tu esclava, lo que tu digas haré. Pero ¡qué dolor siente mi Corazón al despedirme de este lugar! ¡Han sucedido tantas cosas en él! ¡Tantos misterios ha revelado Dios mi Creador en este lugar! ¡Qué pena siente mi Corazón de abandonarlo!”. San José le dice: “Esposa mía, es preciso marchar lejos de aquí, hay que darle a este Niño más comodidad de la que tiene; no mucha, pero por lo menos, hasta que muera en la Cruz, tenemos que darle más comodidades”.
         La Virgen le dice: “Hace mucho frío, ¿dónde vamos a ir?”.
         Entonces, ¡ah!, ¡cómo entra! Entonces, ¿qué van a hacer ahí?
         ¡Ay! ¡Muchos! ¡Huy, cuántos!, ¡cuántos ángeles! ¡Oy, muchos a este lado!, ¡muchos niños!, ¡hay mucha gente!; ¡oy!, lloran. ¡Oy!, ¿por qué lloran? ¡Ay, pobrecitos, porque se va el Niño! La Virgen les dice: “No tengáis cuidado. Tenemos que marchar. Así está escrito. Seguid el camino de Dios y cumplid con las leyes de Moisés. Yo os tendré presentes”.
         ¡Ay, pobrecita! Coge al Niño, se pone de rodillas, le besa los pies. ¡Ay!, otra vez le dice: “Lucero de mis entrañas. Hostia viva en mis manos. Estás reclinado en esta indigna doncella”.
         ¿Por qué dices eso? ¡Ay!, si no eres indigna. ¡Pobrecita! ¡Ay!
         Besa el suelo, ¡ay!; san José también…
         ¡Ay, pobrecita! ¡Ay, qué triste está! ¡Ay! ¿Por qué se tiene que ir de aquí? ¡Pobrecita! ¡Ay!, ¿dónde iréis ahora? ¡Ay!, ¿será mejor el sitio? ¡Ay, qué pena le da!, ¡cómo toca con la mano todo el pesebre donde ha estado el Niño!, ¡cómo se reclina en él!, como si lo abrazase, y mira al cielo, y le dice a Dios Padre: “Dios Padre omnipotente, tened misericordia de mi Hijo, no quiero que sufra ningún tormento, es muy pequeñito, tiempo tendrá. Protegedle. ¡Ay!, mandadme a mí”.
         ¡Ay, pobrecita! ¡Ay!
         “Tiempo tendrá de sufrir, es un Infante inocente. No soy digna, Dios mi Creador, de haberse engendrado en mis entrañas este Niño tan perfecto”.
         ¡Ay, pobrecita!
         “Quiero que lo protejáis, que hace mucho frío”.
         ¡Ay! ¡Ay, qué frío hace ahí! ¡Ay! ¿Está muy lejos el camino? ¿Qué modo hay para llegar? ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!, oye al Ángel que dice: “María, fuera hay dos pollinos, cogedlos: en uno cargad todas las ropas del Infante, todas las prendas que más falta os hagan, y en el otro montad con vuestro Hijo. Os llevará a Jerusalén; allí tendréis que presentar a vuestro Hijo”.
         ¡Ay!, ¿otra vez? ¿Qué le van a hacer ahora? ¿Otra vez tiene que presentarlo? ¡Pobrecito! ¡Oy! ¡Ay! ¡Pobrecito! ¡Ay!, déjame que te lo bese. ¡Pobrecito!, ¿que te vas? ¡Ay, déjame! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay, qué pena! ¡Ay…! ¡Ay, pobrecito! ¿Qué te irán a hacer ahora? Vete con tu Madre. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay, pobrecito! ¡Ay! ¡Ay!
         Cómo cargan el borrico. ¡Ay!, las mantas. ¡Ay, cómo lía al Niño! ¡Ay!, monta la Virgen en él. ¡Ay!, le sujeta san José al Niño. ¡Ay!, se ha echado una manta por encima. ¡Ay!, coge al Niño y el otro borrico lo ata junto al otro, detrás cargado. Van andando, andando…
         ¡Oy, qué tiempo hace! ¡Ay!, van con el burro. ¿A dónde irán ahora? Pero van los ángeles con ellos.
         ¡Ay, qué bien! ¡Ay!, con los ángeles sí que vais bien.
         ¡Ay!, ¡cómo toda la gente se queda ahí atrás llorando y diciendo: “Adiós, Madre amada. Adiós, tierno Niño. Adiós todos”! Cómo lloran los niños, ¡pobrecitos! ¿Cómo no van a llorar si se va? ¡Ay, qué pena! Después de haber estado ahí tanto tiempo. ¡Cómo mira la Virgen para atrás! ¡Qué pena le entra, ¡ay, Dios mío! ¡Ay!, coge la mano al Niño y se la besa, y le dice: “Amado mío, ¿me dais permiso para poderos besar en el rostro?”. El Niño le dice: “Madre amada, haz de mí lo que quieras, y te doy gracias, Madre amada, por haberme criado con esa leche virginal. Todas las generaciones te adorarán[1], Madre amada”.
         ¡Ah, qué grande eres! ¡Ay, cuánto la quieres! ¡Ay!
         Responde el Niño: “Todo aquél que te ame a Ti, Madre, me amará a mí. No puedo decir que Tú y yo somos una misma cosa, porque Dios y yo somos una misma cosa, pero Tú eres mi Madre natural. Me has dado carne, me has amamantado con tu virginal leche. ¡Ay, gracias!”.
         ¡Ay, qué cara más bonita! ¡Cómo le toca la cara la Virgen! ¡Ay, qué alegría! ¡Huy, qué hermoso eres!
         Van andando, andando con los dos borricos. ¡Ah, pobrecitos, qué largo es ese camino! ¡Ay!, ¿dónde irán tan lejos? ¡Ay!, no hay ni un árbol, ¡oy!, ni una casa siquiera, ¡pobrecitos! ¡Ay!, ¿estará muy lejos el camino? Anda, pregúntale a José que si está muy lejos, ¡ay, pobrecita! ¡Ay! Anda, pregúntaselo. ¡Ay! ¡Ay, a más de dos leguas y media! ¡Ay, pobrecito! ¿Y cuánto es eso? ¡Ay!, ¿eso es muy lejos? ¡Ay!, ¿se os va a hacer de noche? ¡Ay! ¡Ay! ¿Dónde vais a pedir, dónde os quedáis?, ¡pobrecito!, ¡ay, ay!
         A lo lejos allí hay un castillo. ¡Ay! Allí pedir que os abran, ¡ay!
         ¡Ay, sale un hombre! ¡Oy, qué cara tiene también ése! ¡Oy!, ése no tiene cara de ser bueno, ¿eh? Ése no os va a dejar entrar. Llamad a ver. ¡Ay!, ¡ay!, llama la Virgen y le dice: “Buen hombre, ¿me dais posada para albergar a mi Hijo del mal tiempo y a mi esposo?”.
         El hombre no le hace caso. ¡Oy, parece que está sordo!… Ni caso, ¡anda que!… ¡Uh…, pobrecito, díselo otra vez!
         ¡Ay!, le toca así un poco san José y le dice que si le puede albergar, que el Niño es muy pequeñito y va a coger frío.
         ¡Ay, está sordo ese hombre!, ¡ay!, sordo y tampoco ve. ¡Ay!, ¿pues qué hace ahí si está así? ¡Ay!, le coge y le mete dentro. Pues, ¿cómo, si no le ve? ¡Oy, mételes dentro a los dos! ¡Ay, no los dejes ahí! ¡Ah, bueno, pues ya sale esa mujer! Ésasí que los va a entrar para dentro. ¡Qué lumbre hay más grande! Anda, sentadlos ahí, ¡pobrecitos, que están heladitos de frío! En esos bancos de madera que hay ahí. ¡Pobrecitos! ¡Ay, qué pena! ¡Ay, Madre, qué pena! ¡Ay!, ahí sí que vais a estar bien. ¡Ay, ya entran! ¡Ay! ¡Ay!, la Virgen le dice a esa señora: “¿Es tu marido?”. Le responde: “Sí, Señora, es mi marido; no ve ni oye”.
         ¡Ay, por eso no le hacía caso! ¡Oy, pobrecito, yo que decía que era malo! ¡Ay!
         “No os preocupéis, bella doncella, que aquí os cogeré y os cobijaré hasta que el tiempo cambie y cojáis de nuevo el camino”.
         Y vosotros, ¡ay!, pues, ¿qué pasa? ¡Ay!, ¡ay, pero dile tú también algo! ¡Ay, claro!, porque siempre lo tiene que decir la Virgen todo, siempre; ¡ahí tan calladito, pobrecito!
         ¡Ay! “Os prometo —le dice la Virgen a la señora—, os prometo pagaros este gran favor. Dios mi Creador no os dejará sin recompensa”.
         ¡Ay! ¡Cómo empieza el hombre a ver! ¡Oy, y a oír! ¡Ay, cómo ya oye!, ¡ay! ¡Ay!, se arrodilla, se arrodilla ante el Niño y mira al cielo y dice: “Qué favor tan grande me ha otorgado el Cielo por medio de este Divino Niño. Prometo adorarle y glorificarle”.
         ¡Oy!, ¡cómo ve ya todo!
         ¡Ay!, le dice la Virgen: “¿No os dije que no quedaríais sin recompensa? Dios siempre da ciento por uno, y éste ha sido vuestro favor. Ha sido recompensado”.
         ¡Ay, qué contentos! ¡Ay!, los dos se arrodillan y besan el suelo. ¡Ay, qué buena eres Tú! ¡Ay!
         El hombre sale y mete a los borricos, les echa de comer y los limpia con un cepillo y les pone una manta por encima para que no cojan frío.
         ¡Ay, cómo ve ya!
         ¡Ay!, ya es la hora de salir otra vez. El día está muy bueno, no hace nada de frío. ¡Ay, qué bien! Montan otra vez en el burro y se van. Llegan a una sala muy grande, hay un letrero que pone: “El Templo de Jerusalén”. ¡Ay!, que hay como un tablao[2] allí, y un altar, pero sin Virgen y sin nada, y no hay sagrario. ¿No hay nada ahí? Hay un altar como cuando le hicieron eso al Señor. ¡Ay!, con un pañito blanco. ¡Ay!, unas velas. ¡Ay! Pone la Virgen al Niño encima. Hay un señor muy mayor. Desde abajo hay mucha gente. Sube ese señor y coge al Niño. ¡Ay!, le abraza, le besa los pies y este señor le dice… —Pues, ¿quién es ese hombre, también?—. ¡Ay!, le dice: “Ya se ha cumplido la profecía, ya puedo morir tranquilo. Está cumplido”. El Niño le dice: “Te he llenado de sabiduría —¡ay!—; esta sabiduría que la emplees para hacer el bien en todas las naciones donde te encuentres”.
         ¡Ay!, pues ¿quién es? ¡Ay!, ¿cómo se llama? ¿Salomón? ¡Oy!, ¿quién es ése? ¿Un rey también? ¡Ay!, pero ¿ése qué lee? ¡Huy!, ¡ay!, pues ¿qué le pasa? ¡Ah, que es el hombre más sabio! ¡Ay, pues qué bien! ¡Ay, cuántas cosas!
         ¡Ay, mucha gente! ¿Y esos hombres vestidos de colorado? ¡Ay!, ¿también los ángeles están ahí? ¿En todos los lugares? ¡Ay, qué cosas!, ¿eh? ¡Huy! ¡Cuántas cosas! ¡Ay, Madre mía, qué buena eres!, ¿eh? Con tu Hijo, ¿eh?, ¡ay, qué buena! ¡Ay! Ahí se ponen a leer un libro. ¡Ay!, las leyes que hay que cumplirlas, las leyes en el templo.
         ¡Ay, cuántas cosas!, yo quiero que me las enseñes así, para entenderlas, porque, si no, es que no me entero, ¿eh? ¡Ay!, y ahora, ¿dónde vas a ir?; cuándo salgas de ahí, ¿a dónde vas a ir? ¡Ay! Llama a José, la Virgen le llama. Está ese hombre que le ha dicho eso, ése que es Rey. Hay muchos hombres, muchos, y sacerdotes también, y le dice la Virgen a san José: “José, cuando sea tu voluntad de marchar, aquí está tu sumisa esclava”. San José le dice: “Hay que marchar para Nazaret”.
         ¿Otra vez a otro sitio? ¡Pues anda que no paran, pobrecitos!
         ¡Ay!, y le dicen que dónde está Nazaret los que hay ahí, que dónde van, a qué parte, y dice que a la parte de Palestina.
         ¡Ay, cuántas cosas!
         ¡Ay!, otra vez la Virgen se pone de rodillas ante el Niño, y le dice: “Dios mío, lucero mío, ¡cuánto te amo!, pero por encima de mi amor está el de Dios. Que se haga su voluntad en todo y la Tuya. Vamos a marchar, Rey mío”. ¡Ay!, ¡ay, pobrecito, otra vez para allá! ¡Ay! “Tendremos que cumplir las leyes, dar ejemplo para la Humanidad”.
         ¡Ay! ¡Ay!, ¿por qué tenéis que cumplir vosotros eso, si sois quien sois?
     
         LA VIRGEN:
         Por eso, hija mía, porque somos quien somos, tenemos que dar ejemplo de humildad y de obediencia, y con la humildad, hija mía, se podrá conseguir todo.
         Por eso os pido, hijos míos: quiero que seáis pequeñitos, pequeñitos como este Niño, para poder llegar altos, muy altos. Sí, hijos míos, la humildad es muy importante para la salvación.
         Os voy a dar mi santa bendición, con el privilegio de bendecir los objetos. Levantad todos los objetos…
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Oy!, ¿esto?… ¡Ah!
     
         LA VIRGEN:
         Tienen una bendición muy especial.
         Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
         Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

    [1] Varias acepciones del verbo “adorar” son aplicables a María santísima: “Reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina” (o divinizada). También, “amar con extremo”; o bien “tener puesta la estima o veneración en una persona o cosa”. Son esclarecedoras, al respecto, las palabras siguientes del mensaje atribuidas al Niño Jesús.

    [2] Vulgarismo por “tablado”.

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