Argentina entera se levanta ante el crimen del aborto y los defensores de la vida alzan sus voces y exhiben sus pañuelos celestes. Argentina, la misma que vio nacer a quien usurpa la silla de Pedro, llora y clama en su gran mayoría para que no se apruebe la perversa ley del aborto.
Y es en este contexto, justo en los días previos a la resolución definitiva de la aprobación o no de dicha inícua ley, cuando Francisco salta con una nueva bofetada al Magisterio, cambiando, como es ya de todos sabido el punto 2267 del catecismo sobre la licitud de la pena de muerte en los casos en que legítimamente se estime oportuna, afirmando, con total desdén hacia la enseñanza que sobre este punto siempre mantuvo la Iglesia que: «la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona».
Llevamos 5 años y medio escuchando infinitas locuras de Bergoglio y leyendo sus parrafadas plagadas de afirmaciones grotescas, cuando no heréticas. Y es que, en honor a la verdad echamos mucho en falta, en su discursos manidos, repetitivos y asqueantes que hablan de falsas misericordias, de inmigración y de cambio clímatico, que se pronuncie de una vez clara y tenazmente contra el crimen del aborto. Sus interveniones en pro de la vida han sido contadas y ridículas, sin hacer un verdadero llamamiento a defender el valor supremo. Pero por si fuera poco, ya dimos cuenta aquí de lo ocurrido cuando se abrió en su país natal el debate del aborto. Sus palabras fueron lo que jamás hubiéramos esperado escuchadar en la vida en voz de alguien que ostenta el puesto supremo de la Iglesia. Él pidió que «los médicos católicos deben debatir sobre la «interrupción del embarazo, el final de la vida y la medicina genética». ¡Y se quedó tan ancho! Critiqué ampliamente esta forma de hablar, tan acorde a la dialéctica mundana, en mi artículo que pueden leer: https://comovaradealmendro.es/2018/05/francisco-no-se-dialoga-con-el-mal-no-se-puede-llevar-a-debate-el-asesinato-de-inocentes/
Si tuviera cerca a Francisco, le preguntaría sin dudar, ya que le gusta tanto la «claridad» y que salgamos de dudas, cúales son los motivos por los que se alza en defensa de la dignidad humana al punto de llegar a condenar en todos los casos la pena capital, pero no lo hace así con los seres humanos indefensos que pueblan el vientre de las madres procilves a abortar. Tal pareciera que le importa un bledo su vida. ¿No los considera a ellos primeramente dignos de vivir? ¿Trata de luchar denodadamente para evitarles la pena de muerte? ¿Levanta fuertemente su voz para poner al aborto a la misma altura de la pena de muerte cuando habla mundanamente escudándose en el eufemismo de «interrupción voluntaria del embarazo»?
Mientras escribo esta entrada viene a mi mente la sentencia del propio Cristo:
33. Serpientes, raza de víboras, ¿cómo escaparéis al juicio de la gehenna?
34. Por esto os envío yo profetas, sabios y escribas, y a unos los mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad,
35. para que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar.
Los profetas de estos tiempos han sido sobradamente enviados a quienes ostentan cargos importantes en la Iglesia, pero sus clamores han sido ahogados pertinazmente por las mentiras y falsedades de este gobierno eclesiástico que estamos sufriendo, tratando incluso de introducir nuevas «políticas» dentro de la Iglesia. Políticas que han alcanzado a la propia Pontificia Academia de la Vida de Juan Pablo II y del doctor Jérôme Lejeune, trastocando incluso la otrora obligatoriedad de pronunciar el juramento hipocrático que implicaba la exigencia de defender la vida y nunca provocar un aborto.
La multitud de argentinos que se han echado estos meses repetidamente a la calle son esos profetas de los que habla la Escritura. Ellos han clamado ante las autoridades eclesiásticas, autoridades que, en su mayoría, han dado la callada por respuesta. Han sido silenciados y postergados por el clero y por el propio Francisco que no ha tenido en cuenta que la voluntad de gran parte del país ha abarrotado las avenidas y plazas de las ciudades más importantes de Argentina. ¿Por qué no hizo nada? ¿Por qué no apoyó a todos estos profetas?
Los niños por nacer, finalmente, son también otros profetas, pues su grito, aunque silencioso, clama la justa venganza de Dios. Ese clamor de su sangre inocente vertida, no desde el suelo, como lo hiciera la sangre de Abel, sino desde el propio vientre materno, clama mucho más fuerte pues es algo mucho más cruel, inaudito e incomprensible.
Por eso también dice el Señor en este mismo pasaje:
37. Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados, cuántas veces quise reunir a tus hijos, a la manera que la gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no quisiste!
38. Vuestra casa quedará desierta.
Matas a los que te son enviados, como dice la palabra de Dios, porque cada ser humano es enviado y llamado a ser por el bautismo sacerdote, profeta y rey. Roma, comparada a la Jerusalén escogida por Dios, quedará desierta, no quedará de ella piedra sobre piedra porque ha callado ante la atrocidad de la pena de muerte al inocente no nacido. El mundo quedará arrasado por la falta de nacimientos y de nuevas vidas portadoras de esperanza, de nuevos seres únicos e irrepetibles. Y mucha de esta desertización recaerá sobre Bergoglio y sobre aquellos que, con su autoridad y pudiendo y debiendo alzar la voz contra la «pena de muerte para los no nacidos» callaron, y lo que es peor, la apoyaron.
La hipocresía de Francisco ha vuelto a ganarse a los incautos que creen que «la Iglesia está cambiando», mientras despoja a los inocentes de toda protección y ayuda en estos momentos tan decisivos.
Hoy rogamos a Nuestra Señora de Luján, en esta jornada previa a la aprobación o desaprobación de la ley del aborto por parte del Senado. En este día se decidirá la suerte de miles y miles de niños no nacidos en Argentina.
¡Nuestra Señora de Luján, ruega por los niños inocentes no nacidos!
Montse Sanmartí.