Diez años de penitencia en los que te esperé subido en una barca en medio de aquel mar revuelto: la barca de Pedro, la Iglesia.
Una Iglesia donde llegué ardiendo de fe, como un cadáver resucitado por el fuego de Dios. El amor abrasador era mi pregón, el amor abrasador era mi patrón. Poco a poco me fueron ahogando ideas en vez de espíritu. Conceptos, en vez de la persona de Cristo. ¿Para qué tantas ideologías cuando nuestra salvación pende de un madero y la única metodología es mirarle y descansar en Él? Dios hecho Galileo me llamaba moverme por el mundo anunciando su Palabra. Entré en Caritas dispuesto a meter mis manos a faena. A porta gayola me ofrecí para lo que fuera, y en la primera reunión vi un clamor de muchas voces y poca unidad en el espíritu y dije en medio de aquella asamblea de mayores: ¿Dónde está Dios?
Las reuniones, aquellas donde Jesús dijo: «quien se reúna en mi nombre yo estaré con ellos». Me aburrían. No supe el porque hasta que años después Dios vino y puso su presencia sobre mi. Sentí que mi fe ardía de nuevo como nunca y empecé a leer prendido con la idea de que los sueños que tuve en los albores de mi conversión fueron avisos para lo que se avecinaba. Qué poco sabía yo de cismas, de teologías de la liberación, de interpretación de la Biblia.
La célula del cuerpo místico de Cristo a la que acudí me proponía el desatino de no guardar más la castidad, de consumar mi amor sin consagrarlo. La pastoral ha muerto. Veía a pastores guiar ovejas a pastos irresolutos donde no había vitalidad para cambiar de vida y tomar radicales decisiones como aquel Zaqueo que abría las puertas a la Salvación dando sus riquezas a los pobres. Feligreses que, sin ungüento para sus heridas buscaban sanar fuera de la Iglesia y en brazos de la psicología olvidaban el buen calor del sol eucaristía, donde Dios sana el alma. El desahogo de la confesión no era anunciado tan siquiera como recomendación. Eso sí, teólogos los había como abejas en la colmena de cambiar el mundo. Cuando Jesucristo nunca quiso cambiarlo, quiso vencerlo. Pues nada hay para el cambio ya que: nada hay nuevo bajo el sol, todo lo hecho será y lo que es ya fue. La única pastoral posible y efectiva es la que dice la Verdad, la dice de verdad, y con caridad la unta en todas las llagas escondidas de estas almas leprosas. Temo, pues, que la Iglesia que he conocido al ingresar en ella tras nacer de nuevo de aquella llaga en el costado, es una Iglesia llena de ideas pero vacía de espíritu. Dios no quiso ideas, pues nos urgía a no preparar nuestra defensa, tan solo buscar la asistencia del espíritu para obrar. Y esto es la fe, abrir voluntariamente la puerta de la libertad individual para ser asistidos por el Espíritu para obrar.
Sacerdotes calados de amor pero sin acerbo, rumiando tibiezas, colmados de piedad pero sin sagacidad ni épica en una retórica que sin palabras altaneras pueda inflamar los corazones sacándolos de la tibieza. Antes valdría escupirles la verdad con la boca que la verdad acabe escupiéndoles de su boca por indiferentes.
Estamos descuartizando las capacidades que Dios nos dio, ya no somos a imagen y semejanza; somos ahora a alegoría y vago recuerdo. Una mansedumbre brava que busque evangelizar en cada esquina, con cada pestañeo y mirada al cielo, con cada guiño, como quien pelea un balón hasta el final. Hasta puede que sea divertido el buen combate, pero claro, parece que eso no es políticamente correcto, lo correcto es taimar nuestra intolerancia al pecado para no hacer ruido. Lo políticamente correcto es la Palabra de Dios, aquí, ahora.
Abrazarla entera, donde dice no matarás, pero dice que un pecado es merecedor de la muerte, dejemos pues que sea el Hacedor quien imparta la justicia, no nosotros llenándonos de más pecados. ¿Qué pastoral se hace desde el desconocimiento de las heridas tremendas que puede provocar una vida lejos de Dios? Se dan historias como la mía, de separación, de corazones rotos heridos por el pecado casi desde la cuna. ¿Cómo se va a sanar esto con consejos muchos de ellos dados desde la impotencia, y sin el verdadero afán de salvar almas? Porque ese es el mayor negocio, no hacer actos, reuniones o comisiones, sino salvar almas. Palabra sin vigor, palabra sin Palabra.
Necesitamos encender los corazones, prender de fuego de amor de Dios el mundo, recuperar la épica, el combate espiritual, el buen combate donde vence quien deja más montones de cadáveres de hombres viejos convertidos y resucitados a la nueva vida. Quien traiga más corazones circuncidados. Como decía la escritura, y esperemos que ese trabajo no tengamos que hacerlo los laicos en vez de nuestros pastores, Saúl trae a mil, pero David trae a diez mil conversos. Como siempre las piedras hablan, que no caigan sobre nosotros y que tampoco seamos nosotros quienes las arrojemos.
He contado mi historia para que se entienda que no hace falta una pastoral de buenas palabras, de filosofía e ideas, de novedades, de impotencia; lo que hace falta es la pastoral del bulldozer de la verdad, de la morfina en vena del consuelo sacramental, de la transfusión de sangre de Cristo. Pues ahora veo, ante el sagrario, que el calor de eternidad que desprendían los ojos de mi amada puedo encontrarlo ya no más en un amor imposible ante la mayor dureza que hay: la del corazón humano; sino en el radiante sol eucarístico que calienta con amor vivo e infinito. Necesitamos pues el baluarte de la ciudad blanca que nombraba Tolkien, último bastión frente a las fauces de la tormenta. Ese baluarte ya no es Roma, es la Jerusalén celestial que ya navega hacia las puertas del averno que se le vienen encima, sabemos pues que triunfará. Ese bastión es aquel donde se adorará realmente, la samaritana lo supo, se adorará en espíritu y en verdad. Ésa es la verdadera adoración y alianza que no pende de lugar físico al que peregrinar, sólo el peregrinaje del alma en penitencia.
Como mi historia hay muchísimas más, y peores. No nos llevemos a engaño, en la guerra espiritual ya se están cumpliendo las profecías, tribulación como nunca la hubo, parece.
Sólo una palabra para rubricar y descansar: Jesús.