Los medicamentos más vendidos son los ansiolíticos y los antidepresivos.
Recibimos todos los días una desbordante cantidad de guasap que, para no morir ahogados en mensajes, procuramos seleccionar. Mi descarte suele alcanzar el 90%. Providencialmente no borré uno que es la base de este artículo de hoy. Se ven dos personas mayores sentadas en un banco y de espaldas a la cámara. El texto de la foto es como sigue: «¿Cómo se las arreglaron para estar 65 años casados? Nacimos en un tiempo en el que si algo se rompía se arreglaba, no se tiraba a la basura». Perfecta carga de profundidad hacía la trivialización y banalización en el que hoy nada, y sobrevive cortamente, el matrimonio, el de toda la vida para toda la vida. El que esto firma va camino de los 40 años de casado. Mientras esto escribo, mi amigo Antonio, está celebrando sus 50 años y no son pocos los que todavía me rodean y que andan por esas cifras. Ya sé que somos especies en vías de extinción, como los linces de Doñana. También sé que las parejas de águilas reales están hoy más protegidas que los matrimonios inasequibles al desaliento. Pues nada, peor para todos si no se cuida la fidelidad a la promesa dada, el compromiso ilusionante de estar juntos hasta la muerte, el cultivo diario del amor y el respeto y el arreglar las cosas antes de tirarlas.
Y aquí quiero ir desde el comienzo. Hoy el matrimonio es un objeto más de consumo. Nos han militarizado económicamente y hacemos del tirar y comprar todo un principio absoluto de vida. No solo lo que se rompe si no lo que se agrieta un poco ya no nos sirve y lavadora nueva, frigorífico nuevo, televisor nuevo y matrimonio nuevo. Cuando el acompañante significa una pega, un desacuerdo, un pequeño obstáculo, lo desechamos y vamos a por uno nuevo. No tiene importancia, lo hacen todos, los artistas, los políticos, los grandes, los pequeños, los ricos y los menos ricos. Al fin y al cabo cuando cambio de pareja, como de calcetines, no estoy llamando la atención. Los que estamos dando la nota somos los persistentes, los pesados que no cambiamos. Para tranquilizarnos el no arreglar lo revestimos de cualquier excusa como aquella de «se nos acabó el amor», amante nuevo y a otra cosa mariposa. Yo no voy a dar ninguna lección a nadie. Sólo constato que esta sociedad de hoy, aparentemente más feliz, es más triste, mucho más, que la de nuestros padres. El sufrimiento doméstico ya se cuenta por megatoneladas. Y en las farmacias los medicamentos más vendidos, con mucha diferencia, son los ansiolíticos y los antidepresivos. Quizás estemos aún a tiempo de usar más el verbo arreglar que el de tirar.
Rafael Ordóñez