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La lección de la manzana

Parece que de todas las frutas, la más conocida y popular, la fruta reina, es, tal vez, la manzana. Probablemente dicha popularidad se la tenga ganada porque todos la asociamos de alguna manera a la tentación de nuestros primeros padres en el Paraíso Terrenal, aunque ciertamente, nadie dijo de qué fruto se trataba, incluso algunos exégetas nos dicen que ese lenguaje del árbol de en medio del Jardín del Edén es representación simplemente de una prueba que Dios quiso poner a Adán y Eva.

Algunas veces hemos partido una manzana de piel tersa y reluciente, apetitosa a la vista. Pero, con sorpresa, hemos observado que en su interior solo había una carne oscura, y algún gusano que la había estado royendo desde dentro, sin que, a simple vista, se percibiera la podredumbre al exterior.

Todos hemos leído de pequeños el cuento de Blancanieves. En nuestras mentes infantiles nos parecía imposible que alguien pudiera ser tan perverso de querer dar muerte a una criatura de tan noble corazón. Pero aquella manzana bellísima y apetecible que la madrastra presentó a la tierna princesita, tenía un veneno mortal en su interior, veneno que pasó desapercibido a la joven, que comió y cayó en un estado de mortal apariencia. Esto me hace pensar en tantos hermanos católicos que se ven imbuidos en las falsedades que se promueven, muchas veces, desde la propia institución de Iglesia, generando la muerte de muchas almas, al conciliar su vida de pecado grave con la recepción de ciertos sacramentos que solo se pueden recibir en estado de gracia santificante, como la Eucaristía, o con propósito firme de enmienda, como lo es la confesión. Este veneno pasa también desapercibido para muchas de ellas. pues se lo ofrecen aquellos que debieran ocuparse de su eterna salvación.

Jesús también nos habla de las falsas apariencias al recordarnos el pasaje de los escribas y los fariseos hipócritas, cual sepulcros blanqueados, que por fuera se ven relucientes, pero por dentro rezuman podredumbre, huesos de muertos y nauseabundos hedores. Así vemos hoy la Iglesia de Cristo. Muchos de sus altos cargos, visten y parecen verdaderos siervos del Señor, y gustan ser reverenciados como tales, pero llevan una doble vida. Muchos fieles, por ignorar estos comportamientos, o bien, por aceptar estas nuevas «modas eclesiásticas», creen estar en el camino, pensando que si ellos, los cargos eclesiásticos, viven de ese modo y predican la misericordia sin justicia, es porque antes, todo era pecado, pero ahora la Iglesia se ha modernizado y adaptado al mundo.

A pesar de todo este panorama, hay quienes se siguen empeñando en ver lo negro, blanco y no se dan por enterados de que la manzana está podrida. Muchos de ellos son personas con formación profunda en la fe, no hablo aquí de personas sin conocimiento de los dogmas y de la moral católica, sino personas que acallan sus conciencias y tratan de no leer, no escuchar, no preocuparse de buscar información y contrastarla, en una palabra, prefieren no saber nada para no tenerse que enfrentar a la verdad. Cometen entonces lo que Santo Tomás en la Suma Teológica denomina el pecado de «la doble negación o de la ignorancia vencible», puesto que pudiendo saber la verdad, prefieren permanecer en la ignorancia, y de ello se deriva que ellos y otros muchos a quienes ellos debieran prevenir, estén indefensos y desprovistos de las armas para hacer frente al mal que corroe a la Iglesia de Cristo desde su interior. 

Muchas de estas personas se escudan en decir que el Papa es infalible, que la Iglesia está guiada por el Espíritu Santo, que está fundada sobre la roca, y que las puertas del Infierno no prevalecerán contra Ella (Mt 16;18).

Dichas afirmaciones sabemos que son ciertas, pues Cristo nunca se va a contradecir. Pero debemos también recordar la profecía de La Salette, en la que la Virgen nos dice que «La Iglesia será eclipsada, el mundo quedará consternado». Y también  La Iglesia pasará por una horrorosa crisis».

También dicha crisis aparece en el numeral 675 del Catecismo de la Iglesia Católica:

“Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el Misterio de iniquidad bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne” (Catecismo de la Iglesia Católica, Numeral 675). 
 

De modo similar, la Virgen María nos explica de forma comprensible ciertas partes del Libro del Apocalipsis. Ella nos habla de la la masonería infiltrada dentro de la Iglesia desde su vértice, tal y como lo advirtiera a su hijo predilecto, el padre Stefano Gobbi y cuyas revelaciones tienen también aprobación eclesiástica:  

«la bestia con dos cuernos, semejante a un cordero, indica la Masonería infiltrada dentro de la Iglesia, es decir la masonería Eclesiástica, que se ha difundido sobre todo entre los miembros de la Jerarquía. Esta infiltración masónica dentro de la Iglesia, ya os ha sido predicha por Mí en Fátima, cuando os anuncié que Satanás se introduciría hasta el vértice de la Iglesia…….el fin de la masonería eclesiástica, es el de destruir a Cristo y a su Iglesia, construyendo un nuevo ídolo, es decir, un falso Cristo y una falsa Iglesia.» (Del libro «La Virgen a sus Hijos Predilectos, padre Stefano Gobbi).

La decepción para muchos que están omitiendo el cortar por la mitad la manzana va a ser grande. Piensan en vano tener el sustento necesario en todo momento, piensan que siempre tendrán la fuerza de los sacramentos y no reparan en que están destruyendo el santuario de Dios. Pero todo hace predecir que pronto, la Iglesia que hemos conocido, la que con el correr de los años está cada vez más desfigurada, estará sin Esposo cuando vengan los cambios terribles que predijo el profeta Daniel(Dan. 12:11), la supresión del Sacrificio Perpetuo, y la Abominación de la Desolación del Lugar Santo, como también se menciona en Mateo 24:16-22;  y en Lucas 21:20-27. 


Es hora de partir la manzana. Es hora de ver lo que hay en su interior y prepararnos bien en este tiempo que Dios nos regala, viviendo como almas eucarísticas mientras Cristo siga haciéndose presente,
viviendo los sacramentos mientras aún los tengamos a nuestro alcance. De este modo podremos emprender con fuerza la marcha a través del desierto, pues el camino se perfila largo y difícil. 

Pero como Cristo, sabemos que podrán destruir el Santuario de Dios, pero Él lo volverá a construir. A pesar de todo, la Iglesia siempre triunfará. Depende de nosotros formar o no formar parte de este triunfo, sabiendo alinearnos del bando vencedor. Por eso creo sinceramente que hemos de mirar por dentro cómo está fraguada toda la estructura ya que es preciso apuntalar bien el edificio antes de que venga la tormenta. En definitiva, hemos de partir la manzana y obrar en consecuencia dependiendo de su contenido. 

Y tú, ¿ya la partiste? 

Montse Sanmartí

 

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