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HACIA LA DESACRALIZACIÓN FINAL DE LA EUCARISTÍA: EL DOCUMENTO “DEL CONFLICTO A LA COMUNIÓN. CONMEMORACIÓN CONJUNTA LUTERANO-CATÓLICO ROMANA DE LA REFORMA EN 2017.

HACIA LA DESACRALIZACIÓN FINAL DE LA EUCARISTÍA: EL DOCUMENTO “DEL CONFLICTO A LA COMUNIÓN. CONMEMORACIÓN CONJUNTA LUTERANO-CATÓLICO ROMANA DE LA REFORMA EN 2017. INFORME DE LA COMISIÓN LUTERANO-CATÓLICO ROMANA SOBRE LA UNIDAD”. UNA POSIBLE RAMPA DE SALIDA HACIA LA SUPRESIÓN DEL SACRIFICIO PERPETUO DE LA MISA

Adoro te devote, latens Deitas
Quae sub his figuris vere latitas;
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia te contemplans, totum deficit.

(Santo Tomás de Aquino)

 INTRODUCCIÓN: ESTUPOR ANTE LA CONMEMORACIÓN DEL QUINTO CENTENARIO DEL CISMA DE LUTERO POR PARTE DE NUESTRA IGLESIA CATÓLICA

En octubre de 2013 fue publicada en la web del Vaticano el documento arriba enunciado[1], inicialmente en inglés y alemán, y posteriormente traducido al español. Esta versión castellana ha sido publicada también en papel y en versión electrónica por Sal Terrae[2], editorial de los jesuitas de Loyola, con sede en Cantabria, y con el imprimátur de su obispo, Mons. D. Vicente Jiménez Zamora. El documento ha sido elaborado al alimón por el Pontificio Consejo para la Unidad de los cristianos (presidido por el Card. alemán Walter Kasper, ínclito representante de la Teología del Rhin, caracterizado por la negación de los milagros de Cristo, la separación entre el Cristo histórico y el Cristo de la fe, promotor de la comunión de pecadores impenitentes y de la ordenación de mujeres, de la unión con la Iglesia protestante y de la interpretación histórico-crítica de los Evangelios) y por la Federación Luterana Mundial.

Se trata de un documento nefasto desde el punto de vista teológico, que, en general, cumple una función de enjuague del hereje y cismático Martín Lutero, de cara a la ¡“conmemoración”! del cisma luterano y de los “dones de la reforma”[3]. El aturdimiento del católico fiel no puede ser mayor ante semejante traición. La palabra “conmemoración” es, además, una de las protagonistas del Documento, que, como veremos más abajo, aspira a reemplazar la palabra “transubstanciación” para describir la presencia real de Cristo en la Eucaristía, eliminando el dogma más importante de la Iglesia católica.

El católico fiel asiste estupefacto ante el proceso de limpieza y rehabilitación de Martín Lutero, que, para mayor desgracia, parece estar impulsando el propio Francisco desde la cúspide de la Iglesia, como muestra la fecha de aprobación del citado documento (octubre de 2013, a los pocos meses de su entronización).

El propio Francisco, en una intervención espontánea en el avión de vuelta desde Armenia, en junio de 2016, dijo: “Creo que las intenciones de Martín Lutero no eran equivocadas, era un reformador. Tal vez algunos métodos no eran los indicados, pero en aquel entonces, si leemos por ejemplo la historia de Pastor ―un alemán luterano que, cuando vio la realidad de aquel tiempo, se convirtió y se hizo católico― vemos que la Iglesia no era precisamente un modelo que imitar. En la Iglesia había corrupción, mundanidad, apego al dinero y al poder. Y por esto él protestó. Además, él era una persona inteligente. Dio un paso hacia adelante, justificando el motivo por el que lo hacía. Y hoy, luteranos y católicos, junto con todos los protestantes, estamos de acuerdo con la doctrina de la justificación. Y sobre este punto tan importante no se había equivocado. Él elaboró una «medicina» para la Iglesia, y luego esta medicina se consolidó en un estado de cosas, en una disciplina, en un modo de creer, en una manera de hacer, en una forma litúrgica.”[4].

Cualquier católico formado sabe que Lutero no fue una medicina para la Iglesia sino un veneno, que separó de su seno a prácticamente la mitad de la Iglesia occidental de su tiempo, produjo miles de mártires en Alemania, Francia, Inglaterra y los Países Bajos y, de seguro, ha llevado en estos quinientos años al Infierno a millones de almas que, engañadas venciblemente por el error, han sido alejadas de la Verdad. Y más evidente aún es saber que los católicos y los luteranos no estamos de acuerdo en la doctrina de la justificación, al menos no los católicos fieles al magisterio: la fe es una gracia, claro, pero la justificación no opera como algo externo que Dios concede, salvándolo contra su voluntad de permanecer y abundar en sus pecados, no; la gracia de la fe opera eficazmente cuando la persona no la rechaza y se convierte, dejando sus pecados mortales y produciendo buenas obras, como signo inequívoco de que esa fe, acogida por el hombre, es operativa y eficaz. Para Lutero, la gracia es como la nieva que cubre un montón de estiércol (metáfora que él gustaba de usar para explicar a sus alumnos su teoría de la justificación), dejándolo debajo. Por ello se ufanaba en decir: “Peca fuerte, pero que tu fe sea más fuerte”. Su doctrina se resumía, por tanto, en que el más grande de los pecadores, aunque no se arrepintiera de sus pecados, ni los confesara (suprimió, claro está, el sacramento de la penitencia), es más, haciendo firme propósito de no obedecer a su conciencia (que para él era la voz de Satanás), se salvaba, por predestinación divina, mediante la sola fe de hombre. Nada más alejado de la doctrina recta de la salvación. Doctrina de demonios, diríamos, que arrastró a un torbellino de libertinaje y de pecado a sus seguidores en toda Europa, que veían en Cristo a un atolondrado que se limitaba a bendecir sus pecados y que luego les llevaba al Cielo.

El mismo Rainiero Cantalamessa, predicador oficial del Vaticano, participa activamente de esta labor de “justificación”, nunca mejor dicho, del heresiarca alemán:

“«Existe el peligro de que uno oiga hablar acerca de la justicia de Dios y, sin saber el significado, en lugar de animarse, se asuste. San Agustín ya lo había explicado claramente: “La ‘justicia de Dios’, escribía, es aquella por la cual él nos hace justos mediante su gracia; exactamente como ‘la salvación del Señor’ (Sal 3,9) es aquella por la cual él nos salva” (El Espíritu y la letra, 32,56). En otras palabras, la justicia de Dios es el acto por el cual Dios hace justos, agradables a él, a los que creen en su Hijo. No es un hacerse justicia, sino un hacer justos.

(Y sigue)… Lutero tuvo el mérito de traer a la luz esta verdad, después de que durante siglos, al menos en la predicación cristiana, se había perdido el sentido, y es esto sobre todo lo que la cristiandad le debe a la Reforma, la cual el próximo año cumple el quinto centenario. Cuando descubrí esto, escribió más tarde el reformador, sentí que renacía y me parecía que se me abrieran de par en par las puertas del paraíso”[5].

Como bien explica el padre Iraburu, comentando esta desafortunadísima predicación[6], Lutero no descubre nada a la Iglesia, pues tanto franciscanos como dominicos predicaron durante toda la Edad media el auténtico sentido católico de la gratuidad de la salvación, esto es, que la fe es una gracia que se pide, y que uno no se salva por sus propias obras sin fe, sino por sus propias obras tras recibir y acoger la fe gratuita que el Espíritu Santo le envía. Para Lutero, la mera fe salvaba y ello a pesar de desear y consentir el pecado porque, en su mefítico error, el pecado original pervirtió de tal manera la naturaleza humana que no le es posible a ningún hombre serle fiel a Cristo y evitar y no desear el pecado. Muy al contrario, la Iglesia católica enseñó siempre que el pecado original dejó caída la naturaleza humana pero no pervertida de modo que impida que la gracia reconstruya al hombre y le haga santo. Al negar la efectividad de la gracia, Lutero considera que era bueno y lícito pecar y no resistirse contra el pecado, siempre que se tuviera fe. Lutero niega la libertad humana, en una triste teología que le impide al hombre liberarse del pecado por considerar que la corrupción infligida por el pecado original nos impide ser realmente libres.

Esta concepción corrupta de la naturaleza y del alma humanas fue la consecuencia de su propia vida espiritual privada, llena de impurezas, de pecados contra el sexto mandamiento, y de sus escrúpulos.

  1. LA DOCTRINA CATÓLICA SOBRE LA EUCARISTÍA

Dios siempre saca un bien de un mal. Y la reforma luterana no fue una excepción. De los errores doctrinales de Lutero surgió el Concilio de Trento, que reafirmó y acentuó el carácter sacrificial de la Eucaristía. En Trento, en su Sesión XII, se elaboró un catálogo de «Abusus Missae» mediante el Decreto disciplinario titulado “De observandis et evitandis in celebratione missae”, en que aparecen llamadas contra la avaricia del clero (simonía), la irreverencia o la superstición, oponiéndose también al abuso de las misas privadas en casas particulares. Aunque lo importante fueron las decisiones dogmáticas del Concilio y la recuperación del valor sacrificial de la Eucaristía, los tradicionalistas previos al Concilio no querían alinearse en estos nuevos esquemas pues les suprimieron algunas misas votivas, tachadas de supersticiosas, y sólo se conservaron algunas secuencias.

En la Sesión XIII, el Concilio de Trento dejó claro que la presencia real de Cristo en la Eucaristía no es temporal, como decía Lutero, sino que permanece siempre mientras las especies permanezcan, por lo que es coherente adorar a Cristo Eucaristía, y no es idolatría.

La Eucaristía es el sacramento más importante instituido por Cristo. En él se hace presente Cristo de manera plena y perfecta en todo su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. La segunda persona de la Santísima Trinidad, engendrado del Padre, encarnado en las entrañas virginales de la Virgen María, un Dios que no cabe en este mundo, se hace pequeño, se abaja, y por obra del Espíritu Santo aparece sobre el altar, tras las palabras de la consagración pronunciadas por el sacerdote, transformando el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre. Como expresa Juan Pablo II en la Encíclica “Redemptoris hominis”, la Eucaristía “es al mismo tiempo Sacramento-Sacrificio, Sacramento-Comunión, Sacramento-Presencia». Y ello porque la presencia sacramental de Cristo con su cuerpo, con su sangre, con su alma, con su divinidad -comenzada en la transubstanciación, y que no cesa mientras no se corrompen las especies-, tiene una doble referencia: a Dios y a los hombres. La primera es de ofrenda sacrificial a Dios, y la segunda sacramental, de santificación de los hombres y de comunión de éstos con la Iglesia, creyendo lo que ésta cree.

Pablo VI, en “Mysterium fidei”  señala que “la eucaristía confiere al pueblo cristiano una incomparable dignidad, ya que no sólo mientras se ofrece el sacrificio y se realiza el sacramento, sino también después, mientras es conservada, en iglesias y oratorios, Cristo es verdaderamente el Emmanuel, es decir, el Dios con nosotros».

Lumen Gentium, 3, en el Concilio Vaticano II, recuerda la misma Verdad de siempre: «Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra de nuestra redención». También se recalca el aspecto sacrificial de la eucaristía en la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia (1963)[7].

Como enseña la Iglesia, la Eucaristía es necesaria para la salvación del hombre. En Juan 6, 53 y ss dijo Cristo:

“Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.”.

El Catecismo de la Iglesia Católica explica la doctrina de siempre, resumiéndola: que el memorial o conmemoración que celebramos en la misa es el del sacrificio de Cristo, que se renueva y se hace realmente presente, de manera real, en la transubstanciación de las especies, y permanece en ellas hasta su consumición. Veamos:

1364 El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual (Cf. Hb 7,25-27): «Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra de nuestra redención» (LG 3).

1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: «Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros» y «Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros» (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que «derramó por muchos para remisión de los pecados» (Mt 26,28).

1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto: (Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) una redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, «la noche en que fue entregado» (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana), donde sería representado el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los pecados que cometemos cada día (Cc. de Trento: DS 1740).

1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: «Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer»: (Cc. de Trento, Sess. 22a., Doctrina de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) «Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz «se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento»; …este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio» (Ibíd.).thumbnail_descarga-1

1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella «como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos» (S. Tomás de A., s. th. 3, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están «contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero» (Cc. de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina `real”, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen `reales”, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (MF 39).

1375 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión

1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: «Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación» (DS 1642).

1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo.

 

  1. LA DOCTRINA LUTERANA SOBRE LA EUCARISTÍA: NEGANDO LA TRANSUBSTANCIACIÓN

Toda la teología de Lutero está impregnada, como no podría ser de otra forma, de esos errores tremendos sobre la justificación. Frente a lo que la Iglesia católica enseñó siempre, esto es, que la misa es la actualización del único sacrificio de Cristo en la Cruz, y que la renovación de aquel sacrificio es necesaria para la redención de nuestros pecados, ayer, hoy y siempre, Lutero opone su concepción personal de que la Misa no es sacrificio, sino una mera conmemoración de la cena del Señor. ¿Es por eso por lo que la palabra “conmemoración” aparece en el título del Documento? Recordemos ahora cómo Lutero (que sabía que en la auténtica misa, la católica, se produce la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre del Señor) centra todos sus ataques contra la Eucaristía. Sabía el cismático monje agustino alemán que destruyendo el carácter sacrificial de la misa y la transubstanciación acabaría con la fe católica allí donde el virus de la protesta hiciera mella:

«Cuando hayamos aniquilado la Misa, habremos aniquilado el Papado en su totalidad. Porque es sobre la Misa, como sobre una Roca que el Papado se apoya con sus monasterios, sus obispados, sus colegios, sus altares, sus ministros y sus doctrinas. Todos estos caerán cuando su sacrílega y abominable Misa haya sido reducida a polvo«.martin-lutero

Y, efectivamente, Lutero consiguió destruir la Misa allí donde arraigó su teología. Al no someterse al Magisterio de la Iglesia ni al Papa fue declarado cismático por el Concilio de Trento, y decretada su Excomunión, tras rechazar el perdón que le ofrecía León X en la bula Exsurge Domine. Lutero y sus discípulos, lenta y gradualmente, cambiaron la misa, explicando a la gente que sólo querían simplificar la liturgia para que les fuera más fácil comprenderla. En la nueva misa luterana muchas partes de la misa fueron preservadas, pero se eliminó el Ofertorio y la Consagración, por razones obvias, ya que Lutero no creía en la transubstanciación. También se insertaron más lecturas de la Biblia. Luego, los altares fueron abolidos porque representaban el carácter de sacrificio de la misa y en su lugar se pusieron mesas, de manera que los sacerdotes estuvieran frente al pueblo y representando a Cristo en la última cena. También se quitaron todos los crucifijos pues éstos recordaban el Sacrificio del Calvario. Esa aversión al crucificado permanece hoy entre los protestantes, más arraigada que nunca, por cierto.

Una vez que Lutero abrió las puertas a los cambios, otros sacerdotes promovieron otros  más drásticos aún: se deshicieron de sus vestimentas; permitieron a la gente que recibiera la Sagrada Comunión en la mano; descartaron el canto gregoriano y el uso del órgano, introdujeron el uso de música folklórica “inculturada”, etc.[8]. Estos sacerdotes y monjes católicos, infectados con un entusiasmo fiero por los cambios, destruyeron altares, quemaron imágenes, hicieron añicos las estatuas y descartaron sus hábitos. Todo esto nos suena demasiado al famoso “espíritu” del CVII, a ese aire infernal que muchos cardenales, obispos y sacerdotes modernistas y masones inocularon en la Iglesia, haciéndole decir al Concilio lo que éste no decía, e interpretándolo como una ruptura del magisterio anterior, y no en línea de continuidad con el mismo, como se esforzaron siempre en hacer Juan Pablo II y Benedicto XVI[9].

Lutero afirmada que, en la Eucaristía, tras la consagración, Cristo se hace realmente presente en su cuerpo, sangre, alma y divinidad pero no mediante la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre del Señor, sino mediante la consubstanciación. Esto es: para Lutero, el pan y el vino permanecen tras la consagración, pero unidos al cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo. Es lo que se ha llamado también “impanación”. Lutero consideraba la Eucaristía desde la perspectiva cristológica de la encarnación y, por tanto, de la íntima unión entre las dos naturalezas. Admitía así una consustanciación: cuerpo y sangre de Cristo presentes junto con las sustancias de pan y vino. Pero si el pan y el vino permanecían intactos según Lutero, ¿de dónde provenía la presencia de Cristo en ese pan y ese vino? Lutero no quiere ni sabe explicarlo.

Por el contrario, la Iglesia católica afirma, desde sus orígenes, que, tras las palabras de la consagración, se produce una verdadera transformación de elementos, de forma que ya no hay pan y vino sino Cuerpo y Sangre del Señor, quedando, eso sí, los accidentes del pan y del vino, esto es, su apariencia, propiedades y sabor. Para la Iglesia, la materia (pan y vino) son necesarias para que se produzca la transubstanciación pues sin ellas no cabría transformación. Lutero no explica (no sabe hacerlo) cómo la presencia real de Cristo llega a las especies, puesto que ésta permanece inalterada tras la consagración. Y fruto de esa entelequia, que él llamó misterio, es por lo que consideraba que Cristo abandonaba las especies tras la celebración de la misa, y que, por tanto, adorar a Cristo eucarístico, como hacemos los católicos, es idolatría.

A Lutero se le hacía duro admitir el “cambio” de sustancia (transubstanciación) y prefería hablar de coincidencia o doble existencia (consustanciación o impanación). ¿De dónde viene este apartamiento de la sana doctrina sobre la eucaristía? Como siempre, de su odio a la palabra sacrificio: al negar que la Eucaristía fuera la renovación y actualización del sacrificio de Cristo en el Calvario niega que en la Eucaristía Cristo sea ofrecido al Padre por el sacerdote, como exige el canon de la misa, donde, tras la consagración, la partición de la Hostia representa su muerte, y su consumición su resurrección, en nosotros. Siguiendo con esta argumentación, Lutero creía que la misa no era el ofrecimiento de un nuevo sacrificio de Cristo al Padre, y, para acabar con este sentido litúrgico es por lo que elimina ese aspecto de la celebración. Pero es que la Iglesia nunca dijo que la misa fuera un sacrificio nuevo y distinto al único sacrificio de Cristo en la Cruz, en el año 33 dc., en el Calvario. La Iglesia siempre ha entendido que la misa es la renovación y actualización de aquel sacrificio primigenio, que se repite incruentamente cada vez que se celebra una misa, y no añadiendo un sacrificio nuevo al original. Lutero, como vemos, tergiversó el auténtico sentido católico de la misa porque aborrecía concebir la eucaristía como sacrificio, sacrificio cuya actualización la Iglesia católica siempre ha considerado necesaria para satisfacer al Padre y aplacar su justa ira por los pecados de los hombres, y para perdonar nuestros pecados, consumiéndola en gracia de Dios.

Es por ello por lo que, para Lutero, la misa es una “anamnesis” o rememoración del sacrificio de Cristo, en el sentido explicado, desviado del sentido católico: en su opinión, en la misa el sacerdote se limita a recordar la última cena o, a lo sumo, el sacrificio de Cristo en el Calvario, mientras que para la Iglesia católica, el sacerdote rememora ese sacrificio mediante su renovación, produciéndolo de nuevo, místicamente, en la consagración, pero no uno nuevo, sino el mismo, sólo que ahora incruento, pero actualizado realmente y realmente realizado en el altar de la Iglesia. Así, la primera fijación de Lutero es quitar los altares y sustituirlos por mesas, al modo de una cena. La anamnesis o rememoración luteranas, por tanto, nada tiene que ver con la anamnesis o rememoración de la Iglesia católica.

Son pocos los luteranos que siguen creyendo en la presencia real de Cristo en la eucaristía, a pesar de este tremendo error de la consubstanciación. La inmensa mayoría saben que sus sacerdotes no tienen sucesión apostólica y que sus ministros no están válidamente ordenados para poder consagrar, razón por lo cual se han acercado más a las tesis de Calvino y Zwinglio, según las cuales en la eucaristía la presencia de Cristo es meramente simbólica o metafórica. Lutero explicó también su concepto de presencia real consustanciada en el pan y en el vino como presencia espiritual.

Cuando en 1523 Lutero publica su «Formula Missae» excluyó de la celebración tanto la parte inicial del prefacio como el relato de la institución de la eucaristía. Dos años más tarde, escribe la famosa «Deutsche Messe» (Misa alemana), en donde ya no había prefacio, dando origen a distintas posturas frente a la Eucaristía, pues unos eran partidarios de entender la cena del Señor solo en forma simbólica y otros continuaban con Lutero, creyendo en la presencia real de Cristo en el pan y el vino, pero rechazando la transubstanciación y optando por la consubstanciación. Zwinglio negó la presencia de Cristo en la Eucaristía y elaboró una liturgia de la cena en donde incluye el relato de la institución; para él los fieles, luego del Padre nuestro y la comunión deberían permanecer sentados pues no había campo a la adoración. Zwinglio a su vez inspira otro enfoque en Calvino.

III. CRÍTICA TEOLÓGICA AL DOCUMENTO

Comentaré a continuación los numerales de ese Documento en su parte relativa a la Eucaristía, esto es, del 140 al 161 inclusive. Para empezar, digamos que todo este capítulo está plagado de medias verdades, inexactitudes, omisiones, palabras y frases ambiguas y otras tremendas, dirigidas, en mi opinión, no a resaltar la doctrina católica, sino a desacralizar la Eucaristía, esto es, a negar la forma en que los católicos hemos entendido siempre presencia real de Cristo en la misma en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y así poder crear la falsa Iglesia ecuménica del fin de los tiempos, profetizada en la misma Biblia, en la Tradición, en tantas apariciones marianas y revelaciones privadas. Creo firmemente que la Eucaristía es el katejon del que nos habla San Pablo (lo que retiene al Anticristo y, a la vez, quien le retiene, es decir, Cristo eucarístico), dogma central de la Iglesia católica, que será necesario quitar de en medio. San Justino mártir, uno de los primeros comentaristas del Apocalipsis asegura que, antes de la llegada del Anticristo, la Iglesia sería quitada de en medio (“Ecclesia de medio fiet”). ¿Y cuál es el corazón de la Iglesia sino la Eucaristía?

‎»En los tiempos finales… el sacrificio perpetuo será abolido,  la iniquidad se posará sobre él; el santuario profanado y la verdad arrojada a tierra». (Daniel 8, 11). Como bien comenta el Cardenal Billot, S.I., maestro de D. Leonardo Castellani: «Este es el Sacrificio de nuestros altares,  que entonces, en esos terribles días,  será proscrito, en todas partes prohibido;  y, salvo los Sacrificios, que podrán celebrarse  en las sombras subterráneas de las catacumbas, quedará interrumpido en todas partes».

Debemos tener claro que en la Iglesia de los últimos tiempos se producirá la gran apostasía avisada en el tercer secreto de Fátima (anunciada también por San Pablo y reflejada en el Apocalipsis en la figura de la Gran prostituta que cabalga sobre la Bestia roja del comunismo, que se embriaga con la sangre de los mártires, de lo que San Juan se asombraba…); que, fruto de ello, llegaría un momento en que se cambiarán las palabras de la consagración y, por ende, no habrá transubstanciación; y que, por tanto, desaparecerá la Eucaristía como tal, como profetizó por el Espíritu Santo por boca del profeta Daniel (la supresión del sacrificio perpetuo). Pasaremos ahora a comentar debidamente este siniestro Capítulo sobre la Eucaristía del Documento de marras.

Para empezar, el número 140 llama a la Eucaristía “Cena del Señor”, como si fuera lo mismo para los luteranos que para los católicos. Podríamos decir que, para el sector apostático que, desgraciadamente, existe desde hace décadas en la Iglesia católica, compuesto por masones infiltrados y modernistas, efectivamente la Misa es sólo una cena, un encuentro convival que no es más que el recordatorio de aquella comida que Cristo hizo con sus discípulos la noche antes de su muerte, que inaugura el triduo pascual.

Sin embargo, el Nuevo Testamento habla claramente de la presencia real: así, en Lucas 22,19-20 se dice: «Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama».

En Juan 6,35: «Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás».

En 1Cor 11,26: «Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga».

Por otro lado, en Juan 6,11 y 6,23 aparece el verbo «eucharistein» (también en Mateo 26,27; Marcos 14,23; Lucas 22,19; 1Cor 11, 24). ¿A qué se acerca más el término, a la «Eucaristía» católica o a la así llamada «cena» protestante?

El número 141 recuerda que Lutero entendió inicialmente la Eucaristía como un mero testamento (despojado de su sentido sacrificial[10]), pero habría que recordar, y esto lo omite el documento, que despojado de su significado espiritual, como una acción destinada a que las comunidades cristianas posteriores le recordaran al realizarlo de nuevo. Más tarde cambió de opinión para considerar que Cristo estaba realmente presente junto al pan y al vino, no transformándolos, con lo que negaba la transubstanciación y apoyaba la teoría de la consusbstanciación o impanación.

El número 142 recuerda que fue el Concilio de Letrán (1215) el que comenzó a usar el verbo “transubstantiare”, pero omite que se hizo para acabar con la herejía de Berengario de Tours, luego repetida por cátaros y lolardos. Entre los 70 Decretos que emitió en vida el papa Inocencio III se ofrece una definición de la Eucaristía en que no aparece la expresión transustanciación («transubstantiatio») sino el verbo «transsubstantis»; pero ello no significa que sólo a partir de entonces se creyera en la presencia real de Cristo en la Eucaristía permaneciendo las apariencias del pan y del vino. Ésa fue siempre la conciencia de la Iglesia, desde sus orígenes: este Concilio es testimonio de cómo la Iglesia fue creciendo en su comprensión de la doctrina eucarística, hasta acertar con la palabra que mejor la describe, y no es ninguna invención, sino fruto del esfuerzo por entender mejor qué es lo que ocurre en la consagración y del Espíritu Santo que obra en la Iglesia.

Afirma que Lutero consideraba que la explicación de la Eucaristía como transubstantiación no debía ser vinculante, y que por eso él optó por la opción filosófica de la consubstanciación. Y el Documento lo dice así, acríticamente, describiendo hechos sin discernirlos ni reprender las conductas de Lutero, como sería de esperar en un documento católico, que debe refutar los perniciosos errores luteranos. Resulta evidente la soberbia de Lutero, que no se somete al Magisterio de la Iglesia, sino que lo toma como una postura más de entre otras muchas posibles, no vinculante… ya que él negaba que la Tradición y el Magisterio fueran fuentes de la Iglesia, acatando sólo la Biblia. El voluntarismo de Lutero es un pecado de soberbia y de orgullo, pero el Documento calla.

El número 143 explica cómo Lutero entendía la presencia real de Cristo en la Eucaristía, “en, con y bajo” las especie del pan y el vino, esto es, manteniéndose la sustancia de éstos, a la que se añadía, misteriosamente y sin explicarlo (para él no hay nada en Cristo accesible por la razón humana, a la que considera una prostituta) la presencia real del Cuerpo y Sangre de Cristo, al modo de la unión hipostática de Cristo tras encarnarse en María, esto es, dos naturalezas en una misma persona divina. Pero se equivoca Lutero en esto: la encarnación y la unión hipostática se dio sólo durante la vida de Cristo. En la presencia real no se dan las dos naturalezas de Cristo. Por eso Jesús usa la palabra “esto” (Esto es mi Cuerpo) para referirse a la Eucaristía, para mostrar que la unidad del Sacramento Eucarístico no tiene lugar en el plano de la persona de Cristo, sino en el plano de la naturaleza o sustancia del pan y del vino, que resulta cambiada, transformada en su ser profundo por la conversión eucarística, merced al Espíritu Santo, de modo que deja de ser pan y vino y se convierte en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Al creer en la impanación, es decir, que el pan y el vino permanecen tras la consagración, Lutero no podría decir, como Cristo que “esto es mi cuerpo” o “ésta es mi sangre” (el verbo ser implica transformación en algo distinto) sino que debería decir, negando a Cristo: “A este pan se ha unido mi cuerpo” y “A este vino se ha unido mi sangre”[11].

En el número 144 se detiene el Documento a exponer que Lutero criticaba la práctica católica de dar la comunión a los fieles sólo bajo una especie. Hay que decir, no obstante, que Lutero consideraba que lthumbnail_papa-luteranos-599x275a Iglesia no podía negar dar también la comunión a los fieles a Cristo bajo la especie del vino, lo que es absurdo, pues si Cristo está realmente presente en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en cada una de las especies, no es trascendente otorgar la eucaristía bajo una o las dos especies[12].

Describe de nuevo acríticamente el número 145 otro de los grandes errores de Lutero, quien pensaba que la misa era una verdadera cena, donde debían consumirse por completo “todos los elementos bendecidos”, pues no creía en la presencia real de Cristo tras la ceremonia de la Misa. Eso le llevó a decir, recordamos nosotros, que la adoración de las especies eucarísticas consagradas era idolatría pues se adoraba, según él, sólo el pan y el vino. Para empezar, el Documento habla sólo de “elementos bendecidos”, expresión incorrecta donde las haya, pues tras la consagración ya no hay elementos bendecidos, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las especies del pan y del vino, desapareciendo esos “elementos”. Tanto si es una alusión a la creencia de Lutero como si es un error deslizado por el Documento, merece, desde luego, una crítica o aclaración, respectivamente.

Igualmente, creo que era necesario exponer el grave error de Lutero de considerar que Cristo abandonaba el pan y el vino tras la ceremonia de la Misa. ¿Por qué? Pues porque él mismo se preguntaba cuánto tiempo permanecía Cristo tras el sacramento. Y lo que subyace en ese error es que él consideraba que la presencia real de Cristo era meramente espiritual pues si Cristo realmente estuviera con su Cuerpo y Sangre junto al pan y al vino no podría retirarse de él hasta que no fuera consumida la especie o ésta desapareciese.

El Documento empeora seriamente a partir del numeral 146, que inaugura la Sección titulada “Sacrificio eucarístico”. El número 146 le imputa a la Iglesia católica que para finales de la Edad Media muchos de sus fieles ya no entendían correctamente la presencia real, en el sentido de que consideraban que la Misa era un sacrificio complementario o adicional al sacrificio único de Cristo en el Calvario. No podemos juzgar en general cuál era el estado de los fieles en ese momento. Pero no especifica el Documento (y esto es grave), que el recto entendimiento de la presencia real nunca se perdió en la teología ni en el Papado y que lo que Lutero debió haber hecho era instruir al pueblo llano sobre cómo entender adecuadamente el sacrificio actualizado de la misa, en lugar de salirse de la doctrina de la transubstanciación y reemplazarla por la de la impanación y romper con la Iglesia.

Es cierto que se abusaba de las misas privadas, pero lo que latía en el fondo de las mismas no era una falsa ampliación o adición al Sacrificio de Cristo, como Lutero dice, sino una verdad que Lutero no podía soportar ni tolerar: que las misas sí son aplicables como una gracia a personas individuales o a grupos de ellas, como señalaba Duns Escoto y como ha considerado siempre la Iglesia católica. Es decir: no es que la misa suponga un sacrificio nuevo y distinto del sacrificio original de Cristo, sino que su actualización, perpetuación (usando las palabras de Daniel) y renovación incruenta en cada misa sí son fuente de gracias inconmensurables que se pueden aplicar a difuntos (Catecismo, número 1371) o a vivos, según la intención de los asistentes a la Eucaristía, de quien le pida al sacerdote que la aplique por quien desee, por una intención particular o por las intenciones que tenga el mismo el sacerdote que la celebra. Es cierto que el Concilio de Trento acabó con el abuso de las misas privadas, porque daban lugar a la venalidad del clero, pero no por la razón de fondo que Lutero no acepta, y que el Documento no explica ni discierne, lo que acaba por darle la razón.

Esa negación de Lutero a que los fieles o el sacerdote “ofrecieran” la Eucaristía por una intención o a terceros, vivos o muertos, se basa en su enfermiza obsesión por no hacer “buenas obras” pues eso llevaría a afirmar, en su opinión, que es necesario hacerlas para salvarse y él negaba desviadamente esa exigencia, al considerar que la salvación era por fe, sin necesidad de arrepentimiento y negando la eficacia de la gracia para hacernos salir del pecado y transitar por caminos de santidad.

Pasa de largo también el Documento sobre otra ambigüedad luterana: que en la eucaristía Cristo se entrega sólo a los que le comulgan, pero no a Dios, lo cual bien entendido es falso, pues la Iglesia católica siempre explicó que el sacrificio eucarístico se le ofrece a Dios Padre y que lo que se ofrece a los comulgantes es la víctima perfecta, el cordero inmaculado sacrificado en el Altar que es Cristo, al igual que Abraham ofreció al cordero enredado en la zarza a Yahvé, una vez que el ángel le paró la mano cuando iba a ofrecerle a su propio hijo, Isaac. Es precisamente por negar el carácter sacrificial de la Misa por lo que Lutero gira al sacerdote y lo pone coram populum, y quita los altares para poner mesas, como si fuera una mera cena. Desgraciadamente hemos de decir otra vez que esto nos resulta demasiado parecido a lo que ocurrió en los años 60 y 70 en nuestra Iglesia, cuando un “espíritu” protestantizado e iconoclasta la invadió con todo su furor, espíritu que no venía del Concilio sino a pesar de él. Tristemente, el número 147 no responde con argumentos católicos a las objeciones de Lutero. No es que el don divino de la Eucaristía se transforme en una buena obra, no. Es que el don divino es aplicable a otras personas, y la buena obra no es el don divino de la Eucaristía sino el ofrecerla o aplicarla por una buena intención o para una persona que la necesita.

Lutero negó todo aspecto sacrificial en la Misa[13]. Destruyendo su carácter sacrificial Lutero quiso destruir la Iglesia y el papado[14]. Por cierto, igual que cualquier modernista actual. Por lo tanto, cuando el número 148 del Documento indica que Lutero valoraba el aspecto sacrificial de la acción de gracias, y no lo rebate, asume las razones de Lutero, como hace durante todo este capítulo, de manera confusa y peligrosa. Y es que la acción de gracias y de alabanza a Cristo, por el hecho de sernos necesaria a todos los católicos del mundo no la hace un sacrificio. El sacrificio viene precisamente porque los católicos le damos gracias a Cristo por actualizar o repetir, en cada Eucaristía, de manera incruenta, el Sacrificio que, por muchos, hizo en el Gólgota. Y a Dios Padre por concebirlo y permitirlo para la remisión de nuestros pecados. La prueba evidente de esto que decimos es que en las Iglesias protestantes las eucaristías son acción de gracias y de alabanza y cenas de confraternización, y no hay el menor asomo del aspecto sacrificial.

Lo que es mortalmente grave y reprochable en el Documento es que el numeral 154, unido al 149, concluye que los católicos, en aras de un supuesto bien superior, el ecumenismo[15] (falso ecumenismo me atrevo a decir), debemos dejar de lado el concepto de transubstanciación, ya que lo importante es llegar a un acuerdo con la Iglesia luterana sobre el modo en que Cristo está realmente presente en la eucaristía. Se trata, en realidad, de algo tan grave que me resulta inconcebible si no hay una intención espuria detrás. Dice el número 149 que:

“El rechazo del concepto de «transustanciación» por parte de Lutero despertó dudas del lado católico en cuanto a si su teología afirmaba plenamente la doctrina de la presencia real de Cristo.”

Para afirmar luego, en el 154 que:

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Luteranos recibieron la comunión en el vaticano el 19 de enero de 2016.

“Tanto luteranos como católicos pueden afirmar en conjunto la presencia real de Jesucristo en la Cena del Señor: «En el sacramento de la Cena del Señor, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, está presente total y enteramente, con su cuerpo y su sangre, bajo los signos del pan y del vino» (Eucaristía 16). Esta declaración en común afirma todos los elementos esenciales de la fe en la presencia eucarística de Jesucristo sin adoptar la terminología conceptual de «transustanciación». De esta forma, católicos y luteranos entienden que «el Señor exaltado está presente en la Cena del Señor, en el cuerpo y la sangre que él ofreció, con su divinidad y su humanidad, mediante la palabra de promesa, en los dones del pan y del vino, en el poder del Espíritu Santo, para su recepción mediante la congregación»”.

No puede entenderse rectamente ambos numerales, que son contradictorios. Por una parte, que el Documento proclame una verdad y más abajo dos afirmaciones ambiguas, o directamente falsas, que comprometen seriamente la fe católica, siendo ostentosamente heréticas cuando se comprende realmente lo que implican y pretenden: una verdad porque es cierto que los católicos recelamos y rechazamos la oposición de Lutero al concepto de transubstanciación, precisamente porque en esa palabra se resume con exactitud la doctrina de siempre de la Iglesia, o sea, que en la consagración el pan y el vino se transforman por completo en el Cuerpo y Sangre del Señor. Y dos afirmaciones ambiguas o directamente falsas, peligrosísimas para la fe:

  1. Una primera, en la que dice que católicos y luteranos podemos afirmar que en la “Cena del Señor” (el Documento usa siempre, insidiosamente, esta expresión, al modo protestante) Jesucristo está completamente presente con su Cuerpo y su Sangre, bajo los signos del pan y del vino. ¿Cómo pueden pensar los luteranos que ellos consagran válidamente, si no tienen sucesión apostólica y sus ministros no son válidamente ordenados? Afirmar tal cosa es una tomadura de pelo, pues, en realidad, en sus “Cenas del Señor” Cristo no está realmente presente. Además, para los luteranos, decir que Cristo está “bajo” los signos del pan y el vino significa que está “junto” y “en” el pan y el vino, mientras que, para nosotros, significa “en lugar del” pan y del vino, ya transformados.
  2. Una segunda, según la cual, para poder aceptar esa afirmación primera (un entendimiento conjunto y consensuado del modo en que Cristo se encuentra realmente presente en la “Cena del Señor”), es necesario no usar el término “transubstanciación”, pues, de hacerlo, no podríamos alcanzar un acuerdo con la Iglesia luterana sobre la forma en que podríamos concebir conjuntamente la presencia real. Dicho de otro modo: como los luteranos no aceptan la transformación completa del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre del Señor, la Iglesia católica debe quitar esa palabra, lo cual no es inocuo, en aras de un entendimiento común con ellos sobre este punto toral, central, nuclear de la fe católica: que la presencia real está, pero que es mejor no explicar cómo, para poder así congraciarnos con los luteranos. Algo muy grave se debe pretender cuando se renuncia a proclamar la Verdad y se la rebaja a una frase abstracta que podría serle válida a Lutero. Dice así el Documento, de manera infamante:

“Esta Declaración en común afirma todos los elementos esenciales de la fe en la presencia eucarística de Jesucristo sin adoptar la terminología conceptual de <<transustanciación>>”.

¿Todos los elementos esenciales de la fe en la presencia eucarística? Pues no, porque no se explica que esa presencia la entendemos al modo de la transubstanciación, no al modo luterano de la consubstanciación. Esto es totalmente falso y herético, por omisión.

Si pensamos con cuidado, aquí lo que subyace es la idea de que no pasa nada por quitar la palabra que describe exactamente la presencia real, desde 1215, palabra inspirada sin duda por el Espíritu Santo, en la que se resume sin duda alguna posible lo que los católicos hemos entendido siempre, desde la Ascensión de Cristo, en relación con la presencia real en la Eucaristía. Se pretende ahora, en aras de un supuesto bien superior que es el ecumenismo (¡¡!!), sacrificar el término “transubstanciación”, como si fuera una mera veste, cuando en verdad está inequívocamente unido el concepto católico de presencia real; como si desnudar el significado de su vocablo propio fuera algo secundario e intercambiable: se nos pretende convencer que mantener el significado de la presencia real al modo católico puede ser posible a pesar de quitar de en medio su significante, eliminando la palabra que describe perfectamente lo que sucede en la consagración. Porque al hacerlo, dejando el concepto desnudo, se consigue, como por arte de magia, que los luteranos acepten una interpretación conjunta de la presencia real.

Lo que no se dice es que si los luteranos aceptan esa declaración común y, a la vez, rechazan el empleo de la palabra transubstanciación, es porque rechazan su concepto, no la mera palabra, como resulta obvio, porque si no, serían católicos, claro… Luego, si los católicos, por buscar un compromiso falso, renunciamos a la transubstanciación, estamos renunciando realmente a la transformación completa de las especies, para dejar en una calculada ambigüedad el concepto tradicional de presencia real tal como siempre lo entendió la Iglesia.

Algunos incautos dirán que esta declaración conjunta no supone una adulteración de la doctrina católica de la transustanciación, porque permanece la doctrina, el significado, aunque quitemos el vocablo, y que no pasa nada porque cada parte entenderá en ella lo que siempre ha entendido: los católicos, que la presencia real de Cristo en la eucaristía supone la transformación de las especies, y los luteranos que esa presencia real remite a la consustanciación. Pues no, no es tan inocuo. Es más, no es nada inocente esta declaración conjunta. ¿Por qué? Pues porque creo firmemente que lo que se pretende con ella es que los luteranos puedan comulgar en las misas católicas o, incluso, crear una liturgia mixta, católico-luterana o luterano-católica en la que católicos y luteranos puedan comulgar conjuntamente. Argumentarán así: al fin y al cabo, cuando reciban la Eucaristía católica los luteranos y los católicos van a pensar que reciben a Cristo realmente presente (siendo esto es lo importante), siendo en realidad secundario y banal si en su fuero interno el protestante piensa que lo recibe impanado y el católico piensa que lo recibe transubstanciado. Separando así la realidad de las cosas del fuero interno de cada cual se produce, en realidad, una adulteración de la doctrina católica sobre la presencia real, que hará que cualquiera pueda recibirla sin problemas, y no sólo los que no están en comunión con la doctrina de la Iglesia sin ser católicos (protestantes y otros) sino también podrían usar el mismo argumento todos los católicos que estén objetivamente en pecado mortal (adúlteros, fornicarios, sodomitas) ya que lo importante es que, en su fuero interno, como señala Amoris Laetitia, no tengan conciencia de culpabilidad o no comprendan los valores inherentes a la exigencia de permanecer en castidad para poder comulgar en estos casos (número 301 de Amoris Laetitia).

Por tanto, este Documento se usará muy probablemente para, a partir de la declaración conjunta sobre la presencia real recogida en su punto 154, permitir que los luteranos puedan comulgar en misas católicas (intercomunión) o para crear una liturgia mixta donde católicos y luteranos puedan comulgar indistintamente. Si lo primero es grave de por sí, lo segundo es realmente preocupante, porque esa liturgia mixta, para poder ser aceptada por los luteranos,  deberá quitará las palabras de la consagración pronunciadas por Cristo en la última Cena, las que emplea el sacerdote católico y, por tanto, no habría ya transubstanciación de las especies, produciéndose la supresión del sacrificio perpetuo. Sólo así, quitando la eucaristía, los luteranos se avendrían a una liturgia compartida. La Eucaristía como katejon, decíamos arriba.

Esta conclusión no es una invención temeraria mía, sino apoyada en los propios Documentos ecuménicos recientemente firmados por la Iglesia. El 30 de octubre de 2015– víspera del “Día de la Reforma”- fue publicado el Documento “Declaración sobre el Camino: Iglesia, Ministerio y Eucaristía”, que, entre otras cosas, llama a la “expansión de oportunidades para luteranos y católicos de recibir juntos la sagrada comunión” (página 114 del Documento). Este documento fue creado por un grupo de trabajo encabezado por el obispo Denis J. Madden (obispo auxiliar de Baltimore) y compuesto por el Comité de Obispos para los asuntos ecuménicos e interreligiosos” y  la Iglesia evangélica luterana de América. (El documento figura en la página web de la USCCB)[16].

Antes de esta publicación tuvo lugar el Sínodo Ordinario de los Obispos sobre la Familia, que basó su trabajo en un “Instrumentum Laboris” que, entre otras cosas, propuso que los cónyuges bautizados pero no católicos, en tanto en que “comparten la fe de la Iglesia en la Eucaristía”, fueran admitidos a la comunión. Afortunadamente, esta propuesta no pasó el examen y la Relatio final del sínodo la eludió. Pero las intenciones siguen ahí y ya se han hecho patentes.thumbnail_finlandia

Es más, ya se ha elaborado un primer “germen” de liturgia común, llamado “Oración común”[17]. Por la parte católica encabezó la comisión redactora el cardenal Kurt Koch, presentan la Oración Común para la conmemoración conjunta luterano-católica de la Reforma en 2017. El documento es el primer texto litúrgico desarrollado conjuntamente por el grupo de trabajo de liturgia de la Comisión Luterano-Católica sobre la Unidad de la LWF y la PCPCU. Está basado en el Documento que estamos comentando aquí (“Del Conflicto a la Comunión: Conmemoración Común Luterano-Católica de la Reforma en 2017”), y llama a las comunidades católicas y luteranas a unirse en esta conmemoración.

La Oración Común incluye materiales que pueden ser adaptados a las tradiciones litúrgicas y musicales locales de las iglesias de ambas tradiciones cristianas.

La Oración común es una guía práctica de adoración en la conmemoración conjunta católico-luterana de los 500 años de la Reforma. Se estructura alrededor de temas como la acción de gracias, el arrepentimiento y el compromiso de testimonio común. El objetivo es expresar los dones derivados de la Reforma y pedir perdón por la división perpetrada por los cristianos de ambas tradiciones y que se mantiene en la actualidad.

“Brinda la oportunidad de mirar retrospectivamente en acción de gracias y profesión de fe, y hacia adelante en el compromiso en un testimonio común y un camino de continuidad”,  señala el prefacio de la Oración Común.

Ofrece sugerencias acerca de cómo católicos y luteranos deberían presidir y leer juntos un servicio de oración común. Los ejemplos se pueden extraer de los himnos y de canciones procedentes de una variedad de contextos multiculturales, así como de lecturas bíblicas y confesionales que reflejen arrepentimiento y alegría recíprocos, así como el deseo de servir y de dar unidos un testimonio al mundo.

Otra oración reza como sigue:

“Gracias te sean dadas, oh Dios, por las muchas inspiraciones teológicas y espirituales que hemos recibido a través de la Reforma. Gracias te sean dadas por las buenas transformaciones  y cambios que puso en marcha la Reforma o la lucha por sus desafíos. Gracias te sean dadas por la proclamación del Evangelio que tuvo lugar durante la Reforma, y que desde entonces ha fortalecido a innumerables personas en su vida de fe en Jesucristo”.

Una de las lecturas en la sección de “Acción de Gracias” del acto comienza así:

Los luteranos agradecen en sus corazones lo que Lutero y los otros reformadores hicieron accesible para ellos: El entendimiento del Evangelio de Jesucristo y la fe en él; la penetración en el misterio del Dios Uno y Trino que se da a Sí mismo a los seres humanos por pura gracia y que solo puede ser recibido a través de la completa confianza en la divina promesa; la libertad y certeza que el Evangelio proporciona; en el amor que viene de y es suscitado por la fe y en la esperanza en la vida y en la muerte que la fe trae con ella; y en el contacto vivo con la Sagrada Escritura, los catecismos e himnos que traen la fe a nuestras vidas”.

Otra lectura termina con estas palabras:

“La jornada ecuménica permite a luteranos y católicos apreciar juntos la mirada penetrante de Martín Lutero en la experiencia espiritual del Evangelio, así como de la justicia de Dios, que es también Su misericordia.”

Incluso se ruega al Señor para que católicos y luteranos concurran a la misma mesa eucarística (no dice Altar, claro):

“Dios nuestro sustento, congréganos en tu mesa eucarística, nutre en y entre nosotros y nosotras una comunión fundada en tu amor. ¡Tu misericordia perdura por siempre!”

Esta liturgia se caracteriza por el predominio del material protestante y por la alabanza exclusiva hacia la Reforma, mientras nada se dice acerca de – o se extrae de- los elementos distintivos de la historia, teología y patrimonio católicos. La Reforma y Martín Lutero son repetidamente ensalzados, mientras la Contrarreforma y los Papas y Santos del siglo XVI son totalmente silenciados

¿Es esto preocupante o no? ¿No aparece clara, mirando los hitos del camino, dónde termina éste y a dónde nos quieren dirigir?

Reparemos, además, en el sospechoso título del Documento: “Del conflicto a la COMUNIÓN”.

La conclusión que extrae finalmente el punto 154 de ambas afirmaciones es que:

“De esta forma, católicos y luteranos entienden que «el Señor exaltado está presente en la Cena del Señor, en el cuerpo y la sangre que él ofreció, con su divinidad y su humanidad, mediante la palabra de promesa, en los dones del pan y del vino, en el poder del Espíritu Santo, para su recepción mediante la congregación”

Como se ve, otra declaración confusa, donde se habla de una extraña presencia (nunca se dice “presencia real”), la del Señor “exaltado”, de nuevo, “en la cena del Señor”, “en los dones del pan y del vino”… esta última expresión es más luterana que católica, pues también Lutero hablaba de presencia “en” el pan y “en” el vino, para significar que no había transubstanciación sino consubstanciación. ¿Es ésta realmente la fe de la Iglesia católica en la Eucaristía? Desde luego, no lo parece. De tan emboscada que está no se la reconoce.

En esta perspectiva conjunta, en la que lo importante es un punto en común y no la apuesta por un concepto vinculante que defina con precisión la presencia real de Cristo en la Eucaristía debemos enmarcar también algunas otras afirmaciones del Documento: así, en el punto 149 se dice que el Concilio de Trento distinguió entre la “doctrina de la conversión de elementos y su explicación técnica”, como si se pudieran, una vez más, separar la doctrina católica de la presencia real y la terminología que la expresa. Este afán disolvente, en el que la palabra “transubstanciación” se toma como algo delicuescente y prescindible no es católico. Y ello porque dice el Concilio de Trento que:

“D-877 Cristo Redentor nuestro dijo ser verdaderamente su cuerpo lo que ofrecía bajo la apariencia de pan [Mt. 26, 26 ss; Mc. 14, 22 ss; Lc. 22, 19 s; 1 Cor. 11, 24 ss]; de ahí que la Iglesia de Dios tuvo siempre la persuasión y ahora nuevamente lo declara en este santo Concilio, que por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. La cual conversión, propia y convenientemente, fue llamada transustanciación por la santa Iglesia Católica.”

“D-884 Can. 2. Si alguno dijere que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia de pan y de vino juntamente con el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y negare aquella maravillosa y singular conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre, permaneciendo sólo las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia Católica aptísimamente llama TRANSUBSTANCIACIÓN, sea anatema.”

Como vemos, en Trento la Iglesia une inescindiblemente el concepto al término “transubstanciación”, y, por tanto, no los separa, sino que los casa de manera inseparable, bajo pena de anatema, es decir, de excomunión. Quitando la palabra “transubstanciación” como hace el Documento se está negando, en el fondo, la conversión completa del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor. Ésta es la táctica perniciosa del Documento, que sólo podemos achacar a una deliberada voluntad de defección de la Verdad, en aras de un mal entendido ecumenismo.

El punto 151 le pega otra patada a la tradición y al magisterio católicos. Enseña que los católicos perdimos el sentido de un concepto integrados de la conmemoración, y que, por tanto, no teníamos categorías adecuadas con la que expresar el carácter sacrificial de la eucaristía. Esto es increíble…. Se nos viene a decir que Lutero encontró una categoría mejor que la católica para conjugar a la vez la creencia en el sacrificio único de Cristo en el Calvario y el carácter sacrificial de la misa, en la que nada se añadía a aquel sacrificio primigenio: conmemoración. Falso de toda falsedad. La Iglesia siempre ha enseñado, y volvemos a Trento, que en la misa no se añade o complementa a aquel sacrificio original con un sacrificio nuevo, sino que es la actualización o renovación de aquél, su repetición incruenta, perpetua, que aprovecha a los hombres que estén en gracia y que comulguen y a aquéllos por los que se ofrece o aplica. Lutero, al utilizar la palabra “conmemoración” o “anamnesis” no añadía ninguna novedad a la doctrina católica, sino que más bien la desviada, pues no admitía con ellas la “renovación” o “actualización” del sacrificio en la misa, sino un mero recuerdo (no corpóreo, no real) del sacrificio original. Perversa, de nuevo, la argumentación del Documento, queriendo sacar beneficios o dones de la protesta luterana y denostar supuestas carencias de la doctrina católica, cuando es justamente al contrario: Lutero pervirtió y ensució todas las palabras y categorías católicas, con la excusa de renovarlas[19].

Y esto lo expresa perfectamente el Concilio de Trento, Sesión XXII:

Cap. 1. [De la institución del sacrosanto sacrificio de la Misa] …Como quiera que en el primer Testamento, según testimonio del 938 Apóstol Pablo, a causa de la impotencia del sacerdocio levítico no se daba la consumación, fué necesario, por disponerlo así Dios, Padre de las misericordias, que surgiera otro sacerdote según el orden de Melquisedec [Gen. 14, 18; Ps. 109, 4; Hebr. 7, 11], nuestro Señor Jesucristo, que pudiera consumar y, llevar a perfección a todos los que habían de ser santificados [Hebr. 10, 14]. Así, pues, el Dios y Señor nuestro, aunque había de ofrecerse una sola vez a sí mismo a Dios Padre en el altar de la cruz, con la interposición de la muerte, a fin de realizar para ellos [v. l.: allí] la eterna redención ; como, sin embargo, no había de extinguirse su sacerdocio por la muerte [Hebr. 7, 24 y 27], en la última Cena, la noche que era entregado, para dejar a su esposa amada, la Iglesia, un sacrificio visible, como exige la naturaleza de los hombres [Can. 1], por el que se representara aquel suyo sangriento que había una sola vez de consumarse en la cruz, y su memoria permaneciera hasta el fin de los siglos [1 Cor. 11, 23 ss], y su eficacia saludable se aplicara para la remisión de los pecados que diariamente cometemos, declarándose a sí mismo constituido para siempre sacerdote según el orden de Melquisedec [Ps. 109, 4], ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino y bajo los símbolos de esas mismas cosas, los entregó, para que los tomaran, a sus Apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del Nuevo Testamento, y a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, les mandó con estas palabras : Haced esto en memoria mía, etc. [Le. 22, 19; 1 Cor. 11, 24] que los ofrecieran. Así lo entendió y enseñó siempre la Iglesia [Can. 2].”.64577_10151205055021162_657033627_n

Cap. 2. [El sacrificio visible es propiciatorio por los vivos y por los difuntos]
Y porque en este divino sacrificio, que en la Misa se realiza, se contiene e incruentamente se inmola aquel mismo Cristo que una sola vez se ofreció Él mismo cruentamente en el altar de la cruz [Hebr. 9, 27] ; enseña el santo Concilio que este sacrificio es verdaderamente propiciatorio [Can. 3], y que por él sé cumple que, si con corazón verdadero y recta fe, con temor y reverencia, contritos y penitentes nos acercamos a Dios, conseguimos misericordia y hallamos gracia en el auxilio oportuno [Hebr. 4, 16]. Pues aplacado el Señor por la oblación de este sacrificio, concediendo la gracia y el don de la penitencia, perdona los crímenes y pecados, por grandes que sean. Una sola y la misma es, en efecto, la víctima, y el que ahora se ofrece por el ministerio de los sacerdotes, es el mismo que entonces se ofreció a sí mismo en la cruz, siendo sólo distinta la manera de ofrecerse. Los frutos de esta oblación suya (de la cruenta, decimos), ubérrimamente se perciben por medio de esta incruenta: tan lejos está que a aquélla se menoscabe por ésta en manera alguna [Can. 4]. Por eso, no sólo se ofrece legítimamente, conforme a la tradición de los Apóstoles, por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades de los fieles vivos, sino también por los difuntos en Cristo, no purgados todavía plenamente [Can. 3].

Y, como consecuencia de ello, el Concilio de Trento excomulga a todos los que, como los luteranos, sólo consideren la conmemoración como un sacrificio de acción de gracias, no propiciatorio:

Can. 1. Si alguno dijere que en el sacrificio de la Misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio, o que el ofrecerlo no es otra cosa que dársenos a comer Cristo, sea anatema.
Can. 2. Si alguno dijere que con las palabras: Haced esto en memoria mía [Le. 22; 19; 1 Cor. 11, 24], Cristo no instituyó sacerdotes a sus Apóstoles, o que no les ordenó que ellos y los otros sacerdotes ofrecieran su cuerpo y su sangre, sea anatema.
Can. 3. Si alguno dijere que el sacrificio de la Misa sólo es de alabanza y de acción de gracias, o mera conmemoración del sacrificio cumplido en la cruz, pero no propiciatorio; o que sólo aprovecha al que lo recibe; y que no debe ser ofrecido por los vivos y los difuntos, por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades, sea anatema.
Can. 4. Si alguno dijere que por el sacrificio de la Misa se infiere una blasfemia al santísimo sacrificio de Cristo cumplido en la cruz, o que éste sufre menoscabo por aquél, sea anatema.
Can. 5. Si alguno dijere ser una impostura que las Misas se 952 celebren en honor de los santos y para obtener su intervención delante de Dios, como es intención de la Iglesia, sea anatema.

Lo peor del uso desviado que Lutero hacía de la palabra “conmemoración” (anamnesis, o, en alemán, “memoria real” Realgedächtnis) es que eliminaba de él el aspecto sacrificial de la eucaristía al modo católico, desnudándolo de su aspecto renovador de aquel sacrificio original. Y al no haber sacrificio en la Eucaristía Lutero pensaba que el “recuerdo” o la “conmemoración” se realizaba en otras formas de manifestarse la presencia de Cristo en la Misa, a decir: en la liturgia de la Palabra o en la comunidad (punto 152). Lo que el Documento no dice es que esas presencias no son “presencia real”, no son su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, sino una presencia espiritual, distinta. Y, además, se trata de otra forma de presencia que la Iglesia católica ya valoraba desde el comienzo en el canon romano de la misa, por lo que no cabe decir, como dice el Documento que “A la luz del carácter inefable del misterio de la eucaristía, los católicos han aprendido a revalorizar diversas expresiones de la fe en la presencia real de Jesucristo en el sacramento”; esto es totalmente falso: primero, porque esas otras manifestaciones, como decimos, no son presencia real, como atrevidamente dice el texto, y, segundo, porque es la Iglesia católica precisamente la que siempre valorizó la liturgia de la Palabra y el aspecto comunitario, eclesial, de la asamblea eucarística, como cuerpo místico de Cristo.

Igualmente atrevida y falaz es la proclamación que hace el número 153 del Documento:

“La pregunta por la realidad de la presencia de Jesucristo en el sacramento de la Cena del Señor no es asunto de controversia entre católicos y luteranos”

De nuevo el Documento quiere confundir, buscando una verdad mínima, en la que no se reconoce la Verdad católica: que ambos, católicos y luteranos, creemos en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Además, decir que ellos creen en la “presencia real” de Cristo en la Eucaristía es puro nominalismo. Para ellos la presencia real se produce en la liturgia de la palabra o en la comunidad, y ni siquiera ya en la Eucaristía, como a ellos les gusta reconocer para equivocar a los católicos ingenuos, no. Lutero creía en una presencia espiritual de ese cuerpo, sangre, alma y divinidad, no física, no material, no sustancial, no real, ya que al mantenerse intactas la sustancia del pan y del vino, con su medida, peso y volumen invariables, se desaloja cualquier presencia real y física de Cristo, convirtiéndose su “presencia real” en una entelequia irresoluble, cuya explicación Lutero no puede ni quiere expresar. ¿Y esto no es una controversia, a decir del Documento, entre católicos y luteranos? ¡Por Dios!, ¿¡estamos locos!?

Cuando los luteranos piensan que al pan y al vino se le añade una nueva forma de presencia real (en realidad espiritual) que se une o adosa a los mismos no pueden hablar con propiedad (como hace el punto 153 in fine) de que estén comiendo el cuerpo, sangre, alma o divinidad, aunque lo repitan mil veces, ni tampoco pueden decir que hay una “modificación”, según la tradición griega. Porque modificación, en sentido católico, implica una transformación de la materia, no una mera adición a la materia misma, en cuyo caso lo que se modifica no es la materia. Adicionar no es modificar lo preexistente.

Y como esa “presencia” de Cristo en la Eucaristía, para Lutero, era puramente espiritual, es por lo que negaba que Cristo siguiera presente bajo las especies del pan y del vino tras la ceremonia de la misa. Y es por ello por lo que ellos consumen todos los restos de su “Cena del Señor” o simplemente los guardan en un cajón para que sirvan en la siguiente. ¿Es eso realmente “respetuoso”, como señala el punto 156 del Documento? Desde la Verdad, es decir, desde la Iglesia católica, eso sería impensable en nuestra liturgia: Cristo permanece en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad bajo las especies, indefinidamente, hasta que son consumidos o las especies desaparecen. El Documento indica, además, con todo atrevimiento, que hay que advertir a los católicos que “la práctica de la adoración de la Eucaristía no contradice la convicción común del carácter de cena de la Eucaristía”. ¿Advertir a los católicos? ¿La adoración eucarística confrontada con la “cena”? ¿De qué estamos hablando? ¿Se quiere decir aquí que la Eucaristía es una mera cena, y que, por tanto, no se debe apoyar, fomentar o adorar a Cristo eucarístico porque, si no, borramos la vertiente de banquete? Se trata ésta de una aporía totalmente falsa: ningún católico deja de querer la misa ni de darle su mayor importancia por el hecho de adorar a Cristo en su Eucaristía, antes al contrario. Es justamente porque los católicos sabemos que bajo la apariencia de pan y de vino se encuentra el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad reales de Cristo por lo que luego seguimos adorándola fuera de nuestro cuerpo, en la custodia, como ser exento y supremo de la propia ceremonia de la misa.

Otra traición a la revelación, sin duda, lo consuman los puntos 157 a 159 del Documento, donde se dice que el sacrificio de Cristo en el Calvario “no puede ser continuado, ni repetido”. Falso de toda falsedad. Los católicos no representamos un sacrificio nuevo al del Calvario sino que continuamos representándolo, y lo repetimos, incruentamente, cada vez que se celebra una Misa. Con estas palabras ambiguas, una vez más, el Documento parece querer imputarnos la idolatría de sacrificar a Cristo, de forma nueva, en nuestros altares. No. Los católicos sabemos perfectamente que nuestra eucaristía no añade ni complementa aquel sacrificio original, como sabemos, en contra de lo que dice el Documento, que tampoco supone un hacer efectivo el sacrificio de Cristo “en medio de la congregación”. El sacrificio no se renueva en medio de la asamblea o de la congregación, sino sobre el Altar, donde el sacerdote, al consagrar, se convierte él mismo en Cristo, muriendo en la Cruz, y, al tiempo, ofreciéndole al Padre el sacrificio inmaculado de su Hijo, segunda persona de la Santísima Trinidad y Dios él mismo, que se nos devuelve en forma de Cuerpo y Sangre del Señor, por el poder transformador del Espíritu Santo, el mismo que aleteaba sobre las aguas para hacer surgir la vida (Génesis 1, 2) y que, salido de la boca del Padre, insufló la vida a Adán (Génesis 2, 7).

santo-sacrificio-de-la-misa-1La Verdad católica sobre el carácter sacrificial continuado y actualizado del sacrificio eucarístico o la creencia luterana negándola se tratan como meras “interpretaciones” en el punto 157, in fine, como si fueran meros puntos de vista, de igual valor y en el mismo plano ¡¡!!

El punto 158 no tiene desperdicio, y es la quintaesencia de la tergiversación y de la ceremonia de la confusión que es todo este capítulo eucarístico del Documento. En aras de un consenso (elemento tan caro a la masonería), se renuncia, por parte de la Iglesia católica, a la proclamación de la Verdad limpia, neta, luminosa, rechazando las palabras del Espíritu Santo, por boca de San Pablo[20]. Dice así:

“El concepto de anamnesis ha ayudado a resolver el controvertido asunto de cómo poner el sacrificio de Jesucristo, suficiente de una vez por todas, en relación correcta con la Cena del Señor: «Al rememorar en la adoración las acciones salvíficas de Dios, estas mismas acciones se hacen presentes en el poder del Espíritu, y la congregación celebrante se une a los hombres y mujeres que anteriormente experimentaron estas mismas acciones de salvación. Este es el sentido en que se entiende el mandato de Cristo en la Santa Cena: en la proclamación con sus propias palabras de su muerte salvífica y en la repetición de sus propias acciones en la Cena, surge la “memoria” en la que la misma palabra y obra salvífica de Jesús se hace presente»”

Este pernicioso párrafo quiere convencernos de que la misa es simplemente recordar la cena del Señor y, en todo caso, si alguien tiene la intención de decir que lo que se recuerda, repitiéndolo, es el sacrificio de Cristo en el Calvario, que habría que decir que no, que eso no es así, que lo que se recuerda es el sacrificio en el Calvario, pero sin renovarlo, ni representarlo, ni continuarlo ni actualizarlo. ¿Es ésta la fe de la Iglesia? Evidentemente no.

Y remacha, tajantemente, con un párrafo herético: que lo que Cristo nos manda recordar es la proclamación de sus palabras en la última cena, y repetir sus palabras en la última cena (sin eficacia consagratoria transformadora, por supuesto), y que es esta especie de escenificación u obra teatral, al reiterarla, en la que se hace presente su Palabra y obra salvífica. Sencillamente demencial. Se nos viene a decir que Cristo se hace presente al repetir sus gestos y palabras en la última cena, como algo puramente exterior y teatral, negando, por tanto, su presencia real, tras la transubstanciación que sigue a las palabras consagratorias. La Eucaristía deviene así transfinalización o transignificación, como gustan en decir los protestantes modernos, y nunca transubstanciación.

El número 159 no le va a la zaga en indefinición: llama a la cena del Señor una “comida”, y niega que la “Cena del Señor” sea la repetición del evento de la Cruz. La ambigüedad es máxima: si por repetición se quiere entender que Cristo vuelve a sacrificarse en la misa como lo hizo en el Calvario, es evidente que no es así. Pero mucho me temo que, en este ambiente falsamente ecuménico y melifluo el lenguaje no sea banal, sino que se rechaza la renovación real, su repetición, incruenta, del sacrificio original de Cristo. Y esto es precisamente lo que se dice en una frase truculenta, digna del mismo Lutero:

“La forma litúrgica de la comida santa debe, sin embargo, dejar de lado todo lo que pueda dar la impresión de repetición o completamiento del sacrificio en la cruz. Si la comprensión de la Cena del Señor como recuerdo real se toma en serio de manera coherente, las diferencias en la comprensión del sacrificio eucarístico son aceptables para católicos y luteranos.”

Sin aparente empacho ni vergüenza se le llama a la eucaristía “comida santa” y se rechaza cualquier aspecto litúrgico en el que se repita el sacrificio de Cristo. Entonces, ¿cómo debe entenderse la oración de los fieles cuando decimos en la misa: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven señor Jesús”? O cuando decimos «El Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia». Digámoslo claramente: este deletéreo Documento busca negar el carácter sacrificial de la liturgia, dejándola en una mera cena, y no en la cena del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo, sino en la cena del pan y del vino, a la que se añade una abstracta e inaccesible presencia espiritual de Cristo.

La frase final de este párrafo es venenosa: “Si la comprensión de la Cena del Señor como recuerdo real se toma en serio de manera coherente, las diferencias en la comprensión del sacrificio eucarístico son aceptables para católicos y luteranos.”. Es decir, nosotros, los pobres católicos, hemos comprendido incorrectamente la misa hasta que llegó Lutero a iluminar con su inteligencia la dimensión verdadera del sacrificio eucarístico, pues no deberíamos concebirlo como renovación, reiteración, continuación o actualización del sacrificio original sino como mero “recuerdo real” del mismo, como un “hacer memoria”, un simple “recordar” (llevar el corazón al hecho original), de lo que ocurrió en la Cena o en el Calvario. Se niega así, por tanto, que la misa suponga la repetición y realización real del sacrificio de Cristo, se niega lo que tantas veces nos dijo el padre San Pío de Pietrelcina sobre la misa, que la consagración “es místicamente, la crucifixión del Señor“[21].

  1. HACIA LA DESACRALIZACIÓN DE LA EUCARISTÍA

Retrotraigámonos a hace dos mil años. Ya en vida de Cristo los judíos fariseos se negaron a creer en la transubstanciación. Recordemos el dramático pasaje del pan de vida, cuando muchos judíos, al oírle, le abandonaron:

“47 En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. 48 Yo soy el pan de la vida. 49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; 50 este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. 51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» 52 Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» 53 Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. 57 Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. 58 Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.» 59 Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm. 60 Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?»”

Desde entonces hasta ahora han sido muchos los movimientos heréticos que han negado la transubstanciación, algunos de ellos antes que Lutero, como comentamos arriba. Y eso no es casualidad. Porque negar la transubstanciación es negar, en suma, el dogma de la fe, el corazón de la Iglesia, que vive de la Eucaristía. En el punto 10 de la magnífica Encíclica “Ecclesia de Eucharistia”, de Juan Pablo II, se denuncia justamente lo que el Documento que comentamos pretende:

“También por eso, aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun siendo generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe. ¿Cómo no manifestar profundo dolor por todo esto? La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones.”

Y en su punto 30 se advierte también:

“Los fieles católicos, por tanto, aun respetando las convicciones religiosas de estos hermanos separados, deben abstenerse de participar en la comunión distribuida en sus celebraciones, para no avalar una ambigüedad sobre la naturaleza de la Eucaristía y, por consiguiente, faltar al deber de dar un testimonio claro de la verdad. Eso retardaría el camino hacia la plena unidad visible. De manera parecida, no se puede pensar en reemplazar la santa Misa dominical con celebraciones ecuménicas de la Palabra o con encuentros de oración en común con cristianos miembros de dichas Comunidades eclesiales, o bien con la participación en su servicio litúrgico. Estas celebraciones y encuentros, en sí mismos loables en circunstancias oportunas, preparan a la deseada comunión total, incluso eucarística, pero no pueden reemplazarla.”thumbnail_senora-todos-los-pueblos-amsterdam

La misma Virgen nos ha advertido a tiempo y a destiempo de que el ataque final del Demonio a la Iglesia será a la Eucaristía. En Garabandal, en su segundo mensaje, la Virgen dijo que “A la eucaristía se le da cada vez menos importancia…” y lo une a los tiempos apocalípticos, al fin de los últimos tiempos, a la gran apostasía de la Iglesia.

También nuestra Madre, en sus apariciones en Amsterdam, aprobadas por la Iglesia, nos advirtió de que vendrían falsas doctrinas, sobre todo sobre la eucaristía:

“Por el Señor a la Señora, por la Señora de todos los Pueblos al Señor de todos los Pueblos. La relación permanecerá. Advierte al clero sobre las doctrinas erróneas, sobre todo respecto a la Eucaristía. Transmite esto al sacristán. Dile que la Señora le pide que te conduzca al Sumo Pontífice. Te repito que reces mucho pidiendo buenos sacerdotes y por la conversión de los pueblos. Pero…”. (Mensaje de 31 de mayo de 1958)[22].

Al Padre Stefano Gobbi, fundador, por indicación de la Virgen, del Movimiento Sacerdotal Mariano (al que pertenecía el mismo Juan Pablo II y del que es su patrón), en revelaciones que cuentan con imprimátur, la Virgen María le avisaba proféticamente de estos tiempos:


thumbnail_portadalibrol“La Santa Misa es el sacrificio perpetuo, la oblación pura que es ofrecida al Señor en todas partes desde la salida del sol hasta el ocaso.

 El sacrificio de la Misa renueva el llevado a cabo por Jesús en el Calvario.

Acogiendo la doctrina protestante, se dirá que la Misa no es un sacrificio, sino tan sólo la santa cena, esto es, el recuerdo de lo que Jesús hizo en su última cena.

 Y así será suprimida la celebración de la Santa Misa. En esta abolición del sacrificio perpetuo consiste el horrible sacrilegio, llevado a cabo por el Anticristo, el cual durará tres años y medio, es decir, mil doscientos noventa días” (Mensaje de 31 de diciembre de 1992)

Ana Catalina Emmerick, proclamada beata por Juan Pablo II, profetizaba al respecto:

“Vi también en Alemania a eclesiásticos mundanos y protestantes iluminados manifestar deseos y formar un plan para la fusión de las confesiones religiosas y para la supresión de la autoridad papal. (AA.III.179)

¡… y este plan tenía, en Roma misma, a sus promotores entre los prelados! (AA.III.179)thumbnail_29628_los_cardenales_alemanes_walter_kasper__izquierda__y_reinhard_marx__presidente_de_la_conferencia_episcopal_alemana

Ellos construían una gran iglesia, extraña y extravagante; todo el mundo tenía que entrar en ella para unirse y poseer allí los mismos derechos; evangélicos, católicos, sectas de todo tipo: lo que debía ser una verdadera comunión de los profanos donde no habría más que un pastor y un rebaño. Tenía que haber también un Papa pero que no poseyera nada y fuera asalariado. Todo estaba preparado de antemano y muchas cosas estaban ya hechas: pero en el lugar del altar, no había más que desolación y abominación. (AA.III.188)”

Veo los enemigos del Santísimo Sacramento que cierran las Iglesias e impiden que se le adore, acercarse a un terrible castigo. Yo los veo enfermos y en el lecho de muerte sin sacerdote y sin sacramento (AA.III.167)”.thumbnail_ak-emmerick

En las apariciones de la Virgen a Bruno Cornacchiola, protestante y comunista, que odiaba a la Virgen y preparaba el asesinato de Pío XII, la Virgen se le aparece bajo la advocación de “Virgen de la Revelación (Apocalipsis)” y le cuenta cómo hay un plan para desacralizar la eucaristía. El propio Pío XII apoyó entusiásticamente estas apariciones y su mensaje principal, de 1947, sirvió de acicate para que proclamara, pocos años después, el dogma de la Asunción. Pues bien, el 31 de diciembre de 1990 la Virgen le confió a Bruno lo siguiente:

“falsos profetas, que intentan con todos los medios envenenar las almas, cambiando la doctrina de Jesús, mi Hijo amado, en doctrinas satánicas; ¡y quitarán el sacrificio de la cruz que se repite sobre los altares del mundo! Estos envenenadores quitarán los medios de la salvación; y han penetrado ya en la luz de la Iglesia, que es divina, que se apoya sobre mi Hijo, piedra angular, y esta piedra la ha puesto sobre las espaldas de Pedro y de los apóstoles”

Y aquí, en este otro mensaje, de 13 de marzo de 2000:

“Hijos míos, la salvación no es reunir a todas las religiones para hacer un amasijo de herejías y errores sino para convertirles por la unidad del amor y de la fe. No se puede constituir una iglesia, porque la Iglesia ya está constituida, para coger el arrepentimiento que existe en el error y en la herejía. Los hombres deben vivir la Iglesia y no la Iglesia vivir de ellos. Los hombres deben ser persuadidos de la verdad. Si vosotros titubeáis u os despojáis de la Verdad, y dejáis de tener olor a sacerdote y perdéis la sustancia de la doctrina ninguno os escuchará más, sino que, abandonarán la Iglesia para irse a asambleas de cuevas heréticas e idolátricas…. Yo soy Madre de la Iglesia. No cambiéis la doctrina sino cambiad vuestros corazones para vivir dicha doctrina para vuestra salvación y la del prójimo, que espera paciente vuestro retorno a la fuente pura del Evangelio”..

Y en su Mensaje principal, de 12 de abril de 1947 deja ver que llegará un momento en que se suprimirá la Eucaristía:thumbnail_madonna-tre-fontane

“… recostaos con más fervor en el sacramento viviente entre vosotros, la Eucaristía, que será un día desacralizada y no creía más la presencia real de mi Hijo… La ira de Satanás no se contiene más; el Espíritu de Dios se retirará de la Tierra, la Iglesia será dejada viuda, la sotana tirada al suelo, a merced del mundo…”[23].

Mucho me temo que la intercomunión de los luteranos pueda darse ya en Lund el 31 de octubre o en este Adviento. Francisco acaba de reemplazar a los 27 miembros de la Prefectura del Culto Divino y de los Sacramentos, dejando solo y aislando al Card. Robert Sarah[24]. Pero también su Excelencia el Card. Sarah pidió hace unos meses que, desde este Adviento, los sacerdotes celebrasen ad orientem, como siempre hizo la Iglesia, ya que el centro de la liturgia es Dios, no el pueblo, y porque es del Oriente que esperamos su Venida, como indica Cristo en Mateo 24, 27. Vemos aquí y ahora las dos fuerzas opuestas, las de Dios y la del mundo, que luchan denodadamente en el mismo campo y en el mismo tiempo. No es casualidad que Sarah pidiera este cambio, que no necesita permiso del obispo, para estos tiempos. Quizás sabía ya lo que se nos venía encima[25]. También el Card. Burke ha advertido recientemente del pecado gravísimo que es permitir la intercomunión[26].

Y es que la palabra transubstanciación no es una palabra gratuita. No sólo describe sin ambages la realidad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía sino que también describe la doctrina de San Agustín de que, al comulgar, no es el hombre el que asimila a Cristo, sino Cristo el que asimila al hombre que le recibe en gracia de Dios, transformándole[27]. Y también la Iglesia queda, de alguna forma, transubstanciada pues el sacrificio ofrecido por el sacerdote la purifica y la santifica en la medida en que los fieles estén en gracia de Dios pues aprovecha a muchos (Catecismo, número 1369). Y, en última instancia, como recordó hace poco Benedicto XVI en su breve pero intensa intervención ante Francisco con motivo de su 65º aniversario de ordenación sacerdotal, en la que resonaron como una trompeta las palabras “Eucaristía” (Eucharistomen), “transubstanciación” y “pan de vida”[28].

La Eucaristía une más perfectamente a los integrantes de la Iglesia, y sólo a nosotros, no a los que no creen en las enseñanzas de la Iglesia católica ni a los que no creen en la transubstanciación de las especies eucarísticas. Por eso no pueden comulgar los protestantes, ya que no están en comunión con la Iglesia. Recordemos lo que dice el Catecismo # 1396 y 1400:

(1396) La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (Cf. 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: «El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan» (1 Co 10,16- 17).

(1400) Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia católica, «sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico» (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales «al conmemorar en la Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa» (UR 22).

 

  1. CONCLUSIÓN
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Bergoglio sustentando el libro de las 95 tesis, que le fuera entregado por los luteranos en el encuentro ecuménico celebrado este 13 de octubre en el Vaticano.

Lutero ha sido, probablemente con Arrio, el mayor hereje de la historia de la Iglesia. Su obstinación en el error, después de ser advertido por el Papa, le hizo caer en el pecado contra el Espíritu Santo[29] e incurrir en cisma[30]. Fue excomulgado por la Iglesia.

Lutero no ha sido un reformador, sino un destructor. Combatió con todas sus fuerzas contra la doctrina de la Iglesia Católica[31], no contra sus supuestos abusos pastorales. Arrasó con la Biblia, dejándola a merced del libre examen, e interpretándola él a su modo personal y herético. Se llevó por delante la sucesión apostólica, el sacerdocio ministerial, los obispos y sacerdotes, la doctrina de Padres y Concilios. Eliminó la Eucaristía, en cuanto sacrificio de la redención. Destruyó la devoción y el culto a la Santísima Virgen y a los santos, los votos y la vida religiosa y la ley eclesiástica. Dejó en uno y medio los siete sacramentos. Afirmó, partiendo de la corrupción total del hombre por el pecado original, que «la razón es la grandísima puta del diablo, una puta comida por la sarna y la lepra». Negó la libertad del hombre (1525, De servo arbitrio), estimando que «lo más seguro y religioso» sería que el mismo término «libre arbitrio» desapareciera del lenguaje. Como lógica consecuencia, negó también la necesidad de las buenas obras para la salvación. En fin, con sus «respuestas correctas», según escribe un autor de hoy, destruyó prácticamente todo el Cristianismo[32].

Los teólogos católicos del tiempo de Lutero rechazaron sus tesis, ganándose de su parte los calificativos previsibles. También todos los santos de la época: San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Carlos Borromeo, San Francisco de Sales, San Juan de la Cruz, etc. La Facultad de París, que se le opuso, fue calificada por el heresiarca como “la sinagoga condenada del diablo, la más abominable ramera intelectual que ha vivido bajo el sol”. Y los teólogos de Lovaina, por su parte, eran “asnos groseros, puercos malditos, panzas de blasfemias, cochinos epicúreos, herejes e idólatras, caldo maldito del infierno”. No es de extrañar que, pensando así, rechazara Lutero la proposición que le hizo Carlos V en Worms para que discutiera sus doctrinas con los más prestigiosos teólogos católicos. “¿A quién puede interesarle discutir con cerdos endemoniados?”. Los insultos de Lutero abarcaban a todo el orbe[33].

En los últimos tres años, desde octubre de 2013 (fecha del tenebroso Documento que hemos comentado), y, sobre todo, en los últimos meses, los católicos estamos asistiendo, asombrados, a todo un proceso de limpieza de su imagen, haciéndole pasar por reformador, por médico de la Iglesia que le dio una medicina a la misma, como inventor de la auténtica doctrina de la justificación (en contra de la bimilenaria de la Iglesia católica), e incluso queriéndosele hacer pasar por santo (como buen reformador de la Iglesia). Hemos asistido, también, a la aprobación de una serie de Documentos ecuménicos, en los que se ha llegado a un falso consenso católico-luterano sobre la presencia real de Cristo en la eucaristía, en los que se ha ido conformando una opinión favorable a los “dones de la reforma” de Lutero, e incluso una liturgia de oración compartida para celebrar su quinto centenario (que tendrán mañana en Lündt su proemio)  Y este proceso teológico ha sido acompañado por gestos, entrevistas “espontáneas” y de hechos consumados, que apoyan un paso decisivo hacia una unión más completa con la Iglesia luterana, no basada en la Verdad sino en un espúreo compromiso que rebaja el dogma católico: así, hemos presenciado al espectáculo de ver a Francisco hablando de los católicos y protestantes, diciendo que ninguna de las dos confesiones tenía la verdad sino que ambas son caras del mismo poliedro[34]; animando a una mujer luterana, Anke de Bernardinis,  casada con un católico, ante su demanda de poder comulgar, a que lo hiciera, diciéndole “Vai avanti”[35]; le hemos visto bromear con luteranos a los que les advertía que, antes, los católicos les quemábamos en la hoguera (omitiendo los miles de mártires que el protestantismo produjo en toda Europa[36]); hemos visto recibir la comunión a varias ministras luteranas en la Basílica del Vaticano[37]; visto cómo en un acto de peregrinación luterana a Roma se ha entronizado una estatua roja de Lutero en el Aula Pablo VI, mientras el mismo Francisco sonreía mientras le daban una versión comentada de las 95 Tesis de Lutero; hemos leído cómo Francisco justificaba la herejía valdense (la diversidad, querida por el Espíritu Santo[38]); escuchado, estupefactos, cómo el mismo Francisco nos indicara que no es lícito convencer de tu fe a los demás[39] (cuando BXVI avisó en 2014 que el diálogo no puede reemplazar la misión[40]); visto cómo el Vaticano dio el visto bueno a que una plaza de Roma fuese dedicada a Martín Lutero[41], etc. A las vista de las expectativas creadas, los mismos protestantes esperan que Francisco abra la mano a más reformas contrarias al Magisterio católico[42]. ¿Qué podemos esperar? No juzgamos, nos limitamos a discernir hechos tal y a velar tal y como nos advirtió Cristo[43].thumbnail_bergoglio-luterano-2

Tantas cosas no pueden ser casuales ni inconexas. Tras desentrañar el sentido profundo de la mens de los autores del Documento que hemos comentado, creemos, tristemente, que se pretende convertir la misa en una mera “conmemoración”, quitándole su carácter sacrificial, negando la transubstanciación y sustituyéndola por una cena o comida santa, que haga de la misa un mero memorial o memoria real de la cena del Señor, apetecible para que los luteranos vengan a comulgar a nuestras misas católicas o, lo que es peor, crear una liturgia mixta luterano-católica o católica-luterana en la que todos comulguen indistintamente, eliminado el katejon necesario para la unión de las Iglesias católica y luterana, que es la Eucaristía. No por casualidad, el título del Documento es oscuro pero revelador, a la luz de esta intención descrita. Subrayamos en negrita las dos palabras clave:

DEL CONFLICTO A LA COMUNIÓN. CONMEMORACIÓN CONJUNTA LUTERANO-CATÓLICO ROMANA DE LA REFORMA EN 2017.

El ecumenismo es bueno si es un verdadero ecumenismo, según el cual es necesario llamar y convertir a los cristianos no católicos a la Verdad plena de la Iglesia católica. Y es malo y mentiroso cuando se trata de conseguir una falsa unión (que no unidad) a costa de rebajar y aguar la doctrina, despojándola de sus dogmas (sobre todo de la Eucaristía como transubstanciación) para hacerla asumible para las demás confesiones. Ante este dilema la Iglesia tiene ante sí dos caminos posibles: uno agradable a Dios y otro aborrecible. O proclamar con toda claridad la fe católica, aunque ello moleste a esas otras confesiones, con la esperanza que, al evangelizarles y convencerles, se adhieran a la única Iglesia constituida por Cristo, la católica, apostólica y romana. O difuminar falazmente las diferencias esenciales que nos separan, comprometiendo la Verdad, uniéndonos en yugo desigual con el error, lo que supondría, nada menos, que una adulteración de la fe católica, al precio de la apostasía. Desgraciadamente, nos tememos que el camino emprendido por la Iglesia en estos últimos tres años y medio sea éste último. Y a los hechos y documentos aquí comentados me remito.

¿Habrá pronto una intercomunión o una liturgia compartida que se llame “Conmemoración”, quitando las palabras de la consagración y, por tanto, la  transubstanciación? Si esto se pretendiera y, como me temo, finalmente se realizara, estaríamos, nada menos, que ante la Profecía de Daniel de la supresión del sacrificio perpetuo (antitypo de la supresión de los sacrificios llevada a cabo por Antíoco IV Epífanes en Judea), y quien la llevara a cabo sabemos que será el Hombre de Iniquidad. Son palabras mayores. Nos encontraríamos, de bruces, en el fin de los últimos tiempos, con una Iglesia cayendo en la gran apostasía que precede al surgimiento del que se opone a Cristo (2 Tesalonicenses 2, 3-5).

Como buenos católicos, oremos por Francisco, para que sea fiel a la Verdad, por la Iglesia, para que no caiga aún en la apostasía, y por nosotros, para que, por mediación del Espíritu Santo, proclamemos sin temor ante todos la fe en la transubstanciación, a tiempo y a destiempo, usquem sanguinem. Que María Santísima, debeladora de todas las herejías, nos proteja. Y tengamos siempre en mente las palabras de Pedro en Hechos 5, 29-31:

“¡Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres! —respondieron Pedro y los demás apóstoles—. El Dios de nuestros antepasados resucitó a Jesús, a quien ustedes mataron colgándolo de un madero. Por su poder, Dios lo exaltó como Príncipe y Salvador, para que diera a Israel arrepentimiento y perdón de pecados”

Quiero acabar con unas palabras que no sean mías, sino de un santo de nuestro tiempo.

«Si se le quita la Transustanciación a la Misa… Esta palabra es de una importancia capital, porque al suprimirla se omite la presencia real y deja, por tanto, de haber víctima. ¡No dejes de emplear esa palabra! ¡Transubstanciación! Los niños no la entenderán y tú tampoco, pero no importa: ¡Empléala! ¡Empléala! No sólo molesta a los nuevos herejes… Al que molesta mucho más es al demonio.»

(San Josemaría Escrivá de Balaguer, Tertulia 16-VI-1971)

¡Ven Señor Jesús! (Apoc 22, 20)

Antonio José Sánchez Sáez.

Versión para descargar e imprimir: Hacia la desacralización final de la Eucaristía.pdf


[1]http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/chrstuni/lutheran-fed-docs/rc_pc_chrstuni_doc_2013_dal-conflitto-alla-comunione_sp.pdf

[2] Un simple vistazo por su web (https://gcloyola.com/es/1_salterrae) pone los pelos de punta, pues, en primera página, se aprecian libros de los heréticos Enzo Bianchi (el ecumenista radical de la Comunidad de Bose nombrado por Francisco como consultor del Pontificio Consejo para la Unidad de los cristianos, partidario de la unión a toda costa con los protestantes y admirador de Hans Küng), Anselm Grün (apóstata que niega la divinidad de Cristo y especializado en la mezcla de las espiritualidades orientales con su falso catolicismo), el Card. Gianfranco Ravasi (quien llamó “queridos hermanos” a los masones en una controvertida carta dirigida al masónico Diario ilSole24 ore y a quien se le ha visto celebrando rituales paganos a la Pacha mama en Bolivia), el Card. Kasper, responsable y promotor de la comunión a los adúlteros impenitentes (y alabado por Francisco) o algunas obras sobre la espiritualidad de ¡Harry Potter!

[3] Como reza el Documento “Preparativos para la conmemoración del 500 aniversario de la Reforma”(https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2016/06/01/reforma.html), de 1 de junio de 2016.

[4]https://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2016/june/documents/papa-francesco_20160626_armenia-conferenza-stampa.html

[5] Predicación de D. Rainiero Cantalamessa, 25 de marzo de 2016, ¡viernes santo!, en San Pedro de Roma. http://es.radiovaticana.va/news/2016/03/25/%C2%A1no_fue_la_muerte_sino_el_amor_el_que_nos_ha_salvado!_/1218122

[6] http://infocatolica.com/blog/reforma.php/1603310952-370-elogiando-a-lutero-1-cant

[7]http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19631204_sacrosanctum-concilium_sp.html

[8]  Tomás Cranmer, Arzobispo católico de Canterbury, hizo lo propio en Inglaterra. Odiaba con toda su alma la teología católica de la misa por virtud del sacerdocio sacrificador y la víctima ofrecida en sacrificio. Por supuesto, negaba la doctrina de la transubstanciación, es decir, que el pan y el vino se transforman, en la consagración, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Toda su liturgia reformada iba dirigida a desacralizar la eucaristía y a presentarla como una cena.

[9] No fue el Concilio el que promovió la misa coram populum, ni quitar los reclinatorios, ni las adoraciones perpetuas, ni la devoción del rosario, ni sacar el Sagrario del centro del ábside central, ni la comunión en la mano, ni la retirada de los confesionarios, ni el quitar las estatuas de santos y vírgenes de las Iglesias, sino la fuerza de los hechos consumados, que acababa imponiéndose al pueblo llano en aras de los “nuevos aires” que venían desde Roma, a pesar de que esos aires nunca fueron inconoclastas ni rupturistas con la tradición, como decían ser. Puede que esos aires vinieran de Roma, pero no del Papa, sino de algunos que le rodeaban, muchos de ellos masones, como hemos sabido después por la lista Pecorelli.

[10] Las palabras de la institución de la Eucaristía fueron “Et accipiens calicem, gratias egit et dedit illis dicens: “Bibite ex hoc omnes: hic est enim sanguis meus novi testamenti, qui pro multis effunditur in remissionem peccatorum”. Lutero se quedó sólo con el sentido literal de la palabra “testamento”, pero su sentido profundo y profético remite al mandato de Cristo a sus herederos, los apóstoles y discípulos, de celebrar la Eucaristía cada día, en renovación de su sacrificio en la Cruz. E igualmente malinterpretó, contrariamente al Magisterio de la Iglesia, la palabra “conmemoración” (Et accepto pane, gratias egit et fregit et dedit eis dicens: “Hoc est corpus meum, quod pro vobis datur. Hoc facite in meam commemorationem”) porque la conmemoración no es un mero recuerdo de la cena sino del sacrificio de Cristo en la Cruz, renovándolo en cada misa.

[11] http://infocatolica.com/blog/praeclara.php/1610280228-ila-transustanciacion-no-es-e

[12] Catecismo de la Iglesia, número 1390: “Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. «La comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico» (IGMR 240). Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales.”

[13] Palabras de Lutero: “El elemento principal de su culto, la Misa, es la mayor de las impiedades y abominaciones; hacen de ella un sacrificio y una obra de bien…” “…La Misa no es un sacrificio, o la acción de un sacrificador. Veamos en ella un sacramento o un testamento. Llamémosla bendición, eucaristía o memoria del Señor” (Fuentes: Lutero, De votis monasticis judicium (1521), (t. VIII, p. 651, Lutero, Sermón del 1er domingo de Adviento (t. XI, p. 774). Y estas otras: “El Santo Sacramento no fue instituido como un sacrificio ofrecido por el pecado, sino para despertar nuestra fe y consolar las consciencias” (Fuente: Lutero, Confesión de Hanugsburgo, art. XXIV: de la Misa).

[14] “Cuando la Misa sea trastornada, estoy convencido de que habremos tornado definitivamente al papismo. Efectivamente, el papismo se apoya en la Misa como sobre una roca, todo entero, con sus monasterios, obispados, colegiatas, altares, ministerios y doctrinas, en una palabra, con todo su vientre. Todo eso crujirá necesariamente cuando sea resquebrajada su Misa sacrílega y abominable… Hay que derribar la Misa para herir a la Iglesia católica en su corazón”. (Fuente: Lutero, De captivitate Babylonis).

[15] Hay un verdadero y un falso ecumenismo. El falso ecumenismo consiste en el afán de buscar una unión con las demás Iglesias al precio de la Verdad, rebajando la Iglesia católica sus creencias y dogmas para facilitarlo. Es decir, fomenta una falsa mezcla (adulteración, sería la palabra exacta) de los católicos con otras denominaciones, al precio de la apostasía. El verdadero ecumenismo consiste en buscar la unidad de los cristianos, esto es, evangelizar y convencer a los cristianos fuera de la Iglesia católica a abrazar la Verdad de la única Iglesia verdadera, la católica, fundada por Cristo. Algo nos dice de esto la Encíclica Mortalium Animos, de Pío XI: “Recordemos lo que siempre enseñó la Iglesia Católica: “Podrá parecer que dichos “pancristianos”, tan atentos a unir las iglesias, persiguen el fin nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos. Pero, ¿cómo es posible que la caridad redunde en daño de la fe? Nadie, ciertamente, ignora que San Juan, el Apóstol mismo de la caridad, el cual en su Evangelio parece descubrirnos los secretos del Corazón Santísimo de Jesús, y que solía inculcar continuamente a sus discípulos el nuevo precepto Amaos unos a los otros, prohibió absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no profesasen, íntegra y pura, la doctrina de Jesucristo: Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, y ni siquiera le saludéis (Juan; 2, 10.). Siendo, pues, la fe íntegra y sincera, corno fundamento y raíz de la caridad, necesario es que los discípulos de Cristo estén unidos principalmente con el vínculo de la unidad de fe”. “Bien claro se muestra, pues, Venerables Hermanos, por qué esta Sede Apostólica no ha permitido nunca a los suyos que asistan a los citados congresos de acatólicos; porque la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo”. S.S. Pío XI, Carta Encíclica “Mortalium animos”, del 6 de enero de 1928.

[16] El Documento puede verse aquí: http://www.usccb.org/beliefs-and-teachings/ecumenical-and-interreligious/ecumenical/lutheran/upload/Declaration_on_the_Way-for-Website.pdf Un resumen, aquí: https://evangelizadorasdelosapostoles.wordpress.com/2015/10/30/declaracion-sobre-el-camino-catolicos-y-luteranos-lanzamiento-de-la-unidad-completa/

[17] https://www.lutheranworld.org/sites/default/files/dtpw-lrc-liturgy-2016_es.pdf

[18] http://adelantelafe.com/libro-oracion-comun-ensalzando-martin-lutero-la-reforma/

[19] El sentido correcto del “memorial” o “conmemoración” lo resume perfectamente el Catecismo, número 1382: “La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.”

[20] “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?” (2 Corintios 6:14-15)”

[21] Al padre Derobert, hijo espiritual del padre Pío, éste le explicó lo que era la misa: “Desde el comienzo de la Plegaria Eucarística hasta la Consagración nos encontramos ¡rápidamente! con Jesús en la prisión, en su atroz flagelación, su coronación de espinas y su camino de la cruz por las callejuelas de Jerusalén teniendo presento en el “momento” a todos los que están allí y a todos aquellos por los que pedimos especialmente. La Consagración nos da el Cuerpo entregado ahora, la Sangre derramada ahora. Es místicamente, la crucifixión del Señor. Y por eso el San Pío de Pietrelcina sufría atrozmente en este momento de la Misa. Nos reunimos enseguida con Jesús en la Cruz y ofrecemos desde este instante, al Padre, el Sacrificio Redentor. Es el sentido de la oración litúrgica que sigue inmediatamente a la Consagración. El “Por él, con él y en él” corresponde al grito de Jesús: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Desde ese momento el Sacrificio es consumado y aceptado por el Padre. Los hombres en adelante ya no están separados de Dios y se vuelven a encontrar unidos. Es la razón por la que, en este momento, se recita la oración de todos los hijos: “Padre Nuestro…..”. La fracción del Pan marca la muerte de Jesús….. La intinción, el instante en el que el Padre, habiendo quebrado la Hostia (símbolo de la muerte…) deja caer una partícula del Cuerpo de Cristo en el Cáliz de la preciosa Sangre, marca el momento de la Resurrección, pues el Cuerpo y la Sangre se reúnen de nuevo y es a Cristo vivo a quien vamos a recibir en la comunión.”. http://forosdelavirgen.org/10158/la-santa-misa-explicada-por-san-pio-de-pietrelcina/

[22] http://www.de-vrouwe.info/es/1945-1959/124-botschaft-1958

[23] Los mensajes de la Virgen en Tré Fontane, Roma, a Bruno Cornacchiola se han extraído del Libro «Il veggente», de Saverio Gaeta, Salani editore, Milano, 2016.

[24] Francisco ha nombrado a 27 nuevos miembros para la Congregación para el culto divino. Entre ellos hay diez cardenales, incluido el Secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, y el arzobispo de Valladolid, cardenal Ricardo Blázquez. También pasa a formar para del Dicasterio Mons. Piero Marini. Los cardenales Raymond Burke, Angelo Scola, George Pell, Marc Ouellet, Angelo Bagnasco, y Malcolm Ranjith dejan de pertenecer al Dicasterio. http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=27662

[25] https://www.aciprensa.com/noticias/cardenal-sarah-propone-importante-cambio-para-la-misa-desde-adviento-26493/

[26] http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=27658

[27] Doctrina ésta resumida en el Catecismo, numeral 1391: “La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: «Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él» (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: «Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí» (Jn 6,57)”.

[28] http://www.romereports.com/2016/06/28/discurso-del-papa-benedicto-al-papa-francisco

[29] El rechazo a pedir perdón y ser perdonado es pecado contra el Espíritu Santo, y por eso Lutero incurrió en él, tras persistir (hasta su suicidio) en el error, rechazando el arrepentimiento y el perdón que le ofrecía León X en la bula Exsurge Domine, que llevó a su excomunión. La Iglesia siempre ha entendido que el error deliberado y mantenido contra la Verdad es pecado contra el Espíritu Santo. Así lo decía el Catecismo de San Pío X. Cito: «Uno de los pecados contra el Espíritu Santo es Negar la verdad conocida como tal: ocurre cuando la persona se juzga “dueña de la verdad” y por eso no cree las verdades de fe por puro orgullo. Nótese que en este caso la persona no se confiesa porque haya que esta correcta y que no hay nada que confesar. ni considera el pecado de duda de las verdades de la fe o así mismo negar las verdades de la fe. la persona encuentra que esta correcta y que esa certeza es absoluta. considera que sabe más que la misma iglesia y con eso niega que el Espíritu Santo auxilia al sagrado magisterio de la iglesia”.

He aquí ese pecado de soberbia, que deja traslucir en muchos de sus escritos:
«Yo, el doctor Lutero, indigno evangelista de nuestro Señor Jesucristo, os aseguro que ni el Emperador romano […], ni el papa, ni los cardenales, ni los obispos, ni los santurrones, ni los príncipes, ni los caballeros podrán nada contra estos artículos, a pesar del mundo entero y de todos los diablos […] Soy yo quien lo afirmo, yo, el doctor Martín Lutero, hablando en nombre del Espíritu Santo». «No admito que mi doctrina pueda juzgarla nadie, ni aun los ángeles. Quien no escuche mi doctrina no puede salvarse».

[30] Palabras de Lutero: “ “toda la Iglesia del papa es una Iglesia de putas y hermafroditas”, y que el mismo papa es “un loco furioso, un falsificador de la historia, un mentiroso, un blasfemo”, un cerdo, un burro, etc., y que todos los actos pontificios están “sellados con la mierda del diablo, y escritos con los pedos del asno-papa””

[31] «Yo no impugno las malas costumbres, sino las doctrinas impías». Y años después insiste en ello: «Yo no impugné las inmoralidades y los abusos, sino la sustancia y la doctrina del Papado». «Entre nosotros –confesaba abiertamente–, la vida es mala, como entre los papistas; pero no les acusamos de inmoralidad», sino de errores doctrinales. Efectivamente, «bellum est Luthero cum prava doctrina, cum impiis dogmatis» (Melanchton).

[32] Padre José María Iraburu: http://infocatolica.com/?t=opinion&cod=1578

[33] Por lo demás, los insultos de Lutero tenían una extensión universal: las mujeres alemanas, por ejemplo, eran unas «marranas desvergonzadas»; los campesinos y burgueses, «unos ebrios, entregados a todos los vicios»; y de los estudiantes decía que «apenas había de cada mil uno o dos recomendables».

[34] En su visita a la Iglesia Pentecostal italiana (28 de Agosto de 2014) Francisco desarrolló su idea del ecumenismo como un poliedro: “Nosotros estamos en la época de la globalización, y pensamos en qué es la globalización y qué sería la unidad en la Iglesia: ¿tal vez una esfera, donde todos los puntos son equidistantes desde el centro, todos iguales? ¡No! Esto es uniformidad. Y el Espíritu Santo no construye uniformidad. ¿Qué figura podemos encontrar? Pensemos en el poliedro: el poliedro es una unidad, pero con todas las partes distintas; cada una tiene su peculiaridad, su carisma. Esta es la unidad en la diversidad. Es por este camino que nosotros cristianos realizamos lo que llamamos con el nombre teológico de ecumenismo: tratamos de que esta diversidad esté más armonizada por el Espíritu Santo y se convierta en unidad; tratamos de caminar en la presencia de Dios para ser irreprensibles; tratamos de ir a buscar el alimento que necesitamos para encontrar al hermano. Este es nuestro camino, esta es nuestra belleza cristiana. Me refiero a lo que mi amado hermano dijo al inicio.”. https://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2014/july/documents/papa-francesco_20140728_caserta-pastore-traettino.html

[35]https://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2015/november/documents/papa-francesco_20151115_chiesa-evangelica-luterana.html

[36] https://www.youtube.com/watch?v=k-8ahwAT5_k

[37] http://adelantelafe.com/luteranos-reciben-la-comunion-una-misa-san-pedro-roma/

[38]http://www.zenit.org/es/articles/el-papa-pide-perdon-a-la-iglesia-valdense-de-parte-de-la-iglesia-catolica

[39]https://es.zenit.org/articles/el-papa-asegura-que-el-proselitismo-es-el-veneno-mas-fuerte-contra-el-camino-ecumenico/

[40] Palabras de BXVI en octubre de 2014, a la Pontificia Universidad Urbaniana: “¿El diálogo puede sustituir a la misión? Hoy muchos, en efecto, son de la idea de que las religiones deberían respetarse y, en el diálogo entre ellos, hacerse una fuerza común de paz. En este modo de pensar, la mayoría de las veces se presupone que las distintas religiones sean una variante de una única y misma realidad, que ‘religión’ sea un género común que asume formas diferentes según las diferentes culturas, pero que expresa una misma realidad. La cuestión de la verdad, esa que en un principio movió a los cristianos más que a nadie, viene puesta entre paréntesis. Se presupone que la auténtica verdad de Dios, en un último análisis es alcanzable y que en su mayoría se pueda hacer presente lo que no se puede explicar con las palabras y la variedad de los símbolos. Esta renuncia a la verdad parece real y útil para la paz entre las religiones del mundo. Y aún así sigue siendo letal para la fe.”. http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=22284

[41] http://www.cbn.com/mundocristiano/elmundo/2015/August/Roma-dedica-plaza-a-Martin-Lutero/

[42]http://www.abc.com.py/internacionales/el-papa-es-una-esperanza-de-reforma-dicen-luteranos-de-suecia-1532023.html

[43] Marcos 14, 37.

About the author

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Antonio José Sánchez Sáez

Católico. Padre de familia. Catedrático de Derecho de la Universidad de Sevilla.
antonio.jose@comovaradealmendro.es

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18 Comments

  • Dios te bendiga, Antonio José Sánchez Sáez, por este profundo y completo análisis que has hecho del ataque más grande que se está haciendo a la Fe Católica desde que Jesús fundó Su Iglesia.

  • Gracias por tan profundo y verdadero análisis del peor ataque a la fe católica. Gracias por tu gran valor de sacar a la luz toda esta podredumbre que nos amenaza y que nos da la claridad para sostenernos en la verdadera fe. Pase lo que pase.
    Dios te bendiga!

  • Em nada vejo com clareza que o papa FrAncisco negue a transubstanciaçao. Poderá ( não li profundamente) querer fazer umA aproximação aos prostestantes entre eles os luteranos, o que édesejo da igreja católica, o possa estar a fazer de forma que nos escape em lógica. É o nosso Papa e o maior representação de Cristo na terrrA. Devemos lhe fidelidade até uma certeza inegável de uma falsa doutrina. Até agora nada vi. Acho um perigo o clima de suspeiçao que este artigo traz.
    ACONSELHO a leitura do livro
    «Todos os caminhos vão dar a Roma»
    Verão como se faz uma conversão de um protestante à igreja católica e justamente com a presença real e transubstancial de CRITO sob as espécies do pão e vinho.
    CUIDADO e muito senso no que se diz.
    REZAR CONVRSAO é o caminho
    Maria Antónia Sottomayor

    • Estimada María Antonia: El papa Francisco firmó en el día de ayer, tal y como muchos ya veíamos y advertíamos iba a suceder, una «Declaración conjunta con ocasión de la Conmemoración conjunta Católico -Luterana de la Reforma».
      ESTA DECLARACIÓN ES INCOMPATIBLE CON NUESTRA FE CATÓLICA, HERMANOS. NO SE DEJEN CONFUNDIR, AUNQUE SEA EL PROPIO FRANCISCO QUIEN LA HAYA SANCIONADO.
      Hay cuatro cosas incompatibles con la fe católica en dicha declaración y que como católicos que somos son INACEPTABLES. NO PODEMOS SENTIRNOS REPRESENTADOS POR ESTE DOCUMENTO Y DEBE DOLERNOS PROFUNDAMENTE COMO CATÓLICOS HABER SIDO «METIDOS EN ESTE SACO COMÚN». Los puntos a no aceptar por este FALSO ECUMENISMO IMPUESTO DESDE LA MÁS ALTA JERARQUÍA. Los puntos son los siguientes:
      1.- “Más bien, hemos aprendido que lo que nos une es más de lo que nos divide.”
      Esto no es cierto. No es más lo que nos une. Basta recordar lo que dijo San Pio X: “el Protestantismo o religión reformada, como orgullosamente la llaman sus fundadores, es el compendio de todas las herejías que hubo antes de él, que ha habido después y que pueden aún nacer para ruina de las almas.”
      2.- “… estamos agradecidos profundamente por los dones espirituales y teológicos recibidos a través de la Reforma, …”
      Esto es incalificable. La espiritualidad de Lutero era enferma, y su teología es herética. La llamada Reforma fue más bien Deforma y Destrucción. Un católico no puede estar agradecido por esos “dones”.
      3.- “Muchos miembros de nuestras comunidades anhelan recibir la Eucaristía en una mesa, como expresión concreta de la unidad plena. Sentimos el dolor de los que comparten su vida entera [matrimonios mixtos], pero no pueden compartir la presencia redentora de Dios en la mesa de la Eucaristía. Reconocemos nuestra conjunta responsabilidad pastoral para responder al hambre y sed espiritual de nuestro pueblo con el fin de ser uno en Cristo. Anhelamos que sea sanada esta herida en el Cuerpo de Cristo. Este es el propósito de nuestros esfuerzos ecuménicos, que deseamos que progresen…”
      Aquí hay una aterradora declaración de anhelo y búsqueda de la “intercomunión” (que los protestantes comulguen en las Misas católicas) lo cual es sacrilegio.
      4.- “lamentamos ante Cristo que Luteranos y Católicos hayamos dañado la unidad visible de la Iglesia”
      Hay aquí una calumnia y un error teológico grave.
      Calumnia, porque fueron los luteranos quienes se separaron de la Iglesia Católica, los católicos no hemos dañado la unidad.
      Error, porque la unidad de la Iglesia es imposible de dañar, la Iglesia sigue siendo una. Los protestantes ya no son Iglesia. En rigor Iglesia es la Iglesia Católica.
      También comparto otro comentario importantísimo:
      Rexjhs
      Me temo que se está cumpliendo lo que advertía en mis comentarios a los posts de José Miguel Arráiz y de Néstor: que lo que realmente se pretendía con el Documento «Del conflicto a la comunión», como su mismo nombre indica, es que luteranos y católicos puedan comulgar juntos. No os extrañe que pronto haya intercomunión (pecado gravísimo contra la unidad de la Iglesia católica) o, lo que es peor, una liturgia conjunta luterano-católica o católica-luterana donde unos y otros «comulguen» conjuntamente; liturgia que se podría celebrar, idéntica, lo mismo en una iglesia luterana como católica, celebrada por un ministro luterano o por un sacerdote católico. Y para ello, sería necesario quitar las palabras de la transubstanciación.
      Leed, si no, este párrafo, con ese deseo: «Muchos miembros de nuestras comunidades anhelan recibir la Eucaristía en una mesa, como expresión concreta de la unidad plena. Sentimos el dolor de los que comparten su vida entera, pero no pueden compartir la presencia redentora de Dios en la mesa de la Eucaristía. Reconocemos nuestra conjunta responsabilidad pastoral para responder al hambre y sed espiritual de nuestro pueblo con el fin de ser uno en Cristo. Anhelamos que sea sanada esta herida en el Cuerpo de Cristo. Este es el propósito de nuestros esfuerzos ecuménicos, que deseamos que progresen, también con la renovación de nuestro compromiso en el diálogo teológico.»
      ¡Ven, Señor Jesús!

        • No señor, aquellos que vemos y oimos lo que hoy sale de Roma, somos simplemente Católicos. Católicos dispuestos a defender la Verdadera Doctrina que hoy en día es tergiversada, burlada y destruida desde la misma cúspide.
          Ni sedevacantistas, ni cismáticos… Católicos, simple y llanamente Católicos que por la gracia de Dios buscamos permanecer fieles y verdaderos hasta el fin.

          • Gracias, Teresita. Lo ha definido excelentemente. Pero muchos prefieren usar los términos que usted ha enumerado. Con tal de defender lo indefendible son capaces de atacar a quienes estamos subidos en el mismo barco. Todos los que queramos ser fieles tendremos que sufrir por causa de Cristo, tal y como lo hicieron sus discípulos, que cual su Maestro dieron su vida por Dios. La historia se está repitiendo una vez más, pero Dios siempre estará del lado de los que buscan la verdad, porque tal y como Él mismo nos dijo, la verdad nos hace libres y en esa libertad nos sentimos con fuerza para alzar la voz y decir a los demás que Roma ha perdido la fe y se convertirá, pronto, en la sede del Anticristo.
            Dios la bendiga, estimada amiga. Unidos en las oraciones.

  • Apreciado Antonio:
    Éste es un artículo muy bueno, por el que tengo que darte las gracias, en verdad. Pero, puesto que yo soy filósofo, tengo que hacerte una observación: el pan y el vino no se transforman únicamente. El verbo preciso es TRANSUSTANCIAR, porque hay más que «paso de formas»; la materia también es reemplazada totalmente, toda la sustancia del pan y del vino, materia y forma. Lo único que queda es los accidentes sensibles: cantidad (peso y tamaño), en primer lugar, pues es el accidente que es base de los demás; y, luego, color, olor, sabor. No queda nada del pan y del vino, ni materia ni forma, pasan a ser, respectivamente, Cuerpo y Sangre del Señor y, concomitantemente, alma y divinidad, pues, en Cristo resucitado, no hay separación de cuerpo, sangre alma y divinidad, como dice Santo Tomás, en la Pars Tertia de la Summa. De resto, tu artículo está excelente, pero es importante hacer esta corrección. Muchos saludos y que Dios te bendiga.

  • Gracias hermana en la fe, que deja este comentario para todos aquellos que tenemos algo vago todo este cuidado de nuestra fe católica, y que por ignorancia nos condenaríamos.
    Gracias herman(@) en la fe, que deja este comentario para todos aquellos que tenemos algo vago todo este cuidado de nuestra fe católica, y que por ignorancia nos condenaríamos. “…. El papa Francisco firmó en el día de ayer, tal y como muchos ya veíamos y advertíamos iba a suceder, una «Declaración conjunta con ocasión de la Conmemoración conjunta Católico -Luterana de la Reforma».
    ESTA DECLARACIÓN ES INCOMPATIBLE CON NUESTRA FE CATÓLICA, HERMANOS. NO SE DEJEN CONFUNDIR, AUNQUE SEA EL PROPIO FRANCISCO QUIEN LA HAYA SANCIONADO.
    Hay cuatro cosas incompatibles con la fe católica en dicha declaración y que como católicos que somos son INACEPTABLES. NO PODEMOS SENTIRNOS REPRESENTADOS POR ESTE DOCUMENTO Y DEBE DOLERNOS PROFUNDAMENTE COMO CATÓLICOS HABER SIDO “METIDOS EN ESTE SACO COMÚN”. Los puntos a no aceptar por este FALSO ECUMENISMO IMPUESTO DESDE LA MÁS ALTA JERARQUÍA. Los puntos son los siguientes: ….. “…..

    • Martha Elena, las gracias a Dios, autor de todo bien y quien nos va mostrando con mucho amor el camino a seguir. Son tiempos de confusión, pero Dios no nos abandona nunca. Agarrados al magisterio, a la Santa Tradición, al Catecismo de la Iglesia Católica no hay peligro de perderse. El peligro estriba en buscar «novedades» y cosas extrañas que no son de nuestra fe. Oremos mucho, amiga, los unos por los otros, y que Dios y su Santa Madre vayan uniendo el rebaño que quiere mantenerse fiel. Dios siempre confunde a los soberbios, pero acerca a sí a los que le buscan con sincero corazón, hermana. Y usted, sin dudarlo, es de los segundos. Un abrazo en los Corazones de Cristo y María.

  • Y? Ocurrió lo que decía este artículo y se desacralizó la Eucaristía? O sera que era sedevacantista o lefevrista el autor? Eso le llamo yo mojarse antes de entrar al río. Yo confío en que miles de Luteranos abrazaran la fe católica con este acercamiento y dejaran mas vacía la iglesia luterana con sus propias herejías.

    • Yo en ningún momento en el artículo digo que fuera a producirse en Lund el acto de intercomunión. Es más, no cito el evento de Lund. Sabía, de hecho, que en Lund no iba a producirse, porque ya había sido publicado el programa de antemano y tal asunto no estaba en el mismo. Todo lo que digo en el artículo lo mantengo: que ese Documento y otros más que cito en el artículo se planea desacralizar la Eucaristía porque pretenden hacer intercomunión de luteranos y católicos. A la vista de que hay un supuesto y sedicente «acuerdo» sobre cómo expresar la creencia «común» en la presencia real en la Eucaristía (número 154 del Documento), ésa es la meta. Lo más fuerte del asunto es que la Declaración conjunta que fue firmada por Francisco en Lund se hace eco del deseo de comulgar juntos «en UNA mesa», es decir, «en la misma mesa». O sea, mis temores se han confirmado y acendrado. Bendiciones.

    • Qué ingenuidad de su parte, creer que ahora con Francisco y con este encuentro, muchos luteranos se acercarán a la fe católica, al contrario el mensaje que está dando la Iglesia es que ellos tienen razón. Más bien, será tanta gente confundida que creyendo a las cosas que dice Bergoglio, se harán luteranos. Bueno ya hay muchos luteranos que se dicen católicos. Y aquí no somos sedevacantistas ni lefebvristas.

  • En respuesta a Jesus Fonseca.
    Está usted muy confundido, hermano Jesús Fonseca. Ni una cosa, ni la otra. Somos totalmente fieles a la Iglesia y a los papas. El problema es otro muy distinto, hermano. El problema es que estamos, esta única vez, presenciando el inicio de un cisma formal.
    Dios le bendiga!

  • Confìo que alguien se levante -en bloque- contra éstas y otras herejías manifiestas. Digo yo, sin ser un experto, que si se firma un documento contrario a los dogmas de la Iglesia católica, ese firmante no nos representa a los católicos en general sino a los cismáticos que voluntariamente lo son. Ya fuimos advertidos en Fátima. El día 30 de Octubre imagino se saltarán todas las alarmas y mostraremos nuestro desconcierto los católicos y los Obispos fieles. Lo claro está que todo terminara bien: Ya lo dijo nuestro Señor.

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