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SOLZHENITSYN Y EL SUICIDIO DE OCCIDENTE

         El 6 de agosto de 1978, hace casi 40 años, moría el beato papa Pablo VI; el de la profética  (como él mismo la definió frente al futuro cardenal Edouard Gagnon) encíclica Humanae vitae, y el que, con profundísimo dolor, advirtió sobre la autodemolición de la Iglesia, y el humo de Satanás metido en ella. Pocos días antes, el 8 de junio, en la Universidad de Harvard, Alexander Solzhenitsyn, ruso sobreviviente de los campos de concentración comunistas, pronunció su célebre discurso sobre “El suicidio de Occidente”.

         Con profundo gozo releí, en estos días, la traducción que hiciera del mismo el querido y admirado padre Alfredo Sáenz; y que publicara Ediciones Mikael, en Paraná, en 1979. Y lo hice con enorme gratitud al Señor, con el marco de las fiestas patronales de una de mis parroquias; ya que en este 2018, el 8 de junio fue la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. ¡Cómo no reafirmar, entonces, que si no regresamos  a Él; a esa ardiente hoguera de caridad –como reza una de sus letanías- solo nos espera la peor de las muertes…!

         “Los profetas muertos dan dinero; los profetas vivos dan disgustos”, decía en su impar genialidad nuestro padre Leonardo Castellani. Pablo VI y Solzhenitsyn, en cuanto profetas vivos, sufrieron lo indecible por decirle al mundo lo que no quería escuchar: sin Dios y, menos aún, contra Dios el hombre se aniquila a sí mismo. Dicho en otros términos: un pretendido humanismo sin raíces en Dios, muere y mata antes de nacer.

         El padre Sáenz, en su presentación del opúsculo, dice que Solzhenitsyn, llegado a Occidente, encontró “un mundo sin ideales superiores, un mundo hedonista que tiene como meta el bienestar, y que pareciera haber perdido toda capacidad de sacrificio, un mundo que proclama la libertad, no la libertad para obrar bien, sino la libertad desnuda, un mundo maleado por la prensa irresponsable, en una palabra, un mundo materialista… Y, para colmo, advierte que no pocos de los miembros de ese mundo, conscientes de su vacuidad, sueñan nada menos que con el socialismo, como si este fuera una panacea”.

         Agrega el jesuita argentino –a quien queremos agradecer, una vez más, su valiente y sabia entrega a Cristo y su amada Iglesia-  que “he quedado hondamente impresionado al descubrir una semejanza tan estrecha entre la cosmovisión de San Agustín, en La Ciudad de Dios, y las conclusiones de este testigo del mundo moderno… Dos amores hicieron dos ciudades: el amor de sí hasta el menosprecio de Dios, la terrena; el amor de Dios hasta el menosprecio de sí, la celeste. Dos ciudades: la Ciudad de Dios, y la ciudad de Satanás… La genialidad de San Agustín radica en haber entendido la historia no como una mera serie de hechos yuxtapuestos o sucesivos, sino como una tensión entre estas dos ciudades, hasta el último instante del tiempo. Solzhenitsyn, sin tener quizás conocimiento de la obra de San Agustín, ha descubierto experiencialmente la Ciudad del Mundo”.

         Añade el padre Sáenz que “Solzhenitsyn ha advertido muy bien que de ningún modo podemos afirmar que el Este sea el ámbito de la Ciudad del Mundo y el Occidente de la Ciudad de Dios. Ambos ámbitos constituyen una única ciudad, la Ciudad del Mundo… Ambos mundos, el mundo marxista y el mundo occidental apóstata, encuentran así su denominador común: el materialismo, la búsqueda del paraíso en la tierra, sea a través del Partido, sea por gracia del Comercio…Ha dicho lo más importante. Las luchas que se entablan entre el Occidente laicista y el comunismo ateo solo existen en la superficie. En lo profundo hay un acuerdo sustancial. En buena parte se trata de luchas intestinas de la Ciudad del Mundo. El liberalismo ataca al socialismo pero el socialismo ha brotado del liberalismo como el efecto de su causa, y un católico no tiene nada que ver ni con el liberalismo ni con el socialismo… Nuestro tiempo se parece a la época de las invasiones de los bárbaros: el enemigo salvaje ataca desde afuera, el enemigo apóstata desde dentro”

         Remata su conclusión el padre Sáenz, diciendo que hoy se requiere, entonces, “una minoría capaz de sobrevivir, un grupo heroico que se resuelva a resistir hasta la muerte. Católicos que no teman dar testimonio de la verdad, aunque su predicación parezca resonar en el desierto… Lo decía Pío XII: ‘Es todo un mundo que hay que rehacer desde los cimientos: hay que transformarlo de salvaje en humano, y de humano en divino, es decir, conforme al Corazón de Dios’… La voz de Solzhenitsyn  tiene la resonancia de los viejos profetas de Israel. Un profeta que sabe leer de veras los signos de los tiempos, no los mitos de los tiempos”.

Cobardía y hedonismo

         Solzhenitsyn destaca en sus palabras que “lo que quizás más impresiona a un observador extranjero en el Occidente de hoy es el declinar del coraje. El coraje ha desaparecido no solamente del mundo occidental tomado en su conjunto, sino también de cada uno de los países que lo componen, de cada uno de sus gobiernos, de cada uno de sus partidos, así como, obvio parece decirlo de las Naciones Unidas… Los funcionarios políticos e intelectuales muestran esa cobardía, esa debilidad… que funda la política de un Estado sobre la cobardía y el servilismo, es pragmática, razonable y está justificada, cualquiera sea el nivel intelectual y aun moral en que nos situemos”.

         Con una precisión contundente, que parece haber sido dicha hoy, denuncia que el hedonismo lleva a “educar a la juventud en el espíritu de los nuevos ideales, exhortándolos al desarrollo físico y al bienestar, preparándola para poseer objetos, dinero, tiempo libre, habituándola a una libertad de gozo casi sin límites. Entonces, decidme, ¿en nombre de qué, decídmelo por favor, en orden a qué será alguno capaz de renunciar a todo ello y arriesgar su preciosa vida para la defensa del bien común…?… He pasado toda mi vida bajo el comunismo y puedo asegurarles que una sociedad donde no existe la balanza imparcial de la ley es una cosa horrible. Pero una sociedad que en todo y para todo solo cuenta con la balanza de la ley es, también ella, verdaderamente indigna del hombre…”

         Cual verdadero adelantado a este comienzo del Tercer Milenio, en que las estructuras globalistas, masónicas y anticristianas, buscan arrasar con todo vestigio de cristianismo, denunció que “el derecho es demasiado frío y demasiado formal como para que ejerza una influencia benéfica sobre la sociedad. Cuando toda la vida está imbuida de relaciones meramente jurídicas, se crea una atmósfera de mediocridad moral que ahoga los mejores impulsos del hombre… Es imposible que un hombre que salga de lo ordinario, un gran hombre que quiera tomar medidas insólitas e inesperadas, pueda alguna vez mostrar aquello de lo que es capaz: apenas haya comenzado le harán diez zancadillas. Y así, so pretexto de control democrático, se asegura el triunfo de la mediocridad…”.

         Retomando –muy probablemente sin saberlo-, lo que San Pío de Pietrelcina denunció hasta su muerte, en 1968, sostuvo que “ha llegado el momento en que el Occidente no afirme ya tanto los derechos del hombre cuanto sus deberes. La sociedad se ha revelado inepta para defenderse de los abismos de la decadencia humana, por ejemplo, del uso de la libertad para ejercer violencia moral sobre la juventud, proponiéndole películas llenas de pornografía, de crímenes, o de satanismo, libertad cuyo contrapeso teórico es la libertad para la juventud de no ir a verlas…. Y cuando en un país, los poderes públicos resuelven erradicar vigorosamente el terrorismo, enseguida la opinión pública los acusa de conculcar los derechos cívicos de los bandidos… El Occidente, donde las condiciones sociales son las mejores, tiene una criminalidad indiscutiblemente elevada y netamente más fuerte que la sociedad soviética, con toda su miseria y su ausencia de leyes”.

La prensa y el “derecho de no saber”

         Por supuesto, aun sin internet y las redes sociales supo mostrar también, con crudeza, los estragos de un periodismo desenfrenado. “La prensa tiene el poder de falsificar la opinión pública, y también de pervertirla. Vemos así cómo corona a los terroristas con los laureles de Eróstrato, cómo revela asuntos secretos aun cuando pertenezcan a la defensa nacional, cómo viola impúdicamente la vida privada de las celebridades al grito de ‘Todo el mundo tiene derecho a saber todo’. Es este un eslogan mentiroso para un siglo de mentira. Porque por encima de este derecho hay otro, hoy perdido: el derecho que tiene el hombre a no saber, el derecho a que no llenen su alma creada por Dios con chismes, habladurías y futilidades”.

         Con acento profundo vincula la insatisfacción de Occidente y el espejismo socialista. “Todo socialismo, en general, en cualquiera de sus matices culmina en la aniquilación universal de la esencia espiritual del hombre y en la nivelación de la humanidad en la muerte”. Pero el Occidente actual tampoco es alternativa válida: “En los países comunistas, una vida compleja, mortal, aplastante ha forjado en esos países caracteres más fuertes, más profundos y más interesantes que la vida occidental con su bienestar reglamentado… Una sociedad es incapaz de permanecer en el fondo de un abismo sin leyes, como es el caso entre nosotros, pero le resultaría irrisorio quedarse en la superficie civilizada de un juridicismo sin alma, como acaece entre vosotros… Occidente propone, como tarjeta de visita, la repugnante presión de la publicidad, el embrutecimiento de la televisión y una música insoportable”. Y casi en clave escatológica subraya que “esta confusión del bien y del mal, de lo que es justo y de lo que no lo es, prepara el terreno para el triunfo absoluto del Mal absoluto en el mundo”.

         Con clara antropología cristiana denuncia, igualmente, “al ‘humanismo racionalista’ o ‘autonomía humanista’, que proclama e impone la autonomía del hombre respecto a toda fuerza situada por encima de él. O también podría definirse, de otra manera, como ‘antropocentrismo’ porque se considera al hombre como centro de todo lo que existe. La conciencia humanista se proclamó nuestra guía, negó la existencia del mal en el interior del hombre y no le reconoció empresa más alta que la adquisición del bienestar terrestre… La libertad por sí sola, la libertad desnuda no es capaz de resolver en lo más mínimo todos los problemas de la existencia humana. Más bien pone nuevos y numerosos problemas”.

Democracias sin Dios

         Haciendo historia recalca que “en las primeras democracias, todos los derechos que se reconocían a la persona humana se fundaban en el reconocimiento de que el hombre era una criatura de Dios. Es decir que la libertad fue otorgada al hombre bajo condición, presumiéndose que sería siempre consciente de su responsabilidad… En todos los países occidentales, esa libertad se corrompió: se produjo una definitiva liberación de la herencia de los siglos cristianos, con sus inmensas reservas de piedad y de sacrificio, y los sistemas estatales fueron tomando el aspecto de un materialismo cada vez más acabado… La conciencia de la responsabilidad del hombre ante Dios y la sociedad se ha marchitado del todo”.

         No le tiembla la voz, tampoco, al subrayar la responsabilidad de Occidente en el sostenimiento del comunismo. “Si el orden comunista ha podido mantener con tanto éxito su ofensiva y afirmarse en el Este –enfatiza- fue precisamente por haber sido fogosamente sostenido –y masivamente, en sentido literal- por la inteligencia occidental (ésta sentía su parentesco con él), que no advertía sus crímenes. Y, cuando se hacía verdaderamente imposible no advertirlos, se esforzaba por justificarlos”.

         Y concluye, con una contundencia admirable, y una visión extraordinaria: “Hemos perdido a Dios, el Todo, el Altísimo, que antaño fijaba un límite a nuestras pasiones y a nuestra irresponsabilidad… Se nos está despojando de lo más precioso que tenemos: nuestra vida interior. En el Este ha sido pisoteada por la acción del Partido; en el Occidente, por la acción del Comercio…Si no perecemos en la catástrofe de una guerra, inevitablemente nuestra vida no podrá seguir siendo lo que es, so pena de suicidio. Se hace inevitable la revisión de las definiciones fundamentales de la vida humana y de la sociedad humana. ¿Está el hombre en realidad por encima de todo y no existe sobre nosotros un Espíritu supremo?… No queda en la tierra otra salida que la de orientarse siempre hacia arriba”.

         Han pasado cuatro décadas y su voz sigue clamando en el desierto de este Occidente, que agoniza en el materialismo y en el sinsentido de la vida; y que, paradójicamente, nunca se creyó tan libre. Y ese juridicismo, esa pretendida uniformidad globalista del Nuevo Orden Mundial busca invadirlo todo; y aniquilar en la inmanencia las personas y las naciones.

         ¿Cómo es posible que este mundialismo laicista, o mejor dicho, ateo, que dice no creer en Dios luche con todas sus fuerzas contra Dios? Precisamente porque sabe que solo desde corazones profundamente creyentes es posible construir la Ciudad de Dios.

         San Pío de Pietrelcina murió en 1968; Pablo VI, en 1978; y Solzhenitsyn, en 2008. El ocho los unió en el fin de su existencia terrena. El Domingo, el octavo día (Mt 28, 1; Jn 21, 26) se celebra la Resurrección de Cristo, la nueva creación. Según Juan Alves Guedes, “el octavo día sobrepasa la semana de siete días, nos lanza a un futuro que no tiene fin, y nos proyecta en la sucesión de los días, trayéndonos la imagen de la eternidad”. ¡Que estos tres profetas contemporáneos que, en distintas formas, sufrieron el desprecio y el hostigamiento de la ciudad terrestre, la de Satanás, nos inspiren siempre a mirar hacia lo alto! Porque solo por lo alto –como decía nuestro gran Lepoldo Marechal- se puede salir del laberinto…

+ Padre Christian Viña

 

La Plata, miércoles 27 de junio de 2018.

San Cirilo de Alejandría, Obispo y doctor de la Iglesia.

Mes del Sagrado Corazón de Jesús.

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