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EL LEMA «DE GLORIA OLIVAE» DE SAN MALAQUÍAS. UNA POSIBLE EXPLICACIÓN

El lema «De gGloria Olivae» de San Malaquías. Una posible explicación. Pdf para descargar.

Sobre el lema Gloria olivae se ha escrito mucho, particularmente desde la elección de Francisco y la consecuente presencia de dos   -ciñámonos a lo que vemos desde hace ocho años-  papas vestidos de blanco habitando en Roma, más precisamente, habitando juntos en el recinto del estado Vaticano.

Cierta noche de septiembre del año pasado, estando en la cocina, pensaba en voz alta sobre el dicho lema, diciendo para mí mismo:  “Gloria olivae debe de tener un significado más profundo”… en alusión reflexiva a que no era bastante con entender que guarda relación con el emblema de la orden benedictina, una rama de olivo. En esas estaba cuando Eva, que me escuchó, dijo:  “la gloria del olivo es el aceite”.  Me quedé estupefacto ante lo obvio de la observación, y no menos asombrado ante lo obtuso que me muestro tantas veces.  Se me ocurrió buscar en Google con las palabras “olivo, aceite, biblia”, y encontré enseguida un estudio de una profesora de la Universidad de la Rioja, Carolina Toral Peñaranda, titulado “El olivo y el aceite en la Biblia”, que trata sobre los pasajes bíblicos en que figuran mencionados el olivo y el aceite. Según ese estudio hay una mención, una sola, al olivo y al aceite, unidas a la palabra gloria. Se trata de Jueces, 9, 8-9:

“Pusiéronse en camino los árboles para ungir un rey que reinase sobre ellos y dijeron al olivo: Reina sobre nosotros. Contestóles el olivo: ¿Voy yo a renunciar a mi aceite, que es mi gloria ante Dios y ante los hombres para ir a mecerme sobre los árboles?

Luego me pregunté si ese pasaje tendrá algo que ver con el lema Gloria olivae, sin hallar respuesta al enigma que esta particular y curiosa coincidencia me presentaba. A lo largo de las semanas y meses siguientes, de vez en cuando, volvía a pensar sobre el tema, igualmente sin hallar respuesta convincente para mis elucubraciones. Así, hasta que olvidé el asunto, como es natural, dado que entre el trabajo, los quehaceres, los entretenimientos, las añagazas covidianas, y las inyecciones velis nolis, la mente se dispersa.

Así hasta ayer, sábado 13 de noviembre, 56º aniversario de la última aparición de la Virgen en San Sebastián de Garabandal, en que sorpresivamente el tema se presentó solo, sin ser invitado, en mi mente de nuevo, de la manera que narro a continuación:

Fuimos a misa por la tarde  -ya las lecturas eran del domingo, todas muy escatológicas, en particular el Evangelio, con mención explícita a la gran tribulación y la Parusía, graves asuntos sobre los que los curas y obispos, por lo general, no hablan, ni aunque las lecturas se lo pongan en suerte, será que el cambio climático es mucho más urgente- .  En las preces se rezó por Francisco, los obispos y sacerdotes, momento en que hice a media voz   -creo que los del banco de delante algo oyen, porque a veces vuelven un poco la cabeza-  oración por el verdadero papa, Benedicto XVI.  Acto casi seguido, justo al comenzar el canto del Sanctus   -ahí también sustituyo Dios del universo por Dominus Deus Sabaoth, por lo que alguna vez también me miran raro, qué le vamos a hacer-. Como decía, justo antes del Sanctus me vino a la mente con diáfana claridad esta idea:  “no renuncia a su aceite, es decir, no renuncia a su unción sagrada, por eso es Gloria olivae”.  Aclaro que no fue ninguna voz interior, no se produjo ningún fenómeno sobrenatural, ni nada extraordinario, tan sólo entendí con claridad absoluta, supe con certeza intelectual, que ese versículo de Jueces 9, 8-9 está relacionado con el lema Gloria olivae, y que dicho lema obedece a que el papa no renuncia a su aceite, no renuncia a su unción. Huelga decir, pues es sabido, pero lo reiteramos, el alto significado sagrado que el aceite de oliva tiene en la Biblia:  “Es el olivo árbol predilecto en el culto inmemorable. Con su jugo sagrado se ungen sacerdotes, reyes, profetas; es derramado su aceite sobre la piedra de los testimonios; flor de harina, heñida con aceite, en el altar de las primicias para el sacrificio pacifico. Figuran sus ramas en los brazos de los candelabros; su madera, que produce fuego frotándola, sirve para tallar querubines y sólo puede quemarse en los altares por ser de un árbol sagrado”, dice Carolina Toral en su estudio.

Tal cual me ocurrió lo narro.  No renuncia, como se ha explicado tantas veces en esta misma página, porque su renuncia no fue válida; y además, él mismo lo dijo,   -a la vez crípticamente y a las claras- en la Audiencia general de 27 de febrero de 2013:

“Permitidme volver de nuevo al 19 de abril de 2005. La seriedad de la decisión reside precisamente también en el hecho de que a partir de aquel momento me comprometía siempre y para siempre con el Señor (…) El “siempre” es también un “para siempre”  -ya no existe una vuelta a lo privado-. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto.

Es decir, no renuncia a su aceite, a su unción sagrada como Vicario de Cristo. Es así de sencillo. Por eso ayer, al entender la relación de Jueces 9, 8-9 con Gloria olivae, no pude evitar exclamar a media voz  -estaba terminando el canto del Sanctus–  “… es eso”.

Mi amigo Juan Suarez me hace hoy de Jueces 9 la siguiente glosa, que incorporo a este artículo para terminar:

“El olivo es elegido rey de los árboles (rey del mundo), pero se niega a renunciar a su aceite, que es su gloria (gloria olivae), es decir, se niega a dejar de cumplir la misión que Dios le dio. Aquí es claramente una prefiguración de Benedicto XVI, que no quiso renunciar a su unción (papado) para ser rey de lo mundano, es decir, obedecer a la masonería. Por tanto, en San Malaquías, con “De Gloria olivae”, el Espíritu Santo nos estaba advirtiendo de que un papa sería “invitado” a renunciar, pero él se negaría, y quedaría apartado y asfixiado por la zarza (que representa al usurpador, Abimelec, esto es, Bergoglio, que será puesto en el trono por los insensatos y se haría adorar como tal, obligando a todos los demás árboles a servirle, incluso a los sagrados cedros del Líbano (que son figura de la jerarquía de la Iglesia, cardenales y obispos, que ahora se agachan para obedecer al impostor Bergoglio (la zarza de espinas)”

Rafael de Isaba y Goyeneche.

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