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Cuarentena es la palabra casi exclusiva, hoy por hoy, en todo el planeta. Cristo Resucitado, novedad absoluta de Vida (Rm 6, 4), nos llama a vivir, como siempre, mucho más: en este caso, la Cincuentena del tiempo pascual. Y llegar a Pentecostés, como bien enseña Santo Tomás de Aquino, como auténticos militantes de esta nueva vida, la de la justicia que renueva al alma y la conduce a la vida de la gloria. (In Symbolum).
He meditado bastante sobre la novedad absoluta de Vida que nos trae el Señor glorioso, en estos días santos. De modo especial cuando la cuarentena por el coronabicho globalizado me metió de lleno, como a millones de personas en todo el mundo, en la nueva vida del día a día. Y cuando tantos proyectos pastorales, actividades y misiones programadas debieron diferirse para más adelante, para algún día por de pronto impredecible, he vuelto una y otra vez a las palabras del Señor: A cada día le basta su aflicción (Mt 6, 34).
Gracias a Dios, por haber tenido padres, sacerdotes y educadores laboriosos, que me enseñaron o animaron a que aprendiera distintos oficios, he vuelto en estos días de confinamiento a un montón de actividades; que, normalmente, realizan mis hijos de la parroquia, Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres, en Argentina. En tiempos normales (¿hay, acaso, tiempos normales en este mundialismo sin Dios y, más aun, contra Dios?) son ellos los que me ayudan con el cortado del césped, la limpieza del templo, el recambio de las flores, la Feria Americana, la distribución de alimentos y vestimenta a los más pobres, y un montón de otras actividades propias del día a día de cada parroquia. Hoy todo, o mejor dicho, casi todo, debo hacerlo yo…
Nuestro templo, como siempre, está abierto todo el día, con las puertas de par en par. Cada jornada –aunque ahora con distinto horario, por trasmitirse también a través de las redes sociales- celebro la Santa Misa; y atiendo las confesiones que me solicitan con el obligado distanciamiento físic
Para perplejidad de no pocos propios, y muchísimos extraños, que piensan que los curas no hacemos nada, he visto como tantos hermanos sacerdotes, multiplicarse el trabajo de una manera notable. Además ahora de la territorial, tengo mi parroquia virtualSan Juan Pablo II; fundada a propuesta de diversos feligreses, a través de las redes sociales, el último 29 de marzo, quinto Domingo de Cuaresma. El ordenador y los teléfonos, el fijo y el celular, arden por momentos, ante tanta consulta, pedidos de oración, preguntas sobre cuestiones de fe y de moral; recomendaciones de libros, películas y vídeos para la cuarentena, y el más variado arco de inquietudes… También, ciertamente, para descargar tanta impotencia, dolor y angustias contenidos…
Extraño los jueves y viernes en que ayudaba a otros sacerdotes a confesar a los jóvenes del Colegio San Vicente de Paúl, de La Plata. Me imagino, de cualquier modo, cómo se las estarán ingeniando para estudiar en sus hogares…
Extraño mi rutina de ejercicios y carrera en la vecina plaza Almirante Brown; que, casi como ascesis, llevaba adelante en pos de la salud espiritual y física. Me agarran fuertes ataques de risa cuando me veo, de cualquier modo, caminando y corriendo en los pequeños patios, aunque con árboles y césped de la parroquia.
Extraño el penetrante aroma del césped cortado que me invadía cuando estaba atendiendo a un feligrés, estudiando, o preparando una homilía o un artículo. Disfruto como nunca de ese verde perfume cuando yo mismo, con la máquina cortadora, lo arranco de los pujantes brotes…
Extraño los tiempos en que sufría por no contar con más tiempo para la lectura espiritual, o de esparcimiento. No dejo de asombrarme cuando me veo, con algo de tiempo, por ejemplo, ante los sermones del Cardenal Newman, o las novelas de Hugo Wast.
Extraño el bullicio de los niños de catequesis que, incluso, llegaban a treparse a los árboles o improvisar juegos con ramitas, trozos de tronco, o cualquier otro elemento a su alcance. Me brotan las lágrimas de emoción cuando veo las fotos que me mandan sus padres del Via Crucis viviente, que realizaron en sus hogares. Y cómo, por caso, una pequeña termina representando a la Virgen María, junto a su padre, que hace las veces de Jesús, con la Cruz a cuestas.
Extraño el silencioso y eficientísimo apostolado de las Damas de la Sacristía que, con generosidad admirable, limpiaban el templo, ordenaban todo para la Liturgia y cambiaban las flores. Y las evoco, especialmente, cuando me veo trepado, con una caña larga, en plena batalla campal contra las telarañas…
Extraño el perfume envolvente de las flores que adornaban el altar. Y, en este Domingo de Pascua, en que celebré sin ninguna, no pude dejar de plantearme qué flores le ofrecía yo al Señor, y a su Madre.
Extraño aquellas compras de supermercado que hacía, una vez por semana, con las moneditas y billetes de baja denominación –para deleite de los cajeros, por el cambio-, con lo obtenido por la limosna del Domingo. Valoré, de cualquier modo, haber encontrado algo, en el fondo de los bolsillos, para realizar la última compra.
Extraño aquellos días en que siempre tenía hostias grandes, de reserva, para la Santa Misa. Ahora que me quedan muy pocas, y deberé consagrar, cada vez, con alguna pequeña, he recordado al querido Cardenal Van Thuan, prisionero de los comunistas, durante 18 años, en Vietnam; que celebraba la Misa, en posición fetal, sobre su camastro, con algunas miguitas de pan, y gotitas de vino, en sus manos…
Extraño, en fin, tantos encuentros, tantas iniciativas de apostolado, y tantas salidas misioneras. Y aunque estoy absolutamente convencido de que nada será igual, en la Iglesia y en el mundo, después de esta pandemia, le doy gracias a Dios por permitirnos volver a lo esencial. ¡Qué sorprendente es, por ejemplo, ver a tanto politicastro y dirigente abortista, antivida y antifamilia, clamar para que nos quedemos en casa, nos cuidemos unos a otros, y aprovechemos para disfrutar de la familia…! ¡Hasta a la ideología logró el coronabicho globalizado meter en cuarentena!
Disfrutemos, entonces, intensamente, esta Cincuentena con una nueva vida. Para poder llegar a un nuevo Pentecostés –más allá de lo que diga el calendario- en que, llenos del Espíritu Santo (Hch 2, 4), podamos cumplir con más fervor, con más pasión, con más sacrificio y con más audacia la orden de Cristo Resucitado: Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo (Mt 28, 19 – 20).
¡Él está siempre con nosotros hasta el fin del mundo! Gracias a Dios, ningún virus, ningún totalitarismo, ningún mundialismo ateo podrá jamás confinarlo, y arrebatárnoslo. Y, cuando sintamos que flaquean nuestras fuerzas, abracémonos a sus pies, como las mujeres del Evangelio, en el Domingo de Pascua (Mt 28, 9), para llegar en paz, al final de la jornada; y un día, también trasportados por ellos, llegar al Cielo, al Domingo sin lunes, como lo llamó el poeta. Donde no existen las cuarentenas, porque no hay tiempo. Y donde solo la Felicidad reina para siempre…
+ Padre Christian Viña
Cambaceres, 12 de Abril de 2020.
Domingo de Pascua de Resurrección.-
Hermosa reflexión…