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CARTA ABIERTA DE UNA MADRE A SU HIJO SEMINARISTA

Querido hijo: te escribo con motivo de tu cumpleaños deseándote con todo cariño pases un hermoso día. Hubiera querido escribirte una carta postal para felicitarte, pero finalmente, tras tantos sucesos en nuestra Iglesia, he pensado hacerlo por este medio, porque tal vez, más padres, hermanos, familiares y amigos de seminaristas, sacerdotes o religiosos puedan aprovecharse de este escrito.

Nunca te he ocultado, hijo mío, el estado de nuestra amada Iglesia, Esa por la cual vivimos y a la cual tanto amamos, y por la cual tú estás donde estás. Hace tres años ingresaste en el seminario y, puntualmente, durante nuestros ratos de diálogo mensuales, te he ido explicando todo lo que voy percibiendo en el mundo y, en especial, en la Iglesia, porque soy de la opinión de que «si el rey está desnudo» es mejor decírselo para que se vista y no siga escandalizando a nadie. No me gusta la idea de meter la porquería bajo la alfombra, porque llega el día que toca hacer limpieza a fondo y ese día se descubrirá  toda la basura oculta dejarando su rastro sucio y pestilente.

Estos días pasados, concretamente el 22 de agosto, saltó una nueva noticia estremecedora para la Iglesia, mucho más estremecedora que todos los escándalos de los cuales te he ido poniendo en guardia desde que te fuiste. Sobre ella me pareció interesante un artículo que leí en la página Como Vara de Almendro titulado «Francisco se hizo el tonto». Seguramente, con lo concentrado que estás en tus estudios de teología no habrás sabido nada de esta noticia de que te estoy hablando y creo que, esta vez, más que nunca, debo darte todos los detalles que pueda, especialmente para que no te salpique la nauseabunda ola de críticas y de infamias en las que se está metiendo a mucha parte del clero y de los seminaristas, sin que la mayoría de vosotros tengáis culpa alguna y sin que jamás se os hayan pasado por la cabeza abominaciones similares.

La tremenda noticia, como te iba diciendo, saltó en pleno desarrollo de la Jornada Mundial de las «Familas» en Irlanda. Entrecomillo lo de familias porque, de familias, como ya te había comentado los días anteriores al evento, nada de nada, y menos  católicas, a pesar de estar presentes en esta pantomima muchos «sacerdotes», entrecomillando también a los sacerdotes, pues muchos de ellos son homosexuales y/o partidarios de la homosexualidad. A estos más les valiera marcharse a vivir la vida alegre y homosexual que llevan y dejar de escandalizar a los fieles. También asistió y apoyó el encuentro quien funge como cabeza de la Iglesia, Francisco.

Pues bien. Mientras este teatro se ponía en escena en Dublín, se desató una fuerte tormenta, cuyos nubarrones venían de tiempo atrás y ya se perfilaban en el gris horizonte. Esta tormenta, como te decía, estalló, finalmente, cuando Monseñor Carlo Maria Viganò, ex nuncio de EEUU, quien conocia de primerísima mano los años de abusos sexuales masivos y documentadísimos  en diversos seminiarios de las distintas diócesis, escribió públicamente una carta a Francisco el 22 de agosto, carta que puedes leer y descargar en pdf. , denunciando los crímenes sexuales que ocurrieron años atrás en las diócesis que tenía a su cargo, en especial los abusos del cardenal McKarrick, un depredador efebofílico, que  nutría sus vomitivos y lascivos deseos en los seminarios estadonunidenses, y a quien Benedicto, mientras fue pontífice reinante, apartó a una vida de penitencia y oración para expiar por tan gravísimos crímenes.

Monseñor Viganò escribió esta carta abierta a Francisco, inculpándole a él mismo de encubridor de estos crímenes y, al mismo tiempo de haber rehabilitado en su cargo a Monseñor McKarrick. Según informa el propio Carlo María, él mismo había informado personalmente a Francisco,  ya en el año 2013,  de todos los affaires contrastados y probados que recaían sobre dicho Monseñor McKarrick.

¿Sabes, hijo? Hay quien, a día de hoy, se pregunta por qué Monseñor Viganò se comportó de esta forma, sin haberle escrito una carta personal a Francisco, antes de hacerla pública. Así se lo escuché al padre Santiago Martín, y me quedé muy sorprendida. Creo que la razón es clara si uno ha estado siguiendo el modus operandi de Bergoglio. Ya te conté lo que pasó con el triste caso de las Dubia, que primero se presentaron privadamente, y, ante el silencio de Bergoglio, los cuatro cardenales que le escribieron en privado se vieron en la necesidad de hacerlas públicas, pues su carta fue ignorada totalmente por Francisco. Hacer una carta pública en la que se pidiera aclarase el documento de Amoris Laetitia en los puntos controvertidos era algo justo y necesario para dejar claras las cosas y ratificar en la verdad al pueblo de Dios. Pero finalmente tampoco esta maniobra de los cuatro cardenales surtió efecto alguno sobre Francisco pues este solamente responde a quien quiere. Así dejó a los cuatro cardenales esperando la tan necesaria respuesta, como también todos nosotros, los fieles católicos. A día de hoy, después de varios años, el tema ha quedado oculto en el baúl de los recuerdos. Le pregunto, en consecuencia, al padre Santiago Martín y a quienes piensan que fue un error escribir una carta abierta a Francisco sin previo aviso: ¿de qué iba a servir escribir privadamente una carta a Francisco, si Viganò ya había expuesto de viva voz todo el escándalo a Francisco y no solo no fue escuchado por este último, sino que, para más desastre, Francisco no tardó a penas en reponer en su cargo a Mckarrick? ¿De qué sirve tener un nuncio apostólico en un país, si los informes que te brinda con pelos y señales te los pasas por el forro de la sotana y haces de tu capa un sayo? Es decir, hijo mío, que Francisco sabía todo y no se puede culpar a Viganò de imprudente. Además, creo que el momento en que Monseñor Carlo María hizo pública esta carta fue un momento espectacular. El pueblo de Dios estaba asistiendo pasmado, asustado y escandalizado  a una serie de informaciones increíbles dentro de la Iglesia católica, presenciando un falso encuentro de familias  católicas en Dublín, acto este totalmente respaldado por Bergoglio y que tenía mucho que ver con el apoyo a la homosexualidad. ¿No era esta una ocasión única para alzar la voz y hacer de una vez por todas que se conocieran las atrocidades expuestas en la carta? ¿No sería el momento ideal el hacer pública toda la podredumbre homosexualista y efebofílica, precisamente cuando se estaba haciendo una apología del loby LGTB desde el propio Vaticano, invitado en pleno al evento de marras?

Durante la famosa rueda de prensa en el avión, ya de regreso de Dublín hacia Roma, los periodistas, como era natural, preguntaron sobre el tema de la carta y sobre el supuesto conocimiento por parte de Francisco de los cargos que recaían sobre McKarric, y sobre el propio Bergoglio por el supuesto encubrimiento que, según Viganò, recae sobre él. La respuesta de quien se sienta en la silla de Pedro fue totalmente estúpida, alegando únicamente que no iba a hablar del tema y que releyendo la carta, juzgáramos. Esto me sonó a lo que hacen los delincuentes o asesinos al ser interrogados: ¡No voy a hablar una sola palabra! Soy tu madre, madre de un seminarista y, por tanto, pienso que aquí tengo mucho en juego y bastante que decir, y por eso deseo hacerle caso a Francisco y juzgar por mi misma. Así es que, aunque muchas veces durante estos años hemos escuchado de boca de Francisco que no somos nadie para juzgar, por esta vez y con su propio beneplácito, me tomaré el privilegio de hacerlo. Por tanto: juzgo que su postura no es elocuente. Entiendo que es evasiva y vergonzante para el cargo que ocupa. Juzgo, en consecuencia, que le importa un pimiento el prestigio de la Iglesia al no salir a dar la cara y a demostrar que lo que dice Viganò es falso. Juzgo, definitivamente, que lo que verdaderamente le importa es quedar como un «pobre indefenso» que se deja machacar, «a ejemplo de Cristo» que callaba. Pero todos sabemos que Cristo, durante su vida mortal, demostró siempre quién era, predicando a diario en el Templo, mostrándose siempre transparente, enseñando la verdad al pueblo por amor a su padre Dios, y solamente calló en el momento de su Pasión, únicamente ante los necios del mundo y para salvarnos a todos. Si Bergoglio calla, juzgo, nuevamente con su beneplácito y veo en ese gesto de desprecio que, trata de emular falsamente a Cristo, que callaba ante las preguntas obvias de quienes trataban de inculparlo de lo que no hizo. Así, falsamente, vergonzosamente, Francisco trató de  tomar por necio, delante de todo el pueblo de Dios espectante, a Monseñor Viganò y a todos los que pensamos que dice la verdad,  dejándonos sin respuesta. Juzgo, además, que esa falsedad de su silencio es, puramente, falta absoluta de argumentos ante las múltiples y detalladas evidencias de datos, fechas y nombres de la carta de Viganò a las cuales no puede responder con alegatos creíbles y demostrables. Por tanto, como madre tuya que soy, madre de un seminarista, exijo a Francisco que rebata, aclare y demuestre, con pruebas contundentes y definitivas, si es que puede, los escándalos de que le acusa Monseñor Carlo Maria en su carta. Por amor a Dios, por amor a la Iglesia, por respeto a sacerdotes, seminaristas, religiosos y por el bien del pueblo de Dios, tiene que hablar o entenderemos, por su silencio elocuente, que todo lo que ha dicho Viganò es cierto.

Estos días son duros para los que amamos a la Iglesia, a los sacerdotes y las vocaciones. ¡Cuánta santidad hay en la Iglesia a través de ellos! ¡Cuánta entrega y olvido de sí mismos! Sin embargo, el escándalo, hijo de mi alma, llega a salpicaros a todos vosotros, los que estáis viviendo una vida de entrega y el dolor como madre tuya y como hija de la Iglesia a la que amo me embarga más que nunca, porque te quiero con todo mi corazón y sé que eres un fiel discípulo de Cristo, que está sacrificando su vida y sus expectativas más nobles en aras de la Iglesia y de la salvación de las almas, así como también acontece con otros muchos sacerdotes y consagrados. Me duele por mi director espiritual que estos días sufre en su corazón que llora en silencio, me duele por muchos sacerdotes que conozco y que respeto por su labor callada y por su vida de apostolado incansable en pro de las almas, algunos de los cuales me escriben misivas tristes y dolientes ante tanto descaro e impudicia por parte de quienes debieran dar el mayor de los ejemplos, sus superiores directos, sintiéndose avergonzados y señalados cual criminales. A este respecto, leía ayer un testimonio impresionante de un joven sacerdote estadounidense. Explicaba, como tras este escándalo, sentía deseos de no volver a ponerse su distintivo del alzacuellos, por temor a ser señalado y contado entre los culpables. Pero venció ese primer impulso y se vistió con su clergyman para ir a un hospital a visitar enfermos. Al salir de una de las habitaciones para dirigirse hacia el ascensor, una señora se le acercó para preguntarle si era sacerdote católico. Le respondió afirmativamente, pensando interiormente qué sería lo que le iría a decir aquella señora y para su sorpresa, la mujer le agradeció mucho que llevara su distintivo y le pidió que bendijera a su hermano enfermo. Leía esto con lágrimas en los ojos, porque es realmente una anécdota bellísima y debe llenar de esperanza y de nuevas fuerzas a nuestros sacerdotes, porque el pueblo sencillo sigue amando y orando por sus sacerdotes. ¡Cuánto agradecimiento y cariño debemos mostrar por cada sacerdote fiel!

Queridísimo hijo, siempre estás en nuestras oraciones y estos días aciagos más que nunca. No queremos que, ni tú, ni tantos otros seminaristas y sacerdotes que buscan la santidad seáis metidos en el mismo saco que el clero abusador. Exigimos, por tanto, claridad de parte de quien tiene que darla y que los culpables paguen sus delitos, no meramente con una vida de retiro, recogimiento y penitencia, sino que, al igual que cualquier persona que infringe la ley, paguen sus penas en la cárcel si son hallados culpables.

Pido al Señor se aclare todo pronto y la Iglesia sea lavada de tantos crímenes y abominaciones. Dice Jesús que «La verdad os hará libres». ¡Queremos vivir en la verdad!

En cuanto a ti, hijo mío, oro por tu perseverancia, aun en medio de tanto dolor y si, finalmente, Dios permite que llegues a ser sacerdote, lo hagas, como siempre te dije, con todo el corazón y el deseo de ser santo, que para ser mal sacerdote es mejor que no lo seas.

Recibe un gran abrazo de tu madre en este día especial en que rememoro el momento en que te tuve por vez primera en mis brazos. En ese abrazo materno, querido hijo,  quiero también abrazar, en espíritu, a tantos sacerdotes, religiosos y seminaristas buenos, que viven su vocación en amor y fidelidad a Dios y a su santa ley. Decirles que no se quiten sus distintivos, decirles que les queremos, que oramos por todos, decirles que no tengan miedo a los juicios del mundo, y especialmente, a los sacerdotes, recordarles que les debemos mucho, pues hemos recibido a través de su ministerio la gracia santificante que brota de los sacramentos que tan bondadosamente nos imparten.

Y para finalizar, hijo querido, en este tiempo de tanta lucha, no quiero dejar de recordarte que estamos en el tiempo de la más dura de las batallas y que viene muy bien reflexionar en aquella máxima que nos anima a permanecer firmes siempre en nuestra fe aun en medio de las pruebas: ¡Me romperé, pero no me doblegaré! ¡Siempre firmes! ¡Santos o nada!
Te quiere siempre: tu madre.

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Como Vara de Almendro

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1 Comment

  • Monseñor Viganó fué; más le faltó algo que es lo más importante: que renuncie Francisco, se convoque a un Cónclave que no solo lo excomulgue y destituya y se reponga a Benedicto XVI como Papa.

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