Estimados lectores: para gloria de Dios tenemos un elenco de sacerdotes fieles, que con inmenso cariño nos envían sus publicaciones y artículos imprescindibles, para que, como voceros suyos, los hagamos llegar a cuantas más personas mejor. Este es el caso del padre Christian Viña, que, como fiel pastor, semana tras semana elabora sus escritos que nos aportan luz y que refuerzan en la fe a tantas ovejas que andamos errantes y sin una guía certera y segura.
Aunque con unos días de retraso, queremos hoy publicar uno de sus últimos artículos, muy certero. El padre se refiere a su nación, Argentina. Como ya han pasado días desde que fura eliminada del Mundial de fútbol en Rusia, pensamos que este acertado discernimiento que hace de su propio país es totalmente aplicable a España, que, días después, sufrió la misma y humillante derrota que le hizo preparar las maletas de regreso a casa, símbolo de la derrota que también está sufriendo nuestro país al ver el avance de tanta maldad y perversión, enfrentando, cual portero solitario ante una tanda de penaltis los goles malévolos que le quieren meter traicionaramente.
No dejen de leer este texto, porque es un regalo.
¡Gracias y bendiciones, querido padre Christian!
El equipo de comovaradealmendro.
EL MUNDIAL QUE DEBE GANAR ARGENTINA
La eliminación de Argentina en el Mundial de fútbol de Rusia, por parte de una contundente Francia, dejó una vez más al descubierto buena parte de nuestros vicios nacionales: el poco y nulo apego a la disciplina, al 131324791esfuerzo y al sacrificio; al trabajo en equipo, y la dependencia casi exclusiva de supuestos Messias y salvadores. Y, obviamente, la escandalosa corrupción, que atraviesa transversalmente todos los campos de la vida nacional. ¿Podía salir, acaso, un equipo campeón de la Asociación del Fútbol Argentino; convertida casi en una mafia, e instrumentalizada políticamente por todos los gobiernos para alimentar el circo, mientras la pobreza, la miseria y la exclusión crecían geométricamente?
Soy argentino con toda mi alma y, también, muy futbolero. Y debo confesar –aun a riesgo de que se me tilde de cualquier cosa-, que esperaba este final abrupto. ¡A ver si, definitivamente, nos damos un baño de realidad; y nos convencemos de que, ni de lejos, somos los mejores del mundo! ¿Se imaginan cómo hubieran buscado capitalizar los políticos abortistas un eventual Campeonato del Mundo? ¡A puro codazo hubiesen pujado por estar cerca de los campeones, en el balcón de la Casa de Gobierno, para pretender quedarse con esa imagen ganadora; y seguir hostigando al pueblo con sus acciones antivida, antifamilia y antipobres! ¡Bienvenida, entonces, la derrota si nos sirve para tomar conciencia de que en los asuntos realmente importantes venimos perdiendo, por goleada, desde hace décadas!
En estas horas sabatinas, los medios y las redes arden en acusaciones cruzadas, de todos contra todos, en la búsqueda de responsables. Y, por supuesto –mal típicamente nuestro-, toda la culpa recae sobre los otros; sobre una abstracción que diluye, absolutamente, cualquier falta personal. Y ya que hablamos tanto de justicia, ¿hubiera sido justo darle una alegría al pueblo, cuando invocando la supuesta voluntad de ese pueblo, se lo buscará aniquilar de a poco, con la desaparición forzada de los niños por nacer en el seno materno?
¿Podemos, en verdad, exigirles arrojo, desprendimiento y egoísmo a once jugadores cuando, como sociedad, durante décadas, no hemos tenido el suficiente coraje para defender nuestra fe, la vida, la familia, y a los más débiles de nuestro pueblo? ¿Podemos pretender, acaso, ser ganadores en una disciplina deportiva, cuando la propia indisciplina, individual y colectiva, nos lleva a naufragar en los más diversos campos de nuestra vida nacional? ¿Podemos pretender alzarnos –más allá del azar propio del fútbol, que lo hace por cierto atrapante- con una copa bien exigente; que demanda, como todo lo que vale, ideas y organización?
Argentina tendrá, en pocos días, la oportunidad de empezar a ganar el único mundial importante: el de la Vida. Si el 8 de agosto, los senadores –aunque a esta altura pueda parecer casi un milagro- rechazan de plano el aborto, podremos reanudar lentamente el camino de los sueños. Si, por el contrario, cediendo al verde de la oligarquía mundialista de las Naciones desUnidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Mundial, y la masonería, institucionaliza el abominable crimen, como bien lo definiera el Concilio Vaticano II, solo podrá seguir esperándose muerte, desolación y miseria… La horrenda práctica antinatalista se cobrará la vida, como es obvio, de quienes incluso podrían haber sido excelentes jugadores de fútbol…
Si algo tan aparentemente pasajero como el deporte nos permitiese volvernos hacia lo auténticamente importante, esta derrota deportiva hasta podría considerarse casi providencial. Si, en cambio, persistimos en nuestros pecados personales y en nuestras estructuras de pecado, iremos de tragedia en tragedia hasta el borde de la extinción. ¿O es posible un futuro venturoso en un país despoblado y mal poblado; en el que además se decreta el exterminio sistemático de niños?
El aborto es, aunque macabra, una etapa más en la embestida de la tiránica ideología de género, y del mundialismo humanicida. Se vendrán tras él –como ya está ocurriendo en algunos países de Europa- la legalización de la droga y de la pedofilia; la eutanasia y la eliminación de todos aquellos que el poder onusiano considere descartables. Y así, paso a paso, sin pausa, seguirán descuartizándonos como país; con el aplauso y el apoyo de las supuestas derechas y las supuestas izquierdas, que verán en ello otros hitos de la democracia madura, y de los nuevos derechos. ¡Ni en nuestras peores pesadillas hubiésemos imaginado semejante comienzo del Tercer Milenio, en nuestra Argentina agonizante! ¿Quedó algo de aquellos eternos laureles que supimos conseguir?
Lo hemos dicho otras veces, y vale repetirlo: nuestro país no se acostó provida, y se despertó abortista. Hace décadas que venimos desterrando a Dios, a la Biblia, a la Iglesia, y al orden natural de nuestras vidas. Con el cómodo y mentiroso argumento de modernizarse, y comprender que los tiempos cambiaron, hemos permitido que todo lo antinatural, todo lo perverso, todo lo más escandalosamente antihumano, infectara hasta nuestras fibras más íntimas. Solo hemos reaccionado cuando los gobernantes nos metieron la mano en el bolsillo; y, poco y nada, cuando lo hicieron en otros sitios más pudorosos…
Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia (Dt 30, 19), nos manda el Señor del Universo. Ningún poder humano podrá derogar el quinto mandamiento, que ordena No matar (Ex 20, 13). Ningún parlamento, ninguna asamblea, y ninguna masa manipulada podrán lograr jamás que el aborto deje de ser un asesinato. Porque, más allá de forzar el cambio del lenguaje, las cosas son lo que son, por encima de cómo se las nombre. Podrán llamarlo interrupción del embarazo; seguida siendo un crimen.
¿Y si hubiésemos salido Campeones del Mundo? ¡Mejor ni pensarlo! Mientras vivíamos el delirio de los festejos, nos hubiesen impuesto, en trasnochadas votaciones –como es la costumbre de este sistema- las más horrendas e inhumanas leyes.
Sí, por supuesto, Argentina puede ser Campeona del Mundo, en vida, familia y soberanía, si logra desprenderse de las mafias, de afuera y de adentro, que la tienen absolutamente sometida como colonia. Para ello deberá volver a tomar conciencia de que, solo sabiéndonos hijos del Padre, podremos jugar como verdadero equipo. Y, lejos de creernos los dueños de todo, demostrar que solo somos hijos del Dueño.
La Iglesia celebra el 30 de junio a los primeros santos mártires de Roma; los primeros cristianos de la ciudad eterna, que fueron masacrados en la persecución de Nerón. Ellos, ante el mundo, fueron definitivamente perdedores; ante Dios y su Iglesia fueron –como bien dijera Tertuliano- semilla de nuevos cristianos. Salvando las distancias, quiera Dios que esta derrota sea el comienzo de una nueva y definitiva victoria. En nosotros está jugarnos el todo por el todo…
+ Padre Christian Viña
Cambaceres, 30 de junio de 2018.
Primeros santos mártires de Roma.