El magisterio de la duplicidad viola el «sí, sí, no, no» ordenado por Jesús. Es una consecuencia del modernismo instaurado hace mucho en la iglesia y ahora ejecutado desde las más altas instancias. Consiste en enseñar dos posturas en sí antagónicas desde la Fe verdadera, pero que resultan conciliadas mediante artificios de lenguaje, de silogismos y del recurso a diversos portavoces, uno dice una cosa y otro dice la contraria, algo muy común en el proceder del discurso de aparatos políticos.
Esta duplicidad permite un excelente blindaje para toda acusación proveniente de personas que defienden la Fe y la Disciplina verdadera, pero que están poco advertidas de los recursos dialécticos.
Por ejemplo, un reciente programa de televisión católica acusa a Francisco de hereje por decir que «el infierno no existe», sin embargo, al pie de la letra no hay ninguna afirmación semejante con soporte documental, pues es afirmación hecha por un periodista tras una intervíu con Papa Francisco, del que se supone será fiel a lo dicho por sus entrevistados, pero sin constar prueba. De esta manera el que se meta a acusador sale trasquilado, mientras el gran público escucha encantado que el infierno no existe, porque así puede seguir con su vida (por supuesto que la conciencia seguirá haciendo su trabajo, gracias a Dios).
Otro material de la duplicidad es la doctrina de la misericordia. La misericordia es la gran obra divina, la obra del Misericordioso. Sin embargo bajo esta capa de usar una palabra positivamente cargada, con legitimidad total desde la doctrina tradicional, se van a introducir elementos nuevos y contrarios. Desde luego, jamás aparece la menor vinculación con la Divina Misericordia de Santa Faustina Kowalska, y ello porque la nueva misericordia no es la de Dios con los hombres sino de la unos hombres con otros, las llamadas obras de misericordia, pero que al ser desconectadas de la misericordia divina, quedan en obra humana; la ayuda a los otros es buena a condición de que se haga con sentido común, y no como un programa de martilleo constante en homilías y escritos. En la agenda modernista la ayuda a los otros no quiere ser en realidad obra de misericordia, sino «transformación» social dialéctica. La ayuda a los demás es algo natural en la sociedad humana, objeto incluso del segundo mandamiento, pero se vuelve contenido ideológico cuando se separa de la ley de la caridad completa y del mandato divino.
Santa Brígida recibió en su residencia en Roma a un peregrino compaisano suyo, sueco; en apariencia una obra de misericordia pero fue reconvenida por la Virgen, como una imprudencia, porque no lo había consultado con Ella, advirtiéndole que el tal peregrino no albergaba buenas intenciones. Hay acogidas y acogidas y toda caridad debiera ser puesta bajo el consejo divino, pero claro está, esto requiere un habitus de escucha y de obediencia a la voz de Dios y la Virgen. Muchos movimientos emprendidos desde fundadores sin consejo divino han sido emprendidos en la historia, siempre invocando la ayuda a los demás, pero al no ser de fundación divina, tras un tiempo han mostrado su verdadera faz como caminos de no salud, si bien muchas obras puntuales benefactoras han podido ser realizadas.
Es esta prédica de la misericordia del hombre para con el hombre, sin equilibrarla con la Gran misericordia, la que la vuelve doctrina dúplice y fuente de insensatez. Y no cabe justificarse de que la Misericordia Grande ya fue predicada, y ahora toca hacerlo con la otra intrahumana, porque esa prédica debe ser simultánea en cada época.
La doctrina dúplice es la forma moderna de expresión de la impiedad para consumo interior en la iglesia, es la forma modernista, parodia de la sobrenatural Razón, que no combate el dogma ni la espiritualdad ortodoxa mediante afirmaciones desnudas, sino con liquidez y ambivalencia; la desnudez la haría fácilmente combatible, la subversión camuflada produce mejores resultados de confusión para la cosecha maligna. Y para eso cuentan con toda la formación teológica de muchos años, que no escribe nada sin antes considerar exquisitamente las posibles respuestas de los impugnadores. Nadie mejor preparado para esto que los entrenados en las finuras dialécticas que da una gran experiencia de trato público con tan diversas gentes, que se dan en los ámbitos pastorales, sólo que ahora se vuelve en contra hacia la impugnación ortodoxa.
Pero también hay un problema con los impugnadores, cuando no se han elevado del simple espíritu de combate y por prevención histórica no se han formado en el magisterio marial o no se han dejado modelar por éste una vez recibido. La depuración del espíritu de repulsión por principio, tan común entre los iniciados en la fe, y que tiene su mayor expresión en el protestantismo, heredero del fariseísmo, también es deficiene en el ámbito católico, y ésta debiera ser la primera tarea a superar, pero claro, para ello se requiere abrirse al magisterio marial de verdadera compasión sin disimulo de la verdad, (a no ser que ésta sea contingente, por ejemplo no todos los fallos deben ser revelados al alma para que ésta no se desmoralice).
El quid del magisterio dúplice sin embargo queda ya bien a la vista, es culmen hasta hoy el más perfeccionado de las máximas modernistas iniciadas 100 años atrás y depuradas desde entonces, para convertir todos los términos católicos a términos de «conciliación», consecución de una falsa unión entre Iglesia y mundo, una falsa evangelización, que consigue en apariencia un gran milagro: la unión de los hombres, la que los anteriores discípulos de Cristo en la historia y Cristo mismo no habrían conseguido.
Marc Vincent