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UNA NOVELA IMPÍA Y SUS PROFECÍAS CUMPLIDAS

En 2008 publicamos un artículo sobre una enigmática novela que anticipaba cambios en la iglesia que ya se habían cumplido. El paso de estos años sigue produciendo nuevos cumplimientos impensados entonces y hace que volvamos nuestra mirada de nuevo a aquel libro. Esa novela era Il santo de Antonio Fogazzaro publicada en 1906 sólo un año antes de la encíclica Pascendi contra el modernismo.

La novela fue esperada con entusiasmo antes de su publicación y produjo una gran sensación, de la que se hizo eco gozoso el que fuera principal «teólogo» modernista de su época, Alfred Loisy. Hoy día en el mundo común, pasados más de cien años, se desestima a Fogazzaro y su obra, que debe aparecer sólo en el bachillerato italiano, queda como un texto que reflejaba una época. Sin embargo, no hablaba de pasado sino de futuro. Y a diferencia de la otra gran obra que se quiso premonitoria «El amo del mundo» de Hugh Benson, acertó de lleno, también Benson noveló una gran crisis de la iglesia, pero la pensó al modo clásico, con persecución cruenta de sacerdotes. Aunque ésta se ha dado en este siglo, sin embargo, la crisis de la Iglesia ha sido de debacle interna como es bien sabido.

Entender el modernismo, aparte de la enseñanza del Papa San Pío X, requiere entender la obra Il santo, y entender ésta requiere saber de su autor. Fogazzaro inició su vida católica de manera común a la época, como le ocurrió a Unamuno, con quien comparte un cierto recorrido vital e intelectual; Fogazzaro dice que la primera vez que dejó de ir a misa sólo por pasear sintió como un gran cadena se le quitaba de encima, llevó una juventud aficionada a la creación literaria y a la vida disipada; enseguida conoció el triunfo literario, el primero serio fue la obra Malombra, donde se aprecia la importancia del espiritismo, y aparece el pecado de la carne, que él mismo venía practicando de manera adúltera continua.

Ya era un hombre impresionable ante la ciencia de su época, y en 1891 daba conferencias buscando conciliar a San Agustín y Darwin. Con esos antecedentes y su calidad literaria reconocida, llevaba dentro su crisis de fe culpabilista pero sin reforma interna, y escribió la obra que él quería reflejase el mundo del futuro, con una iglesia reformada. Y atención, esa reforma debía rematarla un Papa del futuro, un Papa que debía ir siendo preparado con tiempo por medio de una conspiración de la que los mismos iniciadores no tenían porqué saber su calendario ni quienes serían sus sucesores.
Las estrellas de la Iglesia a reformar serían un experto en ciencia bíblica, es decir, el intelectual racionalista específico para la Escritura, y un santo o falso santo, que da nombre a la novela; éste un simple jardinero en el Subiaco, un hombre del gusto de la gente, popular, sacrificado, itinerante, el nuevo san Francisco, que llegaría a Roma e iniciaría la convocatoria secreta de los reformadores, gente principal, gente de la sociedad, con algún eclesiástico, que no iban a ser masones clásicos, sino masones específicos para la Iglesia, creyentes en ella, pero que «sabían ver» la necesidad de su reforma adaptándose a la época, a los nuevos tiempos.

Algunos diálogos que ya recogimos son reveladores:
“Somos un cierto número de católicos en Italia y fuera de Italia, eclesiásticos y laicos que deseamos una reforma de la Iglesia… Para ello necesitamos crear una opinión que lleve a la autoridad legítima a actuar según nuestras miras, aunque fuese dentro de 20, 30 o 50 años…»
La idea fundamental de los conjurados es la de no abandonar la Iglesia por ningún motivo. Separados de ella, no serían más que una secta visiblemente herética. Su objetivo es más ambicioso: conquistar la Iglesia desde dentro.“Trabajemos para hacer sentir universalmente la necesidad de renovar todo lo que en nuestra religión es ropaje y no cuerpo de la verdad… hagámoslo permaneciendo en el terreno del puro catolicismo, esperando de las caducas autoridades las nuevas leyes, demostrando sin embargo que, si no cambia esas vestimentas llevadas desde hace tanto tiempo, ninguna persona cultivada consentirá ya en ser católico. Y quiera Dios, que muchos de entre nosotros no se las quiten por no poder soportar más la repugnancia que les causan”. Pero tal trabajo oculto en el seno de la Iglesia, ¿no corre el riesgo de ser descubierto? Es el temor que expresa uno de los conjurados: “Creéis que os será posible navegar bajo el agua como peces prudentes y ya no pensáis que el ojo penetrante del Soberano pescador o Vice-Pescador puede descubriros. Yo no aconsejaré jamás a los peces más finos, más sabrosos, más buscados, que se junten. Comprendéis lo que sucedería si cogieran a uno de ellos y lo sacasen del agua. Y no ignoráis que el Gran Pescador de Galilea ponía los peces en vivero, pero el Gran Pescador de Roma los pone en la sartén”. La respuesta que se le dio es muy reveladora: “Aisladamente, cualquiera puede ser alcanzado: hoy, el profesor Dana, por ejemplo, mañana Dom Faré, pasado mañana Dom Clément. Pero el día en el que, el imaginario arpón… pescase unidos por un hilo, laicos de marca, sacerdotes, monjes, obispos, tal vez cardenales, ¿quién será, decidme, el pescador pequeño o grande que del susto, no deje caer al agua el arpón y todo lo demás?” .El plan está claro: contaminar los espíritus en tan gran número que Roma (el Papa designado veladamente como “Gran Pescador”) dude en condenar. Ese día la Iglesia será conquistada desde dentro, ahogada por la opinión; pues los modernistas saben que se puede “fabricar la opinión” y van a dedicarse a ello.

La novela continúa: la conjura se ha extendido, y Fogazzaro cuenta la reunión secreta que tuvo lugar en Roma y el discurso que pronunció el profeta del movimiento: Benedetto, “el Santo”:“Hemos sido educados en la fe católica y hemos aceptado sus más arduos misterios; hemos trabajado por ella, pero ahora otro misterio se levanta en nuestro camino y nuestra fe vacila ante él. la Iglesia católica, que se proclama fuente de verdad, obstaculiza hoy la búsqueda de la verdad cuando esta búsqueda se lleva a cabo en sus propios fundamentos, en sus libros sagrados, en las fórmulas de sus dogmas, en su pretendida infalibilidad… para nosotros, esto significa que está destinada a la muerte, a una muerte lejana pero ineluctable… ¿Qué debemos hacer? Entonces, parodiando el Evangelio, el tal Benedetto cuenta esta parábola: “Unos peregrinos sedientos se acercaron a una famosa fuente. Encuentran un pilón lleno de agua estancada de sabor desagradable. La fuente viva está en el fondo del pilón, pero no la encuentran. Decepcionados, se dirigen a un cantero que trabaja cerca de allí en una galería subterránea. El cantero les ofrece agua pura, ellos le preguntan el nombre del manantial. ‘Es la misma que la del pilón, les responde, en el subsuelo toda esta agua forma una corriente’. El que cava encuentra”.Y «Benedetto» explica la «párabola»: “Los peregrinos sedientos sois vosotros; el oscuro cantero soy yo; la corriente escondida en el subsuelo es la verdad católica. En cuanto al pilón, no es la Iglesia, la Iglesia es todo el campo por el que corren las aguas vivas. Si vosotros os habéis dirigido a mí, es porque sabíais de una manera inconsciente que la Iglesia no es la jerarquía únicamente. Que es el universal conjunto de fieles, Gens Sancta, y que del fondo de este corazón cristiano puede brotar el agua viva del manantial mismo, de la Verdad misma”. El tal “reformador”, hábilmente, no niega la Jerarquía. Si los conjurados deben infiltrarse en ella, es importante dejarle bastante fuerza para ayudarlos en su conquista oculta, pero la van a aprisionar en la “opinión”, la “opinión” que ellos van a crear.

Los conjurados habían comprendido perfectamente que la inmutabilidad de la Iglesia, la formidable construcción dogmática asentada sobre la Tradición constituía una barrera infranqueable para los “innovadores”. La primera tarea a realizar, era hacer penetrar en la “opinión” que la Iglesia debía cambiar, evolucionar. ¿A dónde la llevarán? Eso sería la segunda etapa: lo primero hacer admitir la idea del cambio. En su lecho de muerte, el protagonista, “Il Santo” deja esta consigna a los conjurados: “¿Os digo que toméis públicamente el lugar de los Pastores? No. Que cada uno trabaje en su propia familia, entre sus amigos personales, los que puedan, por medio de escritos. Así, vosotros prepararéis el terreno en el que se formarán los futuros pastores…».

La novela fue mencionada entre líneas por el Papa Pío X en su encíclica antimodernista y le dió bastantes claves de entendimiento:
“Evidentemente, son rebeldes los que profesan y difunden, bajo formas artificiosas, errores monstruosos sobre la evolución del dogma, sobre el regreso al puro Evangelio —es decir, descargado, como dicen, de las explicaciones de la teología, de las definiciones de los Concilios, de las máximas de la ascética— sobre la emancipación de la Iglesia, PERO DE UNA MANERA NUEVA, SIN REBELARSE PARA NO SER SEPARADOS, PERO SIN SOMETERSE para no faltar a sus propias convicciones; y finalmente, sobre la adaptación a los Tiempos presentes (…) Todos estos errores se propagan en opúsculos, revistas, libros ascéticos y hasta en novelas”.

Llamativamente no era la única obra en señalar que las futuras reformas debían venir por un Papa, nada menos que el escritor español, Pérez Galdós, lo señaló en otra novela: Nazarín cuyo protagonista es un joven sacerdote pobre, itinerante, que parece ser el mejor seguidor de Jesús, amigo de pecadores y que ansía la reforma de la iglesia, de inspiración franciscana que pudiera ser realizada por un Papa.
Igualmente Unamuno seguía el mismo clima en su obra San Manuel Bueno y mártir, leyó también la obra de Fogazzaro, lo mismo que Ortega y Gasset. Obviamente se trataba de una gran corriente, la del modernismo, que se reveló en la literatura, pero que era el espíritu de los iniciados de los nuevos tiempos. Sus aspiraciones hoy se ven cumplidas, aunque la evolución de las mismas -que se esperaba de orden épico- está revelándose hoy como manifestación de espíritu burlesco, parodia y caricatura, la mona de Dios, ejecutada por quienes han cumplido las aspiraciones de Fogazzaro y su generación.

Marc Vincent.

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