La conciencia requiere formación y educación. Puede volverse raquítica; puede ser destruida; puede ser deformada a tal punto que llegue a expresarse con dificultad o de manera distorsionada. El silencio de la conciencia puede volverse una enfermedad mortal para toda una civilización. Encontramos de tanto en tanto, en los Salmos, la oración a Dios para que libere al hombre de sus pecados ocultos. El salmista ve como el más grande peligro el ya no reconocerlos como pecados, y caer en ellos aparentemente con buena conciencia.
El no lograr tener conciencia de culpa es una enfermedad, así como es una enfermedad la ausencia de dolor en una enfermedad. No puede entonces aceptarse el principio de que cada quien puede hacer lo que su conciencia le autoriza hacer: en tal caso, un individuo sin conciencia estaría autorizado para hacer cualquier cosa.
En cambio, será justamente por su culpa si la conciencia está tan oscurecida que él ya no ve aquello que, cuanto hombre debería ver […]. Para nosotros esto significa que el Magisterio de la Iglesia tiene la responsabilidad de una correcta formación. Se dirige, por así decirlo, a las vibraciones internas que sus palabras suscitan en el proceso de maduración de la conciencia […].
A esto corresponde entonces la obligación del Magisterio en pronunciarse de tal manera que pueda ser comprendido en medio de los conflictos de valores y de directrices» Cardenal Ratzinger (tratado de «Conciencia y verdad. Conferencia en Dallas y en Siena», en «La Iglesia. Una comunidad siempre en camino», Ediciones Paulinas, 1991, pág.113-137).
Traducción de Como Vara de Almendro
http://chiesaepostconcilio.blogspot.mx/2017/04/ratzinger-e-la-coscienza.html