Una vez más este Viernes Santo será entregada la Iglesia a sus enemigos. Sabemos que el año pasado Cantalamessa tuvo la osadía de decir el Viernes Santo en San Pedro que «Lutero tuvo el mérito de recordar la Misericordia a la Iglesia», y vimos todo un año lo que esto implicó en la «agenda ecuménica». Este Viernes, en un acto muy incluyente, se invitará a una mujer teóloga, otra teóloga disidente más. Cada semana, escuchamos avergonzados palabras más osadas, que desgajan el bello edificio de la Iglesia construida con el amor a la verdad de todos sus santos.
Ante este espectáculo que nos martiriza el corazón, vemos que se impone una mentalidad apóstata, conocida como la masonería eclesiástica. Consiste básicamente en dos cosas: la religión del hombre por encima de la Ley de Dios, esto es, pretende cambiar la Ley y los tiempos (Dn 7,25). Este tiempo de misericordia, se usa la libertad para pecar. Contrario a la ley de Dios, sus autoridades eclesiásticas se deslindan de los predecesores: pontífices, doctores, maestros y apóstoles y sacan sus propias conclusiones. Cambian la ley de Dios por leyes de hombres. Se contradice abiertamente el Catecismo y el Código de Derecho Canónico y no se castiga a las Conferencias Episcopales que lo hacen, por el contrario, se les felicita.
Y el segundo objetivo es rechazar la gloria de la Cruz en una teología que relativiza el matrimonio fiel y fecundo, que acepta la vida de obstinación en el pecado y les llamamos «fidelidad de las parejas en unión libre» o le llamamos «aportación positiva de la homosexualidad», que integra a todos los teólogos liberales a quienes la Iglesia les prohibió enseñar por salirse del marco de la enseñanza católica.
El discípulo no es mayor que el Maestro y si esto le hicieron a Jesús, la Esposa, debe pasar lo mismo. La pregunta es ¿cómo lo debemos vivir sus hijos? Tenemos muchos hijos que han estado en la Iglesia mientras no implicaba dar, sólo recibir bendiciones y beneficios. Estos hijos desaparecen, se esfuman, en el momento crítico. Otros hijos como Pedro, sacan la espada, quieren luchar con sus recursos humanos, cuando esto es una guerra que se pelea con armas espirituales. Algunos llegan a escoger a Barrabás cuando escogen la justicia por medio de la violencia y el «lío». Muchos otros, tristes ante lo inevitable, prefieren ya no ver el problema, aunque se les anunció y se les preparó. La pena los adormece. Ante la frustración e impotencia huyen a sus pueblos y hacer sus cosas de antes.
María, sabía igual que ellos que el Hijo del hombre tenía que padecer y al tercer día resucitaría, y como Ella estaba acostumbrada a guardar las cosas en su corazón y prepararse para la prueba desde que el viejo Simeon le anunció que sufriría lo indecible, entonces Ella no huyó. No dejó de mirar al Traspasado. No se desesperó en la prueba, ni recriminó a Dios sorprendida, como se ha también sugerido en esas interpretaciones libres tan frecuentes hoy, porque en medio de su profundísimo dolor, sabía que era necesario y que Él resucitaría, por eso no lo fue a «buscar entre los muertos al que vivía». Ella como la madre de los Macabeos, estaba allí para animar con su presencia al Hijo para ser fiel al Padre. Ella hubiera querido morir con Él, porque su amor era enorme al pecador y a su Dios, pero no era ese martirio el que se pedía para Ella. Ahora la Iglesia, tiene que padecer. Dios envía un «poder seductor» para que la cizaña y el trigo se separen. Estos nuevos seducidos, que buscan a quien seducir, buscan una religión según sus apetitos (II Tes 2, 10-12/II Pe 2, 14) y se sienten tan seguros de su victoria, que ya están a la luz pública festejando su logro (I Tes 5,3). Sin embargo, esta guerra está ganada. El triunfo de la «nouvelle theologie», la teología sin fe y sin cruz, es aparente, y el martirio de los verdaderos maestros (Dn 11,32-35). Cuando más irreversibles se ven los cambios que se han implementado y todo se ve perdido, al menos por muchas décadas, confiemos que este triunfo del mal que se encumbra será «derrotado con el soplo de Su boca» (II Tes 2,8) Ahora estamos en medio de la purificación de la Tribulación, y esto son sólo dolores de parto. No sabemos cuánto tiempo dure este trabajo de parto, pero sabemos que al final la mujer está feliz y ya no recuerda su dolor porque un nuevo hombre ha llegado al mundo (Jn 16,21). Mantengamos firmes junto a la Cruz, pues para esta hora hemos venido.
Pía
Muchas gracias por este precioso artículo que describe muy bien los tiempos que vivimos, revelados por N.S. Jesucristo y la Santísima Virgen María: Daniel, Zc.13, Jn. 13, Ap. 13, San Pablo 2 Ts. 2, Tercer Secreto de Fátima (13-5), La Santísima Virgen en la Salette…, Santa Brígida de Suecia, San Francisco de Asís, Santa (za) Ana Catalina Emmerick, etc, etc…
http://www.capillacatolica.org/ProfeciasAnaCatalinaEmmerich.html
¡VEN SEÑOR JESÚS!