Estimados lectores de Como Vara de Almendro; conocen bien el estilo de nuestras publicaciones, que viene siendo principalmente una labor pastoral, más que litúrgica. No obstante, pensamos que es bueno recordar la sacralidad que debe envolver cualquier circunstancia en la presencia del Señor y de forma especial en la Santa Misa, momento cumbre de nuestro día, en que tenemos la posibilidad de acercarnos humildemente al Misterio de la Pasión y Muerte de nuestro Salvador, y poderle recibir en forma sacramental como salud para nuestras almas.
Por este motivo, en esta ocasión, nos vamos a centrar en el silencio que debe ser una prioridad en nuestros templos durante la celebración eucarística, algo que, por desgracia, vemos con tristeza se ha perdido en muchas de nuestras iglesias.
El presente artículo nos habla de la Misa Tradicional, una misa que apreciamos y hemos conocido mucho mejor gracias a nuestro estimado Benedicto XVI, con su Carta Apostólica en forma de Motu Proprio Summorum Pontificum (ver documento) del 7 de julio de 2007. De este modo, muchos fieles se han beneficiado de dichas celebraciones, y las personas que nos hemos criado exclusivamente en el Novus Ordo, gracias esta iniciativa de S.S. hemos tenido la oportunidad de conocer este rito tan nuestro y tan estimado de la Iglesia de siempre, postergado a veces sin motivo, pues nunca fue abrogado.
Conviene aquí también recordar el deseo del Cardenal Roberth Sarah, Prefecto para el Culto Divino, quien hace escasos meses pidió públicamente se volviera a la sacralidad del momento más excelso y grande dentro de la celebración eucarística, el momento consagratorio, pidiendo a los sacerdores se sumaran a la iniciativa que proponía de recogernos todos, pueblo fiel y celebrante, y volvernos «ad orientem», tal y como siempre se hace en la misa tradicional.
En Como Vara de Almendro apreciamos esta belleza y variedad de la riqueza de nuestra Iglesia, motivo por el cual hemos creído interesante y provechoso el ir dando a conocer este rito a todos ustedes, amados lectores, rito tristemente olvidado, pero tan vigente como siempre.
Este silencio del que se habla en este artículo, también deseamos pueda ser vivido en las misas del Novus Ordo a las que muchos de nosotros asistimos comunmente, y que vivimos como algo sagrado cuando son celebradas igualmente con la pulcritud y la sacralidad que todos deseamos ver en ellas. Misas que inspiran devoción y deseos de santidad de vida cuando no olvidan su modelo sacrificial, modelo que a veces, por desgracia, estamos acostumbrados a ver se ha perdido, pues tristemente vemos como en algunas de ellas la celebración se ha convertido mayoritariamente en «cena» y no en Sacrificio del Calvario.
Vamos pues, a modo de catequesis, a aprender algo más de dicha celebración de la Misa Tradicional, tan querida y bendecida por S.S. Benedicto XVI.
El equipo de Como Vara de Almendro.
EL SILENCIO EN LA MISA
Una meditación sobre la misa rezada. Por Wilson Gavin
Fotografías por Beverly Stevens y Elrica D’Oyen-Gebert
Tal vez sea un poco inusual, pero lo que más amo de la Misa Tradicional en Latín es el silencio. La mayoría de los tradicionalistas parecen estar sumergidos en la gloria de la Misa Cantada; en verdad, no hay experiencia en la Tierra que podamos experimentar que nos acerque más al Cielo. Y amo la misa cantada inmensamente. Sin embargo, nada toca más mi alma que el dulce silencio de la misa rezada. Fuera del desierto, el verdadero silencio es imposible de encontrar hoy en el mundo. Pero durante el Canon de la Misa, cualquier día de la semana muy temprano, rodeado por unas cuantas almas que han deambulado alejados del furioso ruido del mundo afuera; es ahí donde tengo más intensamente mis momentos espirituales.
Si la Misa cantada baja el Cielo sobre la tierra, puede decirse entonces que la Misa rezada es el rito más antiguo de la Iglesia, preservada in situ por dos mil años. Los Apóstoles y los Mártires no pudieron celebrar gloriosas liturgias en inspiradoras catedrales; de hecho; aquellas fueron el refugio de los paganos por un largo tiempo. En resumidas cuentas, las primeras misas celebradas en casas o en tumbas no fueron algo grandioso. Eran simples, austeras, sin embargo el amor y la gracia presentes en ellas inspiraron incontables almas al martirio.
El silencio de la Misa captura también la tristeza de la Misa. Podemos regocijarnos y alegrarnos en la maravilla de nuestra redención. Al tiempo que recordamos el horrible dolor y tormento que fue necesario para ella. El silencio en la Misa refleja la Semana Santa en su totalidad. El silencio en la Misa es aquel de la agonía de Cristo en el Huerto, de su cuerpo muerto y quebrado en la Cruz, reposando ungido como un rey sobre las frías piedras de la tumba. Est
o no es algo que pueda alcanzarse por medio de canciones o fuertes aclamaciones; sólo puede encontrarse en susurros silenciosos y en la callada contemplación de la Cruz. Así como Sión se encontraba despojado y vacío, y su pueblo disperso, el profeta Jeremías creyó conveniente escribir en las Lamentaciones, ‘Bueno es esperar callando el socorro de Dios’ (Lam. 3, 26). En tiempo de lamentaciones y rasgar de vestiduras, Jeremías vio el silencio como la única liberación para la pena. Es sólo en el silencio que realmente podemos meditar la profundidad de los misterios de la Fe. Es un tiempo de sanar, y de encontrar paz.
No puedo contar el número de veces en las que he ido a misa vernácula con ánimo sombrío (en definitivo soy más un melancólico) para intentar encontrar alguna medida de paz, sólo para encontrar un pastor excesivamente exuberante quien mientras está en el altar insiste en que me mueva desde mi cómoda banca al final para presentarme a mí mismo ante la congregación. No hay experiencia más mortificante que ser interrumpido, mientras se está arrodillado en oración, por la amable ancianita que pregunta si te gustaría ayudar como lector. No precisamente, mi estimada, pero como lo ha preguntado tan amablemente lo haré. En la misa rezada, todo es mucho más sencillo. Entras a la iglesia o a la capilla, y sabes que no serás interrumpido hasta que el último Evangelio [San Juan 1, 1-14] se termine.
Por extraño que parezca, la misa que cuento como segunda en mis afectos después de la misa rezada no es la misa cantada, sino aquella del Ordinariato. Un querido profesor mío bromeaba a menudo con que yo era más anglicano que católico. Es cierto, amo las campanas y los aromas, los viejos himnos y el lenguaje arcaico, y la fácil comodidad de la misa de Ordinariato, casi tanto como la Forma Extraordinaria. Me hace sentir más bien avergonzado como católico de misa tradicional; siempre pensé que teníamos el monopolio de una liturgia ¡fuera de este mundo! Hay definitivamente una razón por la que el Papa Emérito vio la música y la liturgia de los anglicanos como digna de conservarse. Aún mientras que hay belleza en ella, una belleza trascendente, simplemente no puede compararse a la Misa del Santísimo.
La misa en latín más cercana para mí por el momento está a 3.000 km de distancia, atravesando Korea del Norte y el desierto de Gobi. Aún tengo misa cada domingo, pero hace que me duela la cabeza. Nunca hay un momento de silencio, nunca hay un momento para una silenciosa reverencia. Parece que Mongolia saltó directamente de su espectacular liturgia del pasado hacia la alegría de los himnos sesenteros. Tal vez eso ha sido poco amable; aquí los sacerdotes y las hermanas son buenos cristianos que han viajado atravesando continentes para difundir el Evangelio. La congregación está compuesta casi en su totalidad por conversos, cuyos rostros se iluminan cuando reciben el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor.
¿Pero qué no cambiaría por un poco de asombroso silencio? Cuando asisto a misa Novus Ordo con guitarras, canciones cursis y aplausos, me acuerdo de estos versos en Reyes: “Y he aquí que va a pasar Yahvé.” Y delante de él pasó un viento fuerte y poderoso que rompía los montes y quebraba las peñas, pero no estaba Yahvé en el viento. Y vino tras el viento un terremoto, pero no estaba Yahvé en el terremoto. Vino tras el terremoto un fuego, pero no estaba Yahvé en el fuego. Tras el fuego vino un Iigero y blando susurro. Cuando lo oyó Elías, cubrióse el rostro con su manto” (1 Reyes 19, 11-13).
El silencio de la Misa es el simple silencio entre el Amado, y Aquel que ama. El silencio de la Misa nos acerca a la presencia de Dios, para que busquemos a Él a quien nuestra alma ama. Para contemplarlo en absorta adoración mientras el sacerdote eleva la hostia, para escuchar las campanas y llorar; esto es la comunión en el más puro sentido. Esto es amor.
WILSON GAVIN es un chico australiano de dieciocho años viviendo actualmente en Mongolia, donde trabaja como maestro. Después de haberse alejado de la fe a una temprana edad, regresó a través de la Misa Tradicional en Latín y el ministerio de los Carmelitas. Actualmente está en el discernimiento de su vocación para el sacerdocio.
Traducción de Como Vara de Almendro