Por Phil Lawler
1 de Marzo de 2017
Algo se rompió el viernes pasado cuando el papa Francisco empleó la lectura el Evangelio del día como una oportunidad más para promover su propia visión sobre el divorcio y los vueltos a casar. Condenando la hipocresía y la “lógica de la casuística”, el Pontífice dijo que Jesús rechaza el enfoque de los académicos del Derecho.
Bastante cierto. Pero en su reproche a los Fariseos, ¿Qué dice Jesús acerca del matrimonio?
“Y serán los dos una sola carne. Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”. (Mc 10, 8-9)
…y…
El que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera contra aquélla; y si la mujer repudia al marido y se casa con otro, comete adulterio (Mc 10, 11-12).
Día tras día, en sus homilías durante las misas por la mañana en la residencia de Santa Marta del Vaticano, el papa Francisco denuncia a los “doctores de la ley” así como a la “rígida” aplicación de la doctrina moral Católica. En algunas ocasiones su interpretación del Evangelio del día es forzada; a menudo la caracterización que hace de los católicos tradicionales es insultante. Pero en este caso, el Papa ha puesto completamente de cabeza la lectura del Evangelio. Leyendo en Radio Vaticana la versión de aquella asombrosa homilía, ya no podría pretender que el papa Francisco esté meramente ofreciendo una nueva interpretación de la doctrina católica. No; es más que eso. El papa está enganchado en un esfuerzo deliberado por cambiar lo que enseña la Iglesia.
Por más de 20 años hasta hoy, escribiendo diariamente sobre noticias del Vaticano, he tratado de ser honesto en mi evaluación sobre declaraciones y acciones papales. Algunas veces critiqué a San Juan Pablo II y al papa Benedicto XVI, cuando creí que sus acciones fueron imprudentes. Pero nunca pasó por mi cabeza que cualquiera de estos Papas supusieran algún peligro a la integridad de la Fe Católica. Mirando muy atrás en el pasado a través de la historia de la Iglesia, me doy cuenta de que ha habido malos Papas; hombres cuyas acciones personales fueron motivadas por avaricia, celos y un insano deseo por el poder y una total lujuria. Pero ¿acaso alguna vez existió algún Romano Pontífice que mostrara tal desdén por aquello que la Iglesia siempre enseñó y creyó y practicó – sobre temas tan claros como la naturaleza del matrimonio y sobre la Eucaristía?
El papa Francisco ha encendido la polémica desde el día en que fue electo como sucesor de San Pedro. Pero en varios meses anteriores la polémica se ha vuelto tan intensa, la confusión entre los fieles está tan esparcida, la administración en el Vaticano es tan arbitraría – y las diatribas del Papa tan fuera de sí contra sus enemigos (reales o imaginarios) – que hoy la Iglesia Universal está apresurándose hacia una crisis.
En una gran familia, ¿cómo debería comportarse un hijo cuando se da cuenta de que el comportamiento patológico de su padre amenaza el bienestar de todos los miembros de la casa? Ciertamente debería continuar mostrando respeto por su padre, pero no puede negar el peligro de manera indefinida. Eventualmente, una familia disfuncional necesita una intervención.
En la familia universal que es la Iglesia Católica, el mejor recurso de intervención es siempre la oración. Una intensa oración por el Santo Padre sería un proyecto particularmente apto para la temporada de Cuaresma. Pero la intervención requiere también de honestidad; un reconocimiento sincero de que tenemos un serio problema.
Reconocer el problema puede proporcionar también una especie de alivio, relajarse de las tensiones acumuladas. Cuando digo a mis amistades que considero como un desastre este papado, he notado que mucho más a menudo, se les percibe extrañamente despreocupados. Ellos pueden calmarse un poco sabiendo que sus propias conjeturas no son irracionales, que otros comparten sus mismos temores respecto al futuro de la fe, que no es necesario continuar con una infructuosa búsqueda de caminos para reconciliar lo irreconciliable. Además, habiendo dado nombre al problema, pueden distinguir lo que no es esta crisis de catolicismo. El papa Francisco no es un anti papa, mucho menos es el Anticristo. La Sede de Pedro no está vacante, y Benedicto no es el “verdadero” Pontífice.
Para bien o para mal, Francisco es nuestro papa. Y si es para mal – como tristemente concluyo que es – la Iglesia ya ha sobrevivido a malos Papas en el pasado. Los católicos nos hemos descompuesto por décadas, disfrutando de una sucesión de admirables líderes vaticanos; Pontífices que fueron dotados maestros y hombres santos. Crecimos acostumbrados a voltear hacia Roma para ser guiados. Ahora no podemos.
(No es mi intención el implicar que el papa Francisco ha perdido el carisma de infalibilidad. Si emitiera una declaración ex cathedra,en unión con los obispos del mundo, podríamos estar seguros de que está desempeñando su deber de transmitir lo que el Señor le dio a San Pedro: el depósito de la fe. Pero este papa ha elegido no hablar con autoridad; por el contrario, rotundamente rechazó clarificar su más polémico documento magisterial.)
Pero si no podemos contar con instrucciones claras por parte de Roma, ¿hacia dónde podemos voltear? Primero, los católicos podemos confiar en la constante enseñanza de la Iglesia, las doctrinas que ahora tan a menudo son puestas en duda. Si el Papa es confuso, el Catecismo de la Iglesia Católica no lo es.
Segundo, podemos y debemos pedir a nuestros propios obispos diocesanos que den un paso al frente y carguen con sus propias responsabilidades. Los obispos, también, han pasado años refiriendo las preguntas más difíciles a Roma. Ahora, necesariamente, deben proveer su propia, clara y decisiva afirmación de la doctrina católica.
Tal vez el papa Francisco me demostrará que estoy equivocado, y emergerá como un gran magistrado católico. Espero y rezo por que lo haga. Tal vez mi argumento entero esté obstinadamente equivocado. Ya me he equivocado antes, no dudaría que esté equivocado otra vez; un punto de vista equivocado más no tiene mayores consecuencias. Pero si estoy en lo correcto, y el actual liderazgo del Papa se ha vuelto un peligro para la fe, entonces otros católicos, y en especial los ordenados, líderes de la Iglesia, deben decidir cómo reaccionar. Y si estoy en lo correcto – como seguramente estoy – aquella confusión sobre las enseñanzas fundamentales de la Iglesia ya se ha esparcido a todo lo ancho, así que los obispos, como maestros primarios de la fe, no pueden ignorar su deber de intervenir.
Phil Lawler ha sido un periodista católico por más de 30 años. Ha sido editor de varias revistas católicas, y ha escrito ocho libros. Es fundador de Catholic World News, y es el nuevo director de noticias y analista en jefe en CatholicCulture.org.
Traducción de Como Vara de Almendro
Fuente: http://www.catholicculture.org/commentary/otn.cfm?ID=1207