En este nuestro tiempo vivimos un gran paralelismo con la Primera Venida de Nuestro Señor Jesucristo al mundo.
El Señor sentía pena por la gente, «porque andaban como ovejas sin pastor». Y eso ocurría a pesar de que Él, el Supremo Pastor, estaba allí. Estaba allí, pero no era el Pastor oficial. Él, que es la Verdad, no era «la verdad oficial». La verdad oficial estaba en manos del Sumo Sacerdote, del consejo de ancianos llamado Sanedrín, y de los sacerdotes en general… ¡Y mientras, las ovejas, estaban sin pastor! Quizá peor que sin pastor. Podríamos decir que estaban conducidas por malos pastores. Tan malos, que les llevaron a pedir la sentencia de muerte del Hombre-Dios.
El hombre actual vive ahora esa misma tragedia. Está como oveja sin pastor. O, como diría Antonio Machado, como perro olvidado…
Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino, como
el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena,
así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.
Los poetas siempre han conseguido plasmar en el papel esas vivencias universales del corazón humano. En este caso, ese sentirse perdido en el mundo, en medio de la niebla de la existencia. Quien más, quien menos, todos nos sentimos algo perdidos, incluso los que tenemos Fe. Hay momentos en los que la barquilla de nuestra vida se ve azotada por el viento, en medio del oleaje… Y mucho más ahora, que vemos la Barca de Pedro en medio de una tormenta tal, que nos recuerda aquella en la que los Apóstoles, aterrados ante la evidencia de que aquello se hundía, se decidieron a despertar a Jesús: «Señor, nos hundimos. ¿No te importa que nos ahoguemos?»
Así nos vemos con frecuencia en esta vida los seres humanos. Al menos, si tenemos Fe, acudimos a Jesús y Él nos conforta, nos da su paz, nos da la luz que pone todo en su sitio, en sus verdaderas proporciones. Proporciones de eternidad. Nos pone en la realidad. Yo estoy contigo, no temas -nos dice-. Y todo desaparece. Reina de nuevo la calma en nuestro interior. Pero cuántas personas en nuestro tiempo no tienen esa gracia. Cuántas personas, sobre todo los jóvenes, no han recibido la formación necesaria que debían proporcionarles sacerdotes y padres, y van por la vida como ovejas sin pastor, como perro olvidado…
Los apóstoles acudieron a Jesús. Él se levantó, increpó al viento y ordenó al mar:
—¡Silencio! ¡Cálmate!
El viento se calmó y todo quedó completamente tranquilo.
40 —¿Por qué tenéis tanto miedo? —dijo a sus discípulos—. ¿Todavía tenéis tan poca fe? (Mc. 38-40).
Tengamos fe. El Señor está cerca.
Javier Ventas
Alguna vez deberá computarse el inmenso daño moral psicológico y trascendente hecho por los modernistas católicos a generaciones enteras multitudes con sus falsas doctrinas su nihilismo espiritual con exponentes de las infiltraciones marxistas protestantes masones satanistas que deberán ser juzgados con un rigor de los más graves