El lunes supimos que Francisco permitió, de forma indefinida y ya no solo en el año de la Misericordia que ha concluido recientemente, el perdón del pecado del aborto a través de cualquier sacerdote, sin necesidad de acudir al penitenciario, como antes era lo habitual. Esta manifestación la hizo a través de la Carta Apostólica Misericordia et misera .
Para los católicos que conocían que al abortar, o prestar apoyo a un aborto provocado quedaban fuera de la Iglesia con la excomunión latae sentenciae, era necesario, hasta antes del año de la Misericordia, acudir al penitenciario para ser readmitido a la Iglesia y recibir la absolución. El penitenciario es un sacerdote asignado por el obispo local para este ministerio de perdonar el pecado del aborto y reintegrar a esa persona nuevamente a la Iglesia Católica. También algunas órdenes como la de los carmelitas tenían este privilegio de poder perdonar este pecado.Cuando la persona en cuestión, desconocía, por su escasa formación, que al abortar o colaborar con un aborto inducido quedaba excomulgada, se hacía innecesaria dicha práctica, pudiéndose perdonar dicho pecado a través de cualquier sacerdote, sin que tuviera que ser explícitamente el penitenciario o un religioso de las órdenes que ostentaban este mismo derecho.
Una persona que me conoce y sabe que trabajo en el ministerio del Viñedo de Raquel de Sanación postaborto, me preguntaba la tarde del día en que salió la noticia: ¿Montse, qué opinas de esto que ha decidido Francisco de continuar con la práctica que se ha venido dando en el Jubileo, de que cualquier sacerdote pueda perdonar el pecado del aborto? Están saliendo muchas opiniones encontradas en las redes sociales. ¿Qué opinión te merece esta noticia?
Creo que es una buena pregunta. Veamos. En realidad, creo que pocas cosas cambian, a mi entender, tras esta decisión. Más bien creo que el problema estriba en «cómo se entiende, o qué lectura se le puede dar» a tal determinación.
El pecado del aborto es muy grave, pues es un pecado contra el quinto mandamiento de la ley de Dios, NO MATARÁS. Pero además, este pecado concreto de asesinato, en este caso del aborto, conlleva el agravante de matar a un indefenso que no pidió venir al mundo, y que normalmente, es asesinado bajo el consentimiento, más o menos aceptado, de sus progenitores.
Pero el problema estriba en la lectura que se le pueda dar a este hecho por parte de quienes tienen una conciencia deformada de lo que supone el pecado del aborto y lo equiparan a un pecado más, craso error.
Durante este pontificado, además de las palabras de Francisco, me preocupan y mucho, los gestos que se prestan a interpretaciones muy variadas. Las personas bien formadas, entenderán que poco cambia el hecho de quién pueda absolver el grave pecado del aborto, sin lugar a dudas. Además que sabemos que eso no es un «dogma de fe», es una simple norma que se puede cambiar según el criterio de a quien competa esa decisión. El problema, repito, es lo que se pueda desprender por parte de quienes no están capacitados para dilucidar la gravedad del pecado que se perdona. Es fácil que se pueda pensar que la Iglesia se ha puesto de parte de la misericordia de Dios y que nada es suficientemente grave como para ser imperdonable, ayudando a crear conciencias laxas en las cuales todo resbala, nada es pecado grave, y Dios está siempre dispuesto a perdonar todo sin problemas ni miramientos. Hay quienes van más allá y dicen que «Dios nunca castiga».
Hay que distinguir que en todo esto hay matices. No es lo mismo, por ejemplo, matar a un ser humano adulto en un momento de ira, o de pasión, que el asesinato de un no nacido inocente, cuya muerte ha sido premeditada y calculada. Ambos son pecados gravísimos, pero Dios es mucho más severo con el del aborto, por razones obvias. Creo que esto es lo más preocupante. Aquellos que buscan a Dios con sincero corazón y le piden perdón con verdadero arrepentimiento, obtendrán, de una u otra manera, la absolución de su pecado, supieran o no supieran estar fuera de la Iglesia. A aquellos que nunca se preguntaron o cuestionaron sus conciencias sobre lo que hicieron poco les importará ni entenderán la diferencia de lo que se ha publicitado con este cambio de determinación, porque de hecho, nunca se han confesado del delito cometido porque no se han sentido culpables de ello. Aquellos católicos tibios, que piensan que nada es sumamente grave y que Dios siempre perdona, son el grueso que más preocupa, porque verán en esta determinación afianzar su idea y la impresión de que nada es grave, llegando a equiparar el aborto con un pecado más, cosa totalmente errónea.
¿Qué consecuencias puede tener ésto? Pues sinceramente, creo que para muchos se banalizará más, si cabe, el tema del aborto y como siempre, se verán perjudicados tantos niños por nacer. Conozco ya varios casos de católicos que, a anunciarles que el bebé que esperaban venía con discapacidades, se habían llegado a cuestionar abortarlo. Ya ni hablemos de personajes como con la monja Caram, a quién Francisco ha animado en sus «luchas y trabajos», o las Católicas por el derecho a decicir. Ambas, de católicas tienen bien poco, pero todos estos gestos afianzan más y más sus posturas de inmorales y relajadas y causan confusión en los católicos sencillos.
También es preocupante el hecho de que Francisco durante todo su pontificado apenas se ha manifestado en pro de la vida, y sí ha tenido gestos y actitudes elocuentes con respecto al tema del aborto. Por ejemplo, en los inicios de su pontificado, en la entrevista concedida al jesuita Antonio Spadaro, el 21 de septiembre de 2013, medio año tras su elección, ya se manifestaba para la revista Civiltà Cattolica con una frase que me dejó perpleja y sumamente decepcionada: «no podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar».
También es importante recordar la buena acogida que Bergoglio ha dispensado siempre a Emnma Bonino, quien sin manifestar ningún arrepentimiento por los más de 10.000 abortos clandestinos realizados sólo en 1975 ha sido recibida, que se sepa, por lo menos en dos ocasiones por Francisco y éste nunca le ha hecho una corrección pública por esos asesinatos. Los fetos abortados terminaban en la basura y en tarros de mermelada, y decía con indiferencia: «È un buon motivo per farsi quattro risate», traducido: «Es un buen motivo para burlarse». Pues nada más ni menos que de esta mujer desalmada y endemoniada, Bergoglio dijo: «Emma Bonino y Napolitano, entre los grandes de la Italia de hoy».
Por tanto, y para resumir lo dicho, personalmente, me preocupa más el hecho de los gestos que implicitamente usa Francisco ante el aborto, que el hecho de quién pueda o no pueda perdonarlo en el sacramento de la confesión.
En cuanto a mi persona, reitero mi compasión por todas aquellos que tras un aborto reconocen su pecado y buscan ayuda. Ayuda como la que, Dios mediante prestaremos en Barcelona este fin de semana en un encuentro de Sanación del Viñedo de Raquel. A nuestros estimados lectores les pido un recuerdo en sus oraciones por aquellas personas que asistirán para sanar esos dolores inmensos causados por el aborto y las secuelas físicas, espirituales y psicológicas que este pecado haya dejado en sus vidas. Decir a favor de ellas que están en el camino para sanar, porque con humildad, se acogen al perdón tras el sacramento de la reconciliación y durante el encuentro vivirán la experiencia de un duelo necesario para restaurar esas heridas a través de la figura de Cristo, el Médico Supremo.
A Él sea la gloria por los siglos de los siglos.
Montserrat Sanmartí.
SACROSANTO, ECUMÉNICO Y GENERAL
CONCILIO DE TRENTO
Esta es la fe del bienaventurado san Pedro, y de los Apóstoles;
esta es la fe de los Padres; esta es la fe de los Católicos
CAP. VII. De los casos reservados.
Y por cuanto pide la naturaleza y esencia del juicio, que la sentencia recaiga precisamente sobre súbditos; siempre ha estado persuadida la Iglesia de Dios, y este Concilio confirma por certísima esta persuasión, que no debe ser de ningún valor la absolución que pronuncia el sacerdote sobre personas en quienes no tiene jurisdicción ordinaria o subdelegada. Creyeron además nuestros santísimos PP. que era de grande importancia para el gobierno del pueblo cristiano, que ciertos delitos de los más atroces y graves no se absolviesen por un sacerdote cualquiera, sino sólo por los sumos sacerdotes; y esta es la razón porque los sumos Pontífices han podido reservar a su particular juicio, en fuerza del supremo poder que se les ha concedido en la Iglesia universal, algunas causas sobre los delitos más graves. Ni se puede dudar, puesto que todo lo que proviene de Dios procede con orden, que sea lícito esto mismo a todos los Obispos, respectivamente a cada uno en su diócesis, de modo que ceda en utilidad, y no en ruina, según la autoridad que tienen comunicada sobre sus súbditos con mayor plenitud que los restantes sacerdotes inferiores, en especial respecto de aquellos pecados a que va anexa la censura de la excomunión. Es también muy conforme a la autoridad divina que esta reserva de pecados tenga su eficacia, no sólo en el gobierno externo, sino también en la presencia de Dios. No obstante, siempre se ha observado con suma caridad en la Iglesia católica, con el fin de precaver que alguno se condene por causa de estas reservas, que no haya ninguna en el artículo de la muerte; y por tanto pueden absolver en él todos los sacerdotes a cualquiera penitente de cualesquiera pecados y censuras. Mas no teniendo aquellos autoridad alguna respecto de los casos reservados, fuera de aquel artículo, procuren únicamente persuadir a los penitentes que vayan a buscar sus legítimos superiores y jueces para obtener la absolución.