En 1937 se publicó, en nuestra Argentina, el libro «Qué saldrá de la España que sangra», del padre Julio Meinvielle; una de las mentes más brillantes de la Iglesia iberoamericana del siglo XX. La obra, con Nihil obstat del célebre historiador jesuita, padre Guillermo Furlong, fue editada por el Secretariado de Publicaciones de la Asociación de los Jóvenes de la (¡entonces gloriosa!) Acción Católica. Y tiene tal actualidad que recomiendo, vivamente, su lectura aquí y en la otra costa del Atlántico; en la España de las dos orillas…
Ya en su introducción, y luego de analizar las raíces históricas que llevaron al baño de sangre, en la Madre Patria, en la década del treinta del siglo pasado, destaca que los regímenes totalitarios, ateos o neopaganos, «se buscan como un fin en sí mismos, como si fuesen un dios. Se buscan fuera de Cristo, y por encima de Cristo y en cierto modo contra Cristo». Y, en consecuencia, «no pueden traer el bienestar de pueblos que han sido llamados a la vocación de la fe cristiana. Es un orden mecánico que no es para ellos; que resulta violento; que por tanto no puede durar». Y, proféticamente, advierte: «Suponer que un orden social -independiente de Cristo- pueda traer el bienestar temporal de los pueblos sería suponer que la redención de Cristo no es necesaria para curar las heridas que la naturaleza del hombre ha sufrido por el pecado».
Quise encabezar estas líneas casi con las mismas palabras del recordado hermano sacerdote, para referirme a lo que pude percibir en España, hace unos días. Hoy por hoy, España no sangra. Pero sí es evidente el clima de creciente asfixia contra todo lo católico; y, en consecuencia, contra el orden natural.
Invitado por seres queridos, y los colegas y amigos de InfoCatólica, tuve la dicha de dar conferencias; y mantener inolvidables encuentros con sacerdotes, religiosas y seglares, en Cádiz y en Madrid. La intensidad de su afecto y cercanía permanecerán para siempre en mi corazón. Y pude comprobar su fe genuina, claridad de ideas y voluntad de apostolado. Pude constatar, igualmente, que el avance del comunismo -hoy más verde y arco iris, que rojo-, y el ateísmo militante buscan ir por todo. Y hostigar, por ejemplo, en esta etapa, de todas las maneras posibles, a la Iglesia.
La reingeniería social del Nuevo Orden Mundial, el aborto, la eutanasia, la exaltación de la promiscuidad, la droga y la destrucción de la familia; y una persecución cada vez más desatada, disfrazada de laicismo, están haciendo estragos en una sociedad que casi no tiene hijos. Todo vale para romper con el glorioso pasado católico, que hizo grande a España.
Dice el P. Meinvielle, en la citada obra, «el sentido profundo de la lucha española no se puede alcanzar sino a la luz de la vocación que le cabe a España, en el destino de la Cristiandad. Y esta su vocación nos la ha de revelar, a su vez, el genio del apóstol que la conquistó para la fe, y el genio de la misma España, a través de la historia, en sus conquistas de la fe». Y añade, con maestría: «España entonces, nos muestra espléndidamente en su opulenta historia que todo lo debe a la Iglesia. España ha sido grande cuando se olvidó de sí misma para servir a la Iglesia. Entonces cuando descubría y colonizaba nuevos mundos, con sus teólogos, santos, reformadores y artistas ilumina a Europa y por el genio de Juan de Austria rompía definitivamente en Lepanto la pujanza de los turcos».
Y ahora que nuestra amada Madre Patria se desliza, nuevamente, hacia el totalitarismo materialista y ateo, más que oportuna es su afirmación: «España es católica a machamartillo o España sucumbe en la barbarie comunista. España es grande como la forjaron los Reyes Católicos o España desaparece de la tierra. No hay término medio. España es de Cristo o del Anticristo. España o antiEspaña… España fue grande cuando fue verdaderamente católica; es decir, cuando no se buscó a sí misma sino que buscó servir humildemente a la Santa Iglesia, cuya cabeza es Roma».
¿Qué vi en España en las inolvidables jornadas que acabo de pasar en ella?. Sin duda, lo que el padre Meinvielle describió hace casi un siglo. Pero, también, vi la fuerza de un pequeño rebaño (Lc 12, 32) que, guiado por buenos sacerdotes -mayoritariamente jóvenes y muy jóvenes-, tiene clara conciencia de su misión como sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5, 13 – 16). Y de todos los sacrificios que tiene por delante, en la enorme tarea de la reconquista.
Vi educadores diezmados por la ideología de género, y funcionales al imperialismo demográfico. Pero vi, también, educadores católicos, lúcidos y valientes; entusiastas y militantes, dispuestos a formar a niños y jóvenes en el amor a Cristo, a la Iglesia y a la Patria.
Vi intelectuales y científicos rehenes de lo políticamente correcto. Vi, también, intelectuales y científicos que se animan a no dejarse arrastrar por las modas; mucho menos cuando no tienen ningún fundamento en la razón y en la naturaleza.
Vi jóvenes, adultos y hasta personas muy mayores que reniegan de la epopeya evangelizadora de España, en medio mundo; tras décadas enteras de lavado de cerebro en escuelas, universidades y medios de comunicación. Vi, también, españoles de todas las edades honradísimos de su patria; que llevó a Cristo hasta los confines de la tierra (Mt 28, 19).
Vi periodistas embelesados con el globalismo masónico, que busca destruir la identidad de las naciones; y acabar con la integridad territorial española. Vi, también, periodistas lúcidos y con coraje, que conocen perfectamente esa trampa, barnizada con una libertad sin límites; y que están dispuestos a luchar por la verdad, contra viento y marea.
Vi empresarios oportunistas, que buscan hacer negocios con quien sea, y como sea. Y vi, por supuesto, empresarios coherentes, que buscan aplicar la Doctrina Social de la Iglesia; y obtener, así, buenas rentas, dar trabajo genuino e invertir, claramente, en eternidad.
Vi muchísima gente sola, generalmente mayor, con la única compañía de mascotas. Vi, también, familias numerosas, felices, generosas, y con contagiante alegría; conscientes de que solo con muchos hijos se podrá salir adelante, en un país donde mueren más personas que las que nacen.
Vi parroquias casi vacías, y con casi exclusividad de ancianos. Vi, también, parroquias llenas, como la de Santa María Soledad Torres Acosta, de Madrid -donde, generosamente, fui alojado-, con sacerdotes fervorosos, familias enteras en Misa; y con un movimiento juvenil y misionero verdaderamente admirable.
Vi comunidades religiosas agonizantes, que deben dejar conventos e instituciones que mantuvieron, incluso, durante siglos. Vi, también, comunidades religiosas con fe sólida, coraje firme y coherencia admirable, como la Abadía Benedictina de la Santa Cruz, en el Valle de los Caídos; donde florecen las vocaciones.
Vi hedonismo e indiferencia y hasta combate a la religión entre los hijos del hippismo, y la revolución de los sesenta. Vi, también, que buena parte de sus hijos y sus nietos están hartos de todo y llenos de nada; como reza un bello Himno de Vísperas, en la Liturgia de las Horas. Y que están dispuestos a sacrificarse, con valentía, para volver a Dios, la Patria y la familia.
Vi ancianos rehenes de la indiferencia religiosa y el secularismo; que no pueden ocultar sus miradas torvas, ante un final sin Esperanza. Vi, también, abuelos sabios, fraguados en la abnegación y la capacidad de renuncia; que mantienen intacto su espíritu, y son maestros y modelos para sus nietos.
Vi preocupación honda por los tiempos más que recios que se avecinan. Vi, también, que el espíritu de la raza hispana sigue latiendo en lo más profundo del pueblo; especialmente en los sencillos.
Sobre el final de su libro, el padre Meinvielle escribía: «Es voluntad de España ahora de volver a su antigua grandeza renovada. ¿Volverá a ella?. Yo creo que sí. Nada importa que ahora se vaya en sangre. Nunca fue España tan grande sino cuando terminó la lucha de ocho siglos de la Reconquista. Este martirio cruentísimo por el que está pasando la Iglesia Española hace presagiar días magníficos del sol del esplendor cristiano… España sobre todo va a conocer el soplo de Dios, que hará brotar santos y grandes santos sobre el suelo español, de la talla de San Vicente Ferrer y de Santo Domingo de Guzmán».
Y concluye nuestro autor: «Ni comunismo, ni fascismo, sino cristianismo. Pero este saldrá de la España que sangra. Y no será una creación utópica forjada en el cerebro de un filósofo sino una renovación, una Restauración de los valores eternos que viven en el alma española».
Efectivamente, ninguna creación utópica de filósofos trasnochados, ningún constructivismo social, ningún consenso sin fundamentos en el ser y la naturaleza de la hispanidad, devolverá la grandeza de otrora a España. Es tiempo, entonces, de la Restauración de los valores eternos que viven en su alma. Lo deseamos, vivamente, desde esta orilla, como sus hijos agradecidos. Y lo pedimos, de rodillas ante el Sagrario, ante Cristo Rey; único Rey y Señor de la Historia…
+ Padre Christian Viña.
Cambaceres, 28 de febrero de 2020.
Santo tiempo de Cuaresma, viernes después de Ceniza.-