Salmo de las campanas en el Día de la Purísima
Inmaculada siempre, y siempre pura,
diste ser, de tus carnes al Bien mío.
Así en la blanca altura
la limpia nieve se convierte en río
sin perder su limpieza y su blancura.
La carne de Dios llena
que redimió la tierra pecadora
atravesó, Señora,
tu carne de azucena,
como el cristal el rayo de la aurora.
Limpia, Madre, los cuerpos pecadores,
como limpian las aguas del riachuelo
los guijarros del suelo,
cuando van, entre jaras y entre flores,
cantando paz y reflejando cielo.
José M. Pemán
A ti, María, Virgen concebida
sin pecado, yo indigno, yo devoto
de tu manto, yo escándalo, yo roto,
te canto y rezo con mi lengua ardida.
Estrella de mi mar en la vencida
borrasca, ofrendo a ti mi humilde exvoto:
un bergantín sin rumbo y sin piloto,
en tu ermita carmela guarecida.
Ave María, Gratia Plena, suave
Nido de Encarnación, Pluma de vuelo,
Rosa blanca entre angélicos sonrojos.
Reina del cielo que te acoge y sabe:
sálvame, mírame, tu pequeñuelo
y -Madre mía- véante mis ojos.