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EL PADRE YASUDA, SOR MARÍA JESÚS DE ÁGREDA Y LA CORREDENCIÓN DE MARÍA

En este artículo me gustaría llamar la atención sobre lo que la propia Virgen ha dicho sobre su participación en la redención del género humano.

Y para ello uniré lo que el Cielo dio a entender al respecto en la aparición de la Virgen en Akita, Japón (1973), aprobada en 1984 por el ordinario del lugar, el obispo John Shojiro Ito, y por la Santa Sede en 1988, siendo Prefecto de Doctrina de la Fe el Card. Joseph Ratzinger, con las revelaciones dadas por la Virgen a la religiosa mística española Sor María Jesús de Ágreda.

El mismo Ratzinger dijo que el mensaje dado por la Virgen en Akita era esencialmente el mismo de Fátima. De hecho, a la aparición de la Virgen en Akita se la llama “La Fátima de Oriente”.

Mons. Ito

 

Comencemos.

Entre junio y octubre de 1973 la Virgen le dio tres mensajes a la monja Sor Agnes Katsuko Sasagawa. No entraré en ellos, pero recordemos que el último de ellos se produjo el 13 de octubre, no por casualidad en la misma fecha y mes, 56 años después, del tercer secreto dado por la Virgen del Rosario a los pastorcitos en Fátima.

Sor Agnes Sasagawa

La estatua de la Virgen que se venera en el monasterio de Akita es una talla hecha en madera, con rasgos orientales, de la Señora de todos los Pueblos, aparición mariana sucedida en Ámsterdam a Ida Peerdeman, entre 1945 y 1959. Nótese que en esta aparición la Virgen pedía la proclamación del quinto dogma mariano, de María Abogada, Medianera de todas las gracias y Corredentora. Se explica, pues, cómo desde Roma se quiere acabar ahora con las apariciones de Ámsterdam y Akita. Y cómo no es casual el hecho de que el Documento de marras, Mater populi fidelis, negando la Corredención, fuera firmado un 7 de octubre, día de la Virgen del Rosario, toda una declaración de guerra a Nuestra Madre.

Pues bien, el 4 de enero de 1975 la talla de madera de la Virgen en Akita comenzó a llorar, y continuó sus lacrimaciones en diferentes ocasiones por casi siete años, siendo la última, la que hacía el número 101, el 15 de septiembre de 1981, fiesta de la Virgen de los Dolores.

El director espiritual de Sor Agnes, el padre Thomas Teiji Yasuda, siempre sospechó que las lágrimas de la imagen de la Virgen tenían que ver con sus lágrimas en el Calvario, cuando sufrió espiritualmente por la crucifixión de su Hijo, en Corredención de todo el género humano.

Pero lo interesante de esto es que un ángel vino a confirmarle al padre Yasuda su intuición, y se lo explicó a Sor Agnes Sasagawa en una visión que tuvo el 28 de octubre, 13 días después de la última lacrimación.

Padre Yasuda

El padre Yasuda lo reveló después en un magnífico artículo que envió a la Conferencia Internacional de Vox Populi Mariae Mediatrici, celebrada en Roma, el 31 de mayo de 1997, y cuya lectura recomiendo fervientemente:

Aquí puede leerse: https://es.catholic.net/op/articulos/15817/cat/653/el-mensaje-de-maria-corredentora-en-akita.html

Dejemos que hable él mismo:

“El treceavo día a partir de esa fecha, o sea el 28 de septiembre, Sor Agnes sintió la presencia de un ángel a su lado durante sus oraciones silenciosas frente a la Sagrada Eucaristía expuesta, lo cual se daba después del rezo del Rosario junto con las hermanas en la capilla.

Sor Agnes no vio el ángel en persona en esa ocasión. Pero la misteriosa visión de una hermosa y majestuosa Biblia rodeada por una luz celestial surgió delante de ella. El ángel le dio instrucciones para que leyera un pasaje de las Escrituras. En una página abierta de la Biblia, reconoció la referencia: — Versículo 15, Capítulo 3 del Génesis. Entonces, oyó la voz del ángel que le decía, en la forma de un preámbulo, que había una profunda relación entre este pasaje y las lágrimas de la Santísima Virgen María.

El ángel continuó diciendo, “Hay un profundo significado al número 101 con los 101 episodios de las santas lacrimaciones de la estatua de la Santísima Virgen María. Esto significa que el pecado entró al mundo a través de una mujer y que es también a través de una mujer que la gracia de la salvación entró al mundo. El cero, que está entre los dos ‘unos’, significa Dios que existe desde toda la eternidad hasta la eternidad. El primer ‘uno’ representa a Eva, y el último ‘uno’ representa a la Santísima Virgen María.

Entonces el ángel le dio otra vez instrucciones para que volviera a leer el Versículo 15 del Capítulo 3 del Génesis, y le dijo, “Le debes transmitir este mensaje al sacerdote Católico que te ha dado la guía espiritual.” Entonces el ángel se fue. Al mismo tiempo desapareció la visión de la Biblia.”

 

Como se ve, nada de lo que hace la Virgen es gratuito. Sus 101 lacrimaciones explicaban perfectamente por qué María es Corredentora, pues compensó y reparó el orden espiritual “herido” por el “Sí” de Eva a la serpiente, madre de todos los humanos (como María lo es también en el orden espiritual) e inmaculada también ella. Y donde Eva falló e hizo que el pecado entrara al mundo y contaminara a todos los hombres, María triunfó con su Sí a Dios.

Y ahora viene lo verdaderamente importante. El padre Yasuda cuenta que su carácter de Corredentora no sólo se dio en la Encarnación en Belén, sino, sobre todo, se confirmó consintiendo a la Pasión de su Hijo. Copio de nuevo literalmente las palabras del padre Yasuda:

“Fue por medio del mensaje del ángel, quién citó el Versículo 15 del Capítulo 3 del Génesis, que se pudo entender el profundo significado de las lágrimas de la Santísima Virgen María. Esto significa que las lágrimas de la estatua resultaron del objetivo Divino de llamar la atención de todos los Católicos Romanos a los sufrimientos de María al pie de la Cruz como Corredentora. Las lágrimas milagrosas fueron creadas por Dios para enseñarle a toda la Iglesia Católica Romana que la Santísima Virgen María sufrió y lloró como la Madre de Jesucristo en su noble acto de Corredención, cuando dio su pleno consentimiento a Su inmolación.

Cuando nuestra Santísima Madre María observó a Jesús crucificado para redimir a la humanidad, consintió al sacrificio de su Hijo y ofreció a su Hijo al Padre Celestial. Sus intensos sufrimientos espirituales (a la luz del evento de perder a su amado Hijo Jesús), sin embargo, hizo que derramara lágrimas de sus ojos físicos. De todas maneras, la Santísima Madre María soportó los sufrimientos.”

 

He aquí el dato impresionante: Dios Padre quiso que María diera su permiso a la inmolación de su Hijo, sin el cual, la crucifixión y muerte de Cristo no se habría producido. Tiene todo el sentido que el destino del Hijo sea sellado tanto por su Padre como por su Madre, y así, una vez que Dios Padre opta por una forma de redención de la humanidad que pasaba por darle un cuerpo a su Hijo y se hiciera Hombre para redimir a los hombres, María se hace necesaria no sólo para aceptar la Encarnación de Jesús, sino también para su muerte en la Cruz. Dios Padre y María, como padres de Cristo, tenían que dar ambos su placet al destino de su Hijo, ya que ambos lo dieron también para su Encarnación. Y su destino no era otro que redimir a la humanidad de su pecado original y de su consecuencia, la concupiscencia. Y hace así a María corredentora de los hombres.

Así, con su segundo Sí, aceptando la Pasión y Muerte de su Hijo, la Virgen se hace corredentora del género humano, no en un sentido de igualdad a Cristo, evidentemente, sino en el sentido de que su fiat fue ineludible para que se llevara a perfección la obra de la Redención por Cristo, al ofrecernos a todos la salvación por su muerte.

Es por ello por lo que reducir el valor redentor de María es reducir también el valor redentor de Cristo. Y mucho nos tememos que, como dice también el padre Yasuda, al negarse la corredención de la Virgen se oscurezca el mensaje cristiano de la redención, que no existe en otras religiones, mensaje que parece ahora deseable lanzar al mundo, en esta época de falso ecumenismo y de falso diálogo interreligioso. Sabemos, de hecho, que tiene que triunfar una falsa religión católica, nacida de la mezcla del cristianismo con otras religiones y creencias, la impostura religiosa de la que habla el numeral 675 del Catecismo.

No es casual, pues, que la última lacrimación, la 101ª, se produjera un 15 de octubre, día de la Virgen de los Dolores. Porque fueron atroces los dolores espirituales que sufrió nuestra Madre Santísima durante la Pasión y Muerte de su Hijo, como corredentora.

En efecto, la Virgen sufrió espiritualmente cada agresión sufrida por el cuerpo de su Hijo, de modo que la lanza que atravesó el Sagrado Corazón de su Hijo, aunque Él estaba ya muerto, para Ella fue la espada que Simeón le profetizó le atravesaría en lo más vivo, su Corazón Inmaculado. Desde luego esa espada era espiritual, pero el dolor bien podría haber incluso trascendido hasta lo físico, a modo de transverberación. Y muy posiblemente los clavos que atravesaron las manos de su Hijo, fueron sentidos por Ella igualmente en las suyas, a modo de estigmas. No es casualidad que la imagen de la Virgen en Ámsterdam tenga llagas en sus manos, en el mismo sitio donde Cristo tenía las suyas.

Virgen de Ámsterdam, Señora de todos los pueblos

 

Pero sigamos nuestra reflexión.

Una vez que Eva y Adán comieron del árbol y dieron entrada al pecado original era imprescindible que el orden natural y divino de la Creación fuera restaurado por una Persona divina, Cristo, ya que el hombre, como criatura, no podía redimirse por sí mismo. Dicho en otras palabras: ya que Dios fue el ofendido por el pecado original, tenía que ser igualmente Dios el que reintegrase al Hombre a la condición de hijo suyo. Cristo, por tanto, es el Redentor, pero María fue necesaria, en los planes de Dios, para su nacimiento y sacrificio, en aras de la salvación de todos los hombres.

En su infinita bondad y condescendencia para con nosotros, Dios no quiso que el género humano fuese redimido por un mero acto divino sino que involucró al hombre, en este caso a una criatura humana como María, para hacerlo efectivo. El Hombre colaboró en el pecado, y el Hombre debía ayudar a enmendarlo. Eva trajo la desgracia para todo el género humano, luego era necesario que otra mujer, la Mujer con mayúsculas, trajera la gracia para todos los hombres. Se entiende así que María sea mediadora de todas las gracias, pues nos mereció la gracia de la salvación, y, desde entonces, todas ellas pasan por su corazón humano y por sus manos.

Los cristianos renacimos como hijos de Dios al pie de la Cruz, pues, habiendo María dado su Sí a la redención obrada por el Hijo, el Hijo le entrega a su Madre a todos los hombres, en la persona de Juan. Y se comprende así entonces mejor el Capítulo XII de Apocalipsis, pues es María la Mujer que grita con dolores de parto al pie de la Cruz, cuando con su segundo Sí da a luz a la nueva humanidad redimida. Y allí también nacimos como hijos suyos. Ella, desde entonces, continúa engendrando al cuerpo místico de Dios, que es la Iglesia, los salvados, los regenerados, hasta el final de los tiempos.

Pues bien, este pasaje explicado por el padre Yasuda me recordó otro que leí hace tiempo, tras el comienzo de mi conversión, en un libro maravilloso escrito por Sor María Jesús de Ágreda, monja española del s. XVII, abadesa del convento de las Madres Concepcionistas de Ágreda, Soria, sobre el consentimiento que Dios le pide a María para que su Hijo padeciera y muriese por todos. Fue la Santísima Virgen la que le dictó el libro “Mística Ciudad de Dios” a la monja, que es ni más ni menos que la biografía de la Virgen, contada por Ella misma. De ahí la importancia de lo que ahora voy a transcribir.

Sor María Jesús de Ágreda

El libro puede leerse entero en este enlace:

https://archive.org/details/mcd186033/MCD%20Tomo%205/page/157/mode/2up

Veamos los numerales 1143 y ss.:

Cristo le pide a María, en nombre del Padre, que dé su consentimiento para su Pasión y muerte

1143. Llegó el jueves, víspera de la pasión y muerte de el Salvador; y este día, antes de salir la luz, llamó el Señor a su amantísima Madre, y ella respondió postrada a sus pies, como lo tenía de costumbre, y le dijo: Hablad, Señor y Dueño mío, que vuestra sierva oye. Levantóla su Hijo santísimo del suelo donde estaba postrada, y hablándola con grande amor y serenidad le dijo: Madre mía, llegada es la hora determinada por la eterna sabiduría de mi Padre para obrar la salud y redención humana, que me encomendó su voluntad santa y agradable: razón es que se ejecute el sacrificio de la nuestra, que tantas veces la hemos ofrecido. Dadme licencia para padecer y morir por los hombres, y tened por bien, como verdadera madre, que me entregue a mis enemigos para cumplir con la obediencia de mi eterno Padre; y por ella misma cooperad conmigo en la obra de la salud eterna, pues recibí de vuestro virginal vientre la forma de hombre pasible y mortal, en que se ha de redimir el mundo y satisfacer a la divina justicia. Y como vuestra voluntad dio el fiat para mi encarnación, quiero que le deis ahora para mi pasión y muerte de cruz; y el sacrificarme Yo por el consentimiento de vuestra voluntad a mi eterno Padre será el retorno de haberos hecho Madre mía; pues él me envió para que por medio de la pasibilidad de mi carne recobrase las ovejas perdidas de su casa, que son los hijos de Adán.

 

Es maravilloso comprobar cómo la Virgen confirma que Dios le pidió su permiso para inmolar a su Hijo. La intuición del padre Yasuda, corroborada por el ángel que se lo explicó a Sor Agnes Sasagawa, ya estaba revelada desde siglos antes por la misma Virgen a Sor María Jesús de Ágreda.

Pero sigamos la lectura, porque la Virgen nos dará otra clave para entender la infinitud de sus dolores, el costo de su corredención:

Dolor infinito de María tras su nuevo fiat

1144. Estas y otras razones que dijo nuestro Salvador traspasaron el amantísimo corazón de la Madre de la vida, y le pusieron de nuevo en la prensa más ajustada de dolor que jamás hasta entonces había padecido, porque llegaba ya aquella hora, y no hallaba apelación su dolorosa pena, ni al tiempo, ni a otro superior tribunal, sobre el decreto eficaz del eterno Padre, que determinaba aquel plazo para la muerte de su Hijo. Como la prudentísima Madre le miraba como a Dios infinito en atributos y perfecciones y como a verdadero hombre, unida su humanidad a la persona del Verbo, y santificada con sus efectos y debajo de esta dignidad inefable, confería la obediencia que le habida mostrado cuando su Alteza le criaba como Madre, los favores que de su mano había recibido – en tan larga compañía; y que luego carecería de ellos y de la hermosura de su rostro, de la dulzura eficaz de sus palabras, y que no solo le faltaría junto todo esto en una hora, pero que le entregaba a los tormentos e ignominias de su pasión, y al cruento sacrificio de la muerte y de la cruz, y le daba en manos de tan impíos enemigos. Todas estas noticias y consideraciones, que entonces eran más vivas en la prudentísima Madre, penetraron su amoroso y tierno corazón con dolor verdaderamente inexplicable. Mas con la grandeza de Reina, venciendo a su invencible pena, se volvió a postrar a los pies de su Hijo y Maestro divino, y besándolos con suma reverencia, le respondió y dijo:La Virgen quiere compadecer con Cristo, con la ayuda de Dios, y ofrece ese sacrificio suyo como corredentora también al Padre

1145. Señor y Dios altísimo, autor de todo lo que tiene ser, esclava vuestra soy, aunque sois hijo de mis entrañas, porque vuestra dignación de inefable amor me levantó del polvo a la dignidad de Madre vuestra; razón es que este vil gusanillo sea reconocido y agradecido a vuestra liberal clemencia, y obedezca a la voluntad del eterno Padre y vuestra. Yo me ofrezco y me resigno en su divino beneplácito, para que en mí, como en Vos, Hijo y Señor mío, se cumpla y ejecute su voluntad eterna y agradable. El mayor sacrificio que puedo yo ofrecer, será el no morir con Vos, y que no se truequen estas suertes; porque el padecer en vuestra imitación y compañía será grande alivio de mis penas; y todas dulces a vista de las vuestras. Bastáreme por dolor el no poderos olvidar en los tormentos que por la salud humana habéis de padecer. Recibid, oh bien mío, el sacrificio de mis deseos, que os vea yo morir quedando con la vida, siendo Vos cordero inocentísimo y figura de la sustancia de vuestro eterno Padre. Recibid también el dolor de que yo vea la inhumana crueldad de la culpa del linaje humano ejecutada por mano de vuestros crueles enemigos en vuestra dignísima persona. ¡Oh cielos y elementos con todas las criaturas que estáis en ellos, espíritus soberanos, santos Patriarcas y Profetas, ayudadme todos a llorar la muerte de mi Amado que os dio el ser, y llorad conmigo la infeliz miseria de los hombres, que serán la causa de esta muerte, y perderán después la eterna vida, la cual les ha de merecer, y ellos no se aprovecharán de tan grande beneficio. ¡Oh infelices prescitos, y dichosos predestinados, que se lavaron vuestras estolas en la sangre del Cordero! Vosotros, que supisteis aprovecharos de este beneficio, alabad al Todopoderoso. ¡Oh Hijo mío y bien infinito de mi alma, dad fortaleza y virtud a vuestra afligida Madre, y admitidla por vuestra discípula y compañera, para que participe de vuestra pasión y cruz, y con vuestro sacrificio reciba el eterno Padre el mío como Madre vuestra.

 

Queda así manifiesto la naturaleza de su corredención: no sólo por sus sufrimientos, sino porque era necesario que la Virgen los ofreciera al Padre, como expiación y sacrificio agradable, en reparación por el pecado de Eva.

Era necesario que Cristo sufriera en sus carnes el dolor causado por los pecados de todos los hombres, desde Adán hasta el último hombre, y era igualmente necesario, y de ahí la Corredención de María, que Ella ofreciera esos mismos dolores sufridos en su alma y en sus carnes purísimas por la misma razón. Ambos Sagrados Corazones quedaron unidos por la misma espada, por la misma lanza, como dos telas ensartadas por la misma aguja y bordadas por el mismo hilo, el hilo del sufrimiento compartido, cosidos ambos por el dolor y por su común naturaleza humana.

Alguno podrá objetar que los dolores del corazón humano de María eran, a fin de cuentas, limitados por su naturaleza humana, y que parecen poca cosa frente al Sacrificio de todo un Dios. Pero la misma Virgen explica más abajo lo contrario:

1148. … El dolor que en esta despedida penetró los corazones de Hijo y Madre excede a todo humano pensamiento, porque fue correspondiente al amor recíproco de entrambos y éste era proporcionado a la condición y dignidad de las personas.

Es decir, siendo la Virgen Inmaculada y de una santidad inigualable, su sufrimiento fue igualmente profundísimo, y esa enormidad lo hacía apto para ser ofrecido al Padre, en reparación por el pecado de la primera Eva.

Esos mismos dolores la hicieron acreedora de pisarle la cabeza a la serpiente, junto con su Hijo, y a ello remite el pasaje que el ángel le muestra a Sor Agnes Sasagawa, Génesis 3:15, la enemistad que Dios puso entre la serpiente y la Mujer, nacida de la caída de Eva, será restañada por el linaje de la mujer, Cristo, nacido de María, ofrecido al Padre con su doble Sí. Es decir, era necesaria una nueva Mujer porque de Ella tenía que nacer Cristo, y porque ambos le aplastarían la cabeza a la serpiente.

De hecho, la Virgen ayudó a su Hijo a aplastarle la cabeza a la serpiente desde la Encarnación, le asestó un golpe mortal tras su muerte y resurrección, y lo terminará de hacer cuando sea María la que implore su Parusía, su Segunda Venida, en gloria y majestad, al fin de los últimos tiempos, derrotando al Anticristo político y al falso profeta, para instaurar nuevos Cielos y nueva Tierra. Que, por cierto, están a las puertas.

Revelado todo esto se entiende mejor ahora por qué la proclamación del dogma de Maria Corredentora y Medianera de todas las gracias implicará señalar mejor el valor redentor del Hijo. Y la necesaria participación de María en esa obra.

María, con su doble Sí venció el demonio, ayudando a Cristo. Dios Padre así lo quiso para elevar al hombre a la dignidad que tenía antes de su caída, y, de paso, para humillar al demonio, vencido ahora por otra Mujer.

¡¡Viva María Santísima, Corredentora del género humano y Medianera de todas las gracias!!

Mons. Ito con el padre Gobbi, en Akita

Antonio José Sánchez Sáez

Católico. Padre de familia. Catedrático de Derecho de la Universidad de Sevilla. antonio.jose@comovaradealmendro.es .

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