En la primitiva Iglesia, en las épocas de las luchas para defender la fe de las herejías, se instituyó el ministerio del ostiario, que permaneció hasta 1972 entre las llamadas órdenes menores, camino del sacerdocio. ¿Qué hacía el ostiario? Como su nombre en latín indica era una especie de portero, que se situaba en la entrada del templo católico para recibir a los fieles, pero muy especialmente para identificar a los desconocidos, como peregrinos y recién llegados. Éstos debían viajar con una carta de parte de su Obispo, y el ostiario tenía una lista de los Obispos católicos que conservaban la fe y no habían caído en herejía. Cuando el cristiano que quería acceder al templo y participar de los sacramentos estaba avalado por un Obispo hereje, que había caído por ejemplo en el arrianismo, el ostiario, tras comprobar en su lista que tal Obispo no era católico, impedía el acceso al templo al recién llegado, como un intruso que estando en comunión con un hereje se hacía hereje también.

Eran los tiempos en que la Iglesia Católica era realmente Católica, es decir, que acogía a todos, todos, todos los que obedecían a la verdad, y por eso era Una, con la unidad de la fe católica. No se excluía a nadie que se convertía. Al contrario, se exponía el error para ayudar a todos, todos, todos a aceptar la verdad y, así, que pudiesen entrar en el camino de la salvación los más posibles, sabiendo que «la fe no es de todos» (2 Tes 3,2) y para alcanzar la salvación es necesario esforzarse por entrar por el «camino estrecho», que es frecuentado por «pocos» (cf. Mt 7,14).

Pero desde aquellos tiempos ha llovido mucho. Tanto, que ya no hay ostiarios. Tanto que ahora en Roma no hay un Papa que pudiese estar en aquellas listas de Obispos católicos, sino un infiltrado peor que el mismo Arrio o el mismo Lutero (quien piense que esto es una mera exageración debe haber estado poco atento a los hechos sucedidos en la última década). Ni Arrio ni Lutero llegaron a la gravedad de las herejías de Bergoglio, pero ellos fueron expulsados de la Iglesia, y con ellos todos, todos, todos los que los seguían. Éste, sin embargo, se ha introducido subrepticiamente y quiere meter a todos, todos, todos los suyos: masones, comunistas, globalistas, herejes, homosexualistas, abortistas, y a todos, todos, todos los que no tienen fe católica ni caridad cristiana.

En ese todos, todos, todos no cabemos los católicos. Esto nos recuerda otro de los nuevos dogmas: que ya no hay dogmas ni verdades absolutas, todo, todo, todo se puede cuestionar. Pero para estos herejes y relativistas su nuevo dogma por el que todo es relativo sí es absoluto y dogmático y no se puede cuestionar. Ellos imponen esta demolición de la doctrina basados en una falacia que elevan a la categoría de verdad primordial, mientras los que seguimos creyendo en Jesucristo y siendo fieles a su Iglesia somos tachados de rígidos o radicales, para que no cuestionemos sus engaños «incuestionables».

Se puede hablar de un antes y un después desde la JMJ de Lisboa en relación a la redefinición del evangelio o, más exactamente, a la concreción del nuevo anti-evangelio bergogliano, que se propone hoy ya desde muchos púlpitos (que se hacen eco del «repitan conmigo»). Es el evangelio del todos, todos, todos. Ya sabemos, «en la Iglesia caben todos, todos, todos», verdad a medias de un entero falso maestro.

Hay que poner esas palabras en contexto: fueron dichas cual eslogan de embrujo supremo por Bergoglio en la primera JMJ que tuvo una delegación oficial LGTBI y donde se celebraron «misas LGTBI», una JMJ donde además la aplicación Gindr de contactos homosexuales echaba humo. Así que el «todos, todos, todos» bien se podía traducir en primer lugar por «todos, todas, todes», es decir, por promoción del pecado nefando de la sodomía y de la satánica ideología de género.

Pero no es sólo eso, sino que, como dijo el cardenal y Obispo auxiliar de Lisboa, encargado de la organización de esta JMJ, Mons. Américo Alves Aguiar, el objetivo de la JMJ no era evangelizar ni convertir a los jóvenes, sino estar juntos jóvenes católicos y de otras religiones, creyentes y agnósticos, y que eso sería el mejor fruto. El «todos, todos, todos» también significa indiferentismo religioso, respeto de las herejías y de los errores, confusión doctrinal, negación de la imperiosa necesidad del anuncio del evangelio y de la necesidad de la conversión a Cristo para alcanzar la vida eterna. Una traición a Cristo, único Señor y Salvador, y una traición al bien de las almas, en aras de una falsa fraternidad humana, abdicando de la vida eterna.

Pero el «todos, todos, todos» significa algo más. En esta JMJ se podía ver a jóvenes borrachos en las filas de la comunión, entre ellos algunos a los que tuvieron que evacuar los servicios sanitarios con comas etílicos. Junto a ello, la forma indigna y sacrílega de repartir la Sagrada Comunión nos hace pensar que este macro-sacrilegio (¡si tan sólo se hubiese quedado en macro-botellón!) organizado en la JMJ fue la plasmación de la doctrina Amoris Laetitia: Ahora todos pueden comulgar. El mismo Bergoglio se enorgullece de no haber negado nunca la comunión a nadie, aun sabiendo de algunas personas que vivían en situación de pecado público estando amancebadas. Ahora, «todos, todos, todos» pueden comulgar, ya no hay necesidad de estar en gracia de Dios, ni exigencia alguna en el camino cristiano, que ya no es una vocación a la santidad.

La «juventud de Bergoglio» es la del «postureo», como ellos mismos dicen, la que tiene como ideal ser «santos de mierda» o «santos de copas», según sus propios «libros de formación», la de la música tecno, o la de la aplicación Gindr. Todo cabe, todos caben, todo es posible en este falso evangelio del que ha sido expulsado Jesucristo y por el que su Novia está tan desfigurada que no es reconocible y que bien podría llegar a escuchar pronto aquella respuesta dada a las vírgenes necias: «En verdad os digo que no os conozco» (Mt 25,12). De este anti-evangelio ha desaparecido el Espíritu Santo y el celo por la palabra de Dios. Este hediondo falso evangelio huele a azufre y se reboza del mundo, este falso evangelio inmundo es doctrina de demonios, y lleva a los que lo siguen a las garras del Maligno. De este falso evangelio y de sus maestros nos advirtieron san Pedro y san Pablo:

«habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán herejías  perniciosas y que, negando al Dueño que los adquirió, atraerán sobre sí una rápida destrucción. Muchos seguirán su libertinaje y, por causa de ellos, el Camino de la verdad será difamado» (2 Pe 2,1-2).

«Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño; y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los  discípulos detrás de sí» (Hch 20,29-30)

Desde la muerte de Benedicto XVI, y especialmente tras esta JMJ, la falsa iglesia que promueve este falso evangelio está ya desatada y toda la estrategia del infierno se ha acelerado. No se trata de una novedad, pues los cimientos ya estaban colocados con Amoris Laetitia, con la Declaración de Abu Dhabi, o con la sinodalidad dichosa. Pero ahora, como por arte de magia, como si se hubiese celebrado un gran sortilegio en Lisboa, el mensaje machacón del «todos, todos, todos» ha entrado cual mantra demoniaco que infinidad de sacerdotes y fieles repiten cual marionetas movidas al ritmo del padre D. J. mientras se les derriten las meninges, y demonios de toda clase se hacen cargo de la situación a la vez que otros cubren con una espesa capa de ceguera mentes y corazones no sea que abran los ojos y vean y se conviertan y vivan (cf. Mt 13,13-15). Muerte para «todos, todos, todos», ése es el lema.

Padre Bonifacio

Sacerdote español misionero, superviviente de no pocas batallas por la gracia de Dios, con humor para reírse de sí mismo y celo por todas las almas.

Ver comentarios

  • Gracias hermano, P. Bonifacio! Pero no te preocupes demasíado, esos se creen victoriosos, pero no se saldran con las suyas demoníacas...Dios tiene otro Proyecto. Se los tragará la Tribulación. Terminará este GOLPE DE ESTADO VATICANO, con el impostor argentino disfrazado de blanco aunque es negro infernal, con todos sus esbirros desquiciados, asesinos de almas.

    Unidos en la oración, P. Luis Eduardo Rodrìguez, Rodríguez, párroco, desde la periferia de Caracas.

  • Sigamos orando por la protección de nuestros jóvenes para que no sean engañados por este impostor que usurpa indignamente la silla de Pedro. Y que desde Argentina ya había desafiado a Dios y a la Iglesia. Dios permita que más sacerdotes valientes, incluso de forma anónima si es que temen ser despojados de sus iglesias, adviertan en las redes sociales quién es realmente Bergoglio, un enemigo de Dios y de la Iglesia.

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