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LOS PECADOS CAPITALES SEGÚN SANTO TOMÁS

Presentamos a continuación un opúsculo de nuestro amigo y hermano en la fe Pedro Bosman. No ha podido escoger mejor tema: los pecados capitales. Ni mejor fuente: Santo Tomás de Aquino.

Desde que San Gregorio Magno fijara la lista de los 7 pecados capitales allá por el s. VI, la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, ha ido profundizando su  conocimiento de ellos: sus causas (el demonio, la carne, la concupiscencia, el pecado…), sus consecuencias (otros pecados relacionados, que son “hijos” o vástagos del principal, que por eso es llamado “capital” o “cabeza” de los demás), e incluso sus remedios (la gracia, la práctica de las virtudes, la contención, la paciencia…).

Desgraciadamente, vivimos en una época en que el sentido del pecado ha desaparecido por completo. Millones de bautizados viven como personas mundanas, de forma que su conducta es indistinguible de la de una persona pagana o atea.

A ello han contribuido diferentes causas: la filosofía personalista, el humanismo, la negación de los actos intrínsecamente malos, el relativismo moral derivado del positivismo y el irenismo, etc. También la masonería y sus principios de libertad, igualdad o justicia, desligados del Derecho natural y de toda religación con Dios. Y, por supuesto, ¡ay!, los respetos humanos de muchos obispos y sacerdotes, que no se atreven a predicar desde el púlpito sobre los pecados mortales, sobre los pecados capitales, sobre el demonio o la condenación eterna. Esto hace que muy pocos fieles confiesen faltas cometidas en relación con estos siete pecados capitales, que pueden llegar a ser pecados mortales.

En efecto, la ira, la gula, la soberbia, la lujuria, la pereza, la avaricia y la envidia son hoy en día vistas como meros defectos de la personalidad, incluso loables;  como rasgos de la misma, que nos hacen distintos de los demás y más pasionales, verdaderos y sinceros. Las películas, las series de televisión, los videojuegos, la literatura, la música llevan a los jóvenes a pecar como algo normal y deseable, como una forma de realización personal, que nadie puede o debería juzgar, por ser algo intrínseco de cada uno. Ya no existe un canon moral objetivo y, si lo hay, es el del “Haz lo que quieras”, el “Sé tú mismo” o el “Tú pones las reglas”.

En estas líneas que siguen a continuación, de la mano de Santo Tomás, príncipe y campeón de la fe (pero también de grandes teólogos como Evagrio Póntico, San Gregorio Magno, San Gregorio de Nacianzo, San Juan Clímaco o San Juan Casiano) Pedro Bosman, con la precisión quirúrgica del bisturí del “buey mudo”, desmenuza y disecciona la naturaleza de estas pasiones del alma. Esta tarea  no se queda en lo meramente taxonómico sino que, como buen católico, se proponen remedios para corregirlos, y, con la gracia de Dios conferida por los sacramentos, luchar contra ellos y vencerlos.

Bendito sea el Señor.

 

Aquí el documento para descargar: Vicios Capitales

 

Los Pecados Capitales según Santo Tomás de Aquino

Pedro Bosman

 

¡Cuántas veces hemos escuchado hablar de estos siete pecados capitales! O simplemente nos suenan por el título de una película de mediados de los años 90, dirigida por David Fincher y protagonizada por Morgan Freeman. Pero no lo sabemos porque lo hayamos escuchado en la Iglesia, en los sermones dominicales de nuestro párroco, o en las revistas de la diócesis, ni en las catequesis, que pasan de una forma muy sutil por este tema, por si hiere los “principios” de algunas personas.

Hoy en día, incluso los pecados, son como galardones de algunos:.

  • “Pues yo he estado con tantas mujeres, u hombres”.
  • “A mí me cae mal fulanito, le voy hacer la vida imposible”.
  • “¡Ja! Yo valgo mil veces más que él o ella”.
  • “ Voy a reventar a comer”.
  • “Yo robo para consumir droga”.
  • “A mí me da igual lo que sienta el otro”.
  • “En la vida hay que ser malo, porque si no te toman por tonto”.

Podríamos seguir y hacer una lista infinita. ¿Pero… sabemos lo que estamos haciendo, somos conscientes de lo que nos jugamos?

Muchas veces pecamos por ignorancia, así juega el demonio, o por defendernos (el demonio se deleita en estas cosas, porque busca por medio de la razón “falsa”, la falsa justificación, para así provocar un pecado por medio del “amor propio”).

Con este artículo, quiero que ustedes se detengan a pensar sobre este tema, de la mano de Santo Tomás de Aquino.

He escogido a Santo Tomás de Aquino por ser fiel a la tradición de la Iglesia, porque en sus enseñanzas se encuentra el camino a la Santidad, ya que la Iglesia con sus sacramentos, su tradición, la palabra y sus Santos Padres. Todos ellos nos llevan a la presencia de Dios.

Espero que este trabajo sea bueno para su alma. Aconsejo que releáis los diferentes apartados, ya que, como veréis, que están todos concatenados.

 

 

¿Pecado o Vicio Capital?

Entre pecado y vicio hay esta diferencia: que el pecado es un acto malo que pasa o una omisión de acto, con conocimiento deliberado y libre, por ejemplo un mal pensamiento que nos lleva a un mal comportamiento,  mientras  el vicio es una mala costumbre de caer en algún pecado, es un hábito, de carácter a determinados actos, uno puede tener una inclinación a mentir, aunque no mienta en ocasiones. Así pues, por lo que vemos en  esta diferencia, tendríamos que hablar de Vicios Capitales y no Pecados Capitales, pero hoy en día la expresión de Pecado Capital es la más extendida, aunque incorrecta.

El término “capital”, viene del latín capitalis (relativo a la cabeza). La palabra capitalis, viene de caput que significa «cabeza». La cabeza se relaciona con el mando, pues es la parte del cuerpo que controla las demás partes. Así en los Vicios Capitales, se llaman así,  no por la gravedad, sino porque es cabeza de otros vicios y pecados más dañinos que nos llevan a otros pecados y tener otros vicios.

 

¿Qué es el Pecado Mortal?

Ya sabemos que el Pecado es un acto malo o una omisión del acto, con conocimiento deliberado o libre.

¿Pero cuándo se convierte en mortal?

El catecismo (CIC) nos habla que se encuentren estas condiciones:

Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones:

  1. Que sea de materia grave.
  2. Que se debe de cometer con plena conciencia.
  3. Que tenga un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal.

El Catecismo de la Iglesia Católica define la materia grave:

CIC1858:

La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la respuesta de Jesús al joven rico: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre” (Mc 10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un extraño.

De las tres condiciones anteriormente mencionadas para que se requiera Pecado Mortal, podemos sacar estas otras once condiciones más específicas:

  1. Es de materia grave.
  2. Se comete con pleno conocimiento y consentimiento.
  3. Destruye la Caridad en el Corazón del Hombre.
  4. Es irreparable para el Hombre.
  5. Rompe la alianza con Dios.
  6. Aparta al Hombre de Dios.
  7. Se comete con malicia.
  8. Priva de la Gracia Santificante.
  9. Causa la muerte espiritual
  10. Excluye del Reino de Dios.
  11. Merece Castigo, es eterno en el infierno.

 

Virtudes y Valores intelectuales y morales

Lo contrario a los Vicios, son las llamadas Virtudes, y la finalidad de toda educación es formar virtudes intelectuales, conjuntos de rasgos o valores, que están orientados hacia la sabiduría, la verdad y la comprensión (de Ciencia, de técnica, de sabiduría) y virtudes morales conjuntos de rasgos o valores, orientados hacia la Caridad (de comportamiento, afectividad…).

Los valores morales, según Santo Tomás de Aquino, son aquellas virtudes que “están en la facultad apetitiva” (Apetito es toda tendencia o inclinación a un fin. Como facultad del alma, el apetito constituye la facultad apetitiva. Según Tomás de Aquino hay dos clases de apetitos y, por tanto, dos clases de facultades apetitivas: el apetito sensible, que da origen a la sensualidad, y el apetito intelectual, que dan origen a la voluntad. A su vez, el apetito sensible se divide en dos: apetito concupiscible y apetito irascible. El apetito concupiscible consiste en una tendencia al bien sensible o un rechazo del mal sensible. El apetito irascible consiste en una tendencia al bien sensible «difícil» de conseguir o un rechazo del mal sensible «difícil» de evitar). Mientras que los valores intelectuales son las que “perfeccionan solo la parte intelectiva del alma”. En este sentido, sostiene que “los hábitos del intelecto especulativo no perfeccionan la parte apetitiva, ni la afectan de ninguna manera”. Es decir que las Virtudes Intelectuales, no afectan a las morales. Pero las virtudes morales tampoco están exentas de algunas virtudes intelectuales, y esto tiene que ver con “el uso correcto razonado de los hábitos”.

Una persona sabia no necesariamente es una persona buena, ni una buena persona es necesariamente sabia.

Hay vicios intelectuales,  que acostumbran al error en formación  y en moral, siendo estos pecados  huellas que va dejando el mal obrar, y los pecados nos van abriendo puertas a otros pecados, y terminando en otros vicios.

El Catecismos en su número 1865, nos habla de esto mismo:

El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raíz.”

Un acto de pecado no suele dejar huella, para llegar al Vicio, pero hay excepciones en los pecados contra las Virtudes Infusas, que son aquellos hábitos que Dios infunde a través del Espíritu Santo. Estas excepciones en los pecados hacen caer directamente  en el Vicio Capital. (Así que un pecado de Infidelidad a la Fe, pecados contra la Fe, pierde la Fe sobrenatural y así, caer en un Vicio Capital). Las otras  Virtudes morales adquirida, no hace que se pierda inmediatamente y llegar al Vicio Capital. Puede tener inclinaciones buenas, porque no ha cometido los suficientes actos para llegar al Vicio Capital.

Es importante saber que caer habitualmente en el pecado nos puede llevar al vicio capital.

 

¿Cuál es el origen de la clasificación de los Vicos Capitales?

¿De quién fue la idea de listarlos de esa manera? Dicha lista no se encuentra en la Biblia, pero la tradición teológica, nos da textos que ha usado constantemente, para hablar de los Pecados: Ecl. 10,15; 1Tim 6,10; 1 Jn. 2,16.

¿Cómo se llegó a tener esta lista de pecados y virtudes?

En los seis primeros siglos de la Iglesia los autores espirituales elaboraron tres clasificaciones distintas, veamos estos autores:

El origen e historia se remonta a la época del Imperio romano con la categorización de ocho pecados capitales. El primero en plasmar el concepto fue Cipriano de Cartago (258) con la obra De Mortalitate.

 

Evagrio  Póntico (ca.345-ca.399)

Apodado el solitario, en su Tratado práctico o el Monje. Clasificó las diversas formas de la tentación y en el año 375 dio a conocer su lista de ocho tentaciones o malos pensamientos (λογίσμοι, logismoi), origen de todos los pecados. Esta lista fue pensada para servir a un propósito de diagnóstico, para ayudar a los lectores a identificar el proceso de la tentación, sus propias fortalezas y debilidades, y los recursos disponibles para superar la tentación. Advirtiendo que entre los vicios hay ciertas conexiones, yendo de los Carnales a los Espirituales (la gula, lleva a la acedia, a la tristeza, al amor a sí mismo, siendo este el peor, ya que se siete a que llegar al abandono de sí mismo, para entrar en el de Dios).

Hace una clasificación de 8 pecados capitales que tientan al monje.

“El primer pensamiento de todos es el de amor a sí mismo, después de esto, los ocho»

Los ocho patrones del mal pensamiento son la gula, la avaricia, la acedia, la tristeza, la lujuria, la ira, la vanidad y el orgullo.

Aunque él no creó la lista desde cero, él la refinó.

Este monje era seguidor de la corriente filosófica asceta, una doctrina que se basa en la purificación y limpieza del espíritu mediante la negación de los placeres.

 

San Juan Casiano o Cassiano (c. 360/365-ca. 435)

Fue un sacerdote, asceta y Padre de la Iglesia. En sus escritos más importantes: las Institutiones, expone las obligaciones del monje y examina los vicios contra los que ha de luchar; y en sus veinticuatro Collationes trata diversos aspectos de la vida monacal, alaba la vida eremítica e indica que la vida ascética es la mejor vía para luchar contra el pecado.

Predicó mucho sobre la sexualidad. En la V Conferencia, divide el pecado de la fornicación en tres tipos: el primero consiste en la «conjunción de los dos sexos» (commixtio sexus utriusque); el segundo se comete «sin contacto con la mujer» (absque femineo tactu), lo que llevó a Onán a la condenación; el tercero es «concebido por el pensamiento y el espíritu».

Por ser el origen de todos los demás pecados, la pareja que forman la gula y la fornicación debe ser arrancada, como si fuese «un árbol gigante que extiende su sombra a lo lejos». Casiano propone el ayuno como medio para vencer la gula y atajar la fornicación. Esa es la base del ejercicio ascético.

Casiano enumera ocho vicios principales: gula, concupiscencia, fornicación, avaricia, ira, tristeza, acedia o tedio del corazón, vanagloria, soberbia. Tiene tres características esta enumeración: el desdoblamiento de la vanagloria y del orgullo, el distinguir entre la tristeza y la acedia y, finalmente, omite la envidia como vicio capital. Veremos más adelante que San Gregorio Magno modificó un poco estos vicios.

La fornicación es entre los ocho pecados fundamentales el único que, por ser a la vez innato, natural y corporal en su origen, hay que destruirlo totalmente, como es necesario hacerlo con los vicios del alma, que son la avaricia y el orgullo. Se impone, pues, la mortificación radical que nos permita vivir en nuestro cuerpo previniéndonos de las inclinaciones de la carne. «Salir de la carne permaneciendo en el cuerpo». La castidad era el centro del sistema de Casiano, que obligaba al monje a una represión constante en un estado de agotadora vigilia permanente en cuanto a las más mínimas inclinaciones que se pudieran producir en su cuerpo y en su alma. Velar día y noche; durante la noche para prevenirse del día y de día pensando en la próxima noche. Decía Casiano:

«Así como la pureza y la vigilia durante el día predisponen a permanecer casto durante la noche, del mismo modo la vigilia nocturna fortalece el corazón y lo pertrecha de fuerzas que ayudarán a mantener la castidad durante el día.»

Tal estado de vigilia suponía la puesta en práctica del proceso de «discriminación», que ocupaba el centro de la técnica casiana de autocontrol de la castidad en seis etapas sucesivas, que sigue usando la Iglesia. Casiano consideraba que se había llegado al culmen del progreso de la castidad cuando no se producían poluciones nocturnas involuntarias.

 

San Gregorio Magno, (c. 540 ·12 de marzo del 604)

Unos dos siglos después, en el año 590, este representante de la Iglesia Católica fue profundamente místico, y gracias a él, la iglesia romana adquirió gran prestigio en occidente. Revisó esta lista para formar los más comúnmente conocidos siete pecados capitales. Gregorio Magno combinó la acedia (desánimo) con tristitia (tristeza), y llamó a esta combinación el pecado de la pereza; también unió la vanidad con el orgullo; y añadió la envidia a la lista de los “siete pecados capitales».

Él mismo estableció una concatenación en la cual pueden distinguirse tres niveles:

1º la soberbia, que es “inicio de todo pecado” (Eccl. 10,15), Es un vicio super-capital, ya que todos los demás se originan de él.

2º luego siguen los vicios capitales, engendrados por la soberbia y son siete: vanagloria, envidia, ira, tristeza, avaricia, gula, lujuria.

3º finalmente, aquellos pecados que San Gregorio denomina “hijas de los vicios capitales”, que son los pecados que cada uno de estos engendra de modo especial.

 

Esto lo veremos un poco más adelante, cuando hablemos, uno por uno de los Vicios Capitales, así como su combate.

 

San Juan Clímaco (c. 575 – 30 de marzo de 649?)

Se formó leyendo los libros de San Gregorio Nacianceno y de San Basilio. Apoyándose en la autoridad de San Gregorio de Nacianzo y otros que no nombra, cuenta siete vicios principales identificando la vanagloria y el orgullo. Los demás son los mismos de Casiano, omitiendo también la envidia.

Así en el Catecismo podemos leer en el número 1866:

“Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano (Conlatio, 5, 2) y a san Gregorio Magno (Moralia in Job, 31, 45, 87). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza.”

Desde el siglo VIII hasta la época de Santo Tomás la tradición teológica no hace más que reproducir una u otra enumeración. Hay que destacar las de San Isidoro de Sevilla, Alcuino y Pedro Lombardo.

En ese tiempo, la iglesia de la Edad Media enseñaba a sus fieles siete virtudes que podían contrarrestar el poder de los 7 pecados capitales: humildad, generosidad, castidad, templanza, caridad, paciencia  y diligencia.

 

La Visión de Santo Tomás de Aquino

En el siglo XIV Santo Tomás de Aquino disertó extensamente sobre los pecados capitales en su obra “Suma Teológica” y afirmó que el vicio capital es aquél que produce un deseo irresistible y hace cometer al hombre muchos pecados producto de ese deseo. De esta forma, el término “capital” hace referencia a la consecuencia del pecado y no a la magnitud de este. Santo Tomás respeta la lista, pero hace cambios en el orden de los 7 pecados capitales.

Santo Tomás va a tratar los vicios capitales en la Suma al hablar de las causas del pecado (I-II, cuestiones 75-84) en dos oportunidades:

*De modo introductorio. En I-II, 75, Analizando cuál es la causa del pecado preguntándose:

1º Si tiene causa;

2º Si puede asignarse alguna causa interna;

3º Si puede asignarse alguna causa externa;

4º Si un pecado es causa de otro.

En esta última cuestión, fija el modo preciso de la causalidad que ejercen los vicios capitales sobre los demás pecados.

*De modo más puntual. En el tema en I-II, 84, cuando analiza las causas del pecado en particular. Preguntándose:

1º Si la avaricia es la raíz de todos los pecados;

2º Si la soberbia es el principio de todos los pecados;

3º Si además de la avaricia y la soberbia deben llamarse vicios capitales a otros pecados particulares;

4º Cuántos y cuáles son los pecados capitales.

 

El lugar donde de manera más completa toca el tema de los pecados capitales en la Cuestión disputada De malo, cuestiones 8-15.

También encontramos el tema tratado en el Comentario al Segundo Libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, concretamente en: distinción 36, art. 1 y en distinción 42, cuestión 2, artículos 1 y 3.

De forma más accidental en el Comentario a Romanos, capítulo I, lectio 7.

 

Las fuentes del Tratado de Santo Tomás  

El autor más citado por Santo Tomás al hablar de los pecados capitales es, indudablemente, San Gregorio Magno en su obra Moralia de Job, libro XXXI (ML 76). Es Gregorio Magno el autor explícitamente citado en los “dos sed contra” más importantes sobre el tema Suma (I-II, 84, 3, sed contra; y 84, 4 sed contra). De Gregorio Magno toma tanto la explicación de la naturaleza del pecado capital cuanto la enumeración de los siete vicios capitales.

Es importante hacer mención aquí, sobre la estructura que usa Santo Tomás de Aquino. Los artículos tienen casi siempre la misma estructura:

  1. Pregunta inicial (que expresa normalmente lo contrario de lo que piensa Tomás de Aquino).
  2. Anuncio de los argumentos u observaciones que irían en contra de la tesis.

a) propuesta (objeciones)

b) argumento (a veces varios) a favor (sed contra)

  1. En el cuerpo principal se desarrolla la respuesta (responsio)
  2. finalmente se contestan una a una las objeciones (y a veces también los que han sido presentados como argumentos a favor).

 

  • El Vicio de la Soberbia

Antes de todo, Santo Tomás no añade la Soberbia a la lista de los vicios capitales, ya que por su gravedad, tiene que estar aparte. Este vicio es el capital por excelencia, está por encima de todos los vicios, es el capitán de los vicios. El Vicio de los vicios.

La Soberbia es el apetito desordenado de la manifestación de la excelencia

El amor desmedido hacia el propio yo, Soberbia, puede generar los siguientes pecados capitales:

  • Menospreciar la opinión de los demás.
  • Tomar decisiones o impartir órdenes sin consultar.
  • Actuar en función del beneficio propio.
  • Discriminar a los semejantes por diferencias en relación a la religión, condición social, raza, etc.

Santo Tomás en la obra “de malo” (Acerca de lo Malo, cuestiones disputada sobre el mal), expone completamente, “la doctrina de los vicios capitales”. Dice que detrás de todo pecado hay un apetito natural ( “Todas las cosas desean a Dios como a un fin, al desear cualquier bien, sea con un apetito intelectual, sensible o natural, el cual es sin conocimiento, puesto que nada tiene razón de bueno y apetecible, sino en tanto que participa de una semejanza de Dios” Summa Theologiae, Iª q. 44 a. 4 ad 3), de hecho el pecado no es otra cosa que la desviación de un apetito natural como se puede ver en la lujuria, pero también en la soberbia, dado que es natural que el hombre apetezca su propia excelencia, es decir llegar a la perfección.

El apetito de perfección es uno de los más importantes que hay en el hombre y su desviación es la soberbia, donde Santo Tomás la define como un apetito desordenado de la propia excelencia.

La Soberbia, tiene una especial importancia por la potencia de su causalidad, es decir la Soberbia es en sí mismo es un  vicio y este pecado se considera de los más graves, ya que genera, para llegar a la soberbia, de otros vicios y pecados.

Para Santo Tomás hay dos vicios que tienen un poder de causalidad universal, un poder que se vale de otros vicios y pecados para llegar a ese vicio o para generar otros pecados:

  • La Avaricia, codicia (1 Tm. 6, 10: Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos dolores). Es decir la Avaricia es la raíz de todo pecado, ya que el dinero puede sufragar todos los gustos desordenados del hombre.
  • La Soberbia, bajo la perspectiva de la razón, es causa,  a modo de fin, porque por ella, para su fin, que es la propia de exaltación de uno mismo,  fuera del orden de la razón, uno tiene que  cometer muchos pecados y vicios.

La Avaricia es raíz que lleva a los pecados, y la Soberbia es causa de los pecados.

Para llegar a la exaltación de uno mismo, fuera de la razón, es necesario pecar con otros vicios o hijas de estos vicios.

Aquí introducimos otro concepto tomista, y es el de hijas de los vicios capitales. Cada vicio capital genera otros pecados, así la Envidia genera, odio, murmuración, gozo en el mal, detracción…. El vicio es el tronco y los pecados son las ramas o hijas del vicio capital.

Tanto la codicia como la soberbia, se pueden tomar de dos formas

  • General e impropia, que es la que se da en todo pecados:

En todo pecado hay dos aspectos, uno es  la aversión a Dios, el odio a Dios (La Soberbia) pero aquí Santo Tomás hace una indicación que, a veces, no se da una verdadera aversión a Dios, porque muchas veces se peca por ignorancia, la pasión y la debilidad. Y el otro aspecto es la conversión a las creatura. La dirección y la atención y los deseos, hacia las creaturas (Codicia).

  • Específica y propia, La persona busca la propia excelencia fuera del orden a Dios, y por eso la Soberbia lleva a la falta de Caridad (amar a Dios por encima de todas las cosas).

Casiano, en referencia a la Soberbia y la Vanagloria, trata a estos vicios distintos al resto de los pecados, mientras que el resto de los vicios son carnales, aquellos son espirituales, y muchas veces el demonio  nos ataca interiormente con estos vicios, cuando hemos superado los carnales, que son más sencillos de vencer, y cuando hemos vencido estos vicios carnales, nos ataca con la Soberbia y la Vanagloria, ya que podemos pensar que somos más fuertes por haber superado estos vicios. Entonces el ataque se vuelve más fuerte por parte del demonio, para superar la Soberbia y la Vanagloria, ya que tiene una “mordida” más feroz. A esto se le llama “El Combate Espiritual”. Es muy fácil caer en estos vicios, escondiéndose en los recovecos de la virtud.

Para Santo Tomás, el pecado que cometieron los ángeles caídos, es la soberbia. Estos vicios son espirituales, ya que los ángeles no pueden tener vicios carnales, por su ser espiritual.

Así también, para Santo Tomás el primer pecado del hombre, no fue el carnal, fue el de Soberbia, ya que Adán y Eva al tener los dones preternaturales y la gracia original no podían ser tentados por la carne ya que su parte sensitiva estaba perfectamente organizada a la intelectiva y esta a su vez a  Dios. Así el demonio los tentó con la soberbia intelectual “seréis como Dioses, conocedores del bien y del mal”.

Y de este pecado provienen los demás pecados.

La Soberbia ataca más a las personas más cercanas a Dios.

Hay dos tipos de Soberbias para Casiano, según las distintas su circunstancia humana, aunque las dos son Soberbias:

  • Soberbia Espiritual: Asalta a los más perfectos, terminando en la alienación mental, llevando a complejos sistemas espirituales, intelectualmente.

Es decir, llevar por medio de razonamientos “raros”, a espiritualidades, complejas, erradas, llevando, según Evagrio, a la locura. Esto pasa en teólogos, sacerdotes, obispos, cardenales….intelectuales influyentes

  • Soberbia Carnal : Es la soberbia común, humanamente hablando que se ensoberbece (presume) de su riqueza, de su fuerza, de estar por encima de los demás, más inteligente. Se puede ver esta soberbia por las manifestaciones que tienen este tipo de soberbia, una es que habla con gritos y su silencio es amargo, de risa bullanguera, es su seriedad una tristeza sin sentido, tienen facilidad de palabra…

Dios, a veces, nos deja el combate espiritual con nuestros vicios para superar para superar estos.

Casiano sigue  diciendo que hay grandes conversiones espirituales, morales,  pero hay que saber que los vicios no nos han abandonados, que nos harán guerra toda la vida. Muchas veces podemos ver que en nuestros trabajos, círculos de amistades, etc. hay miembros que por su sabiduría o experiencia imponen su criterio, creyéndose que son mejores, sin escuchar a los demás, y caen sin querer en el vicio de la soberbia, y la mansedumbre y afabilidad, brillan por su ausencia.

Para Santo Tomás esta soberbia tiene una causalidad universal sobre todos los vicios

  • Una es que quita el impedimento para caer en todos los pecados, la soberbia hace abrir las puertas de todos los vicios y pecados. Nos aleja de Dios, y al alejarnos de Dios es más fácil caer en todos los pecados.
  • Otra por ser el apetito de la excelencia, busca la excelencia por medio de los pecados, excelencia en la búsqueda del poder, del dinero….

 

  • La Vanagloria

 

La Vanagloria se trata del acto en el que una persona se jacta de todos los logros realizados en su vida o carrera profesional, para sorprender, de alguna forma, a todo aquél que presencia su discurso. Una de las razones por la cual esto ocurre, es porque el ser que lo lleva a cabo necesita de atención para sentirse, de alguna manera, feliz.

Usando los términos tomista, es el apetito desordenado de la manifestación de la propia excelencia, recordando que la Soberbia es el apetito desordenado de la excelencia, la diferencia está, en hacer que los demás vean mi excelencia, que los demás vean lo que valgo, lo que tengo, incluso presumir de sus vicios.

La Gloria (excelencia) puede ser vana:

  • Cuando no existe la excelencia. Hay mucha gente que alardea de lo que no tiene, entonces hablamos de Vanagloria
  • Cuando la gloria es temporal, caduco (cuando uno ha ganado un premio o una simple partida de cartas, que en dos días se olvida esta pequeña gesta).
  • Cuando esta manifestación de gloria no se ordena a un fin útil. Los fines útiles para Santo Tomas es dar gloria a Dios, es que la gloria sea para utilidad del prójimo, o para la propia utilidad, y por eso mismo, se tiene que dar gracias a Dios.

La Vanagloria, es un vicio para Santo Tomás que puede ser de menor grado o grave   que la Soberbia. Ya que la excelencia se puede dar en muchos ámbitos uno puede manifestar una excelencia que no tiene ninguna importancia. Por ejemplo manifestar que uno juega bien al futbol y en realidad no sabe distinguir una pelota de futbol con un balón de baloncesto, en realidad no es grave, pero no deja de ser esto un vicio capital, aunque otras veces puede serlo.

Lo que busca el vanidoso es que haya testigos de su grandeza y que sea conocida por los demás. A veces el propio vanidoso se conforma que unos pocos que conozcan su excelencia o gloria, e incluso saberlo él mismo, aunque la vanidad, tiende a que los demás lo sepan.

Un ejemplo puede ser los Fariseos, que se colocaban para rezar en medio de todos para los demás vean que están rezando, y así que los demás lo vean como “justos”.

Es importante decir, que la vanagloria, puede hacer que las personas con este vicio,  se crean un universo paralelo, fantasioso, donde él es el más importante y necesita el refuerzo de las opiniones ajenas.

La Vanagloria es Madre de las hijas: desobediencia, jactancia, hipocresía, contienda, pertinacia, discordia.

 

¿Por qué la vanagloria es vicio capital y cuáles son sus consecuencias?

Los vicios que engendra el pecado capital, ya sabemos que se llaman hijas.

Las hijas de la vanagloria, se ordenan a la manifestación de la propia excelencia y la propia excelencia, se pueden buscar de manera rectilínea (directa) o de manera oblicua (indirecta) y según ambas maneras, tenemos una serie de pecados que surjan de la Vanagloria.

Forma Rectilínea: Es la forma directa de buscar su excelencia por pedio de la palabra por medio de los hechos.

  • Si la Vanagloria se hacen mediantes las palabras y busca este por medio su propia exaltación, esto es La Jactancia (Alabanza propia, desordenada y presuntuosa).
  • Si esta manifestación no se hace por medio de la palabra y sí por la manifestación de hechos, por los actos, tenemos dos vicios:
  • Si estos hechos son reales, tenemos la Presuntio Novitatum, presunción de novedades, presunción de originalidad, las cosas nuevas que causan más admiración, entonces el vanidoso tiende a presentarse como original. Hoy en día estamos tan atrapados por la vanagloria, que para encontrar trabajo nos tenemos que presentar como originales, tenemos que presentar un curriculum donde resalten todas sus actitudes, sus méritos y dar razones porqué son tan válidos para el puesto de trabajo que quiere conseguir.
  • Si los hechos son falsos, y se inventa méritos que no tiene, para mostrarse más excelente ante los demás, que no tiene, tenemos La Hipocresía, fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan.

 

Forma Oblicua: Es la forma indirecta de buscar la Vanagloria. Esta se da por medio del menos precio del prójimo, mostrando a los demás que el otro está por debajo. Muchas veces porque son pusilánime (temeroso, indeciso, miedoso de presentarse inferior a los demás) y se quieren manifestar como ganador y superior. Una de las tendencias del vanidoso es buscar la depreciación del prójimo, muchas veces envidiándolo. Santo Tomás, aquí manifiesta que, aunque la envidia es un vicio capital, esta brota ordinariamente de la Vanagloria, es decir que de un vicio capital, puede nacer otro vicio capital,  como de la Soberbia pueden nacer todos los vicios.

Al  que al vanidoso no le gusta que brille el otro. Así surgen otros vicios:

  • En cuanto a la Inteligencia, el vanidoso no quiere que el otro sea más inteligente que él, llegando a la terquedad, la Pertinacia (Obstinación, tenacidad en mantener una opinión, una doctrina o la resolución que se ha tomado, no cede a otra opinión ante la opinión mejor del otro).
  • En Cuanto a la Voluntad, surge el vicio de la Discordia (Oposición, desavenencia de voluntades u opiniones). El vanidoso no quiere estar de acuerdo con el prójimo, y poner su voluntad antes que la del prójimo.
  • Si se expresa por la palabra, la discusión, se llega al pecado o vicio de la Contienda (Disputa, discusión, debate, pelea, riña, batalla)
  • Si tiene relación con las autoridades, el vanidoso se resiste utilizando el pecado o vicio de la Desobediencia. Ya que esto supone un abajamiento, el vanidoso quiere brillar por su propia luz, y obedecer sería una humillación para él.

Hay que atacar los vicios de fuera hacia a dentro, en este caso la Vanagloria se ataca primeramente, atacando a las hijas para acabar con la Vanagloria. Los vicios están conectados a la personalidad, y al propio cuerpo. Los Vicios se organizan como estructuras jerárquicas, siendo la piedra angular el Vicio Capital.

 

Remedios de los desórdenes morales del vicio de la Vanagloria. Remedio común a todos los vicios

El principio general para remediar los vicios es como la medicina clásica “contraria contrariis curantur”, significa «los opuestos se curan con opuestos». Es un principio que se remonta a Hipócrates y Galeno. El padre de la homeopatía, Samuel Hahnemann, sentó las bases de la medicina convencional del siglo XVII, que designó con el término «alopatía», para distinguirlo del principio filosófico de similia similibus curantur (» como se curan con similar «) que inspira en lugar de homeopatía, siendo esta la práctica que consiste en administrar a alguien, en dosis mínimas, las mismas sustancias que, en mayores cantidades, producirían supuestamente en la persona sana síntomas iguales o parecidos a los que se trata de combatir..

El pecado lleva a otro pecado por el sentimiento de miseria de la persona, así pues el principio filosófico de similia similibus curantur, no cura los vicios, ya sabemos que el pecado llama al pecado y el vicio sólo se cura en el caso «los opuestos se curan con opuestos”, en el caso de los vicios, lo que cura es lo contrario y es, la virtud, siendo esta una gracia. El ejercicio en las virtudes, contribuyen también al fortalecimiento para no caer en los vicios, estando movido por gracias actuales.

Podemos definir la virtud como la disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas

Casiano insiste en sacar a la luz los vicios y buscar su origen y sus causas, detectando el vicio dominante. Para eso tenemos que sacar los vicios interiores para que se manifiesten y para esto tenemos que abrir el alma, ya no sólo para tomar conciencia de los vicios que tenemos, si no que tenemos que manifestarlos a otro para que nos ayude “generalmente al padre espiritual, al sacerdote o al confesor”.

Tenemos que hacer un cierto aclaramiento, que muchas veces el Vicio dominante que podemos tener no sea un Vicio Capital, pero este funciona como tal, llevándonos a otros vicios o pecados, estamos hablando por ejemplo que el vicio dominante de una persona sea el miedo y este que no es capital, nos lleva a otros capitales. Por lo tanto el Vicio predominante o de origen, puede que no sea una vicio capital, pero actúa como tal, llevándonos a otros vicios capitales.

También tenemos que tener claro que en la sociedad, por su evolución, pueden que los vicios sean cambiantes, y así un  vicios que tiene la sociedad antes era capital y ahora no, o viceversa. A lo mejor en nuestra sociedad antes no era capital el vicio de la temerosidad o la pusilanimidad y hoy en día sí. Causando este temor muchos problemas.

El combate a estos vicios no se puede hacer sólo, hay que tener una guía.

En resumen para combatir el Vicio, hay que sacarlos a la luz, identificarlo, combatir, vencerlo y luego ir a por el siguiente. La vida es un constante combate espiritual.

Como remedio general, los padres de la iglesia nos presentan con frecuencia como comunes principio:

  • Meditación, contemplación, inclusive la meditación sobre la muerte.
  • Contrición de los pecados
  • La confesión de los pecados
  • El ayuno
  • La penitencia y actos de reparación.
  • La Eucaristía.
  • El rezo, y en especial el del Santo Rosario.

Podemos clasificar las Virtudes en:

Las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), son virtudes infusas, dadas por Dios en el bautismo. Ordenan todas nuestras capacidades y fuerzas al fin sobrenatural que es Dios.

Las virtudes cardinales (templanza, prudencia, justicia y fortaleza) disponen esas mismas capacidades y fuerzas, pero a los medios que conducen al fin: ordenan los actos humanos a Dios. «Son virtudes naturales, o sean hábitos buenos, adquiridos por la frecuente repetición de actos que hacen más fácil la práctica del bien honesto». El hombre puede adquirir esos hábitos con sus solas fuerzas naturales, por lo que son muy diferentes a las disposiciones innatas y de las virtudes infusas, que solo puede poseer el hombre por divina y gratuita infusión.

Algunos Ejemplos:

Menospreciar la opinión de los demás

Tomar decisiones o impartir órdenes sin consultar.

Actuar en función del beneficio propio

Discriminar a los semejantes por diferencias en relación a la religión, condición social, raza, etc.

 

Remedio para la Soberbia y la Vanagloria

La terapéutica para la Soberbia, según los Santos padre de la Iglesia, es la humildad   (Es esta virtud la que modera la soberbia).

La Humildad como virtud se somete primero a Dios y de este al prójimo.

Lo primero que se debe saber es que la humildad se puede considerar como una virtud humana, esta nace cuando el individuo se hace más consciente de sí mismo y de todo lo que lo rodea, permite que cada quien reconozca sus debilidades y limitaciones.

La humildad reúne una serie de características que permite resaltar los valores humanos, por lo que los aspectos a tener en cuenta son:

  • Comprender la igualdad y dignidad de los diferentes individuos.
  • Permiten valorar el esfuerzo y el trabajo.
  • Ser consciente de las propias limitaciones.
  • Tener la capacidad de expresarse de manera amena y con bondad.
  • Respetar de forma genuina la opinión del resto de las personas, lo cual forma parte de los derechos humanos básicos.

Para la Vanagloria, las virtudes validad son  la Humildad, y la Magnanimidad.

La Humildad nos hace vaciarnos de nosotros mismos y la Magnanimidad, no hace llenarnos de Dios.

El esfuerzo por buscar la grandeza se encuentra en el corazón de una virtud llamada «magnanimidad», que significa «grandeza del alma». Esta es la virtud por la que un hombre busca lo que es grandioso y honorable en su vida, incluso cuando es arduo. Santo Tomás de Aquino la describe como » una tendencia del ánimo hacia cosas grandes.»

La Magnanimidad nos impulsa al sujeto a la perfección, la generosidad espiritual, querer la grandeza del alma, y sustituirla por la gloria de Dios, buscar ordenadamente lo grande.

 

  • Envidia

 

Para Santo Tomás de Aquino la envidia es la tristeza por el bien del prójimo, considerado como mal propio o como algo contrario a la propia felicidad. Según Santo Tomás, suelen ser envidiosos los ambiciosos, porque desean que los demás no los superen.

 

La envidia junto a la Acedia, están emparentados por muchos motivos iguales, y, el más importantes es la forma desordenadas de tristeza.

También hay que decir que todos los vicios capitales, tienen que ver con las pasiones o también llamada emociones. Ya sabemos que la meta de todo cristiano es encauzar todas estas pasiones, vicios, para llegar a una vida en Dios. Hay que distinguir entre la Pasión (o emoción), con el vicio. La Pasiones son movimientos afectivos que en sí mismo son moralmente indiferentes, todo depende como lo integremos en nuestro proyecto personal.

Algunos vicios tienen el mismo nombre que alguna pasión, como la ira o la tristeza (Acedia). La ira como pasión no es en sí misma mala, sino algo muy necesario en la vida moral, hay que saber enfadarse, porque en la vida moral y espiritual, muchas veces tenemos que tener un apetito irascible muy reticente para no caer en otros vicios o males. Hay que saber enfadarse y tener capacidad de soportar los males, resistir los la males.

 

 

Si La envidia es la tristeza por el bien ajeno, ¿qué es la tristeza?

 

Santo Tomás distingue varios tipos de tristezas, aquí hacemos un resumen a groso modo:

  1. Tristeza por el mal propio

Este tipo de tristeza se caracteriza por aparecer en base al sufrimiento que se siente por uno mismo cuando ocurre algún tipo de situación dolorosa o aversiva, o bien por la privación de nuestras necesidades y voluntades. Estaría vinculada con la privación o la miseria.

  1. Compasión

Bajo el prisma filosófico establecido por Santo Tomás, la compasión podría considerarse otro tipo de tristeza, la cual en este caso hace referencia al sufrimiento que percibimos en los demás. La observación del sufrimiento de un ser querido nos conmueve y nos puede provocar tristeza y malestar.

La compasión es una característica que hace posible la solidaridad y la ayuda a los vulnerables, lo cual constituye el fundamento de las sociedades.

  1. Envidia

Otro tipo de tristeza puede venir de observar cómo otros llegan a tener algún tipo de bien o alcanzar alguna meta que nosotros querríamos para nosotros mismos.

Constatar que otros sí tienen lo que nosotros deseamos y no podemos, nos puede generar tristeza y sufrimiento, de los cuales surge la envidia. Es una tensión emocional que surge a partir de la comparación con quienes consideramos exitosos en algún sentido.

  1. Desánimo, ansiedad o angustia

La tristeza y la ansiedad se encuentran a menudo profundamente relacionadas. En este sentido puede considerarse el desánimo o la angustia un tipo de tristeza que se vincula a la pérdida de movilidad o de motivación al no encontrar nada que nos satisfaga o nos permita dirigirnos hacia nuestras metas. También se relaciona con la incertidumbre y el deseo el conservar algún tipo de bien o mantenerse en camino hacia sus metas. Por otro lado, este factor psicológico está asociado a la desmotivación.

Si se agrava la tristeza hasta paralizar las extremidades, estamos hablando de Acedia. En la Acedia queda paralizado el sujeto. Como apuntábamos al principio de este capítulo, hablando de la unidad de motivos iguales entre la Envidia y la Acedia.

 

La Envidia como vicio

Santo Tomás se inspira en Aristóteles, para habla de la Envidia, ya que muchos autores cristianos no trataban a la envidia como vicio.

Antes dijimos que la Envidia y la Acedia estaban íntimamente unidas y coinciden en:

-1 En la forma de tristeza

-2 Atenta a la virtud de la Caridad.

Por esto, Santo Tomas, clasifica la Envidia como vicios, ya que atentan  gravemente a la caridad.

Son vicios graves por sí mismos.

La Envidia se opone hacia la misericordia, no es compasiva.

La Acedia se opone al gozo que deriva de la caridad.

No cualquier tristeza del bien ajeno es envidia en sentido estricto, porque hay diverso motivos que nos entristecemos, por ejemplo el celo “la envidia sana o la emulación que es deseo intenso de imitar e incluso superar las acciones ajenas, en definitiva, querer ser como el otro. Usado más en sentido favorable, que genera un sentimiento  positivo de imitación para poseer. Esto es un tipo de emoción que no es envidia. Por otro lado está la némesis que es la justa indignación, explica Aristóteles, en su libro de “Retórica” que esta “némesis” es una tristeza del bien ajeno, cuando esta es inmerecido, por la maldad o bajeza de quien se ve beneficiado por ese bien. El ejemplo más claro lo vemos cuando gana el malo, nos produce una justa indignación al ver el triunfo injusto. Aristóteles ve la némesis como algo bueno, y pertenece al buen carácter de la persona (la perspectiva de Aristóteles es más mundana la de Santo Tomás es espiritual), Así pues, la némesis para Santo Tomás no es muy evangélica. Los bienes temporales provienen de Dios, y se disponen para que  la corrección o condenación de las personas (muchas veces la riqueza no merecida es una tortura), y de esta manera esto bienes son temporales y no tienen comparación con los bienes espirituales, que nos llevarán a la presencia de Dios.

Cuando estos vicios se oponen a la caridad, se convierte directamente por su naturaleza en vicios capitales y mortales. Al prójimo se le tiene que querer para bien, no para mal. Ya que si no lo queremos para bien, perdemos la amistad con Dios. Sin embargo, Santo Tomas aclara que esto vicios pueden ser actos humanos imperfectos. Ya que para ser un acto humano perfecto, tienen que ser actos deliberado y libre, y que el objeto al que se dirija sea un objeto importante.

El acto humano imperfecto puede originarse por un acto pasional involuntario que surge al margen de la razón, primer movimiento de la sensualidad, que posteriormente puede ser rechazado por la razón y la voluntad o consentido  y transformarse en un acto humano completo.

Así Santo Tomas dice que los primeros movimientos, incluso en el género del pecado mortal, no son mortales, son faltas veniales, porque no llega a ser un perfecto acto humano, porque no está involucrado la voluntad, ni la deliberación.

Surgen movimientos de Pecado de los que uno no es consciente (Acto humano inconsciente). Se crea el movimiento de querer algo que tienen el prójimo y nosotros lo queremos. Si nos frenamos en ese acto, no estamos cometiendo pecado, tenemos la tentación.

Pero, si se transforman en acto, en hecho por la razón (caemos en la tentación) se convierte en pecado), cuando le robamos al prójimo esa pertenencia por pura envidia.

El otro motivo por el cual el movimiento humano no es perfecto es por  la parquedad de la materia (algo sin importancia), por ejemplo envidiar que juega mejor que nosotros a las cartas, esto no tiene importancia.

La envidia que le importa a Santo Tomas es la envidia de los bienes que componen  la  integridad del bien humano (la felicidad, la excelencia del otro).

El envidioso manifiesta la tristeza que la felicidad del otro, o de la excelencia del otro. Odia el triunfo ajeno, está en competencia con el prójimo constantemente. Los que más envidian son los pusilánime (todo le parece grande) y los vanidosos.

La envidia se ordena a la Soberbia. Por ejemplo la envidia al próximo (el hermano, el compañero de trabajo, al amigo…).

Algunos ejemplos de pecados capitales cometidos debido a la envidia son:

Tener sentimientos de odio por causa del bienestar ajeno.

Desear de forma desmedida objetos o cualidades que los otros poseen.

Actuar de forma desleal en contra de alguien para que le vaya mal.

 

Las Hijas de la Envidia

Santo Tomás, al comentar un texto de San Gregorio donde este enumera las hijas de la envidia – a saber:

  • Murmuración.
  • Detracción.

  • Odio.

  • Exultación por la adversidad.

  • Aflicción por la prosperidad.

En la envidia hay algo que ejerce la función de principio, algo que tiene el papel de medio y algo que desempeña el de fin. El principio consiste en el envidioso disminuir la gloria del otro; ocultamente, como es el caso de la murmuración; o manifiestamente, como se da con la detracción. El medio consiste en que, visando disminuir la gloria de otro, o lo consigue y, entonces, tiene lugar la exultación con las adversidades ajenas, o, no lo consigue y entonces es el caso de la aflicción con la prosperidad ajena. En cuanto al término, él consiste en el odio; pues así como el bien que deleita causa el amor, así la tristeza causa el odio, conforme dijimos (Suma Teológica II-II q. 36, a. IV).

El Angélico resalta que aunque la envidia no sea propiamente el más grave de los pecados, todavía cuando el demonio la sugiere, «induce al hombre a lo que le ocupaba principalmente el corazón. Pues como se dice en el mismo lugar, por vía de consecuencia, por envidia del diablo entró al mundo la muerte» (Suma Teológica II-II q. 36, a. IV).

Entretanto, Santo Tomás afirma que hay una envidia que puede ser considerada como uno de los más graves pecados, pues se vuelve contra el Espíritu Santo. Este pecado es llamado de envidia de la gracia fraterna.

Es uno de los pecados más satánicos que se pueden cometer, porque con él «no solamente se tiene envidia y tristeza del bien del hermano, sino de la gracia de Dios, que crece en el mundo» (Santo Tomás). Entristecerse con la santificación del prójimo es un pecado directo contra el Espíritu Santo, que concede benignamente los dones interiores de la gracia para la remisión de los pecados y santificación de las almas. Es el pecado de Satanás, a quien duele la virtud y santidad de los justos.

Es un sentimiento que genera tristeza o rabia cuando se observa el bien ajeno o las pertenecías de los demás, sean materiales o no: posesiones, talentos, trabajos, popularidad, apariencia… Los envidiosos desean poseer aquello que otros tienen y muchas veces quieren el mal para sus semejantes.

 

Remedio para la Envidia

El remedio es la Caridad y especialmente con la virtud de  la misericordia que es una la compasión en nuestro corazón de la miseria por la desgracia ajena y nos mueve a socorrer, Santo Tomas de Aquino la  llama los actos de Beneficencias.  Hay dos motivos para compadecernos, uno es la amistad, cuando un amigo está mal, nosotros estamos mal. Por el amor de amistad. El segundo es la proximidad de estado, condición, circunstancias que nos hace pensar que ese mal del prójimo lo podemos sufrir nosotros mismos. El que sufre tiene más facilidad de sentir compasión del que no sufre por salud, los ricos, o los poderosos, etc…

Lo que nos hace ver que somos más frágiles, sensibles, nuestras debilidades, etc… nos acerca más a los actos de beneficencia, a ser más misericordiosos.

Lo que podemos hacer son las obras de misericordia, es lo que nos hace vencer a la Envidia. Perdonar es una de las mayores obras de misericordias.

Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales

La Iglesia nos ha dado un listado bastante completo, basado en este texto bíblico, que nos sirve de guía en nuestro amor al prójimo.

Son las llamadas Obras de Misericordia: Corporales y Espirituales.

Misericordia significa sentir con el otro sus miserias y necesidades, y –como consecuencia de ese compasión (sentir con) – ayudarlo, auxiliarlo.

En total son 14: 7 Corporales y 7 Espirituales.

OBRAS CORPORALES DE MISERICORDIA

  1. Dar de comer al hambriento.
  2. Dar de beber al sediento.
  3. Dar posada al necesitado.
  4. Vestir al desnudo.
  5. Visitar al enfermo.
  6. Socorrer a los presos.
  7. Enterrar a los muertos.

OBRAS ESPIRITUALES DE MISERICORDIA

  1. Enseñar al que no sabe.
  2. Dar buen consejo al que lo necesita.
  3. Corregir al que está en error.
  4. Perdonar las injurias.
  5. Consolar al triste.
  6. Sufrir con paciencia los defectos de los demás.
  7. Rogar a Dios por vivos y difuntos.

Las Obras de Misericordia Corporales, en su mayoría salen de una lista hecha por el Señor en su descripción del Juicio Final.

La lista de las Obras de Misericordia Espirituales la ha tomado la Iglesia de otros textos que están a lo largo de la Biblia y de actitudes y enseñanzas del mismo Cristo: el perdón, la corrección fraterna, el consuelo, soportar el sufrimiento, etc.

 

4-Acedia

Acedia, del latín acidia, es una versión latinizada de la palabra griega «ἀκηδία» (a-kédia), es decir la negación de kêdos (cuidado). Por ello es definida originalmente como «descuido» o «falta de cuidado».

Como Vicios Capitales son formas de tristezas y en cuanto a vicios van en contra de la Caridad. Cae en la apatía espiritual. Es la tristeza de bien divino.

Para Santo Tomás de Aquino, la acedia es «dolor por el bien espiritual en la medida en que es un bien divino». Se convierte en pecado mortal cuando la razón consiente en la «huida» (fuga) del hombre del bien divino, «a causa de que la carne prevalece totalmente sobre el espíritu».

Cuando Tomás de Aquino estudia el pecado de acedia, este pecado es tematizado dentro del Tratado de la Caridad y Tomás de Aquino, lo ubica como el vicio opuesto al primer fruto de esa virtud, es decir, al gozo de la comunión con el bien divino.

La alegría espiritual es el regocijo que brota del interior del hombre por la presencia del bien inmutable al que tiende la caridad. De allí que la alegría sea como una especie de ensanchamiento y exultación, en cuanto que el gozo interior prorrumpe en un júbilo que, de algún modo, es impelido hacia fuera.

Desde esta perspectiva, la acedia es la negación de la comunión divina en el alma y la aniquilación gradual del que persigue la caridad que es, precisamente, establecer una relación de amistad entre Dios y el hombre por la bienaventuranza. La acedia es definida por Tomás como una tristeza espiritual que apesadumbra y embarga el ánimo del hombre. En la medida en que ella atenta directamente contra el gozo interior, engendra negligencia por el cuidado de la vida espiritual, se cura mediante particularmente por la plegaria y el culto a Dios.

La religión –según sostiene el Aquino – es una de las virtudes morales que más se aproxima a Dios, en cuanto que realiza lo que directamente se ordena al honor divino.

Y,  El mal de la acedia conlleva, de manera inmediata, un descuido con respecto al culto divino y a la plegaria. Atenta directamente al amor de Dios, a la Caridad. La acedia se desemboca o en hiperactividad para destruirla o bien en el cansancio, una tristeza opresiva, paralizante llegando a la depresión.

Tomás comprende la acedia como el vicio opuesto al “gaudium”, que es el gozo espiritual a raíz de la fruición del bien divino propiamente dicho.

En lugar de gustar y ver la bondad del Señor, el alma que padece la acedia se duele y acongoja porque el bien divino ya no le complace, ni tampoco los medios –la plegaria y la devoción– que podrían contrarrestar esa aflicción.

Es la madre de todos los vicios: Engendra principalmente la ociosidad y la pérdida de tiempo, origen de la ignorancia y de la incapacidad; produce inconstancia y la inutilidad de la vida.

La virtud opuesta a la Pereza es la Diligencia (Prov. 6, 6 – 12) que nos impulsa a cumplir todos nuestros deberes con exactitud y entusiasmo.

 

Las Hijas de la Acedia

Para Tomas de Aquino, la pereza no es vicio capital, este se opone a la virtud de la diligencia. Pero la Acedia se opone a la Caridad y podemos averiguar sus hijas, cómo brotan de la Acedia, para el hombre no puede estar mucho tiempo dentro de la tristeza y entonces  huyen de lo que entristece  y busca placeres, para olvidar sus males.

En el movimiento de huida de la tristeza, se observa que el hombre rehúye de lo que le pone triste,  y después impugna lo que le produce tristeza (escapa y ataca de lo que le pone triste)

Lo que entristece al alma es el fin, que es Dios, y los fines que lo llevan a Él.

Así surge la  primera hija, la Desesperación, que es pensar que no es posible seguir adelante, el camino hacia Dios, que  es demasiado difícil, que no hay remedio. Va contra una virtud teologal. Pero más adelante veremos que, también, es hija de la lujuria.

La desesperación nos paraliza porque nos aparta de los auxilios que Jesús nos ofrece. Entonces nos dejamos llevar por la corriente de los instintos bajos y no luchamos contra ellos con suficiente fortaleza. Nos apartamos del camino de la virtud y de la lucha de cada día.

Quien desespera puede echarse la culpa de su mal o culpar a otro. Pero no ve cómo resolver la culpa, no cree tener perdón o no cree poder vivir la cruz que lleva. La desesperación si tiene remedio. Jesús vino para liberarnos, para sanarnos. Solo Él puede penetrar hasta el interior de nuestro corazón y sanar las culpas, perdonarnos y darnos la gracia de perdonar.

De la Desesperación surgen dos hijas, una la indolencia de los preceptos y la otra es la pusilanimidad

La Pusilanimidad: se define como mal de una persona “que muestra poco ánimo y falta de valor para emprender acciones, enfrentarse a peligros o dificultades o soportar desgracias”. Este es un vicio en contra de la Magnanimidad. Es un complejo de interioridad, una falta de vida espiritual.

La indolencia de los preceptos, es no respetar los preceptos, abandonar sus oraciones, los sacramentos, la vida interior. Etc….Es ir en contra de la nómia que significa ‘conjunto de leyes o normas’.

Ya hablaremos más adelante que la Desesperación es hija también de la lujuria.

Malicia: La malicia es una fortaleza espiritual de maldad y tiene relación con la desconfianza y el rencor, es decir que el que tiene malicia, prefiere pensar de con picardía y astucia: “Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra”. Se puede decir también que es un odio de los bienes espirituales mismo. El odio de la iglesia, de la eucaristía, etc…

Rencor: el combate o La impugnación de los bienes espirituales que contristan, se hace a veces contra los hombres que los proponen y eso da lugar al rencor. Estos hombres son los sabios, maestros, sacerdote Este rencor produce que los pensamientos de la ofensa regresen una y otra vez, y uno se convierte en una esclava de la ofensa y el ofensor. Es un sentir profundo de incomodidad y mala voluntad hacia la persona que causó el dolor, con deseos de que Dios haga justicia, y que él o ella pague el precio por su maldad. Y entonces

Libertinaje, Divagación de la mente por lo ilícito,  la mente se dispersa, y se diluye en los diferentes placeres que produce las diferentes potencias del hombre.

Podemos apuntar algunos ejemplos:

Comportarse de forma irresponsable en el trabajo llegando tarde o faltando con frecuencia.

Delegar las responsabilidades propias en otros.

Vivir en el desorden.

Descuidar el propio aseo personal.

 

Remedio para la Acedia

Hemos visto junto a las hijas, alguna solución, podríamos resumirla en que su  curación es mediante, particularmente, por la plegaria y el culto a Dios.

Pero aquí veremos la visión, más bien de Evagrio Póntico, para ampliar esta visión de remedios para la acedia. Siempre con la visión monacal o hacia el monje.

Los remedios de la Acedia, invitan al cuidado y a la vigilancia de sí y de Dios, a la atención como fondo de la conciencia orante que es capaz de reconocer sus injusticias. Son lágrimas capaces de despertar al hombre a un nuevo estado de libertad y de paz espiritual, es decir, de “apatheia”, la que le permite distanciarse de los objetos y desprenderse de su esclavitud.

Estrechamente asociada a las lágrimas, se encuentra la repetición sálmica o, en un sentido más amplio, la liturgia. Se trata de la repetición de un texto sagrado breve que va más allá de la mera comprensión racional. Suenan, sobre todo, las palabras del salmo 41, 6: “Quare tristis es, anima mea, et quare conturbas me? Spera in Deo…”. Esta réplica constante de versículos insinúa, en el contexto evagriano, la penetración interior y la necesidad de repetir para alcanzar la presencia en el corazón de un modo durable.

Pero interviene también aquí un elemento ritual que asegura la novedad y la renovación, puesto que no se trata de una repetición aburrida y monótona, sino salutífera. Sin el rito todos los días serían iguales; es él quien designa los momentos más favorables, otorgando de ese modo un alivio a los trabajos y a las jornadas. Por otro lado, no se trata simplemente de leer sino de pronunciar las palabras junto a San David, como afirma Evagrio, haciendo hincapié de este modo en la dimensión física y corporal de este ejercicio.

Relacionada con esta práctica, está la paciencia o firmeza –hypomoné que asegura que el alma no se desviará de su fin a pesar de todas las dificultades. Sería un síntoma de acedia querer combatirla sin ejercitar la paciencia. Dice Evagrio que “las nubes sin agua son arrastradas por el viento así como el espíritu sin firmeza es arrastrado por el espíritu de la acedia”. La paciencia, que no es una virtud pasiva, implica la utilización de los recursos tímicos o irascibles del alma, necesarios en la lucha contra el demonio de la acedia.

La paciencia está relacionada también con la idea de terminar un trabajo sin dejarse llevar por la fiebre del trabajo, que es denunciada por Casiano, dado que ella conduce, por naturaleza, a dejar todo inacabado. Se trata de ser capaces de terminar aquello que se ha comenzado y de no abandonarlo, dándole la medida que requiere. Es fundamental tener presente la mesura, puesto que los extremos son siempre patológicos. “La acedia sigue al trabajo excesivo”. El trabajo mesurado, realizado en el dolor y la perseverancia, no tiene precio. Reducir el trabajo lleva al placer, pero hacerlo sin medida da libre curso a la aprobación.

Es importante que sepamos que podemos vencer la desesperación. La verdad es que para Dios nada es imposible. San Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» -Flp. 4,13. El primer paso para sanarse es reconocer el pecado y decidir confiar en Jesús. Si descubrimos que la desesperación nos domina, tendremos que recurrir al Señor aunque no sintamos las ganas de hacerlo. Actuamos entonces por fe. Hace falta integrarse en la iglesia; recibir la gracia de los sacramentos; hacer, aunque requiera gran esfuerzo, lo que sabemos que Dios quiere de nosotros. Él es misericordia infinita y nos dará la fuerza.

 

5-Ira / Iracundia

La ira como pasión, o emoción de la que se toma el nombre del apetito irascible, Santo Tomas sigue a Aristóteles (Ethica Nicomachea y Rethorica) y ve la Ira como un  apetito de venganza, el apetito de restituir la justicia, la ira está al servicio de la justicia. Siendo este (la Ira) el apetito de restituir la justicia.

Debemos afirmar desde ahora que es posible distinguir tres sentidos de ira en Tomás de Aquino lo largo de su obra.

En primer lugar, está la ira como pasión de carácter apetitivo-sensible, que surge en respuesta ante alguna realidad que es percibida por la facultad estimativa como contraria a la propia integridad o subsistencia. A este sentido de ira se refiere Tomás cuando afirma que es “cierta pasión del apetito irascible […] que tiende a la destrucción de lo que es captado como contrario a lo querido o deseado” (In Sententiarum III, dist.15, q. 2, art. 2, sol. 2). Aunque no dudamos que la distinción entre lo humano y animal se ha vuelto objeto de una argumentación más extensa en la actualidad, en Tomás de Aquino dicha ira correspondería a aquella facultad apetitiva que el ser humano comparte con algunas especies animales (por ejemplo, perros, serpientes, leones). La ira como pasión sensible se caracteriza por estar acompañada de una conmoción orgánico-corporal (Summa 2-2, q. 158, art. 8, resp.), y por tratarse de una respuesta involuntaria, puede ser considerada una fuerza indiferente moralmente hablando.

En segundo lugar, junto a la ira de tipo sensible, habría que distinguir una ira como movimiento de la voluntad: el ser humano tiene conciencia de aquello que se percibe como contrario al propio deseo y, por tanto, busca intencionalmente la reparación de un agravio por medio de infligir una pena al otro. A este sentido de ira se refiere Tomas cuando afirma que “es la voluntad de reivindicar algún mal que nos han hecho” (In Sententiarum III, dist. 15, q. 2, art. 2). También al decir que la ira es “el deseo de venganza procedente de un agravio previo” (De Veritate q. 25, art. 2, sol. 9). Finalmente, cuando dice que la ira “es el deseo de causar daño a otro bajo la razón de justa venganza” (Summa 1-2, q. 47, art. 1, resp.).

Esta segunda clase de ira, que no estaría presente en los animales, presupone en la persona un acto de razón por el que juzga que ha sido objeto de un mal. A esto se refiere Tomás cuando afirma que “el movimiento de ira tiene su comienzo en la razón” (Summa 1-2, q. 48, art. 3, sol. 3), y la escucha, pero imperfectamente, pues se apresura a ejecutar una orden sin escuchar antes todo lo que se le tiene que decir (De malo q. 12, art. 2, resp.).

Respecto de estas dos clases de ira, es fácil comprender que se hallan mutuamente vinculadas cuando se presentan en el ser humano. La razón es que en el terreno concreto de la acción humana, al movimiento del apetito inferior sigue necesariamente un acto del apetito superior. En otras palabras, cuando la ira se presenta, a la reacción orgánico-hormonal que ocurre a nivel corporal, le acompaña un querer tomar venganza consciente y voluntaria ante el daño sufrido.

Finalmente, en tercer lugar, se encuentra la ira que tiene el sentido de iracundia, es decir, el vicio consistente en la incapacidad para moderar convenientemente la ira como pasión (Summa 2-2, q. 157, art. 1, sol. 3). Y así, la paciencia y mansedumbre se oponen más bien a la ira como iracundia, mas no a la ira como pasión del apetito sensible o como movimiento de la voluntad. Para comprender lo que se entiende por esta moderación conveniente de la ira, Tomás de Aquino tiene presente a Aristóteles. Si la iracundia nace de la dificultad de determinar cómo, con quiénes, por qué motivos y por cuánto tiempo debemos irritarnos (Ethica 1126a 33-5), una contribución importante para el manejo de la iracundia debe partir por el cultivo de una disposición conforme a la que debemos irritamos con quienes debemos, por los motivos debidos, y como debemos, lo que siempre es digno de alabanza (Ethica 1126b 1-3).

Pueden resumirse los tres tipos de ira existentes en Tomás de Aquino, señalando que la ira puede ser:

  1. una pasión de suyo.
  2. una pasión ordenada.
  3. una pasión desordenada.

 

Naturaleza causal de la ira según Tomás de Aquino

Ira como pasión

En términos generales, puede decirse que existen distintas condiciones para cada tipo de ira. El caso de la ira como pasión no ofrece mayores dificultades. Se puede afirmar que es una ira de tipo corporal, pues procede de la naturaleza animal y es ocasionada por algo que proporciona un dolor actual o inminente. En virtud de ella se enojan los niños cuando son castigados o los animales cuando son molestados. A ello se refiere Tomás cuando afirma:

Las bestias encaran los peligros en virtud de la tristeza ocasionada por los males que padecen al presente, por ejemplo, cuando se les está haciendo un daño; o en virtud del miedo ocasionado por aquello que temen llegar a sufrir, por ejemplo, cuando temen que van a ser dañadas. Y así, cuando son provocadas a la ira atacan a los seres humanos; en cambio, si estuvieran en la jungla o en los pantanos no atacarían a los seres humanos porque no serían dañadas al presente ni temerían serlo a futuro. (In Ethicorum lib. 3, lect. 17, n. 574).

Como se desprende de este pasaje, la ira como pasión aparece vinculada a otras pasiones sensibles, como la tristeza o el miedo. Porque ante la insatisfacción que produce la privación actual de un bien placentero –propio de la tristeza– o el rechazo de un mal inminente e inevitable –propio del miedo– la respuesta subsecuente puede ser la ira. Y por ello, aquel que experimenta tristeza en presencia del perjuicio que sufre o miedo ante la expectativa de sufrir un perjuicio, se irrita al margen de cualquier tipo de juicio de la razón, elemento que ciertamente es indispensable en los otros tipos de ira.

La ira como pasión también surge cuando el sujeto que la padece se encuentra ante alguna realidad que le lleva a postergar un placer o le impide gozar plenamente de él. Ello explicaría el comportamiento de ciertos animales que luchan entre sí con gran furor por comida, bebida o placer sexual, incluso hasta la muerte del adversario. También el caso de los bebés que se irritan cuando se ven privados de sueño o alimento3. No es que dispongan de un juicio de la razón o movimiento de la voluntad para experimentar irritabilidad; basta que una facultad valorativa como la estimativa en los animales o la cogitativa en los humanos capte una determinada realidad concreta como opuesta a la propia integridad o subsistencia para que la respuesta sea la ira.

 

Ira como movimiento de la voluntad

La ira como movimiento de la voluntad, supone “el deseo de causar daño a otro, buscando con ello una reparación” (Summa 1-2, q. 47, art. 1, resp.). Tomás considera que siempre lleva implícito algún perjuicio causado por quien la provoca, perjuicio que además debe ser percibido como injusto por quien la sufre. Después de un análisis conceptual de lo que implica esta clase de ira, podemos establecer que posee cinco condiciones necesarias y concatenadas para que se produzca, de modo que difícilmente pueden presentarse una independiente de las otras.

Percepción de estar siendo menospreciado: la causa fundamental de la ira es la captación consciente de un menosprecio, que va desde el simple desdén ocasionado por otro, pasando por la oposición del otro a la propia voluntad hasta culminar con un ataque personal de los demás hacia uno mismo, ya sea mediante hechos con los que el otro disimula el poco aprecio que tiene hacia uno, o lo manifiesta abiertamente mediante palabras.

Vinculado con esta característica, SantoTomás cita (Summa 1-2, q. 47, art. 2, resp.) una opinión de Aristóteles, en la que afirma que el menosprecio ocasionado por quien la provoca debe ser captado racionalmente como injusto por quien la padece (Rethorica 1380b, 16). Siguiendo esta misma consideración aristotélica, Santo Tomás afirmará que los seres humanos no se enojan cuando piensan que sufren justamente el daño por parte de aquel que se los provoca, porque la ira no surge contra lo que se considera justo (Summa 1-2, q. 47, art. 2, resp.).

De todo lo anterior se sigue como consecuencia importante que, cuanto más excelente se es, mayor será la ira que se sufra cuando se percibe que se es menospreciado en aquello en lo que destaca (Summa 1-2, q. 47, art. 3, resp.). Cualquier campeón de billar se irrita menos por ser menospreciado en cuanto a su riqueza se refiere, que por ser derrotado en billar; el orador se enoja si es humillado en su elocuencia, etcétera.

Dado que el menosprecio provocado por el otro se extiende a todas las cosas que uno mismo aprecia, pero que los demás desprecian, también favorecerían la ira algunas circunstancias tales como el olvido de uno mismo por parte de los demás –“las cosas que apreciamos mucho las grabamos más en la memoria” (Summa 1-2, q. 47, art. 2, sol. 3)–; la alegría del otro por las propias desgracias; el recibir malas noticias, y principalmente, que haya algo que impida conseguir lo que uno quiere, razón por la cual, también las enfermedades y la pobreza pueden desencadenar un movimiento de ira.

El deseo de ser reparado ante lo que se percibe como un daño: así como cada ente apetece naturalmente su propio bien, existe en cada ente natural una inclinación a repeler su propio mal. En virtud de ello, los animales están dotados de apetito irascible. Pero en el caso del ser humano, este rechaza lo malo defendiéndose de lo que eventualmente podría causarle un perjuicio, exigiendo retribución una vez que el daño está causado. A este deseo de exigir reparación cuando hay causa justa para ello se denomina venganza. Si por venganza se entiende el acto arbitrario de quien devuelve un mal movido por odio, no corresponde al sentido que le da Tomás de Aquino, porque la venganza tomista excluye cualquier intención directa de dañar por dañar (Summa 2-2, q. 108, art. 2, resp.).

El concepto elevado que el sujeto tiene de sí mismo, originado por la posesión de dicha cualidad excelente, se extiende no solo a lo que es sino a lo que tiene e incluso a aquello de lo que se ocupa, por no decir, a todo lo que considera como un bien propio. Así se explica que los pintores se irriten contra los que desprecian el arte; que los poetas se irriten contra los que critican la poesía, y que los estudiosos de la filosofía se irriten contra los que desprecian la filosofía, porque despreciar aquello de lo que se ocupan equivale a despreciarlos a ellos mismos (Tomás de Aquino, Summa 1-2, q. 47, art. 1, sol. 3.), principalmente si aquello en lo que destaca no nace de una falsa imagen de sí, sino de una cualidad absolutamente evidente para todos, en cuyo caso no solo se encenderá contra el que lo provoca, sino que acabara despreciándolo igualmente (por ejemplo, llamar pigmeo a alguien de gran estatura), a no ser que piense que lo que el otro afirma de sí es producto de la ignorancia o alguna broma sin la menor intención de vilipendiar a nadie.

Pérdida repentina de la excelencia antes poseída: cuando inesperadamente alguien deja de poseer una determinada cualidad por la que era estimado por los demás o pensaba que lo era, hay mayor propensión a la irritabilidad porque esa carencia se hace más notoria, y, por tanto, es mayor la tristeza que ocasiona. Por algo señala Tomás que “una cosa resalta más cuando se la coloca al lado de su contraria” (Summa 1-2, q. 42, art. 5, sol. 3.). Por eso, cuando alguien pasa de repente de la pobreza a la riqueza, encuentran la riqueza más atractiva que antes de ser rico. Y viceversa, los ricos que caen en la pobreza la encuentran más horrible que antes de ser pobres.

La esperanza de alcanzar la correspondiente reparación: la ira como movimiento de la voluntad surge además porque el sujeto que la sufre percibe que tiene posibilidades de conseguir algo a su favor de quien la provoca. El sujeto de la ira aspira a conseguir una retribución por el daño que estima le han ocasionado. En este sentido, la ira aumenta cuando también aumenta la esperanza de obtener algo a cambio de ella. Por ello, la ira que se apodera de una multitud enardecida contra el tirano durante una revuelta es mayor que la ira que ocurre en aquel que considera imposible o difícil alcanzar cierta eficacia mediante su ira (Summa 1-2, q. 47, art. 4, resp.).

Según se ha establecido en la introducción, la iracundia es la ira incapaz de ser moderada mediante la voluntad por medio de la razón (Summa 1-2, q. 158, arts. 2-7; De malo q. 12, arts. 2-5.). La iracundia sigue siendo ira, pero no es la ira virtuosa como movimiento de la voluntad y acompañada de una vindicación (venganza) perteneciente a la justicia, sino una ira viciosa, pues equivale a una ira excesiva en la medida en que no se experimenta como conviene, con quien conviene, por los motivos con que conviene y en el momento que conviene.

La causa fundamental de la iracundia radica en que alguien busca un mayor reclamo que aquel que se le debe, o busca servirse de la autoridad que ostenta para con ello vengarse, o simplemente se deja llevar por la ira para un fin indebido (Tomás de Aquino, De malo q. 12, art. 2, resp.), como sería el desear que fuera castigado el que no lo merece (Tomás de Aquino, Summa 1-2, q. 158, art. 2, resp.) con acciones que dañan injustamente al prójimo.

La iracundia constituye algo que va contra la naturaleza humana, y un vicio opuesto a la mansedumbre. Así, mientras que la iracundia incita al ser humano a imponer un castigo más grave que el que conviene, la mansedumbre tiende a refrenar el ímpetu de la ira. Por tratarse de un vicio, la iracundia constituye un mal hábito arraigado en el alma. Puede existir una inclinación a ella, lo que se manifiesta en el hecho de que alguien se deja llevar fácilmente por ella. Además, Séneca considera que la iracundia se vincula a razones de tipo cultural y educativo. En este sentido, los individuos muelles y delicados a los que mucho se les perdona e incluso gratifica y consiente se les ocasiona un serio perjuicio en su desarrollo moral, pues al abandonar el lecho de comodidad en que han sido criados, se vuelven irritables y malhumorados al contacto con el desaire y la contradicción.

Por su parte, cuando se trata de enseñar con disciplina para los distintos saberes y quehaceres de la vida, es fácil que los maestros o padres pierdan la paciencia hasta llegar a la ira cuando se trata de enseñar a quien es lento para aprender, algo que aquellos lograron adquirir con más facilidad debido a su mayor talento o ingenio.

 

Hijas de la Ira

El enfado descontrolado puede conducir a los siguientes ejemplos de pecados capitales:

Cometer actos fuera de la ley debido a la necesidad de venganza que la ira genera.

Dañar significativamente a alguien de forma física o verbal (las querellas).

Cometer actos en momentos de ira de los que después podemos arrepentirnos.

Las causas ordinarias de la ira son: la soberbia y el apego obstinado a las propias ideas.

La ira nos induce a blasfemar (Palabra o expresión injuriosas contra alguien o algo sagrado. Palabra o expresión gravemente injuriosas contra alguien o algo) del Santo nombre de Dios, vengarnos del prójimo, injuriar, lastimar, herir y en ocasiones hasta dar muerte. Matar no sólo es quitar la vida, es atentar contra la dignidad, la honra y el honor.

Cuando Dios nos manda No Matar, nos prohíbe dañar la vida corporal o espiritual tanto la propia como la de nuestro prójimo.

Las tres especies de ira que establece el Damasceno y también San Gregorio Niceno se toman de aquello que da a la ira algún aumento. Esto ocurre de tres modos. Uno, por la facilidad del mismo movimiento. Y a tal ira la llama bilis o cólera, porque se enciende rápidamente. Otro, por parte de la tristeza que causa la ira, la cual permanece mucho tiempo en la memoria; y ésta pertenece a la manía, que se deriva de manendo (permaneciendo). Él tercero, por parte de lo que apetece el airado, es decir, de la venganza; y ésta corresponde al furor, que no descansa hasta que castiga. Por eso el Filósofo, en IV Ethic., a algunos de los que se irritan los llama agudos, porque se enojan pronto; a otros, amargos, porque retienen la ira por largo tiempo; a otros, difíciles, porque jamás descansan si no castigan. (Suma teológica – Parte I-IIae – Cuestión 46)

Otras hijas:

Aquí veremos como de la ira derivan estos vicios o pecados.

Rencillas: Cuestión o riña que da lugar a un estado de hostilidad entre dos o más personas.

Injurias o clamor: 1. f. Agravio, ultraje de obra o de palabra. 2. f. Hecho o dicho contra razón y justicia. 3. f. Daño o incomodidad que causa algo. 4. f. Der. Acción o expresión que lesiona la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación.

Indignación: Enojo, ira o enfado vehemente contra una persona o contra sus actos.

 

Remedio para la Ira

San Pablo en la 2 Tm. 3.10 nos da la virtud por excelencia la Paciencia.

Por otro lado tenemos el control de los pensamientos, gobierno de los propios pensamientos para así controlarnos.

Otro remedio es la capacidad de padecer, la paciencia que es lenta a la ira, y así llevaremos mejor la tristeza que deriva a la ira.

Santo Tomas, nos anima a la Caridad, la misericordia, la limosna, todo aquello que dulcifica el ánimo y el alma.

Por último nos aconseja la abstinencia, la liberalidad, la humildad, la mansedumbre como remedio radicales.

 

6-La Avaricia

Es un amor excesivo por los bienes materiales y principalmente por el dinero. Se reconoce que se estiman los bienes materiales con exceso, cuando sin importar los medios ilícitos se está dispuesto a adquirirlos, conservarlos y aumentarlos. La avaricia es un gran pecado; San Pablo la llama una idolatría y declara que los avaros no entrarán en el Reino de los cielos. La avaricia nos hace duros con los pobres, indiferentes a los bienes del cielo, y hasta nos incita a veces a apoderarnos de los bienes ajenos. La virtud opuesta a la Avaricia es la Bondad

La Avaricia o Codicia, para Santo Tomás, está incluida en todos los vicios o en todos los pecados, hay una aversión a Dios (Soberbia) y una conversión a todas las criaturas, hay una conversión a los bienes terreno, los bienes se pueden reducir a tres:

1) Los bienes externos que se persiguen por la avaricia.

2) Los bienes  del cuerpo  que se persiguen por la gula y la lujuria.

3) Los bienes de alma, que se persigue por la soberbia  y la vanagloria.

Ahora nos centraremos en el apetito desordenado de la riqueza.

Santo Tomas distingue aquí dos tipos de Avaricia, el apetito interior de la justicia y la Iliberalidad.

Una es Opuesta a la justicia y otra es Opuesta de la liberalidad.

En efecto, puede uno ser iliberal o avaro por defecto en el dar; y si da poco es parco, y si no da nada, obstinado, y si le cuesta mucho dar, tacaño, porque tiene en gran estima cosas insignificantes. A veces uno es iliberal o avaro por exceso en el modo de conseguir el dinero. Y esto por doble capítulo. Uno, porque lo gana por medios torpes: entregándose a trabajos viles mediante obras serviles o porque hace negocio de actos pecaminosos, como el de la prostitución y otros parecidos, o porque saca interés de lo que debe prestar gratis, como los usureros, o el que saca poco provecho de grandes trabajos. Otro, porque lo gana con medios injustos: o usando de la violencia con los vivos, como los ladrones, o despojando a los muertos; o enriqueciéndose a cuenta de los amigos, como los jugadores.

La liberalidad tiene por objeto pequeñas cantidades de dinero, lo mismo que la iliberalidad. Por eso a los tiranos, que arrebatan violentamente grandes posesiones, no se los llama avaros, sino injustos.

Santo Tomas Dice:

“Los bienes exteriores son medios útiles para el fin (…). Por tanto, se requiere que el bien del hombre en estos bienes exteriores guarde una cierta medida, es decir, que el hombre busque las riquezas exteriores manteniendo cierta proporción, en cuanto son necesarios para la vida según su condición. Y, por consiguiente, el pecado se da en el exceso de esta medida, cuando se quieren adquirir y retener las riquezas sobrepasando la debida moderación. Esto es lo propio de la avaricia, que se define como el deseo desmedido de poseer. Por tanto, es claro que la avaricia es pecado” (Suma de Teología II-II c. 118 a. 1 sol.).

La búsqueda natural de seguridad utiliza estos bienes para satisfacer las necesidades relativas a la subsistencia, teniendo, por tanto, un valor instrumental.

Por el contrario, la actitud viciosa o pecaminosa del avaro se centra en la exclusiva conservación y obtención de los bienes materiales, confiriéndoles un valor en sí mismos, disfrutando, no de su uso sino de su posesión. En otras palabras, no tiene nada de malo buscar una buena condición económica y social a través del trabajo continuo, pero tener como proyecto de vida la mera acumulación de dinero ya es una distorsión, una enfermedad espiritual, un vicio dañino.

El que está apegado a los bienes materiales no confía en la providencia de Dios y no quiere abandonar la seguridad que le dan sus bienes. Pone su apoyo en lo que ve, y no está dispuesto a apoyarse en Dios, la única y verdadera seguridad. Por eso, todo el que está aferrado a vicios que lo hacen sentirse alejado de Dios suele padecer también de la avaricia. Se pierde la fe y la esperanza en el creador de todo bien material y se construyen proyectos vanos e ilusorios que parecerían asegurar un futuro espléndido de abundancia, gozo y bienestar.

 

Hijas de la Avaricia

Uno de los aspectos más llamativos de la cultura contemporánea es el culto al dinero, considerado como un valor predominante que se convierte en criterio de juicio de las personas y sociedades: “A mayor poder adquisitivo, mayor felicidad” tiene todo hombre contemporáneo en el inconsciente ―aun cuando reconozca que es un error―, pero, en realidad, hasta las estadísticas demuestran que esta lógica es falsa.

Los medios de comunicación demuestran los extremos a los que pueden llegar personas y grupos por adquirir dinero.

Pareciera ponerse la riqueza por encima de los valores familiares, y los valores cristianos.

La avaricia trae como consecuencias la intranquilidad, un estado de temor, ansiedad y angustia por la inestabilidad de las riquezas; hoy se puede tener, pero mañana ¿quién sabe? La tristeza es también una característica propia del avaro, bien por la frustración de no tener cuanto desea, bien por el temor a perder lo que tiene. El avaro es también un adicto a sus bienes, ante los cuales consigue una falsa y cada vez menor serenidad, pues la auténtica paz del alma y el espíritu es un don de Dios al hombre que está en gracia y lo tiene a Él como “la porción de mi herencia y de mi cáliz” (Salmo 15,5).

Como en cualquier adicción, el avaro nunca se sacia, siempre quiere más y más, su deseo de tener se convierte en una compulsión cada vez más difícil de erradicar, porque va echando raíces en lo más profundo del alma, casi siempre, de modo inadvertido.

Se llaman hijas de la avaricia aquellos vicios que se derivan de ella, y en especial en cuanto intentan el mismo fin. Pero como la avaricia es el amor excesivo de poseer riquezas, peca por dos capítulos: Primero, reteniendo las riquezas. Y así, de la avaricia surge la dureza de corazón, que no se ablanda con la misericordia ni ayuda con sus riquezas a los pobres. Segundo, la avaricia peca por exceso en la adquisición de las riquezas. Y en este aspecto puede considerarse la avaricia de dos modos: Uno, según el afecto interior. Y así la avaricia causa la inquietud, en cuanto engendra la excesiva solicitud y preocupaciones vanas, pues el avaro no se ve harto del dinero. Otro modo de considerar la avaricia es atendiendo al efecto exterior. Y así el avaro, en la adquisición de las riquezas, se sirve unas veces de la violencia y otras del engaño. Si este engaño lo hace con palabras, tenemos la mentira si se usan palabras sin más, y si lo apoya con un juramento, tenemos el perjurio. Y si el engaño lo realiza con obras, tenemos el fraude si se trata de cosas y la traición si de las personas, como aparece claro en el caso de Judas, que traicionó a Cristo por avaricia (Mt 26, 15).

 

Remedios para la Avaricia

La virtud opuesta a la Avaricia es la Bondad

Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.” Lucas 12:15

Un Principio que debe regir nuestra Vida

«El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro?

Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro…

No podéis servir a Dios y a las riquezas

 

7-La Gula

Es una afición desordenada a beber y comer. Es contrario a la Templanza.

Hay cuatro clases de vicios contra la Templanza:

El pudor (Tiene que ver con el deseo de besos caricias, abrazos, al tacto)

La castidad (Control sexual)

La abstinencia (Moderación en el deseo de comida)

La sobriedad (Moderación en el deseo de beber bebidas inebriantes)

Y por tanto hay cuatro especies de Intemperancias:

La impudicia

La Lujuria.

La Gula.

La ebriedad.

 

La Gula lleva a la Lujuria.

La gula no denota ningún deseo de comer o beber, sino un deseo desmesurado. Es la inmoderación del deseo.

Es un vicio que tienta mucho, ya que la comida es un bien, y la desmesura puede provocar este vicio.

Dicha afición es desordenada cuando se come o se bebe con exceso o por el sólo placer de satisfacer la sensualidad. La gula es un pecado; San Pablo compara a los que se entregan a ella como idolatras, y dice que hacen de su vientre un Dios. La virtud opuesta a la gula es la Moderación (2 Ped. 1, 5-8).

Según Santo Tomás y San Gregorio, uno puede ser culpable del pecado de gula de cualquiera de las siguientes formas:

  • Comer de forma demasiado rápida
  • Comer fuera de horario y necesidad.
  • Comiendo o bebiendo de forma excesiva.
  • Buscando comida únicamente exquisita.

 

Sostienen que la Gula es un pecado capital, cuando uno elige antes el placer de comer y beber que a Dios. Esto lo podemos notar, cuando tenemos que ayunar un miércoles de ceniza o un Viernes Santo….

Este pecado capital puede conducir a actitudes como las siguientes:

  • Volverse adicto al alcohol u otras sustancias psicotrópicas.
  • Comer en forma desmedida y enfermar el cuerpo con diferentes padecimientos, como por ejemplo la obesidad.
  • Anular la inteligencia ocupando siempre los pensamientos en el consumo de bebidas o comidas.

En el Cuerpo hace dos cosas:

1          – Primero explica la división dada por San Gregorio, y lo hace analizando el desorden que puede haber en el acto de comer. En el cual se distinguen dos partes:

  1. a) El alimento que se toma.
  2. b) El acto de tomarlo.

Por lo cual puede haber un desorden en el deseo bajo un doble aspecto:

En primer lugar, en cuanto al alimento que se toma:

Debemos considerar tres cosas:

1-La sustancia del alimento. Y aquí vemos que a veces se lo quiere bueno estimable, y en esto puede haber desorden; y aquí tenemos una especie de gula, el comer manjares exquisitos.

2-La calidad de los alimentos. Y aquí vemos que a veces exigimos una preparación demasiado esmerada, y en esto puede haber desorden, y aquí tenemos otra especie de gula, el comer manjares preparados con demasiado esmero.

3-La cantidad del alimento. Y aquí puede haber un desorden en el excederse comiendo demasiado; y tenemos otra especie de gula, el comer excesivamente.

2          –En segundo lugar, se puede considerar el desorden en el acto mismo de tomar el alimento.

Y aquí hay dos modos de desordenarse:

1-Haciendolo apresuradamente, es decir adelantando la hora de comer, y tenemos aquí otra especie de gula; el comer fuera de hora, sin necesidad.

2-No observando la debida moderación al comer, y tenemos aquí otra especie de gula; el comer con ardor.

Después, muy brevemente refiere la división de San Isidoro (Sententiarum Libri, II, Cap. 42):

San Isidoro reduce a una las primeras especies, y establece la siguiente división:

-Excederse en la sustancia.

-Excederse en la cantidad.

-Desordenarse en el modo de comer.

-Desordenarse en el tiempo de comer.

En las objeciones precisa:

Que las distintas circunstancias : comer fuera de hora , sin necesidad ; comer con demasiado ardor ; exigir manjares exquisitos ; comer manjares, preparados con excesivo refinamiento ; comer excesivamente; dan origen a distintos motivos para obrar, lo cual originan las distintas especies de gula.

Posteriormente se analiza si la gula es un pecado capital.

Usa la autoridad de San Gregorio, que lo incluye entre los pecados capitales (Moralia XXX, cap.45 ).

En el corpus, hace referencia a dos artículos de la Segunda Parte de la Primera Parte (1-2 Q. 84. A.3-4), donde se dice que es un vicio capital aquel que causa otros vicios como causa final de los mismos; es decir, en cuanto que tiene un fin tan deseable que los hombres llevados por el deseo del mismo, se sienten atraídos a pecar de diversos modos.

Ahora un fin se hace apetecible cuando posee alguna de las condiciones de la felicidad, la cual es deseable por naturaleza.

Uno de los elementos esenciales a la felicidad es el deleite.

La gula tiene por objeto los deleites del tacto. Por tanto es un pecado capital.

En las objeciones precisa:

Que el objeto de la gula es más bien el deleite de los alimentos, que los alimentos mismos.

Se distinguen la lujuria y la gula en cuanto tienen un objeto deleitable diverso.

 

Hijas de la Gula

En el Corpus, afirma que como la gula tiene por objeto el deleite inmoderado en la comida y la bebida; se deben considerar como hijas suyas o derivadas de ella; los vicios que son frutos de ese deleite inmoderado. Es decir, que se deben considerar como derivadas de la misma, los vicios causados por la gula como causa final.

Los frutos del deleite inmoderado son los siguientes:

1-Torpeza o estupidez del entendimiento, en cuanto la razón adormecida por la inmoderación en la comida y la bebida; pierde el gobierno y abandona la dirección de nuestros actos.

2-Desordenada alegría.

3-Locuacidad excesiva.

4-Chabacanería y ordinariez en las palabras y en los gestos.

5-Lujuria e inmundicia, que es el efecto más frecuente y pernicioso del vicio de la gula.

 

Remedios para la Gula

La virtud opuesta a la gula es la Moderación.

La buena cocina requiere arte, sabiduría en la combinación de los sabores y en su presentación. De igual modo el comer requiere buena disposición que hace del hombre una obra de arte, aun cuando está sentado a la mesa. Nos parecen oportunas las reglas que San Ignacio de Loyola trae en sus Ejercicios Espirituales

  1. Es buena cosa privarse con el ayuno para disciplinar nuestros apetitos. Quitando de lo conveniente pronto se llegará a la medida adecuada y necesaria.
  2. Comer comida ordinaria.
  3. Si se trata de comida refinada, comerla en no mucha cantidad.
  4. Mientras se come no poner la atención en la comida, con lo que se adquirirá una mayor armonía y orden en el comportamiento y tendrá menos satisfacción en el acto de comer.
  5. No fijar única y exclusivamente la atención en la comida.
  6. No comer apurado a causa del apetito; es necesario mantener el dominio de sí.
  7. Juega mucho el darse cuenta cual es la medida necesaria acerca de la cantidad y establecerla para la recepción de la próxima comida, sin superarla ni por apetito ni por tentación, así venceremos a dos enemigos: el desorden de nuestro apetito y el demonio con su tentación.
  8. Podemos agregar la participación intensa, activa y creativa en la vida familiar, con diálogo propio y oportuno.

A aquellos a quienes tal vez cause gracia la lectura de estos consejos simples podría recomendarles la lectura de la Suma Teológica, I, q. 74 a.3. Ad 2. Allí, Santo Tomás con el corazón en la mano expone con toda realidad lo difícil que resulta al hombre dominar todos sus movimientos debido a la herida -fomes- del pecado. También plantea la debilidad de una política destructiva para luchar contra nuestras malas disposiciones. Así volvemos a la necesidad de una correcta educación de nuestra sensibilidad debido a que el intelecto gobierna nuestra sensibilidad no de un modo despótico, como una esclava, sino político, con poder real, en el sentido que ejerce su poder sobre sujetos que tienen algo de sí mismos y pueden resistir su poder. Así, el apetito sensible no solamente puede ser movido por la cogitativa y la voluntad, sino también por el poder de los sentidos y la imaginación.

 

8-La Lujuria

Para comenzar definimos la lujuria como el desorden y/o inmoderación sexual. Encontramos este significado según lo expresado por Santo Tomás en su Suma, cuando dice: “es propio de la lujuria el incumplir el orden y moderación que la razón exige en los actos venéreos”.

Los deseos compulsivos y excesivos de carácter sexual pueden conducir a los siguientes ejemplos de pecados capitales:

.- (1 Cor. 6, 9 – 11; Rom. 13, 13; Rom. 1, 18 – 32; Lev. 18. 1 – 23; Gal. 5, 19 – 26) Adicción, depravación, perversión, desviaciones y pasiones vergonzosas.

Es el vicio vergonzoso de la impureza prohibida por el sexto y noveno mandamiento

La lujuria nos hace aborrecer nuestros deberes religiosos; ciega el espíritu, endurece el corazón, perjudica la salud y las más bellas cualidades del alma.

Se pierde la capacidad de amar y se ve a los demás como objetos desechables (úsese y deséchese), y la pasión se confunde como amor.

La castidad significa la integración de la sexualidad en la persona y, por ello, en la unidad interior del hombre, en su ser corporal y espiritual. Forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de sensibilidad humana. Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar: la masturbación, la fornicación, la pornografía y la homosexualidad. (Síntesis del Nuevo Catecismo 345, 346) La virtud opuesta a la Lujuria es la Castidad (1 Cor. 6, 9) ¿Qué es la castidad? castidad, no es otra cosa sino el dominio de la sexualidad por la razón para aprender a respetarse a sí mismo y a los demás

Para comprender el significado de determinadas palabras, nada mejor que acudir a su etimología. Es lo que haremos con lujuria y con venéreo, a ver si nos aclaramos un poco más. Decimos que es lujurioso el entregado a los placeres. Recordemos que etimológicamente lujuria proviene del latín luxuria que significa abundancia, extravagancia. Ambas realidades sólo posibles a los ricos, quienes vivían en permanente disfrute y goce de placeres. Nos dice Santo Tomás:

“Hay que decir: Como afirma San Isidoro en su libro Etymol., lujurioso viene a significar entregado a los placeres. Pero los placeres venéreos son lo que más degrada la mente del hombre. Por eso se consideran los placeres venéreos como la materia más apropiada de la lujuria”. (S.T. II-II C.153 a.1 Soluc.)

Y ¿qué son actos venéreos? Yendo a la etimología de la palabra reconocemos a venéreo como procedente del latín venereus, perteneciente o relativo a Venus, diosa romana del amor, la belleza y la fertilidad. (Afrodita es la correspondiente diosa griega, y de ella también se desprenden palabras relacionadas entre sí, como afrodisíaco, utilizado para indicar que algo alimenta el apetito sexual). Es por tanto, un sinónimo de acto sexual el decir actos venéreos.

Santo Tomás deja claro al relacionar directamente con las consecuencias del pecado original, que nosotros resumíamos en dos claras consecuencias: “sed insaciable de gozar” y “horror al sufrimiento” en relación a los apetitos. A ello debemos sumarle también las consecuencias producidas en las principales facultades del alma: en la inteligencia y en la voluntad existen rémoras o trabas para bien conocer y para bien obrar. En el caso concreto de la lujuria nos dice que: “el que la concupiscencia y el placer de lo venéreo no se sujeten al imperio y moderación de la razón procede de la pena del primer pecado, en cuanto que la razón rebelde a Dios mereció que la carne se rebelara contra ella, como nos dice San Agustín en XIII De Civ. Dei”. (S. T. II-II  C.153 a.2. Resp.2).

Y no sólo es consecuencia del pecado original, y por tanto que todos padecemos (excepto la Virgen María, sin pecado concebida, y obviamente nuestro Señor Jesucristo), sino que es considerado vicio capital. Santo Tomás lo deja claro, y si bien ya tuvimos una primera vista en la introducción al tema afirmando su pertenencia a los vicios o pecados capitales, recordemos qué nos dice en concreto sobre la lujuria:

“Hay que decir: Como queda claro por lo ya dicho (q.148 a.5; 1-2 q.84 a.3 y 4), un vicio capital es el que se ordena a un fin muy apetecible, de tal modo que, al apetecerlo, el hombre llega a cometer muchos pecados, todos los cuales se dice que proceden de aquel vicio como de un vicio principal. Pero el fin de la lujuria es el deleite venéreo, que es el más fuerte. Por ello, tal deleite es sumamente apetecible por parte del apetito sensitivo, ya debido a la vehemencia del deleite, ya por lo connatural que es esta concupiscencia. Queda claro, pues, que la lujuria es un vicio capital”. (S.T. II-II C.153 a.4 Soluc.)

 

Hijas de la Lujuria

La lujuria, explica Santo Tomás, es un vicio capital que tiene ocho hijas. La primera es la ceguera mental. Esta ceguera impide juzgar rectamente sobre el fin: “la hermosura te fascinó y la pasión pervirtió tu corazón”, leemos en el libro de Daniel.

La segunda es la inconsideración. La lujuria impide el consejo sobre lo que debe hacerse. El amor libidinoso “no admite deliberación ni consejo, ni lo tiene en sí mismo”. La tercera es la precipitación; es decir, la tendencia a consentir antes de tiempo, sin esperar el juicio de la razón: “los ancianos perdieron el juicio para no acordarse de sus justos juicios”, leemos también en Daniel.

La cuarta hija es la inconstancia, que impide permanecer en aquello que se ha elegido: “una lágrima hará cambiar de juicio”. La inconstancia, por ejemplo, de cumplir los propios compromisos libremente asumidos.

La quinta es el egoísmo, que modifica la voluntad haciendo que tienda, por encima de todo, al propio placer. La sexta, el odio a Dios. Se le odia no directamente por ser Dios, sino porque pone límites al deseo inmoderado de placer.

La séptima hija es el afecto al siglo presente, “a todas aquellas cosas por las que se alcanza el fin intentado, las cuales pertenecen al siglo”. Y la octava, muy ligada a la anterior, es la desesperanza del futuro, nacida del desprecio de los placeres espirituales.

La lujuria siempre busca “razones justificativas”, vanas palabras, pues “desde el principio, para que los hombres pudiesen espaciarse a sus anchas disfrutando de sus concupiscencias, se devanaron los sesos” para hallar excusas que legitimasen sus deseos y sus actos.

Nada nuevo bajo el Sol. Así son las cosas; así lo vemos si somos sinceros con nosotros mismos. Jesús, con menos distinciones, es más exigente que Santo Tomás: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8

 

Remedios para la Lujuria

Huir  de las ocasiones exteriores.

Conviene saber que para evitar este pecado de lujuria se requiere mucho esfuerzo, ya que es un vicio interno; y es más difícil vencer un enemigo que es nuestro huésped. Sin embargo, se vence de cuatro maneras:

1º) Huyendo de las ocasiones exteriores, por ejemplo, evitando las malas compañías y todos los incentivos que ocasionalmente llevan a este pecado: No pongas los ojos en la doncella, para que no tropieces en su belleza… No derrames la vista por las calles de la ciudad, ni andes vagando por sus plazas.

Aparta tus ojos de la mujer ataviada; y no mires curioso la hermosura ajena. Por la hermosura de la mujer se perdieron muchos; y de aquí la concupiscencia se enciende como fuego.  (Eccl. 9, 5-9). ¿Por ventura, puede el hombre esconder el fuego en su seno, de manera que sus vestidos no ardan? (Prov. 6, 27). Por eso le fue ordenado a Lot que huyera de toda la región cercana a Sodoma. (Gen 19, 17)

2º) No dando entrada a los malos pensamientos, porque son ocasión de excitación para la concupiscencia, y esto se obtiene por la mortificación: Castigo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre (1 Cor 9, 27).

3º) Insistiendo en la oración, porque  si el Señor no guardare la ciudad, inútilmente vela el que la guarda (126, 1). Y el Señor dice en San Mateo: Esta casta (de demonios) no se lanza sino por oración y ayuno (17,20). Si dos pelearen y quisieres ayudar a uno, mas no al otro, sería necesario ayudar al primero, y negar auxilio al segundo. Ahora bien, existe una guerra continua entre el espíritu y la carne; si quieres que venza el espíritu, es necesario que le prestes ayuda, y esto se hace por la oración; mas es menester que se la niegues a la carne, y esto se hace con el ayuno; pues la carne se debilita con él.

4º) Insistiendo en ocupaciones lícitas.  Muchos  vicios   se han enseñado por  la ociosidad (Eccl. 33, 29). En Ezequiel se dice: Ésta fue la maldad de Sodoma… la soberbia, la hartura de pan, y la abundancia, y la ociosidad de ella (16, 49). Y San Jerónimo dice: «Haz siempre algo bueno, para que el demonio te encuentre ocupado. Entre todas las ocupaciones la mejor es el estudio de las Escrituras.» En otro lugar dice el mismo escritor: «Ama los estudios de las Escrituras, y no amarás los vicios de la carne.»(In Decalog., c. XXX)

 

    9- Los Demonios de los Siete Vicios Capitales

Peter Binsfeld, sacerdote jesuita, elaboró en 1589 una clasificación de los demonios que representan los siete pecados capitales. Estos demonios también son clasificados como los Siete Príncipes del Infierno. Los pecados capitales, desde esta perspectiva, son guiados por siete demonios distintos causantes de las tentaciones en las que los humanos caen en momentos de debilidad.

Lucifer: Soberbia. Quién si no Lucifer como la entidad sobrenatural que encarna la soberbia, pues fue la Soberbia quien condujo a rebelarse ante Dios al creer que su poder era tan inmenso como el del supremo creador.

Mammón: Avaricia. Mammón es una palabra aramea que significa “riqueza” o “abundancia”. Sin embargo fue hasta la Edad Media cuando se comenzó a relacionarse esta palabra con la presencia de un ser sobrenatural que personifica los sentimientos de avaricia, riqueza e injusticia.

Asmodeo: Lujuria. Su origen proviene de la religión mazdeísta (Zoroastrismo) de los persas. Es el demonio que lleva a los seres humanos a experimentar su sexualidad de forma desenfrenada y llena de lascivia; incita a la infidelidad y el deseo carnal desmesurado. Su aspecto es de un ser tricéfalo: la primera cabeza es de toro, la segunda de hombre y la tercera de carnero.

Satanás: Ira. Es la representación del mal absoluto. Algunas historias lo confunden con Lucifer o lo sitúan como la evolución de éste una vez que fue expulsado a los abismos por Dios en compañía de sus legiones de demonios. La ira es una especie de puente que conduce al mal absoluto y al desarrollo de las acciones más viles de la especie humana.

Belcebú (Baal): Gula. También es conocido como el Señor de las Moscas. Su imagen era horrenda: tres cabezas, la de un humano con corona, un gato y otra de una rana, las cuales están sostenidas por el lomo y las patas de una araña, según la visión de Collin de Plancy. Según lo relatos de la ocultista Johann Weyer, Belcebú dirigió una furiosa rebelión contra Satanás para llegar a ser lugarteniente de éste. Belcebú gobernaba el Este del Infierno como gran duque infernal y bajo su mando estaban 66 legiones de demonios.

Leviatán: Envidia. La Biblia describe al Leviatán como un monstruo marino de proporciones colosales con la apariencia de una serpiente o dragón. Otras visiones lo describen como una ballena. En la demonología de la Edad Media, Leviatán es un demonio del agua con la capacidad de poseer a las personas.

Belfegor: Pereza. Seduce a las personas para elegir la manera más sencilla de obtener beneficios o riquezas. Su imagen es la de una mujer de belleza indescriptible o la de un hombre fuerte y musculoso con espesa barba. El origen de este ser sobrenatural está en las religiones de Asiria.

 

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Bibliografía

  • Tomás de Aquino, ST I-II.
  • Tomás de Aquino, de Malo.
  • Tomás de Aquino, de bono.
  • Suma Teológica, I, q. 74 a.3. Ad 2.
  • FERNANDO G. MARTIN DE BLASSI Acedia y tedio en Tomás de Aquino: ¿una cuestión de inapetencia espiritual? ANUARIO FILOSÓFICO 47/3 (2014) 625-642.
  • VAGRIO PÓNTICOY LA EXCLAUSTRACIÓN DE LA ACEDIA.RUBÉN PERETÓ RIVAS.UNCUYO – CONICETCARTHAGINENSIA, Vol. XXVIII, 2012 – 23-35. ISSN: 0213-4381.
  • David Téllez-Maqueo. Universidad Panamericana, México. Algunas reflexiones sobre la ira en Tomás de Aquino y Séneca. Revista de Humanidades, núm. 43, pp. 293-324, 2021. Universidad Nacional Andrés Bello
  • Summa Theologiae [Summa, 1-2]. Vol. 6: Prima secundae. Quaestiones 1-70. Roma: Typographia Polyglotta S. C. de Propaganda Fide, 1891.
  • Summa Theologiae [Summa, 2-2]. Vol. 9: Secunda secundae. Quaestiones 57-122. Roma: Typographia Polyglotta S. C. de Propaganda Fide, 1897.
  • Summa Theologiae [Summa, 2-2]. Vol. 10. Secunda secundae. Quaestiones 123-189. Roma: Typographia Polyglotta S. C. de Propaganda Fide, 1899.
  • https://www.universidadcatolica.edu.py/la-avaricia/
  • https://www.iglesia.info/la-gula/
  • CIC 345, 346
  • MEDULLA S. THOMAE AQUITATIS PER OMNES ANNI LITURGICIDIES DISTRBUITA, SEU MEDITATIONES EX OPERIBUS S. THOMAE DEPROMPTAE Recopilación, ordenación y prólogo de FR. Z. MÉZARD O. P Pág. 59 – 60.
  • https://culturacolectiva.com/historia/demonios-de-los-siete-pecados-capitales/

 

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