Hace un tiempo, conté en uno de los periódicos encuentros de Matrimonios y novios en Cristo, que tenemos en la parroquia, lo que me ocurrió una tarde cuando realizaba mi habitual recorrida por el barrio, en bicicleta. Luego de pasar frente a un grupo de jóvenes, que estaban tirados en la vereda, bebiendo y fumando, escuché que me gritaban desde atrás, violín (en la jerga carcelaria argentina, sinónimo de violador) y pedófilo. Como hago siempre en estos casos, me acerqué a los muchachos, y les pregunté si tenían algo para decirme. Disculpe, padre, estamos un poquito tomados y fumados…, fue la respuesta de uno de ellos, en nombre de todo el grupo. La ocasión terminó siendo evangelizadora: aceptadas las disculpas, les hablé del amor de Jesucristo, les regalé estampas y rosarios; y los invité a que viniesen a la parroquia. ¡Porque Dios siempre espera…!
Una de las esposas presentes en la reunión, preocupada por la integridad de mi salud física, exclamó ¡Padre, usted está loco!… Mi respuesta a la piadosa mujer fue con las mismas palabras de un seminarista de la diócesis de Siena, en un vuelo de regreso a Roma, desde Tierra Santa, el 22 de enero de 2000, a una azafata que lo llamó loco, por venir cantando temas religiosos, en el avión: Sí, loco de amor a Dios…
Ya lo decía San Pablo: El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan –para nosotros– es fuerza de Dios (1 Cor 1, 18). Y no puede ser de otro modo, porque nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos (1 Cor 1, 23).
Del propio Jesús decían que era un exaltado (Mc 3, 21), cuando se juntó en torno a Él tanta gente que ni siquiera podían comer (Mc 3, 20). Él sabe, por supuesto, que el mundo lo odia, porque atestigua contra él que sus obras son malas (Jn 7, 7).
Cada vez que, desde Cristo, buscamos que la Luz brille en las tinieblas (Jn 1, 5), es inevitable que estas reaccionen; y, con frecuencia, con maneras poco respetuosas… Pero ahí está, precisamente, el deber del auténtico cristiano de ser sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5, 13 – 14).
Estoy convencido de que buena parte de los males que aquejan al mundo, por el ateísmo, el materialismo y la descristianización, son consecuencia, en buena medida, de tantos y tantos que presumen de su sensatez, y se preocupan todo el tiempo –como se dice ahora- de ser políticamente correctos. El irresistible temor cerval a ser rechazados por los demás –y hasta por las diversas formas de manadas, que se forman aquí y allá-; o de ser tildados de intolerantes y hasta de fanáticos, lleva a no pocos a sepultar con pesadas lápidas sus convicciones. Y a no animarse, por supuesto, a ser políticamente incorrectos; y correr el riesgo cierto de distintos modos de destierro, en diversos ámbitos.
Oigo, incluso, a buenas personas, que en la intimidad se muestran con principios, e ideas claras; y reniegan, en la práctica, de su fe porque los tiempos han cambiado. Y no reparan, claro está, en que han cambiado en muchos casos para mal; y que a ellas les corresponde hacer lo cristianamente imposible por mejorarlos…
¿O es que, acaso, ante la pandemia de pansexualismo y hasta de promiscuidad, que azota desde hace décadas el planeta, debemos callar el deber de mantenerse virgen hasta el matrimonio? ¿Volveremos a predicar, con lucidez, pasión y coraje de la castidad a la que todos estamos llamados; cada uno según su propio estado de vida? ¿Hay que guardar silencio ante la plaga del desamor, que sufren tantos niños y jóvenes huérfanos, con padres vivos? ¿Hay que ser moderados en la defensa de la vida, cuando el aborto mata en el mundo 60 millones de niños por nacer, al año; muchísimo más que el coronavirus, y todas las pestes juntas? ¿Puede nuestro anuncio de Jesucristo ser diluido, cuando desde el mundialismo masónico se busca terminar con nuestra Santa Religión Católica, la única verdadera; e imponer una global espiritualidad fraterna, sin Dios? ¿Hemos olvidado, acaso, que a los tibios los vomita Dios (Ap 3, 16)…?
Desde ámbitos profanos se ha dicho que las grandes obras de las instituciones las sueñan los santos locos, las hacen los luchadores natos, las disfrutan los felices cuerdos, y las critican los inútiles crónicos. ¿No ha llegado la hora, en este tiempo, de que los católicos nos distingamos por nuestra parresía, por una santa locura, y nuestra inagotable capacidad de lucha? Bien nos vendría repetirnos, todo el tiempo, aquella frase de la inolvidable Madre Angélica; monja de clausura, que sin plata, sin conocimiento del tema, y en un monasterio, fundó lo que luego sería el mayor canal de televisión católico del mundo, EWTN: Si no nos animamos a hacer el ridículo, Dios nunca hará lo milagroso.
Este tercer Domingo de junio se celebra, en Argentina, el Día del Padre. Y aunque sea una fecha comercial, bien nos viene reflexionar sobre lo irremplazable de su figura. Basta para ello una simple comprobación práctica: allí donde el padre no existe, no está presente, o se lo combate, se encuentra en abundancia tristeza, angustia, escepticismo, y desolación…
¿O es que acaso el feminismo de matriz marxista –sostenido económicamente por el globalismo-, en su lucha contra el llamado patriarcado, puede ocultar su odio visceral hacia él? ¿No terminamos de comprobar que su combate contra el varón, es un tiro por elevación al Padre nuestro que está en el Cielo (Mt 6, 9); en el que se funda toda paternidad, y la naturaleza misma de todo lo creado? ¿No ha llegado, acaso, la hora de que varones y mujeres, honrados de serlo, demos testimonio valiente de Aquel que nos hizo, como nos hizo (Gn 1, 27); y que nos llama a mostrarnos bien distintos, y complementarios?
Los padres de familia y los sacerdotes (padres de una multitud de hijos, que Dios nos regala) hoy, más que nunca, debemos vivir como locos de amor hacia quienes el Padre nos presta para que los cuidemos; y preparemos para la santidad, y la vida eterna. Nada de mezquindades, entonces, en esa epopeya. Ningún favor les hacemos a nuestros niños y jóvenes cuando renunciamos a ser autoridad sobre ellos; y nos presentamos como sus amigotes o hasta cómplices de sus fechorías… Un padre que da consejos, más que padre es un amigo, dice José Hernández, en el Martín Fierro; nuestra máxima obra literaria criolla. Ya es hora de no tener más miedo; y de mostrarnos como verdadera parte de la solución, y no del problema…
Veo las hordas de jóvenes manipulados que, en Estados Unidos, y otros países, destruyen a mansalva vidas y haciendas de los demás. Y arremeten, por ejemplo, contra la estatua de San Junípero Serra, y de Cristóbal Colón; tildándolos falsamente de esclavistas. Todo les sirve de pretexto para atacar al Padre, y a cuanta figura paterna se les cruce por el camino. Todo les viene bien para destruir, de forma suicida, las raíces de donde ellos mismos nacieron. Y aunque varios son universitarios, muestran no solo ignorancia supina, sino también un absoluto desconocimiento de su propia esclavitud. Se creen enteramente libres; y son descartables instrumentos del mundialismo anticristiano y, en consecuencia, antihumano. De aquel que no solamente los somete a indignas condiciones de injusticia social; sino que los deja sin Dios, sin Padre, ni padres. En la más absoluta de las intemperies; y sin ningún vínculo sano. Que, como hojas secas, van de aquí para allá llevadas por cualquier viento; para terminar en no pocos casos del peor modo…
Sí, mi querida hija de la parroquia, este cura está definitivamente loco… Que el Señor perfeccione, día a día, esta locura, para su mayor gloria. Y que, desde ella, podamos llevar a otros locos de amor hacia el Cielo…
+ Padre Christian Viña
Cambaceres, Domingo 21 de junio de 2020.
San Luis Gonzaga
(En Argentina, el Día del Padre)
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