(Homilía del padre Christian Viña, en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres, Viernes 19 de Junio de 2020).
Dt 7, 6-11.
Sal 102, 1-2. 3-4. 6-7. 8 y 10 (R.: cf. 17).
1 Jn 4, 7-16.
Mt 11, 25-30.
Jesús, nuestro Rey y Señor, nos llama a todos los afligidos y agobiados (Mt 11, 28) a ir a su encuentro; y encontrar alivio en su Sagrado Corazón. Nos pide que carguemos sobre nosotros su yugo; y aprendamos de Él, paciente y humilde de corazón (Mt 11, 29), para encontrar alivio. Su yugo es suave; y su carga liviana (Mt 11, 30). Nada que ver, por supuesto, con el yugo aplastante que nos imponen el mundo, el demonio, y la carne -nuestros tres enemigos declarados-, en su afán por destruirnos. El yugo y la carga de Jesús, llevados con Jesús, para la gloria de Dios, son nuestra auténtica liberación; y el verdadero Camino (Jn 14, 6) para el Cielo.
El amor de Dios, que se manifiesta plenamente en el Corazón de Jesús, comienza a expresarse en el amor al pueblo de la Antigua Alianza. Dirigiéndose a los suyos, Moisés les dice: El Señor se prendó de vosotros, y os eligió, no porque seáis el más numeroso de todos los pueblos. Al contrario, tú eres el más insignificante de todos (Dt 7, 7). Locura de amor de Dios; que no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón (1 Sam 16, 7). Él conoce nuestro corazón. Él tiene Corazón para nuestras miserias; y solo en Él está la Vida.
Exultantes ante la gratuidad divina, repetimos en el salmo, El amor del Señor a los que le temen permanece para siempre. Él rescata nuestra vida del sepulcro, y nos corona de amor y de ternura (Sal 102, 4).
San Juan insiste en que Dios nos amó primero, y envió a su hijo como víctima propiciatoria de nuestros pecados (1 Jn 4, 10). También lo dice San Pablo: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores (Rm 5, 8).
La devoción al Sagrado Corazón es la devoción a Jesús; simbolizada en su ardiente hoguera de caridad. Como el propio Cristo le dijera a Santa Margarita María Alacoque: He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor.
Dos son los actos esenciales de esta devoción: amor y reparación. Amor por lo mucho que Él nos ama. Y reparación y desagravio por las muchas injurias que recibe, sobre todo en la Sagrada Eucaristía. Por eso nos invita a la Adoración Eucarística; para, de rodillas ante su Divina Majestad, llorar amargamente nuestros pecados, y reparar tantas ofensas, tantas comuniones sacrílegas, tanto desprecio hacia el Santísimo. Es una receta segura para el Cielo; pues Jesús, en las Doce Promesas que nos hiciera, por intermedio de la querida santa francesa, concluye: Y yo te prometo, en el exceso de misericordia de mi Corazón, que mi Amor Todopoderoso concederá, a todos aquellos que comulguen nueve primeros viernes de mes consecutivos, la gracia de la penitencia final. Ellos no morirán en mi desgracia ni sin haber recibido los Santos Sacramentos. ¡Mi Divino Corazón será su refugio seguro en esos últimos momentos!
¡Cómo no recordar, entonces, aquellos nueve primeros viernes de mes consecutivos en que, varios de nosotros, hemos accedido a la Comunión, en estado de gracia, luego de confesarnos! ¡Cómo no evocar aquí a tantas Cofradías del Sagrado Corazón; al Apostolado de la Oración; y, por supuesto, a la querida Congregación de los Padres del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram (Padres Bayoneses) que, en otros tiempos, en Argentina, tanto hiciera en la propagación de su culto!
Esta Solemnidad, en este 2020, encuentra a la Iglesia universal en una hora de dolorosísima purificación. Aquí y allá, en los diversos países del mundo, el confinamiento por el virus de Wuhan, y las restricciones a la libertad dispuestas por los distintos gobiernos, impiden las tradicionales procesiones públicas del Sagrado Corazón. Y se está llegando al colmo de que las autoridades civiles –muchas de ellas pertenecientes a logias masónicas, o a su servicio- quieren imponerle a la Iglesia cómo celebrar el Culto Divino. No sólo lo combaten de diferentes modos; sino que, también, cuando lo toleran, o autorizan a regañadientes, se creen con el derecho a determinar los asistentes, formas de participación, y hasta el modo de comulgar. La Iglesia –deberían saberlo estos gobernantes- es anterior a todos los Estados; su exclusivo dueño es su Divino Fundador y, desde hace dos mil años, es abanderada y modelo en el auxilio de todos los que sufren. Ningún circunstancial mandamás puede enseñarle a la Iglesia como cuidarse entre todos… ¡Lo venimos haciendo, desde hace dos milenios, con propios y extraños!
Pasará este coronavirus, pasarán todos los pichones de autoritarios, pasarán incluso las pavorosas pobreza e indigencia que se avecinan, por la forzada suspensión de buena parte de la actividad económica. Pasarán, incluso, el Cielo y la Tierra. Pero las palabras del Señor no pasarán (Mt 24, 35). Las promesas de su Sagrado Corazón seguirán resonando en los corazones sedientos de vida y vida en abundancia (Jn 10, 10). ¡Sí, triunfará –como decía el bello canto-, en nuestra Nación, el Sagrado Corazón!
En estas fiestas patronales, en nuestra parroquia, no podemos celebrar como lo hubiésemos querido. Las limitaciones impuestas no permitieron que realizásemos la tradicional procesión por las calles de nuestra Villa Tranquila; ni que celebráramos la solemne Santa Misa con la comunidad. Tampoco podemos sentarnos en torno a la mesa; para festejar, como familia, el Amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones… Sí hemos llevado al Santísimo Sacramento por distintas zonas de nuestro barrio; para que, aunque sea con el distanciamiento físico de las actuales circunstancias, nuestros hermanos que más sufren experimentasen el consuelo y la cercanía espiritual del Dios que, hecho hombre, quiso quedarse entre nosotros. Y que quiere reinar, también en Cambaceres, desde su Sagrado Corazón.
En pocas horas, este 20 de Junio, se celebrará el Bicentenario de la partida a la Casa del Padre del general Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano; uno de nuestros máximos próceres. De él escribió el coronel Blas Pico, oficial del Ejército del Norte: Asistía frecuentemente a los templos, a los solemnes y a los privados sacrificios; y que se lo veía en ellos en oración exhalar su espíritu con tiernas lágrimas ante la Majestad de Dios Sacramentado. Hoy nuestros gobernantes ni siquiera mencionan a Dios; y, mucho menos, acuden a su auxilio para que nos libere de las pestes funestas. Pidamos al Sagrado Corazón de Jesús por su conversión. Y, así como Belgrano se inspiró en el manto de la Virgen de Luján para los colores de nuestra Bandera, encuentren los circunstanciales funcionarios, en la Madre Gaucha, un auténtico camino hacia el celeste y blanco del Cielo. Hacia el propio Cristo; nuestra única y definitiva Salud.
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