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CORPUS CHRISTI: ESENCIAL MANJAR DEL CIELO, Y PARA EL CIELO

(Homilía del padre Christian Viña, en la Solemnidad de Corpus Christi.

Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres, 14 de Junio de 2020).

Dt 8, 2-3. 14b-16a.

Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20 (R. 12a).

1 Cor 10, 16-17.

Jn 6, 51-58.

 

         Jesús, presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en el Santísimo Sacramento del Altar, es el pan vivo bajado del Cielo (Jn 6, 51). Y, para que no queden dudas, en solo ocho versículos, nos dice en dos oportunidades: El que coma de este pan vivirá eternamente (Jn 6, 51. 58).

Todo el capítulo 6 del Evangelio según San Juan, llamado del Pan de Vida, es un bellísimo tratado sobre la Eucaristía. Comienza con la multiplicación de los panes y los pescados para saciar a la multitud (Jn 6, 1 – 14); y sigue con la literal huida del Señor para que no lo convirtiesen en Rey, luego de haberles llenado el estómago (Jn 6, 15). Así y todo, aquellos satisfechos seguidores, vuelven a dar con Jesús; y el Señor aprovecha para advertirles sobre su conducta: no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse (Jn 6, 26). Luego hace toda su explicación sobre el verdadero Pan del Cielo; y, al final, ve cómo lo abandonan muchos de sus discípulos (Jn 6, 66), por la dureza de su lenguaje (Jn 6, 60). De querer convertirlo en Rey, a prácticamente dejarlo solo… Ojalá que también nosotros podamos decirle a Cristo, con Pedro, en la hora en que deseamos abandonarlo: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios (Jn 6, 68-69).

La Eucaristía está prefigurada en el maná que Dios dio al pueblo de Israel, en el desierto. Ese alimento que, le recuerda el Señor, ni tú, ni vuestros padres conocían (Dt 8, 3). Alimento nuevo; anticipo del banquete definitivo, porque el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor (Dt 8, 3).

El salmo 147, por su parte, es un canto de alabanza a Dios porque asegura la paz en las fronteras de Jerusalén. Y sacia a sus hijos con lo mejor del trigo (Sal 147, 14). El trigo nuevo, en efecto, cayó en la tierra, murió, y dio mucho fruto (Jn 12, 24). Molido en la Cruz se convirtió, así, en Pan de Vida Eterna. Impulsado por esta certeza, San Pablo les recuerda a los corintios que todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque participamos de ese único pan (1 Cor 10, 17).

La Eucaristía, nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1358) es: acción de gracias y alabanza al Padre; memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo, y presencia de Cristo por el poder de su Palabra, y de su Espíritu. Advierte, asimismo, que quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar (n. 1385). También, para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia. Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped (n. 1387).

Desde hace varios siglos, la Santa Madre Iglesia celebra Corpus Christi, con solemnes procesiones con el Santísimo Sacramento. Y lo hace con el esplendor de una liturgia admirable; que ya en la tierra nos adentra en la liturgia celestial. El célebre himno eucarístico Pange Lingua, escrito por Santo Tomás de Aquino para esta solemnidad, ha hecho estremecer de gozo, en 800 años, a generaciones y generaciones de católicos. El Pan del Cielo, imprescindible alimento para llegar al Cielo, inspiró bellísimas obras musicales, poéticas y plásticas de todos los siglos.

En nuestra Argentina cómo no recordar, también, además del clásico Cristo Jesús, en Ti la Patria espera, el Dios de los corazones; Himno del Congreso Eucarístico Internacional, celebrado en Buenos Aires, en 1934. Allí se destaca: Pasearon el Corpus por nuestros solares los hombres que luego fundaban ciudades. Verdad manifiesta sobre cómo se gestó nuestra Argentina: con el Santísimo Sacramento, y su epopeya evangelizadora. En otras palabras: tuvimos primero la fe, y con ella nació la patria. No es, por lo tanto, nuestra Santa Religión, una oferta espiritual más, entre tantas otras; como quiere imponerlo el anticatolicismo, que se registra con creciente agresividad en nuestro país.

Esta celebración de Corpus, en Argentina, como consecuencia del confinamiento por el virus de Wuhan, impide las procesiones públicas. A lo sumo, se realizan procesiones simbólicas dentro de algunos templos. Se le agregan a ello las múltiples restricciones para celebrar, con asistencia de pueblo, la Santa Misa; lo que genera un panorama francamente preocupante. Bien lejos estamos de aquel fervor del célebre Congreso Eucarístico, que mencionamos; y que marcó una verdadera primavera para el catolicismo argentino. Las décadas posteriores fueron testigo de una acelerada descristianización de nuestro país; y, por lo tanto, de una deshumanización progresiva y degradante.

Hoy Dios, ni de lejos, es considerado esencial por los gobernantes. Sí lo son los comercios de todo tipo, las licorerías, y hasta los negocios para mascotas… Se habla, incluso, de postergar hasta el final del confinamiento (¿hasta el año próximo, tal vez?) la celebración pública, y sin limitaciones, de la Santa Misa; como si se tratase de un partido de fútbol o de un recital de rock, en un estadio cualquiera. Además de infectólogos, el gobierno debería estar asesorado por filósofos que, con buena metafísica, le explicasen, por ejemplo, sobre el Ser necesario, y los seres contingentes.

La multiplicación de misas televisadas, o por redes sociales, en este tiempo de pestes funestas, va enfriando la caridad en no pocos fieles. Incluso católicos comprometidos, y hasta de misa dominical, corren el riesgo de habituarse a esta nueva normalidad; que nos quiere imponer el globalismo de inspiración masónica. Es evidente que Satanás está detrás del ataque a la Eucaristía; porque, aquí y allá, aunque con diferencia de matices, según las naciones, se tolera que la Iglesia abra sus puertas para la distribución de alimentos, y todo tipo de ayuda ante la emergencia sanitaria, pero no para celebrar la Santa Misa. Exijamos, entonces, que se cumpla el derecho de Dios a ser adorado, bendecido y alabado. Y, también, nuestro deber y derecho de hacerlo, porque no solo vivimos de pan (Mt 4, 4).

         Pidamos a María Santísima, Mujer Eucarística, la gracia de ser católicos sin complejos. Y que sepamos cuidar nuestra salud, del alma y del cuerpo, con el Pan de Vida Eterna. El único que perdurará cuando todos los pasajeros panes se terminen…

 

Como Vara de Almendro

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