(Homilía del padre Christian Viña, en la Solemnidad de Pentecostés.
Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres, 31 de mayo de 2020).
Hch 2, 1-11.
Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34 (R.: cf. 30).
1 Cor 12, 3b-7. 12-13.
Secuencia de Pentecostés.
Jn 20, 19-23.
Jesús Resucitado sopla sobre sus discípulos, y les da el Espíritu Santo; para que los pecados sean perdonados a quienes ellos se los perdonen, y sean retenidos a quienes ellos se los retengan (Jn 20, 22). Deja, así, en la Iglesia naciente, el sacramento de la Confesión; que ha producido infinidad de milagros, en estos dos mil años de cristianismo.
El Señor se les aparece el Domingo a los discípulos estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban (Jn 20, 19). El hecho milagroso de atravesar las puertas cerradas llevó a decir a San Agustín: Donde desfallece la razón, la fe tiene su lugar… Bien pudo entrar no estando abiertas las puertas el que al nacer dejó intacta la virginidad de su Madre. Pudo entrar con las puertas cerradas, quien nos dio al Espíritu; que penetra con su santa luz en lo más íntimo del corazón de sus fieles (cf. Secuencia). Todo es Gloria en el Cenáculo de Jerusalén. Cristo y su Santo Espíritu hicieron de aquellos hombres miedosos (Jn 20, 19), intrépidos apóstoles del Evangelio; que no dudaron en derramar hasta su propia sangre, en fidelidad al Señor, y su amadísima Iglesia.
La primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra cómo el día de Pentecostés esos discípulos, que temían a las represalias de los judíos, y la represión de los romanos, tras ver unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos (Hch 2, 3), quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse (Hch 2, 4). Así como en la torre de Babel, el Señor, por la soberbia de los hombres confundió su lengua, para que no se entendieran unos a otros (Gn 11, 7); en Pentecostés, a estos otros hombres, congregados en oración, les dio el poder de expresarse en distintas lenguas, para que el único lenguaje del Evangelio llegase hasta los confines de la Tierra (cf. Mt 28, 19; Mc 16, 15).
En el salmo alabamos al Señor, porque al enviar su aliento, su Santo Espíritu, son creadas sus obras, y renueva la superficie de la tierra (cf. Sal 103, 29). Y la propia Secuencia de este Domingo pide al Espíritu: Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Porque, como les advierte San Pablo a los Corintios, todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo (1 Cor 12, 13).
Explica Santo Tomás de Aquino que así como el efecto de la misión del Hijo fue llevarnos al Padre, así el efecto de la misión del Espíritu Santo es conducir a los fieles hacia el Hijo. Siendo el Hijo la Sabiduría engendrada, es la misma Verdad… El Hijo nos entrega la doctrina, puesto que es el Verbo; mas el Espíritu Santo nos hace capaces de esa doctrina; pues dice: Él os enseñará todas las cosas, porque cualquiera que sea la enseñanza exterior del hombre, si el Espíritu Santo no le da interiormente inteligencia, se trabaja en vano, ya que si el Espíritu Santo no está presente en el corazón del que escucha, será letra muerta el discurso del que enseña, y a tal punto que aun hablando el mismo Hijo por el órgano de su humanidad, no puede nada sin la asistencia del Espíritu Santo. (In Joan., XIV, 26).
Esta nueva celebración de Pentecostés encuentra a nuestra Santa Madre Iglesia en una hora de dolorosísima purificación. Aquí y allá, en distintas partes del mundo, a propósito del coronavirus, diversas autoridades, títeres del mundialismo masónico; buscan una así llamada nueva normalidad, e imponer una gobernanza mundial, en la que los países dejarán de ser soberanos. Al mismo tiempo, para darle un barniz de cierta espiritualidad –claro está, sin Dios-, se pretende una falsa religión global, que diluya las religiones existentes. Buscan que la Iglesia Católica solo quede reducida a ser una ONG multinacional, para hacerse cargo de los pobres y descartables de ese sistema.
Y, en cuanto al culto católico –como lo vamos observando-, es evidente el odio con que ese mundo, dominado por su príncipe, el padre de la mentira (Jn 8, 44), ataca a la Santa Misa. Estos poderes anticristianos y, en consecuencia, antihumanos, que buscan secuestrar al planeta, pueden tolerar y hasta reconocer que las parroquias y las otras instituciones eclesiales den de comer, atiendan a los enfermos y se ocupen de los últimos. Pero odian a la Eucaristía. Por eso, hoy más que nunca, debemos exigir que se respete el derecho de Dios a ser adorado y celebrado como corresponde. Y el deber y el derecho de los fieles, con los debidos recaudos sanitarios, a realizarlo como el Señor lo manda.
La Iglesia vive de la Eucaristía. De ella nace, y a ella se encamina. Y la Eucaristía nace de la efusión del Espíritu Santo, por las palabras del Sacerdote, en la consagración del pan y el vino. Cada Eucaristía es un Pentecostés; y cada Eucaristía concluye con el envío misionero porque, luego de la bendición final, el Sacerdote, que actúa en la persona de Cristo Cabeza, manda a los fieles a proclamar el Evangelio, y anunciar en todas las lenguas las maravillas de Dios (Hch 2, 11). En todas las lenguas, pero con el único lenguaje de la Iglesia; y todos sus tesoros de gracia. El mayor servicio que la Iglesia le hace al mundo es buscar su salvación; y no arrodillarse ante él, sus ídolos, sus mentiras, y su anticultura de la muerte…
En cada Eucaristía se actualiza, se hace presente, el Misterio Pascual. En cada Eucaristía, también, irrumpe esa fuerte ráfaga de viento (Hch 2, 2) que hace nuevas todas las cosas (Ap 21, 5). Sine dominico non possumus (Sin el Domingo no podemos) fue la expresión con la que pasaron a la inmortalidad los 44 Mártires de Abitina, en el actual territorio de Túnez, en el 304; cuando fueron masacrados por los romanos, por haber celebrado una Misa –prohibida por el tirano Diocleciano- en una casa de familia. Como puede leerse en las Actas de los Mártires –muy recomendable para esta hora- fueron sometidos al potro, descoyuntados sus miembros y rasgados sus cuerpos con el garfio. Luego, los arrojaron a la cárcel; donde fueron abandonados, y murieron a causa de sus heridas y de hambre.
Esta es la última Misa que trasmitiré por las redes sociales. Mi decisión es enteramente libre; lo hago sin ninguna presión, y sin ninguna orden superior. Tampoco lo hago por bajo rating; pues, por estos medios, llego a muchísimos más fieles que de costumbre. Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios (Lc 20, 25). No venimos a la Iglesia a enfermarnos, sino a sanarnos. Cuidado con la tentación de la Misa a domicilio; como si fuera una pizza a domicilio… ¡Que María Santísima, Esposa del Espíritu Santo, nos colme de lucidez y valentía en esta hora crucial…!.
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