Buenas noches, Señor. ¿Cómo estás?
Al acercarse el final de este día, he sentido necesidad de escribirte esta carta para explicarte algunas cosas y darte gracias por otras.
Esta mañana, nada hacía presagiar que hoy fuera a ser un día diferente al de ayer y al de estos últimos días. Desde el viernes, como tantas y tantas personas en el mundo, estamos en casa sin salir, añorando muchas cosas, pero no dejando de darte gracias por otras muchas, empezando por tener una casa donde estar. Pero, Señor, te echamos de menos, justo ahora que nos cierran la posibilidad de asistir a la misa y de recibirte en la comunión. Aun así te damos gracias porque tenemos medios para seguirte en el caminar diario, a través de las diversas formas que las tecnologías nos ofrecen, pudiendo meditar tu palabra en la misa en internet, escuchando prédicas de buenos sacerdotes que estos días nos alientan, rezando con nuestras familias, uniéndonos con toda la Iglesia con la Liturgia de las Horas, teniendo más tiempo para leer la Biblia y otras buenas lecturas que nos animan en estos momentos de tanta incertidumbre… Tú nos acompañas y nunca nos dejas. Has prometido que vas a estar siempre con nosotros y confiamos en tus palabras.
Y esta tarde recordé que mi párroco nos dijo que abriría la parroquia para que pudiéramos visitarte y por si necesitábamos confesar. Eran las siete cuando un vuelco en mi corazón me hizo soltar la plancha e ir en tu busca. Al acercarme a la plaza de la iglesia, mi corazón sintió una emoción especial al ver las puertas del templo abiertas de par en par y las luces en su interior. ¡Jamás pensé que tendría que vivir esto, Señor! Ir al templo con el temor de si hallaré sus grandes portones cerrados, tal como la Magdalena iba cavilando, en el día de Pascua, cómo movería la losa. Con la alegría inmensa, agradeciendo este don, entré. Me acerqué a la capilla del Santísimo y ¡sorpresa!, el párroco había colocado el copón con tu Sagrado Cuerpo sobre el altar. Tres personas junto al sacerdote adoraban en silencio. Hice la genuflexión y me arrodillé en uno de los bancos. Te di gracias por permitirme estar allí ese rato, por dejarme ser testigo de verte sobre el altar, por derramar tus rayos de amor y sanación sobre mi y sobre todos los presentes, los cercanos y los lejanos, porque tu presencia lo invade todo, Señor.
Tras unos cinco minutos en silencio, el padre se levantó. Iba a hacer la reserva. En ese momento, como si Tú mismo hablaras por su boca, se ha vuelto hacia mi y me ha dicho: ¿quieres comulgar? Ya sabes, Señor, lo que mi corazónha sentido en ese instante. Esta tarde me has tratado como a la Magdalena. Me has hablado y te has mostrado a mi, viniendo a mi pecho. Creo que nunca dije el «Señor yo no soy digno» como esta tarde, Jesús. Y es verdad. Es verdad que he sentido que no soy digna. No soy digna porque muchos otros, muchísimos hermanos míos no recibirán hoy la comunión. No soy digna, porque otros mejores que yo y que te anhelan más, no podrán tenerte en su corazón. No soy digna, porque hay enfermos graves a quienes podrías llegar, y sin embargo llegaste a mi, que también estoy enferma en mi alma…Por eso gracias, Jesús, gracias por este regalo de tu amor por mi, porque no lo merezco, porque, como te digo muchas veces, no sé comulgar, no valoro suficientemente tu don, no profundizo en lo que me pasa cuando te recibo y por eso no me transformo un poco más en Ti cada vez que lo hago. Gracias porque, valiendo tan poco, hoy, premiaste mi pequeño deseo de venir a verte y, como siempre, Tú ganas en generosidad, Tú ganas en amor, Tú ganas en grandeza, Tú ganas en todo porque eres Dios y porque yo nada soy. Has venido a esta pobre criatura tuya que soy, cuando nada parecía ser distinto en este día. Y es que Tú, Señor, haces nuevas todas las cosas.
Por eso, Jesús, en esta noche, me rindo a tu amor. No hay palabras para describir el agradecimiento de mi corazón. Y por eso, como la Magdalena, también salgo corriendo en busca de mis hermanos para decirles que vives, para decirles que pronto estarás con ellos, para que sepan que te he visto, que te he sentido y que no nos dejas. Que no tengan miedo, que Tú has vencido al mundo, que Tú sanas los cuerpos y las almas y que todo lo que pasa en este tiempo es para nuestro bien. Que esta sea mi acción de gracias por esta Eucaristía en tiempos de tribulación, Jesús, y que comprendamos que solo Tú sabes sacar de todo lo que vivimos lo mejor para cada uno de nosotros.
Gracias, Señor.
Montse Sanmartí.
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