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HISTORIAS EJEMPLARES DEL SANTO ROSARIO. El Salterio o Rosario y algunos de sus prodigios

Tal y como narramos en uno de los primeros artículos de esta sección, el Rosario fue otorgado por María Santísima a Santo Domingo, tras ver como el santo dominico no lograba convertir a los hereges albigenses en la ciudad francesa de Toulouse. Desde que Santo Domingo estableció esta devoción hasta el año 1460, fecha en que el Beato Alano la restauró por orden del cielo, se la denominó el salterio de Jesús y de la Santísima Virgen. El motivo de tal nombre se debe a que, tal y como María lo enseñó a Santo Domingo, contenía tantas Avemarías como salmos tiene el salterio de David.

Muchas personas sencillas o que no sabían leer ni podían orar mediante los salmos, sí podían, por el contrario, recitar el Santo Rosario con tanto o mayor provecho que el que se consigue con la recitación de los salmos de David, puesto que el angélico tiene un fruto más noble, el Verbo encarnado, a quien el salterio davídico solamente predice.

Un fraile lego que no podía rezar los salmos, sorprende a toda su comunidad.

En los escritos del Beato Alano de la Roche se cuenta de un hermano lego de la Orden de los Dominicos que no sabía leer ni escribir, por lo que no podía rezar con los Salmos tal y como era la costumbre en los conventos de la época.

Por este motivo, cada noche, cuando ya había terminado con sus labores de portero, barrendero y hortelano, se retiraba a orar en la capilla del convento, arrodillado frente a la imagen de la Virgen María, y recitaba las 150 avemarías del salterio angélico o Rosario para retirarse seguidamente a su celda a descansar.

Su vida era muy entregada ya que se había impuesto la obligación de levantarse antes que todos sus hermanos, dirigiéndose a la capilla para repetir su hermosa costumbre de saludar a la Virgen.

El superior de la comunidad notaba todos los días, cuando él llegaba a la capilla para las oraciones de la mañana con todos los monjes, un exquisito olor a rosas recién cortadas. Sintió gran curiosidad por este hecho y  preguntó a todos quién era el encargado de adornar el altar de la Virgen tan bellamente. Nadie supo dar respuesta al buen fraile y tampoco se notaban faltos de flores los rosales del jardín.

El hermano lego enfermó de gravedad; los demás monjes notaron que el altar de la Virgen no tenía las rosas acostumbradas y dedujeron que era el hermano quien ponía las rosas, pero nadie sabía cómo, pues  nunca le habían visto salir del convento, ni podría, en su voto de pobreza, haber comprado las bellas y fragantes rosas en otro lugar.

Una mañana los frailes buscaban al santo lego por todas partes sintiendo su falta en su celda.

Finalmente pensaron en acudir a la capilla donde cada monje que entraba quedaba emocionado al ver al hermano lego arrodillado frente a la imagen de la Virgen, recitando extasiado sus avemarías. Por cada una que dirigía a la Señora, una rosa fragante aparecía en los floreros que adornaban el altar. Al terminar sus 150 saludos cayó muerto de amor a los pies de la Virgen.

El salterio o Rosario de la Santísima Virgen, tal y como fue enseñado a Santo Domingo, se compone de tres Rosarios de cinco decenas cada uno y con ellos se consigue:

1. Honrar a las tres personas de la Santísima Trinidad;

2. Honrar la vida, muerte y gloria de Jesucristo;

3. Imitar a la iglesia triunfante, ayudar a la militante y aliviar a la purgante;

4. Imitar las tres partes del salterio, la primera de las cuales mira a la vía purgativa, la segunda a la vía iluminativa y la tercera a la vía unitiva.

5. Colmarnos de gracia durante la vida, de paz en la hora de la muerte y de gloria en la eternidad.

El Rosario: Corona de Rosas.

El Salterio angélico o Rosario, se denomina así porque es una corona de rosas, y cuantas veces la recitamos como es debido colocamos en la cabeza de Jesús y de María una corona de ciento cincuenta y tres rosas blancas y dieciséis rosas encarnadas del paraíso, que no perderán jamás su belleza ni esplendor. La Santísima Virgen aprobó y confirmó el nombre de «Rosario», revelándolo a varias personas que le presentaban tantas rosas agradables cuantas Avemarías recitaban en su honor y tantas coronas de rosas como Rosarios.

Se cuenta en la vida del beato Alonso Rodríguez S.J., que rezaba con tanto fervor el Santo Rosario que se veía con frecuencia salir de su boca una rosa roja por cada Padrenuestro y una rosa blanca a cada Avemaría, ambas iguales en belleza y fragancia y solo diferentes en el color.

Cuentan las crónicas de San Francisco que un joven religioso tenía la laudable costumbre de rezar todos los días antes de la comida la corona de la Santísima Virgen. Cierto día, no se sabe por qué, no pudo cumplir con su rezo. Cuando sonó la campana que llamaba al refectorio, rogó al superior le permitiera rezar la corona antes de sentarse a la mesa. Obtenido el permiso, se retiró a su celda. Tardaba mucho el hermano  en volver y el superior envió a un religioso a llamarlo. Este lo encontró en su celda, iluminado de celestiales resplandores. La Santísima Virgen y dos ángeles estaban su lado y a cada Avemaría salía de su boca una bellísima rosa. Los ángeles recogían las rosas, una tras otra, y las colocaban sobre la cabeza de la Santísima Virgen que se mostraba, evidentemente, complacida de ello. Otros religiosos, enviados para saber la causa de la demora de sus compañeros vieron el mismo prodigio. La Santísima Virgen no desapareció hasta que terminó el rezo de la corona.

Hermano que me lees, seguramente estas historias hermosas te hagan desear con vehemencia rezar el Rosario con mejor disposición que antes, sabiendo lo que significa esta maravillosa devoción y apreciando las gracias  que comporta, pues el Rosario o Salterio angélico es, según los escritos del Beato Alano, una gran corona –y el de cinco decenas una diadema o guirnalda– de rosas celestiales que se coloca en las cabezas de Jesús y de María. Así cómo la rosa es la reina de las flores, del mismo modo el Rosario es a su vez, la rosa y la primera de las devociones más preciadas del Señor y su Santa Madre.

Montse Sanmartí

De los escritos del Beato Alano de la Roche.

Como Vara de Almendro

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