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PRÉDICAS EN AUDIO. Solemnidad de la Madre de Dios

Como Vara de Almendro

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  • ASÍ SE OBRÓ EL MISTERIO DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

    MENSAJE DEL DÍA 7 DE OCTUBRE DE 1989, PRIMER SÁBADO DE MES, EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
     
         LA VIRGEN:
         Hijos míos, vengo triste porque los hombres me desprecian, desprecian mi Corazón. En mi propia casa, en mi Iglesia, hacen desaparecer mi imagen. Por eso quiero formar un gran rebaño que ame mi Corazón y me venere. Así lo quiere el Todopoderoso. El Todopoderoso quiso que yo fuese el medio de la Redención por el misterio de la Encarnación; y los hombres desprecian a la Madre de Dios, la dejan como mujer que tuvo al hombre. En Cristo estaba la plenitud de la divinidad, y la divinidad entró dentro de mi vientre y se hizo carne, y salió la divinidad de dentro de mi vientre con cuerpo, alma y divinidad. ¿Cómo los hombres dicen que es una herejía ser Madre de la divinidad de Cristo? Dice Cristo: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin; el que cree en mi palabra tendrá vida eterna, y el que no cree en mi palabra tendrá condenación eterna”; así dice Cristo. Y Dios Creador quiso obrar en su esclava grandes misterios. Desde antes de mi nacimiento obró en mi santa madre el gran misterio de mi nacimiento. Quedando estéril después de mi hermana, Dios Creador quiso, por su gracia, hacer el misterio de mi nacimiento. Mis padres estaban tristes, cuando al nacer mi hermana María, mi madre estaba pensando en que nacería su hija predilecta y su hija privilegiada del Señor; así le profetizó una profetisa. Pero cuando nació y se quedó estéril, vio que no era la privilegiada del Señor; su corazón se entristeció mucho, creyendo que había ofendido a Dios, porque una criada de la casa de mi madre había ofendido gravemente a Dios con un primo de mi padre. Mi madre le reprendió hasta tal punto que la criada tanto dolor sintió en su corazón que el niño nació muerto.
         Por ese tiempo, mi hermana María nació también antes de los nueve meses, y mi madre creyó que había ofendido a Dios regañando a esa pobre mujer, y, desde ese momento, empezó la penitencia, el sacrificio y la oración más profunda. Mi padre y mi madre oraban juntos y prometieron a Dios la castidad y el sacrificio. Viendo mi padre que su vientre se quedó cerrado por la esterilidad, sufrió su corazón mucho y eran repudiados por muchos judíos porque era estéril, hasta tal punto que mi santo padre presentaba los mejores presentes de su rebaño en el templo y los sacerdotes lo despreciaban. Hasta que un ángel, estando mi madre en oración, vino a anunciarle mi nacimiento y le dijo: “Ana, coge a los criados y vete a Jerusalén, a la Puerta Dorada; tendrás fertilidad y nacerá de ti una hija”. Mi madre sintió tal regocijo en su corazón que quedó extasiada y arrebatada por el amor de Dios. Se acostó y en sueños volvió a manifestársele el ángel y sobre la pared de su alcoba escribió un nombre: “Miriam”. “Así se llamará la Niña que nazca de tu vientre. Será la Madre del Mesías. A Joaquín, también le ha sido revelado este misterio”. Pues mi padre, triste y disgustado, porque creía haber ofendido a Dios y por el desprecio de los sacerdotes y el rechazo de sus presentes, se había marchado a una casa de oración y hacía varios meses que no estaba en compañía de mi madre. Cuando el ángel le anunció el mismo mensaje que le había anunciado a mi madre y que se pusiese en camino, de su rebaño cogió los mejores presentes y los partió. Los mejores fueron para el Señor, los otros mejores fueron para los pobres y los peores se quedó él con ellos. Acudió al templo, y le dijo que en la Puerta Dorada estaría María[1]esperándole. Allí se obró el gran misterio de mi nacimiento. Dios Creador llenó a mi padre de gracias y me evitó a mí del pecado original. Le dijo el ángel: “Joaquín, de tu obra nacerá una niña y se llamará María, y en Ella se obrarán grandes misterios, y Dios le dará poder para aplastar al enemigo y la llamarán todas las generaciones bienaventurada”. Mi padre fue a Jerusalén y allí se juntó con mi madre; pasaron por la Puerta Estrecha, y el sacerdote, que antes le había repudiado y despreciado, le recibió con grandes honores, dándole la enhorabuena y recogiendo sus presentes. Al besar a mi madre se obró el misterio de mi nacimiento, de mi encarnación.
     
         LUZ AMPARO:
         Veo una luz como una espiga reluciente que, cuando besa Joaquín a Ana, se desgrana y entra dentro de ella. Están los dos en éxtasis, en un éxtasis de amor. Su tristeza ha desaparecido. ¡Ay, qué alegría tienen los dos, ay! Los dos cogidos de la mano salen del templo y a la salida gritan: “El Poderoso ha obrado en mí un gran misterio. De mi vientre nacerá la Madre del Mesías, y se le pondrá el nombre de Miriam, que quiere decir María, Madre de la Humanidad. Será la Torre de Marfil, la Casa de Oro, el Arca de la Alianza, donde serán guardados todos los misterios. ¡El medio que Dios pone a la Humanidad para que se encarne la Redención del mundo!”.
     
         LA VIRGEN:
         ¡Cómo los hombres desprecian mi Corazón, hija mía!, ¡cómo me rechazan hasta mis mismos hijos predilectos! Por eso quiero formar un gran rebaño, porque Dios no permite que en estos tiempos tan graves por el pecado... —yo que soy el medio para conquistar a las almas y llevarlas a Cristo—, Dios no permite que me oculten y quiere que esté a la luz.
         ¡Pobre Humanidad, hijos míos! La Humanidad está corrompida por el pecado. El mayor castigo que puede caer sobre la Humanidad es que el hombre no acepta la gracia de Dios. Y ellos solos se gobernarán por sí mismos y se matarán unos a otros. Se envidiarán, se despreciarán, se destruirán. Ése es el mayor castigo que va a caer sobre la Humanidad. Por eso quiero formar un gran rebaño, donde todos glorifiquen a Dios y donde mi Corazón sea venerado. Por eso quiero que viváis, hijos míos, el Evangelio tal como está escrito, que viváis en pobreza, que renunciéis a vuestros bienes y que os alimentéis de la savia del Evangelio.
         Y todo el que acuda a este lugar recibirá grandes gracias para que pueda evangelizar a la Tierra. Los hombres han olvidado la palabra de Dios. Quiero almas reparadoras, sacrificadas, pobres y humilladas. Humillaos, que todo el que se humilla será ensalzado ante los ojos de Dios, y todo el que sea pobre en la Tierra será rico en la eternidad. Porque con todos los dones que haya dejado en la Tierra, los recibirá eternamente en el Cielo.
         Amaos unos a otros y buscad la gloria de Dios, no busquéis vuestros honores ni vuestra gloria en la Tierra.
         Tú, hija mía, humíllate, y bienaventurado el que te desprecie y te calumnie, porque él será el que te siembre el camino de la eternidad. No le desprecies, llámale bienaventurado, porque por él gozarás eternamente.
         Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo...
         Refugiaos en mi Inmaculado Corazón, pues él triunfará yaplastará la cabeza de Satanás. Sobre toda la Humanidad triunfará mi Corazón.
         Sed humildes, hijos míos, desprendeos de todos vuestros bienes y ponedlos todos en comunidad, como los primeros cristianos. Y que no sea nada vuestro; que lo vuestro sea de todos. Pero no hagáis lo que aquel joven del Evangelio, cuando se presenta ante Cristo y le dice: “Señor bueno, yo ya cumplo con todo lo que Tú has dicho”. Y le pide que renuncie a sus bienes, y eso no le agradó, y su corazón se entristeció y se llenó de soberbia, y no quiso aceptar la palabra de Cristo.
         Los que quieran ser discípulos de Cristo tienen que ser desprendidos, humildes y humillados.
         Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales. Y todos los que acudan a este lugar, hoy prometo que serán selladas sus frentes con una protección especial para cambiar sus vidas.
         Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos por los ángeles custodios...
         Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
         Adiós, hijos míos. Adiós.

    [1] Luz Amparo ha aclarado después que se trata de santa Ana, cuyo nombre completo, según la vidente, era María Ana.

    ¡BENDITA SEAS INMACULADA CONCEPCIÓN, REINA DE LAS ALMAS! ¡SEAS POR SIEMPRE BENDITA Y ALABADA!

  • EL NACIMIENTO DEL NIÑO DIOS EN BELÉN

    MENSAJE DEL DÍA 23 DE DICIEMBRE DE 1984 EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
     
         LA VIRGEN:
         Hija mía, estos días tan importantes para mí no podía faltar mi bendición.
         Cuando el Verbo humanado, hija mía, nació de mis entrañas, se lo ofrecí al Eterno, y el Eterno me contestó, hija mía: “María, cuida a tu Hijo, amamántale, aliméntale y cuídamele, porque luego vendré a por Él”. Yo sabía, hijos míos, que... (palabras en idioma desconocido. Luz Amparo comienza a llorar).
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay, qué pequeñito! ¡Ay, qué pequeño! ¡Ay! ¡Ay, qué pequeño...! ¡Ay, qué pequeñito! ¡Ay, qué hermosura...! ¡Ay, qué hermosura...! ¡Ay, qué pequeñito...! ¿Quiénes son todos ésos?
     
         LA VIRGEN:
         Ejércitos celestes, hija mía.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Cuántos! ¿Ni un momento te dejan sola? ¡Ay, qué grande! ¡Qué hermosura hay ahí! ¡Ay...! ¡Y que ese Niño tan hermoso tenga que morir...! ¡Ay!
     
         LA VIRGEN:
         Sí, hija mía, y le engendró en mis entrañas para Verbo humanado, para morir para redimir a la Humanidad.
         Dios Padre, hijos míos, quiso que lo cuidase para que muriese en una cruz, para redimiros del pecado y gozar de la vida eterna, hijos míos. Así fue Cristo; así fue, hija mía. Tú sabes cómo le cuidé, con qué esmero, y luego cómo le entregué a la muerte, y muerte de cruz, porque sabía que con su muerte iba a redimir a todo aquél que quisiese salvarse.
         Cuando yo hablaba con Él, hija mía, dentro de mis entrañas —te lo he manifestado otras veces—, se ponía de pie con las manos juntas orando, orando para que no cayerais en tentación, hijos míos. Ya, estando engendrado dentro de mí, quería salvar a la Humanidad; pero la Humanidad es cruel, hija mía. Yo le cuidé, le amamanté como una madre buena que amaba a su hijo; pero el ser humano, ¡qué cruel corresponde, hija mía!, ¡cómo corresponde a mi Corazón! ¡A mi Corazón de Madre, hija mía!, porque fui Madre de Dios y, luego, me dejó mi Hijo como Madre de la Humanidad. Por eso os pido, hijos míos: quiero que os salvéis.
         Os dije que mis mensajes se estaban acabando, hijos míos; pero ¿qué madre ve que su hijo se precipita en el abismo y no le sigue avisando, hijos míos? ¿Cuántas veces, hijos míos, habéis dicho a vuestros hijos: “Hijos míos: no os voy a avisar más; seréis castigados”, y no los habéis castigado? Los habéis avisado una, y otra, y otra, y otra vez. Eso hace vuestra Madre del Cielo: os da avisos para que os salvéis, hijos míos.
         Cumplid con los diez mandamientos. Todo aquél que cumpla con los diez mandamientos se salvará, hijos míos.
         Mira, hija mía, cómo salía mi Hijo de mis entrañas. Como el rayo del Sol entró dentro de mí, y como el rayo del Sol salió de mí. No manché, hija mía, no manché nada que fuese impuro. Te lo manifesté: mis ángeles, mis tres arcángeles, san Miguel, san Gabriel y san Rafael cogieron a Cristo nada más nacer, hijos míos. Ellos me lo entregaron en mis brazos. José estaba extasiado; tuve que decirle: “José, que tu Hijo está ya aquí”. Y José alabó a su Hijo, a su Hijo adoptivo, hijos míos.
         Tiernos coloquios, hijos míos, hicimos con Él. Él nos respondía, ¡tan pequeñito!, pero ya tenía la sabiduría...
         Con esta pobre ropa, hija mía, le envolví, porque no tenía pañales.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay, pobrecito! ¡Ay! No teníamos, ¡ay! ¡Pobrecito! ¡Pobrecito!, no le acuestes ahí. ¡Qué frío pasará ahí! No le acuestes. ¡Ay, pobrecito! ¡Ay...! ¿Tenía que ser eso así? Ni una cama, ni una cuna... ¡Ay, pobrecito! ¡Ay, qué rico es! ¡Ay! ¡Cuántos ángeles! ¡Hasta fuera llegan los ángeles! ¡Madre mía, cuántos hay! ¡Uf!, pero ¿tantos hay aquí abajo? ¡Uf! ¡Y ésos que les sale la luz de ahí! ¡Huy, del pecho! ¿También son los ángeles? ¿Y esos otros? ¡Ah! ¡Huy, ángeles corporales!, y ángeles que no son corporales; pero son iguales. ¡Vaya suerte que tienes! ¡Huy! ¡Ay! No hace falta nadie si están ahí todos llenos de ángeles. ¡Qué maravilla! ¡Ay!
         Pero, ¿no se puede acostar en una cunita? ¡Pobrecito!, ahí tendrá frío. Tápale un poquito. ¡Ay, qué cara! ¡Ay, cómo se ríe! ¡Ay, pobrecito! ¡Ay! ¡Niño bonito! ¿Puedo tocarle otra vez?... (Luz Amparo se inclina hacia delante para realizar esta operación). ¡Ay, qué lindo eres! ¡Ay!, yo podía quedarme aquí para cuidarlo. ¡Siempre! ¡Ay!, pero no me lleves al otro sitio, ¡déjame aquí con Él! ¡Ay! ¡Yo no quiero irme al otro sitio...! ¡Déjame un poquito aquí más con Él! ¡No me quiero ir de aquí! ¡Yo no quiero irme de aquí! ¡Ay! ¿Por qué me tengo que ir al otro sitio, si aquí se está muy bien?
     
         LA VIRGEN:
         Tú eres el instrumento, hija mía, y tu misión no se ha acabado.
     
         LUZ AMPARO:
         Pues ¡ya está bien, lo larga que es la misión esta...! Yo quiero quedarme aquí. ¡Yo quiero quedarme aquí! Hacedme lo que sea aquí, pero yo no me quiero ir a la otra parte, ¡ay! ¡Con lo bien que se está aquí! Aunque sea soberbia, pero yo me quiero quedar aquí. ¡Ay, qué alegría estar aquí! ¡Ay!, luego te vas al otro lado y la gente a reírse, y yo no quiero irme al otro sitio. ¡Ay, ay! Aquí voy a ser mejor, te lo prometo que aquí soy mejor.
     
         LA VIRGEN:
         Tienes que purificarte entre ellos, hija mía, porque eres hija de Adán, y de Adán has heredado.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay!, pues, ¡qué gracia!... Bueno, pero con tu ayuda, ¿verdad? Me tienes que ayudar, porque es que me dejas sola, ¡pero sola! Hay veces que ni te veo, ni te puedo tocar, ni te oigo, ¿eh? No me abandones así, de esa forma.
         ¡Ay, qué grande eres!, y ¡qué feliz eres ahí con tu José, y con tu Jesús, y con tus ángeles! ¡Ay!, y yo ¿qué? ¡Qué felicidad tienes, Madre mía!
     
         LA VIRGEN:
         Primero la felicidad, hija mía, y luego el dolor.
     
         LUZ AMPARO:
         Y yo siempre el dolor, ¡siempre, siempre el dolor! ¡Ay! ¡Si me dejaras aquí!, te prometo que haría todo lo que me dijeses Tú, y lo que fuese haría, Madre mía; todo, ¡todo!
     
         LA VIRGEN:
         No seas soberbia, hija mía.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!, yo quiero que me ayudes. ¡Ay, qué misión tan dura es! ¡Vaya misión que me has encomendado!
     
         LA VIRGEN:
         Pronto estarás pulida, hija mía.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Pronto! ¿Desde cuándo estás diciendo que pronto estaré pulida? Pues, ¡anda!, que sí que tenía que pulir, ¿eh?
         ¡Ay! ¡Ay, ayúdame! ¡Ay!, pero en el otro lado también, no sólo aquí. ¡Ay!, yo te prometo, te prometo que ayudaré a muchas almas a que puedan alcanzar esta maravilla, porque lo otro, ¿es igual que esto? ¿Más todavía? ¡Claro! ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, pobrecito san José! ¡Ay, qué mayor está! ¡Ay!, ¿cómo está con la cabeza en el suelo? ¿Qué hace? ¿Adorando a Jesús? ¡Ay!, pues yo también le quiero adorar...
     
         LA VIRGEN:
         Hijos míos, podéis cantar: “Gloria a Dios en el Cielo y paz a los hombres, en la Tierra, de buena voluntad”.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay, qué Niño!
     
         LA VIRGEN:
         Voy a bendecir todos los objetos, hijos míos. Esta gracia especial os va a dar vuestra Madre. Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos, hija mía.
         Os voy a dar mi santa bendición; pero antes os voy a pedir que améis mucho a Cristo; amadle con toda vuestra alma, con todo vuestro corazón y con todas vuestras fuerzas. Amad a mi Hijo, hijos míos, que este amor no quedará sin recompensa.
         Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
         Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

    MENSAJE DEL DÍA 25 DE DICIEMBRE DE 1984, LA NATIVIDAD DEL SEÑOR, EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
     
         LA VIRGEN:
         Mira, hija mía, el Verbo humanado en unas tristes pajas, en un pesebre pobre. Liado, hija mía, liado con un triste pañal.
         Pero vas a decir, hija mía, la misión de cada ángel.
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Ay! ¡Ay, cuántos hay!; pero ¿esos tres...? Ése es san Miguel, ¿a dónde va ése?
     
         LA VIRGEN:
         Bajará, hija mía, a la profundidad del Limbo. Va a avisar a Joaquín, a Ana, a los Santos Padres y a todos los profetas.
         Mira, ¡cuántos santos hay en el Limbo!
     
         LUZ AMPARO:
         ¡Huy! ¡Ay! ¡Ay!, ¿ésa, quién es?... Ésa es la madre de la Virgen, ése es el padre... ¿Qué le dicen al ángel? Le están diciendo... ¡Ay, qué lenguas! Y el ángel les está diciendo que ha nacido el Rey de Cielo y Tierra, que su hija lo ha mandado a avisarles.
         Le dice Ana que lleve el recado a su hija, y llama a todos los que hay en el Limbo, y se ponen a cantar un himno de alabanza para ese Niño.
         Pero, ¡si los muertos no se ven! ¡Ay, cuántos misterios! ¡Ay!, están de rodillas todos. Están cantando un himno, un himno ya: “Gloria al Rey que ha nacido encarnado en una doncella, humanado... —¡huy!— como Rey de Cielo y Tierra”.
         Todos... —¡ay!—, todos están cantando. ¡Qué estrechos están ahí! Parece un infierno eso.
     
         LA VIRGEN:
         Este Rey que ha nacido morirá en una cruz para redimir al mundo. “Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra paz a los hombres que aman a Dios”.
     
         LUZ AMPARO:
         Ahora, hay otro ángel, que se va por un camino lleno de piedras. Hay un letrero que pone “Belén”; hay otro letrero que pone “Damasco”; hay otro letrero que pone “Palestina”.
         Va por un camino lleno de luz. ¡Ay!... Llega a una casa, que parece como un palacio. Hay un pozo. ¡Ay!, llama a la puerta. ¿Por qué el ángel puede llamar a la puerta? ¿Sí puede entrar?... ¡Ay! ¡Ay!, un cuerpo celeste...
         Sale una mujer mayor, con un velo en la cabeza dado dos vueltas, unas faldas muy largas.
         Lleva un niño en brazos como de seis meses. Habla con el ángel. Le abre la puerta. Hay como un jardín, y a la izquierda hay un pozo con un cubo. Esta mujer se sienta en un poyete de madera, y al niño le tiene encima. El ángel le dice que ha nacido el Redentor, que viene a avisarle porque María le manda. Cae de rodillas esta mujer. Ese niño también, tan pequeño, cae de rodillas. ¡Ay!, pero ¿cómo puede ser eso?
         Miran al cielo y están diciendo: “Bienaventurado Aquél que mandará en todas las generaciones”. “Yo estoy a tu servicio, mi Señor —le dice al ángel—. Dile a María que no se olvide de nosotros, que la seguiremos siempre hasta la muerte”.
         El ángel le dice: “Este Niño está muy pobre, ha nacido en un pesebre entre pajas”.
         Esta mujer pasa a una casa que parece un palacio. Coge ropa, la lía. Entre esa ropa hay ropa de un niño pequeño. Coge dinero, lo mete dentro del lío de la ropa, y se lo da al ángel. También hay ropa de mayores.
         Esta mujer le dice al ángel: “Dáselo a María para el pequeño y para su esposo y para Ella. Es un lienzo fino que el Rey de Cielos y Tierra se merece; no se merece estar entre pajas”.
         Hay otro ángel. Ese ángel va por un campo. Hay mucho ganado, muchas ovejas. Hay muchos chicos con pieles sobre la espalda. Viene una gran luz. Se caen al suelo asustados y gritan: “¿Quién es? ¿Quién hay ahí?”. El ángel les dice: “No tengáis miedo. Soy el ángel san Gabriel. Os vengo a avisar que ha nacido vuestro Mesías, el que estabais esperando. Id por este camino y en un pesebre habrá un Niño resplandeciente. Aquél que veáis lleno de luz, y entre pajas, es Jesús. Es Jesús, el Rey, el Salvador, el Rey, el Salvador[1], el Dios Omnipotente, Hijo de Dios vivo. Id y adoradle”.
         Van muchos de éstos que llevan la piel a la espalda. Llevan varas. Van por un camino. ¡Ay, cuántos! ¡Ay!, se van por otro camino. Viene una gran luz. Esa luz es como una flecha. Los guía hasta el portal. Se arrodillan y adoran al Niño.
         ¡Ay, qué grande eres! ¡Ay!
         Vuelven a cantar: “Gloria a Dios en el Cielo, y a los hombres, en la Tierra, de buena voluntad”.
         ¡Ah..., cuántos ángeles! ¡Ay, qué cosas! ¡Ay!
         En otra parte, hay hombres horribles. ¡Huy, qué horror! No se pueden arrimar ahí. ¡Ay!
         ¡Ay! Viene un ángel y van huyendo. ¡Ay, si ése es el de la otra vez! ¡Ay..., ay, si es el demonio! ¡Huy! ¡Ay! Se los lleva a todos. Están en una cueva profunda. Habla Satanás, les habla a todos y les dice: “Estad alerta, que no ha nacido el Hijo de Dios vivo todavía. Ha dado a luz una mujer, pero no es la Madre de Dios, porque ha nacido en un pesebre, entre pajas. Y si Dios es Creador y rico, no permitirá que nazca su Hijo en un pesebre. Estad preparados, porque el tiempo ha llegado de que nazca ese Mesías. He hablado con Herodes. ¡Ay, qué risa! Herodes cree que es el Hijo de esa doncella, que es el Mesías; con esa pobreza no puede nacer ese Mesías. Hay que seguir buscando, buscando en ricos palacios, porque el Rey del Cielo nacerá en un palacio. ¡Estad preparados!”.
         ¡Qué horror! ¡Ay! Todos se ponen en fila y salen de esa caverna. ¡Ay!, se esparcen por todos sitios. ¡Ay! ¡Ay, qué horror! ¡Ay...!
     
         LA VIRGEN:
         Hija mía, adorad a Cristo. Adoradle, porque adorando y meditando, y siendo humildes, hijos míos, Satanás no podrá arrimarse.
         No pensaba Satanás que Dios, Redentor del mundo, podría nacer en una cueva. Fue tan grande la humildad de nuestros Corazones, que quisimos dar ejemplo a la Humanidad.
         Sí, hija mía; por eso te pido que seas humilde, muy humilde, pues con la humildad no podrá Lucifer arrimarse.
         Has visto las maravillas más grandes de Dios Creador, hija mía...
         Lo mismo que los ángeles fueron a evangelizar el Nacimiento, os pido, hijos míos, que vayáis a evangelizar el Evangelio por todos los rincones de la Tierra.
         Hijos míos, humildad pido, humildad; sed humildes, muy humildes.
         Besa el suelo, hija mía, para que seas humilde...
         Satanás no podrá con la humildad. Lucifer puede con los soberbios, pero con los humildes no puede, hija mía.
         No os abandonéis en la oración ni en el sacrificio, hijos míos.
         Y tú, hija mía, refúgiate en nuestros Corazones. Refúgiate en esta Familia; esta Familia, hija mía, es Sagrada...
         Siempre piensa, hija mía, en la pobreza en el Pesebre y en la humildad en la Cruz.
         Te revelaré un secreto, hija mía, de tu infancia. Sólo tú podrás comprenderlo... (Habla en un idioma desconocido). Mira si imitabas a Jesús sin conocerle, hija mía, naciendo... ya sabes; no te avergüences, hija mía.
         ¡Bienaventurados los pobres, hija mía, porque de ellos es el Reino de los Cielos!
         Esta bendición también será especial, hija mía. Os bendeciré a todos con una bendición especial.
         Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
         Adiós, hijos míos. ¡Adiós!

    [1] Así en la grabación; se repite: “...el Rey, el Salvador”.

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