LITURGIA. LA CONTRARRELACIÓN DEL CARDENAL SARAH

Settimo Cielo -29 agosto 2017- Sandro Magister

 

Claramente no es obra suya. Nos referimos al discurso que el Papa Francisco ha leído el 25 de agosto a los participantes a la semana anual del Centro de Acción Litúrgica italiano. Un discurso lleno de referencias históricas, de citaciones doctas con sus correspondientes notas, sobre una materia que él nunca ha dominado.

Sin embargo, es posible captar silencios y palabras que reflejan muy bien su pensamiento.

Lo que ha dado más que hablar ha sido esta declaración solemne que ha hecho a propósito de la reforma litúrgica puesta en marcha por el Concilio Vaticano II:

«Podemos afirmar con seguridad y autoridad magisterial que la reforma litúrgica es irreversible».

Dicha declaración ha sido interpretada por la mayoría como una orden del Papa Francisco a detener la presunta marcha atrás iniciada por Benedicto XVI con el motu proprio «Summorum pontificum» de 2007, que restituía plena ciudadanía a la forma pre-conciliar de la misa en rito romano, permitiendo su libre celebración como segunda forma «extraordinaria» del mismo rito.

Efectivamente: en el largo discurso leído por el Papa Francisco se citan en abundancia a Pío X, Pío XII y Pablo VI. Pero, en cambio, ni una sola referencia a Benedicto XVI, grandísimo estudioso de la liturgia, o a su motu proprio, a pesar de que este verano se cumplía, precisamente, el décimo aniversario de su publicación.

Muy marginal es también la referencia a las enormes degeneraciones en la que ha caído, por desgracia, la reforma litúrgica post-conciliar, superficialmente denunciadas como «recepciones parciales y praxis que la desfiguran».

Silencio total también sobre el cardenal Robert Sarah, prefecto de la congregación para el culto divino, y sobre todo respecto a sus boicoteadas batallas en favor de una «reforma de la reforma» que restituya a la liturgia latina su auténtica naturaleza.

La que publicamos a continuación es, de hecho, la contrarrelación acerca del estado de la liturgia en la Iglesia que el cardenal Sarah ha publicado este mismo verano, unos días antes del discurso del Papa Francisco. Una contrarrelación centrada precisamente en Benedicto XVI y el motu proprio «Summorum pontificum».

Su texto íntegro puede leerse, en francés, en el número de julio-agosto de la publicación mensual católica «La Nef»:

> Pour une réconciliation liturgique

A continuación reproducimos la traducción de algunos pasajes.

En ella, el cardenal enuncia un objetivo futuro de gran importancia: un rito romano unificado que una lo mejor de los dos ritos pre-conciliar y post-conciliar.

Naturalmente, no faltan referencias a temas particularmente sensibles para el cardenal Sarah: el silencio y la oración dirigida «ad orientem».

Pero también aborda el tema del abandono de la fórmula «reforma de la reforma», rechazada por el mismo Papa Francisco y que se ha convertido en inservible. En su lugar, el cardenal Sarah prefiere hablar de «reconciliación litúrgica» en el sentido de una liturgia reconciliada «consigo misma, con su ser profundo».

Una liturgia que sepa, efectivamente, atesorar las «dos formas del mismo rito» autorizadas por el Papa Benedicto, «en un enriquecimiento recíproco».

*

POR UNA RECONCILIACIÓN LITÚRGICA

por Robert Sarah

«La liturgia de la Iglesia ha sido, para mí, la actividad central de mi vida, se ha convertido en el centro de mi trabajo teológico», afirma Benedicto XVI. Sus homilías seguirán siendo documentos insuperables durante generaciones. Pero es necessario también subrayar la gran importancia del motu proprio «Summorum pontificum». Lejos de concernir sólo a la cuestión jurídica del estatus del antiguo misal romano, el motu proprio plantea la cuestión de la esencia misma de la liturgia y su lugar en la Iglesia.

Lo que está en discusión es el lugar de Dios, el primado de Dios. Como resalta el «Papa de la liturgia»: «La verdadera renovación de la liturgia es la condición fundamental para la renovación de la Iglesia». El motu proprio es un documento magisterial capital acerca del significado profundo de la liturgia y, en consecuencia, de toda la vida de la Iglesia. Diez años después de su publicación, es necesario hacer un balance: ¿hemos llevado a cabo estas enseñanzas? ¿Las hemos comprendido en profundidad?

Estoy íntimamente convencido que aún no se han descubierto todas las implicaciones prácticas de esta enseñanza… Quiero plantear aquí algunas de sus consecuencias.

HACIA UN NUEVO RITO COMÚN

Puesto que hay una continuidad y unidad profundas entre las dos formas del rito romano, entonces necesariamente las dos formas deben iluminarse y enriquecerse recíprocamente. Es prioritario que, con la ayuda del Espíritu Santo, examinemos, en la oración y en el estudio, cómo volver a un rito común reformado, siempre con la finalidad de una reconciliación dentro de la Iglesia.

Sería hermoso que quienes utilizan el misal antiguo observen los criterios esenciales de la constitución sobre la sagrada liturgia del Concilio. Es indispensable que estas celebraciones integren una justa concepción de la «participatio actuosa» de los fieles presentes (SC 30). La proclamación de la lecturas debe poder ser comprendida por el pueblo (SC 36). Del mismo modo, los fieles deben poder responder al celebrante y no limitarse a ser espectadores ajenos y mudos (SC 48). Por último, el Concilio hace un llamamiento a una noble sencillez del ceremonial, sin repeticiones inútiles (SC 50).

Le concernirá a la comisión pontificia «Ecclesia Dei» proceder en dicha cuestión con prudencia y de manera orgánica. Se puede desear, allí dónde sea posible, y si las comunidades lo requieren, una armonización de los calendarios litúrgicos. Se deben estudiar los caminos hacia una convergencia de los leccionarios.

EL PRIMADO DE DIOS

Las dos formas litúrgicas forman parte de la misma «lex orandi». ¿Qué es esta ley fundamental de la liturgia? Permítanme citar de nuevo al Papa Benedicto: «La mala interpretación de la reforma litúrgica que ha sido difundida durante mucho tiempo en el seno de la Iglesia católica ha llevado, cada vez más, a poner en primer lugar el aspecto de la instrucción, y el de nuestra actividad y creatividad. El ‘hacer’ del hombre ha provocado casi el olvido de la presencia de Dios. La existencia de la Iglesia toma vida de la celebración correcta de la liturgia. La Iglesia está en peligro cuando el primado de Dios ya no aparece en la liturgia y, en consecuencia, en la vida. La causa más profunda de la crisis que ha trastornado a la Iglesia la hallamos en el oscuramente de la prioridad de Dios en la liturgia».

He aquí, por tanto, lo que la forma ordinaria debe volver a aprender en primer lugar: el primado de Dios.

Permítanme expresar humildemente mi temor: la liturgia de la forma ordinaria puede hacernos correr el riesgo de alejarnos de Dios a causa de la presencia masiva y central del sacerdote. Éste está constante delante de su micrófono y tiene, sin interrupción, la mirada y la atención dirigidas hacia el pueblo. Es como una pantalla opaca entre Dios y el hombre. Cuando celebremos la misa pongamos sobre el altar una gran cruz, una cruz bien a la vista, como punto de referencia para todos: para el sacerdote y para los fieles. Así tendremos nuestro Oriente, porque en definitiva el Oriente cristiano, dice Benedicto XVI, es el Crucifijo.

«AD ORIENTEM»

Estoy convencido que la liturgia puede enriquecerse de las actitudes sagradas que caracterizan la forma extraordinaria, todos esos gestos que manifiestan nuestra adoración de la santa eucaristía: juntar las manos después de la consagración, hacer la genuflexión antes de la elevación y después del «Per ipsum», comulgar de rodillas, recibir la comunión en los labios dejándose nutrir como un niño, como Dios mismo nos dice: «Yo soy el Señor, Dios tuyo. Abre tu boca que te la llene» (Salmo 81, 11).

«Cuando la mirada sobre Dios no es determinante, todo el resto pierde su orientación», nos dice Benedicto XVI. También lo opuesto es verdad: cuando se pierde la orientación del corazón y del cuerpo hacia Dios, se cesa de determinarse en relación a él, se pierde el sentido de la liturgia. Orientarse hacia Dios es, ante todo, un hecho interior, una conversación de nuestra alma hacia el Dios único. La liturgia debe obrar en nosotros esta conversión hacia el Señor que es el Camino, la Verdad y la Vida. Por esto, esa utiliza signos, medios simples. La celebración «ad orientem» es uno de ellos. Es un tesoro del pueblo cristiano que nos permite mantener vivo el espíritu de la liturgia. La celebración orientada no debe convertirse en la expresión de una actitud facciosa y polémica. Al contrario, debe seguir siendo la expresión del movimiento más íntimo y esencial de toda liturgia: dirigirnos hacia el Señor que viene.

EL SILENCIO LITÚRGICO

He tenido ocasión de resaltar la importancia del silencio litúrgico. En su libro «El espíritu de la liturgia», el cardenal Ratzinger escribía: «Todo el que haga experiencia de una comunidad unida en la oración silenciosa del Canon sabe que esto representa un silencio auténtica. Aquí el silencio es, al mismo tiempo, un grito poderoso, penetrante, lanzado hacia Dios, y una comunión de oración colmada por el Espíritu». En su momento ya había afirmado con firmeza que recitar en voz alta toda la oración eucarística no era el único medio para obtener la participación de todos. Tenemos que trabajar para alcanzar una solución equilibrada y abrir espacios de silencio en este ámbito.

LA VERDADERA «REFORMA DE LA REFORMA»

¡Hago un llamamiento con todo mi corazón para que se ponga en marcha la reconciliación litúrgica enseñada por el Papa Benedicto, en el espíritu pastoral del Papa Francisco! La liturgia no debe convertirse nunca en el estandarte de un partido. Para algunos, la expresión «reforma de la reforma» se ha convertido en sinónimo de dominio de un partido sobre el otro; por lo tanto, esta expresión corre el riesgo de convertirse en una expresión inoportuna. Prefiero, por consiguiente, hablar de reconciliación litúrgica. En la Iglesia, ¡el cristiano no tiene adversarios!

Como escribía el cardenal Ratzinger: «Tenemos que volver a encontrar el sentido de lo sagrado, el valor de distinguir lo que es cristiano de lo que no lo es; no para alzar barricadas, sino para transformar, para ser verdaderamente dinámicos». Más que de «reforma de la reforma», se trata de ¡una reforma de los corazones! Se trata de una reconciliación de las dos formas del mismo rito en un enriquecimiento recíproco. ¡La liturgia debe siempre reconciliarse consigo misma, con su ser profundo!

Iluminados por la enseñanza del motu proprio de Benedicto XVI, confortados por la audacia del Papa Francisco, es el momento de llegar al fondo de este proceso de reconciliación de la liturgia consigo misma. Sería un signo magnífico si pudiéramos, en una próxima edición del misal romano reformado, incluir en el apéndice las oraciones al pie del altar de la forma extraordinaria, tal vez en una versión simplificada y adaptada, y las oraciones del ofertorio que contienen una epíclesis tan bella que completa el Canon romano. De este modo se pondría de manifiesto que las dos formas litúrgicas se iluminan recíprocamente, ¡en continuidad y sin oposición!

 
Artículo original

Como Vara de Almendro

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Ver comentarios

  • Bla, bla, bla de lo liturgiaco de lo mismo postconciliar, como si Cristo 3ª persona trinitaria viniera al mundo para montar un rito, que en ese tiempo fue muy difetente, primero en arameo luego en griego y más tarde en romano. El problema no es el rito, y de esto mismo se aprovecha, se ha aprovechado el demonio, el problema es la esencia de lo Revelado y profetizado-avisado en el devenir historico humanoide todo, sea en mandarín o en quechua.

  • El Papa Francisco, obviamente, no ha redactado este Discurso. Pero el que se lo ha escrito tiene fallos de gran calado. Cuando San Pío X inició la Reforma Litúrgica empezando por la nueva disposición del Breviario, ciertamente no quería abolir el Rito Romano recibido de sus Predecesores. Lo mismo hizo el Venerable Pío XII al promulgar la Nueva Semana Santa en 1955. Tampoco la Sacrosanctum Concilum del Vaticano II, promulgada a finales de 1963, si no recuerdo mal, entendía hacer otra cosa: simplificar los ritos y duplicados del Misal, enriquecer las Lecturas e integrar elementos desaparecidos como la Oración de los fieles. Y todo dentro del mismo Misal sin cambiarlo. Esto está testimoniado por el llorado Cardenal Alfons Maria Stickler que, como experto canonista, fué redactor, entre otros, de la Constitución Conciliar.
    Pero, y ahora cedo la palabra al grande Benedicto XVI "en 1970 ocurrió algo más. Se destrozó el antiguo edificio y se construyó otro nuevo, si bien con los materiales del antiguo y utilizando proyectos anteriores" (Joseph Ratzinger MI VIDA).
    Por ello cuando subió al Trono Pontificio, el grande Benedicto XVI procedió a una diligente restauración del sagrado edificio litúrgico colocando la primera piedra con el Motu Proprio Summorum Pontificum cura, El cuidado de los Sumos Pontífices, incipit muy significativo.
    Mal puede el Papa Francisco afirmar, con autoridad magisterial, que la Reforma Litúrgica es irreversible si desconoce el itinerario de esta Reforma y olvidando a su inmediato Predecesor.
    O estamos ante otra trampa, esta vez litúrgica, que nos tenemos que tragar a la fuerza, como la Amoris Laetitia?

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