Celebramos en este domingo la festividad litúrgica de la Transfiguración del Señor. El Evangelio cuenta que Jesús tomó a sus tres discípulos más estimados, Pedro, Santiago y Juan y se los llevó aparte a una montaña y se transfiguró ante ellos. Sabemos que este hecho aconteció precisamente delante de aquellos tres discípulos en quienes Jesús más confiaba para mostrarles su gloria antes de su Pasión, puesto que de otra forma se habrían desmoronado ante tanto dolor de su Maestro y ante la aparente derrota por su muerte.
Pensaba hoy en el paralelismo de la figura de Cristo y de su Esposa Amada, la Iglesia. La Iglesia, de igual manera que el Señor ha brillado con gran esplendor en épocas anteriores, tal es así que aunque haya sufrido persecuciones y dolores, siempre ha terminado triunfando y especialmente llevando la fe a todos los rincones del orbe. De hecho, Santiago, uno de los que vieron la Transfiguración, fue quien trajo la fe a España. Nuestra patria luego fue quien la llevó al Nuevo Mundo. Sin duda, tiempos de hazañas y de expansión de la luz del Evangelio. También, ciertamente, ha habido momentos de dificultades y eclipses graves, como por ejemplo los cismas que ha sufrido a lo largo de la historia. Pero ahora, particularmente, estamos viviendo como nunca antes estos momentos una gran pasión. El momento de la terrible apostasía y negación de Cristo, incluso por parte de muchos ministros de Dios de forma abierta y escandalosa, aceptando el pecado como algo insalvable y por tanto admisible porque «Dios es misericordioso y lo perdona todo». Vamos acercándonos, no tenemos duda, a la crucifixión de la Iglesia, tal vez más pronto de lo que esperamos, cuando se cambien las palabras consagratorias y Cristo ya no esté presente en la que dirán es la «Santa Memoria», y por tanto ya no habrá la Misa, el Santo Sacrificio que hasta hoy todos hemos conocido. De este modo, darán final aparente a la fe católica. Pero Cristo resucitó, como también lo hará la Iglesia. La Iglesia pasó un grave momento en el que los discípulos se dispersaron durante la pasión y tras la crucifixión del Señor. Solamente Juan fue el que permaneció firme a los pies de la Cruz.
La Iglesia es la imagen de Cristo y por tanto tiene que sufrir lo mismo que Cristo sufrió, que no será otra cosa que el abandono de los suyos, quedando solo un resto fiel y pequeño, que a ejemplo de Juan y junto a la Madre que Cristo nos da en la Cruz perseverará y guardará el dogma y la fe verdadera. Cristo resucitó, también lo hará la Iglesia, aparentemente muerta, Iglesia de las catacumbas, Iglesia perseguida, Iglesia que debe empezar desde ahora a prepararse para el martirio, físico o espiritual, pero martirio a ejemplo de Cristo y también prepararse para resucitar con Él a ejemplo también suyo. ¡Qué gozo para todos, hermanos, vivir en estos tiempos! Es como pasar dolores de parto. Son fuertes, son aparentemente inaguantables, pero qué gran gozo cuando el niño reposa en el seno de la madre. A ella se le olvidan todas las angustias. Así sucederá también con el Resto Fiel, tendrá que sufrir, pero todo es para un bien superior y una felicidad inmensa. Como dice el Evangelio en Lucas, 21:
8. El dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: «Yo soy» y «el tiempo está cerca». No les sigáis. 9. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato.» 10. Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. 11. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. 12. «Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; 13. esto os sucederá para que deis testimonio. 14. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, 15. porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. 16. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, 17. y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. 18. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. 19. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. 20. «Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. 21. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no entren en ella; 22. porque éstos son días de venganza, y se cumplirá todo cuanto está escrito. 23. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! «Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y Cólera contra este pueblo; 24. y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles. 25. «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, 26. muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. 27. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. 28. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.»
¡SURSUM CORDA!
Montse Sanmartí
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