Sabemos que el mundo asiste a inmensa crisis tanto en lo político como en lo social y económico, mientras se cierne sobre la humanidad el peligro de una devastadora guerra mundial debido a las continuas amenazas mutuas que se realizan las principales potencias del mundo.
A esto podemos sumarle la insatisfacción generalizada que existe en la gente para con sus gobernantes, y esto provocado artificialmente como caldo de cultivo de la transformación de los regímenes políticos actuales por un nuevo sistema que brinde aparentemente la transparencia y seguridad de las cuales hoy tanto se carece. Y así, podemos observar en Europa el peligro de la virtual invasión musulmana permitida y auspiciada por la misma Comunidad Económica Europea, reconocida hasta por Bergoglio (que la considera “benéfica”), lo que implica un cambio radical en la forma de vida occidental europea; en Hispano América una inmensa pobreza e inseguridad, lo que genera un creciente malestar popular por la corrupción gubernamental cada vez más descarada; y en Asia tenemos el Medio Oriente incendiado ya desde hace muchos años por las guerras promovidas por EEUU y sus jefes israelíes, mientras que Rusia y China siguen amenazando con su creciente poderío armamentístico al mundo entero con el pretexto de ser el equilibrio al imperio yanqui.
Podríamos suponer que ésta crisis se debe a la impericia de los gobernantes del mundo entero para dar soluciones a los problemas de ésta era posmoderna, sin embargo hoy más que nunca convendría repasar los tan vapuleados “Protocolos de los Sabios de Sion” para darnos cuenta que todo responde a un plan diseñando con diabólica inteligencia y ejecutado con toda paciencia hasta llegar hasta la situación actual.
Podemos mencionar, a modo de ejemplo, la reciente noticia sobre la exguerrillera presidente de Brasil Rousseff siendo suspendida de su cargo por el senado de su nación para ser investigada por corrupción; y al respecto leímos un par de días antes un artículo de la publicación online de la Banca judaica líder de la alta (y masónica) finanza mundial, Edmond de Roschild, adelantando la destitución de Rousseff y sosteniendo que la situación económica y política de Brasil resulta prácticamente insoluble con o sin esta presidente; lo que pretende a nuestro entender generar una situación de desesperanza que los lleve a aceptar cualquier opción “razonable” de estabilización, aunque para eso tengan que ceder a cuestiones esenciales como lo es a su nacionalidad en pos de un internacionalismo encarnado por un gobierno mundial central manejado por tecnócratas. Y no deja de resultar por lo menos sospechoso que el acusador de la exguerrilera, sea su vicepresidente que, además de también estar investigado por corrupción, es un masón del más alto grado en Brasil. Podríamos sumar a esto la cuestión de los “Panamá Papers”, investigación periodística que destapó la evasión impositiva a gran escala en paraísos fiscales que llevó a renunciar al presidente de Islandia salpicado por dicho escándalo, y que incluye al círculo íntimo de Putín, al Rey de Arabia Saudita, al presidente de Ucrania, y a nuestro presidente Macri, entre otros importantes personajes de la escena mundial. Pero lo llamativo a nuestro entender, es que detrás del conglomerado de periodistas que destaparon este descomunal escándalo, está nada menos que el globalista banquero judío George Soros; y no podemos dejar de concluir que lo que se busca, haciendo caer (no sin razón) a importantes políticos de izquierda y derecha, oficialistas y opositores en ésta cuestión; tiene como objetivo una vez más llevar a las masas desilusionadas, a desconfiar absolutamente del actual sistema.
Y así, por ejemplo en nuestro país, la anterior presidente con sus empleados está siendo investigada por enterrar toneladas de dinero en bóvedas subterráneas y el opositor actual presidente, con una estrategia más refinada, era directivo de las empresas de su padre colocando su dinero en esos paraísos fiscales antes mencionados.
Una de las propuestas que podrían resultar viables para terminar con tanta corrupción sería, la muerte del dinero físico para reemplazarlo por dinero electrónico; y surge una vez más la propuesta del microchip como medio para identificar a las personas con cuentas bancarias. Sabemos que de esa manera, los grandes banqueros que hoy de hecho son los que controlan el mundo entero, pasarían a ser prácticamente dioses terrenos, controlando no sólo las actividades financieras de la humanidad entera sino muchísimos otros aspectos. Por ejemplo, podría superarse también la inseguridad, y hasta acabar con el terrorismo internacional. Sin embargo se promueve el microchip más que como el dispositivo de control absoluto e invasivo de la privacidad, como un dispositivo de acceso; de acceso a cuentas bancarias, a nuestros smartphones, a aeropuertos, a edificios y hasta a nuestras casas, lo que significa que si desde este poder supraestatal que pretende “brindarnos” todos estos accesos se decide limitarnos en ejercicio de su poder de policía mundial, no podríamos entrar ni a nuestras casas, ni a ningún lugar en el mundo donde ellos no quieran que lo hagamos, y por supuesto, ni comprar ni vender.
De ésta manera se solucionarían los problemas de inseguridad ya que los ladrones no tendrían donde escapar porque serían rastreados por satélite y no podrían ingresar a ningún edificio sin ser detectados, o, en un ejemplo más burdo pero real, si quisieran robar teléfonos celulares (situación que lleva en nuestro país a muchos asesinatos) no podrían usarlos al carecer de la identificación que los activa y que está contenida en el microchip.
Resultando para muchos este panorama como ciencia ficción de conspiranoicos, sin embargo, estos proyectos se están llevando a cabo desde hace un tiempo y el microchip se utiliza en muchos lugares del mundo con diversos propósitos, habiendo sido vinculado incluso con el programa de salud del masónico presidente yanqui , “Obama Care”, y hasta propuesto por un pequeño club de fútbol argentino para acceso al estadio de sus socios. Todo esto agita nuevamente el tan temido rumor de la identificación del microchip con la “marca de la bestia” advertida en el libro del Apocalipsis. Y si bien no podemos considerar que sea una apreciación exagerada dicha identificación, tampoco podemos caer en actitudes paranoicas ante tal situación. Hemos leído en muchas publicaciones como se incita a mucha gente a prepararse ante la proximidad del período final de la historia de persecución de cristianos, a construir bunkers guardando alimentos enlatados, y hasta acopiando armamentos para luchar contra las huestes del “hombre de la iniquidad”, y esto muchas veces siguiendo actuales “profetas” de dudosa procedencia y probada heterodoxia religiosa. Incluso, sabemos que la sola implantación de un dispositivo de éste tipo no implica una aceptación formal de la apostasía requerida para caer en la condena prevista bíblicamente; todo esto sin dejar de considerar el inmenso peligro que éste dispositivo puede implicar; ya que, implantado el chip y probado que traería los supuestos beneficios prometidos, podrían quienes lo manejan, obligar a la humanidad a un acto de apostasía generalizada con el pretexto de superar las divisiones, odios y hasta guerras que las religiones supuestamente provocan, y ante la negativa a realizar dicha acción, sobrevendría la desconexión del sistema con la prevista imposibilidad de comprar y vender.
Tenemos entonces por un lado la errónea y exagerada actitud de quienes desconfiando de la providencia divina, se preparan mundanamente para los momentos finales de la historia; y por otro lado, la inmensa mayoría de las masas que cansadas de tanta anarquía que trajo la democracia en la que tanto confiaron, van a aceptar sin reparos éstas propuestas globalistas cambiando confiados y tranquilos su libertad por seguridad, sin importarles considerar cualquier peligro que éstas medidas puedan conllevar. Y en esa situación se podrían encontrar en el día de la Segunda Venida del Hijo del hombre, en el cual según prevee el Evangelio la gente, al igual que en tiempos de Noé como de Lot, comían y bebían y casábanse, compraban y vendían; hasta que llegó el diluvio en un caso y llovió fuego en el otro, y en nuestro tiempo, no estarán debidamente preparados para el día de la Parusía.
Las Sagradas Escrituras señalan con claridad los signos de los tiempos finales. Entre éstos Nuestro Señor Jesucristo nos habló de rumores de guerra, de naciones levantándose unas contra otras, de pestes y de terremotos en todo el mundo, situaciones que hoy se dan como nunca antes en la historia. Pero como señales más importantes se nos previno sobre la falta de fe generalizada, la gran apostasía; y quien puede hoy razonablemente dudar que hasta el mismísimo Vaticano promueve esa impostura religiosa.
Lo cierto es que ni el día ni la hora nos corresponde saber, y si Dios hizo llover maná sobre millones de israelitas en su peregrinar por el desierto, también nos dará las herramientas en el momento en que se den las condiciones para que los hombres “huyan a los montes” como señala el Evangelio (Mt.24). Consideramos sin embargo, que en vez de seguir intentando conquistar el poder para derrotar al sistema con las mismas herramientas que éste nos provee, o tomar extremas medidas de supervivencia “antiapocalípticas”; deberíamos estar preparados para predicar la Verdad a tiempo y a destiempo y ésa va a ser la más difícil pero gloriosa actividad de los cristianos de los últimos tiempos, ya que el mismo Evangelio nos advierte que “os darán muerte y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de Mi Nombre” y de ser así, habremos alcanzado de la mejor manera posible nuestra recompensa; pero si no nos toca coronar nuestra existencia terrena con el martirio, Cristo nos anuncia que si bien “abundará la maldad” y “se enfriará la caridad de muchos”, “el que persevere hasta el fin, ese se salvará”; y esto es, tanto para nuestros tiempos como para los del reinado del Anticristo. Más que confiar en falsos profetas con mundanas previsiones, en posibles acciones contrarrevolucionarias realizadas según las reglas impuestas por la revolución, y confiar en partidos políticos, personas, sistemas o hasta en nosotros mismos; debemos poner toda nuestra confianza en Dios, lo demás vendrá por añadidura.