Cuarenta días

La Cuaresma, como cualquier otro tiempo del año litúrgico, hay quien la vive como quiere y quien no le queda más remedio que hacerlo como puede, este ha sido mi caso este año. Continuos desplazamientos indeclinables me han tenido con la brújula un poco perdida. Pero me agarré a lo que tenía, mi deseo de no perder de vista este tiempo de gracia tan especial, y por eso siempre iba en mi mochila viajera “La Pasión del Señor”, del P. Luis de la Palma. Con más de cuatrocientos años desde su primera edición aún no he encontrado un libro mejor para estos días. La segunda obra imprescindible ha sido este año, como en los diez últimos, el “Vía Crucis” del Coliseo de 2005 del Cardenal Ratzinger, último que vivió San Juan Pablo II desde la Capilla Privada del Palacio Apostólico. Insuperable. Y materialmente no llevaba nada más y nada menos. Pero en mi corazón, en mi almario y en mis meninges iba cargado con una experiencia que se me cruzó en el camino y que nunca pensé que llegase a zarandearme como esta lo hizo. Hablo de los amigos y compañeros del alma que han estado cuarenta jornadas rezando delante de un abortorio, sin parar una sola hora. Casi desde el amanecer hasta bien entrada la noche la guardia ha sido permanente, fiel, entusiasta, ejemplar. Yo me uní a ellos menos veces de las que hubiese querido, pero las suficientes como para compartir entusiasmos, fe a manos llenas y la certeza firme de que no todo está perdido.

Málaga ha sido este año, junto con varios cientos de ciudades más en todo el mundo, escenario del movimiento 40 días por la Vida. Cuarenta días de oración y presencia delante de un abortorio como guerreros valientes, erguidos y orgullosos de pertenecer a la milicia de Cristo y María. Ser soldado del Rey Universal es una satisfacción impagable pero que tiene un precio, el mismo que pagó Su Divina Majestad en su paso por esta tierra: abandono, marginación, persecución, insultos, traiciones, escupitajos, amenazas. Y a todo esto, mis hermanos malagueños, han respondido, erre que erre, con el Rosario en la mano. Cientos, miles de rosarios, frente al Infierno. Ahí hay que estar. Ahí hay que rezarlos. Ahí hay que poner la cara, el corazón y la fe. Benditos locos de atar. Dichosos perseguidos por el Nombre sobre todo Nombre. Bienaventurados que nos os importa ser veinte entre un millón. Estad seguros de que nada ha sido en balde. En primer lugar el Cielo será magnánimo con vosotros. En segundo lugar no penséis que no habéis hecho mella. Tengo la íntima convicción de que más de uno y más de diez de los que han pasado por delante de vosotros en estos días con gestos de extrañeza, cuando no de desprecio, siguieron su camino rumiando y cavilando sobre qué mueve a estos pirados a estar un domingo por la tarde o un sábado por la mañana rezando de pie o de rodillas.


 

De todas las edades eran los soldados de Cristo, pero la mayoría escandalosamente jóvenes. ¡Qué lección! A veces, los más mayores, tenemos legañas en los ojos y no sabemos separar el trigo de la cizaña en nuestra juventud. Siempre atento al grito del ciego Bartimeo, “¡Señor que vea!”, tras repetirlo muchas veces en mis oraciones, parece que he sido escuchado: “Vete a ver y estar con mi ejército de 40 días por la Vida”, son pocos, pero Yo empecé con doce”. Y fui y vi y creí. La lección de estos días es de ánimo, de alegría, de sursum corda, de gaudium magnum. No nos rendimos. No vamos a ofrecer incienso a los dioses de la modernidad. No nos vamos a postrar ante cualquier ídolo de tres al cuarto. Nos da igual cuántos seamos. No nos importa que estemos abandonados, ninguneados y ridiculizados; y no por el Enemigo, si no por los que tenían que apoyarnos, alentarnos y estar con nosotros. No nos duele el fuego enemigo, nos alcanzan los disparos del fuego amigo. Y pese a todo seguimos, seguiremos, doloridos pero alegres, ignorados pero haciéndonos ver, en silencio pero gritando, malqueridos pero amados, doblados pero no quebrados. Y en nuestras frentes impresas una frase que hace derribar al adversario, al amigo que se nos da de perfil, al indiferente, al hostil, al tibio y al encrespado: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”.

¡Laudetur et Adoretur Iesus Christus!

Rafael Ordóñez

Rafael Ordóñez

Médico ginecólogo católico. Casado desde hace 37 años. Columnista de Huelva Información desde 1997. Durante ocho años lo fue en La Opinión de Málaga. .

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