Seguir a Cristo es sencillo cuando todo va bien. Cuando a mi alrededor tengo el apoyo de los hermanos, cuando la vida me sonríe, y en mi comunidad todos me ayudan a proclamar su realeza, cuando su mensaje encaja con mis intereses, cuando sus mandatos me favorecen personalmente. Entonces no tengo problemas para aclamarlo públicamente, porque me siento fuerte y acompañado. Esos momentos serían los que vivo cuando acompaño a Cristo en su entrada triunfal en Jerusalén, y junto a tantos, le proclamo Rey de mi vida.
Ah, pero, qué difícil me resulta seguirle cuando los que caminan a mi lado claudican ante su santa ley y me dejan solo. Qué difícil no abandonarle también yo, cuando exige de mi vida cambios de actitud, cuando me pide que deje mi vida de pecado, de comodidad, de silencio cómplice, cuando alguna de las cosas que le pido no me la concede, cuando le reclamo «mis derechos a ser feliz» y vienen las tribulaciones….. Qué difícil seguirle frente a tantos amigos con los que crecimos en la fe y que, ahora, nos llaman exagerados cuando intentamos cumplir la ley de Dios y les recordamos que ellos deben hacer lo mismo, cuando nos amonestan para callar nuestras voces ante tantas cosas que no funcionan, porque, según dicen, «no somos nadie para juzgar» y hemos de respetar a todos. Qué difícil es seguirle cuando, como a San Pedro, nos señalan como «uno de los suyos», y sentimos cobardía y temor a ser juzgados y condenados por vivir a la manera de Cristo. ¡Qué difícil subir al Calvario uno solo!
Dice el Evangelio en Mateo 27; 39-40 y dice:
«Los que pasaban lo insultaban, meneando la cabeza y diciendo: ¡Tú ibas a derribar el templo y a reconstruirlo en tres días! ¡Si eres Hijo de Dios, sálvate a ti mismo y bájate de la cruz!»
Similares palabras tendremos que escuchar muchos hoy, en el nombre de Jesús, si queremos ser de los suyos. De alguna forma, muchos nos dicen también hoy: ¡Bájate de la cruz! ¡Cállate! ¡No hables! ¿Te gusta ser repudiado por tantos? ¿Te gusta que te insulten, que te persigan y que te llamen de todo? ¡Esa no es tu misión, déjala para los curas, para los que saben! Mejor dedícate a rezar y deja que ese trabajo sucio lo hagan otros. Me haces sentir mal cuando tú, tú precisamente, mi amigo, mi esposo o esposa, sales a decir tantas cosas, que aunque puedan ser ciertas, no creo que deban ser aireadas. Es mejor callar y esperar, Dios controla todo, no eres salvador del mundo……etc. La postura más fácil y cómoda es «bajarse de la cruz», es rehuir todo sufrimiento, toda burla. ¿Pero es eso lo que Dios espera de nosotros? ¿O mejor espera que estemos a su lado, como los que no se separaron de Él en su Pasión, aun a sabiendas que iban a ser menospreciados o ridiculizados? Pienso en esta pasión que estamos viviendo en la Iglesia. Pienso en aquellos que no quieren bajarse de la cruz, a pesar de perder honor, fama, credibílidad…..me vienen muchas personas a la cabeza que son ejemplo de ello. No las cito, ustedes saben bien quienes son…… ¡Cuántas personas nos escriben diciéndonos que sufren precisamente por este tema! Se sienten incomprendidas por tantos hermanos en la fe que no soportan escuchar la verdad, porque si la escuchan, deben obrar en coherencia, y muchos no quieren, no pueden o no saben…..
Cuando Cristo predicó sermón del Pan de Vida, muchos le abandonaron. Sentían que aquellas palabras eran demasiado duras para ellos, no quisieron ver ni ahondar para no tener que conocer su sentido más profundo. Hoy pasa igual. Muchos se escandalizan por escuchar lo que tenemos necesidad de comunicar al mundo. Jesús dirá entonces a sus discípulos: ¿También vosotros me vais a abandonar? Hoy hemos visto a muchos hermanos en la fe abandonar también la misión del Señor, escandalizados y sin entender nada de lo que está ocurriendo, cerrando sus corazones a la verdad inmutable del Evangelio, excusando, bendiciendo y aplaudiendo a quienes persiguen al Señor dentro de su propia Iglesia.
Me pregunto si Jesús piensa igual o si nos invita a salir de nuestros silencios y de nuestra comodidad. Me pregunto si en sus dolores en la cruz, viéndonos a los que trataríamos de defenderle, se sentiría acompañado en estos momentos actuales, que son prolongación de su Pasión.
¡Gracias, Jesús, gracias! ¡Gracias porque no te bajaste de la cruz e hiciste caso omiso de aquellos hombres necios que te invitaban a dejar el sufrimiento! ¡Gracias porque Tú eres nuestra fuerza en estos momentos tan difíciles que nos toca vivir! Te pedimos nos ayudes a seguir, aunque escuchemos a tantos que nos vituperan como hicieron contigo. Te pedimos que no nos sueltes de la mano cuando sintamos que ya no podemos soportar tantas injurias, cuando veamos que quienes debieran defendernos, nos «clavan en la cruz», la cruz del descrédito o del insulto, creyendo estar haciendo lo correcto, como muchos de los que te crucificaban. Ayúdanos a repetir contigo aquella frase que aun después de haberla escuchado mil veces, no deja de impresionarnos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Tras tu muerte, Jesús, hubo un gran terremoto y el centurión y los que estaban con él custodiándote se asustaron mucho y dijeron: ¡Realmente, éste era el Hijo de Dios! Tuvo que notarse la sacudida para que muchos reaccionaran y reconocieran tu realeza.
Me temo que nuevamente va a tener que pasar algo parecido. El ser humano es recurrente, no aprende de sus errores, necesita siempre nuevas sacudidas que le hagan despertar y ver la realidad. La realidad del pecado que ciega su conciencia, la realidad del mundo que lejos de Dios le precipita sin remedio al infierno que no acaba. Y aun así, sigue pecando, sigue cayendo en sus viejos errores, una vez pasa la tribulación.
Nuestra oración en este día, Señor, es que nos permitas seguir firmes y unidos a ti, como el sarmiento a la vid, lo mismo en los momentos de alegría y gozo, como en los de soledad y abandono al pie de la cruz. Que nada ni nadie nos cambie este compromiso que hemos tomado de estar contigo, la actitud de seguirte con fidelidad hasta dar la vida, si fuera preciso, para defender la verdad de tu palabra. Danos las fuerzas necesarias, Señor, porque somos débiles y tememos no resistir, tememos olvidar nuestras promesas, pero Tú lo puedes todo, Jesús, y solamente en ti está la victoria.
Montse Sanmartí
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