Parece que fue hace un siglo cuando pasábamos las hojas de la exhortación como quien trata de descubrir cómo está hecha la bomba para poderla desactivar, pues sabíamos que era «crónica de una muerte anunciada», que aquello traía un golpe bajo que buscaba dejarnos relegados como unos fariseos tira-piedras a todos aquellos que habíamos aceptado recibirlas por ejercer el profetismo en razón de nuestro bautismo y vocación docente o apostólica.
Había muchos puntos complicados de descifrar como el 149, del que nadie ha hablado, en un capítulo bastante bueno como es el capítulo IV, muy en la línea de la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II y el Magisterio precedente, pero donde francamente ya era una cosa que producía un estado de malestar general, entre mareo, pesadez, angustia y somnolencia era el famoso capítulo VIII. Muchos fieles sacerdotes, obispos y cardenales intentaron salir del apuro enseñando que ante la duda en un tema, la actitud católica es siempre la hermenéutica de la continuidad, pero no fue suficiente para desactivar la bomba. El discernimiento caso por caso en los casos de la parte víctima fue un pase de salida para que conferencias episcopales completas autorizaran a todos los divorciados «recasados» a recibir la comunión de manera automática y sin una corrección por parte del Papa.
Podría decir muchas cosas sobre el contenido doctrinal, lo ambiguo, las citas sacadas de contexto y cortadas y pegadas para dar una supuesta legitimidad, que si un alumno universitario presentase ese trabajo cualquier profesor serio no podría menos que reprobarlo. Es una tomada de pelo aún si solamente ponemos atención en aspecto
Me voy a concentrar en analizar la actitud de los laicos, religiosos y los sacerdotes en todas sus posiciones y causas. Quiero analizar ésto porque es lo único sobre lo que podemos realmente influir, cada quien con los que puede tener cerca. Lo que pase en la Curia está totalmente fuera del alcance incluso de aquellos que pertenecen a ella, como podemos ver en el misterioso silencio de muchos cardenales, que tal vez callan por evitar peores revanchas y poder con su silencio proteger su pequeño rebaño. Lo que todos sabemos es que hay un clima de miedo, porque el grupo de poder y sus satélites son intocables y más bien están siempre presentes en los lugares claves dirigiendo reuniones, comisiones, dicasterios, en las nuevas fusiones desapareciendo y relegando a los veteranos centinelas, en las nuevas ocurrencias pastorales llenos de las novedades de las que habla la segunda carta a Timoteo.
He estado observando cuidadosamente quiénes se dan cuenta de la situación y quienes no y por qué y estas son mis conclusiones. Para empezar, hay que distinguir dos grandes grupos entre los que sí se dan cuenta. Los que ya sabían el problema desde hace mucho y los que se empezaron a dar cuenta por cosas que empezaron a suceder durante estos cuatro años aciagos.
Hay un segundo grupo que viene enterándose a penas:
En cuanto a los que se dan cuenta baste con esto. Lo sorprendente, más bien, es encontrarse con gente que lo niega y pretende tapar el sol con un dedo o agarrarse de un clavo diciendo que los poderes del infierno no prevalecerán, lo cual es cierto, pero parece más una fraseología bajo la que se intentan ocultar de la responsabilidad de pensar y tomar una postura valiente y fiel.
Lo que me preocupa sinceramente es ver esas hordas de laicos desorientados porque sus pastores quieren aplacar sus angustias minimizando el problema, corriendo a grupos entorno a videntes, carismáticos o apariciones no muy confiables, corriendo a grupos ultra tradicionales como si rezar en latín sin entender una palabra mágicamente resolviera los problemas y peor aún, si éstos no tienen la posibilidad de celebrar lícitamente los sacramentos. Muchos laicos no ven las diferencias con algunos grupos de cristianos separados que ponen su confianza en un diálogo cargado de emoción con el Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero sin ninguna formación doctrinal sólida y una formación profunda integral. «Mi pueblo muere de hambre por falta de conocimiento.» (Os 4; 6)
La lección que saco este último año como resultado de un proceso largo y penoso es muy simple: penitencia, penitencia, penitencia como escucharon al ángel gritar los pastorcitos de Fátima. La penitencia es morir al hombre carnal que cada uno tenemos con nuestras propias manifestaciones concretas para vivir santamente nuestro estado de vida. Lo demás no se puede lograr sin asumir que el mal que vemos también está dentro de nosotros y no lo podremos combatir si no nos convertimos profundamente. Podemos enseñar a pensar, pero si somos luz del mundo como una vela y no como un reflector que lastima a los demás y para eso es clave purificarnos en la humildad y la caridad.
Pía
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